jueves, 11 de octubre de 2007
Doris Lessing, "encantada pero no sorprendida" con el Premio Nobel de Literatura
La escritora británica se alza con el galardón por su capacidad para retratar la "épica de la experiencia femenina"
Tomado de El País
Con una vitalidad extraordinaria para sus 87 años, la novelista ha tenido tiempo de regañar a la prensa y mantener su fama de mujer sin pelos en la lengua. "¿Cómo voy a estar celebrando con champán? No me ha dado ni tiempo a comprarlo. Ustedes, en lugar de venir aquí y hacer tantas preguntas, deberían haber traído una botella. A cierto punto, tendré que ponerme a brindar", ha contestado cuando se le ha preguntado cómo estaba celebrando su premio. Lessing ha revelado que "un mensajero" relacionado con los Nobel la avisó de que nunca ganaría el premio: "Me dijo que no les gustaba y que nunca lo conseguiría. Deben haber cambiado de opinión". "Yo creo que me lo han dado porque ya estoy muy mayor", ha subrayado refiriéndose a los organizadores del premio.
Nacida en 1919 en Kermanshah, Persia (actual Irán), es conocida por El cuaderno dorado (1962), obra cumbre de la literatura feminista y de la narrativa fragmentaria postmoderna. "He ganado muchos premios, en toda Europa", ha confesado, pero "éste es el premio más glamouroso, porque todo el mundo lo conoce, pero esto no quiere decir que sea el mejor". En el anuncio del galardón, la Academia Sueca ha descrito a Lessing como la autora capaz de retratar "la épica de la experiencia femenina", al tiempo que ha destacado el "escepticismo y fuerza visionaria con la que ha examinado una civilización dividada".
"No se a lo que se refieren con eso, los hombres y las mujeres no son tan diferentes", ha dicho ceñuda. Para Lessing, lo que más ilusión le ha hecho de haber ganado el Nobel es que Gabriel García Márquez la hubiese telefoneado personalmente para felicitarla. "Para mi es algo maravilloso, porque se trata de un escritor magnífico al que admiro profundamente", ha revelado con una enorme sonrisa. Acto seguido, ha entrado en su casa para seguir recibiendo llamadas, sin olvidarse de despedirse haciendo un brindis alzando su vaso de agua. "Es ginebra", ha bromeado.
Nacida Doris May Taylor, creció en el seno familiar de un antiguo oficial del ejército británico que sirvió durante la I Guerra Mundial y una enfermera. En 1925 la familia se trasladó al sur de Rhodesia (actual Zimbabue). Lessing contó aquellos años de infancia en una granja en la primera parte de su autobiografía, Bajo mi piel (1994). Tras asistir a una escuela de chicas en Salisbury (Reino Unido), Lessing abandonó la escuela a los 14 años y empezó a trabajar en diversos empleos, desde niñera, telefonista, oficinista estenógrafa y periodista, e incluso publicó relatos breves.
En 1939 se casó con Frank Charles Wisdom, con quien tuvo un hijo, John, y una hija, Jean. Se divorciaron en 1943. Dos años después se casó con Gottfried Lessing, un inmigrante judío-alemán a quien había conocido en un grupo marxista comprometido con la cuestión racial. Poco después se relación con el partido laborista de Rhodesia. Tras tener un hijo con Lessing, Peter, la pareja se divorció en 1949. Fue entonces cuando la novelista se trasladó con su hijo a Londres, donde fijó su carrera como escritora. Lessing militó en el Partido Comunista Británico entre 1952 y 1956, y participó en las campañas contra las armas nucleares. Su crítica al régimen surafricano le costó la prohibición de entrar al país entre 1956 y 1995. Tras una breve visita a Rhodesia en 1956, también se le vetó la entrada en este país por la misma razón. Durante los últimos 25 años, Lessing ha vivido en la misma calle de pintorescas casas de ladrillo. Y siempre ha tomado parte activa en la vida del barrio.
En ocasiones se sienta a escribir en uno de los cafés de la zona, donde ambientó uno de sus cuentos de su obra London Observed, ha colaborado con la biblioteca y es cliente de West End Lane Books, la librería del barrio. "Es una mujer con mucho carisma. En ocasiones venía a leer a la librería, que se llenaba hasta los topes. Y también formaba parte de un club literario: hasta comentó con los otros miembros fragmentos de El Cuaderno Dorado", explica Jane May, empleada de la librería. En West End Lana Books también encarga la escritora sus lecturas y aunque en el establecimiento son reticentes a desvelar los títulos de sus lecturas para mantener la intimidad de su cliente, sí confirman que Lessing "lee mucho y muy variado. Es muy prolífica en sus lecturas y siempre está a la última. Lee obras de nuevos escritores europeos y gran cantidad de libros de no ficción".
Frida Kitchen, una de las vecinas que vive en la zona desde hace 30 años, se ha acercado a la casa de la escritora para dejarle personalmente en el buzón una tarjeta de felicitación: "Me alegro mucho por ella. Se lo merece. Es una dama excelente, y trabaja muy duro". En cambio, su vecina adolescente de la casa contigua, Chei Auguste, no se había enterado de la noticia. "¿Qué mi vecina Doris ha ganado qué? ¿Y qué premio es ese?, ha dicho sorprendida al salir a la calle. "Es una mujer encantadora, pero muy callada. Cada Navidades nos manda una felicitación. Tiene varios gatos y la veo cada mañana en el jardín dando de comer a los pájaros".
La obra de Lessing es amplia y aborda una gran variedad de asuntos, desde la cuestión de la identidad en culturas ajenas o la definición de salud mental y locura. Su escritura ha basculado entre la crítica social de sus primeros textos, considerados comunistas, como The grass is singing, las investigaciones psicológicas, como Los cuadernos dorados, y la incursión d ela ciencia ficción, como en la serie Canopus.
domingo, 7 de octubre de 2007
"La violencia sexual en Congo es la peor del mundo"
Tomado de El País
Cada día, diez nuevas mujeres llegan al hospital de la Bukavu, en la provincia de Kivu del Sur, al este de Congo, víctimas de sádicas violaciones que dejan dañados, en muchas ocasiones de manera irreversible, sus aparatos reproductivo y digestivo. "La violencia sexual en Congo es la peor del mundo", ha explicado a The New York Times el secretario general para los asuntos humanitarios de Naciones Unidas, John Holmes, quien califica de "terrible" el continúo aumento del número de violaciones, "la absoluta brutalidad y la cultura de la impunidad".
Según la ONU, el número de ataques sexuales durante 2006 en la provincia de Kivu, fronteriza con Ruanda, fue de 27.000, lo que supone una pequeña fracción de lo que sucede en todo el pais. El este de Congo sufre un nuevo período de violencia en el que los ataques hacia las mujeres han alcanzado niveles nunca antes vistos. "No sabemos por qué ocurren todas estas violaciones, pero una cosa es clara, su objetivo es destruir a las mujeres", afirma Denis Mukwege, ginecólogo del hospital de Kivu del Sur.
Las elecciones celebradas en Congo el año pasado no han logrado unificar el país ni dotar al Gobierno de la fuerza necesaria para controlar a las milicias rebeldes. El sistema judicial y militar apenas funciona. Muchas zonas del país, especialmente en el este, están fuera del control de las autoridades por lo que los civiles quedan a merced de grupos armados, que arrasan los pueblos y violan a sus mujeres.
Honorata Barinjibajwa, de 18 años, ha relatado al diario estadounidense cómo fue secuestrada de su localidad por los Rastas el pasado abril y convertida en esclava sexual hasta su liberación en agosto. La mayor parte del tiempo permaneció atada a un árbol y sólo la desataban para violarla. “Me siento débil, enfadada y no sé como volver a empezar mi vida”, protesta Barinjibajwa.
Según los testimonios de las víctimas, ha surgido un nuevo grupo violento, los Rastas, misteriosos fugitivos que viven en el bosque, llevan ropas brillantes y camisetas de Los Angeles Lakers, tristemente famosos por quemar bebés, raptar mujeres y destruir toda aquello que se cruza en su camino, informa The New York Times. Según fuentes de la ONU, los miembros de Rastas son parte de las antiguas milicias hutus que abandonaron Ruanda tras el genocidio de 1994.
La violación es ya un fenómeno social
“Va mucho más allá del conflicto”, explica Alexandra Bilak, que ha estudiado varios grupos armados en Bukavu y en las orillas del lago Kivu. Según Bilak, el número de mujeres violadas e incluso asesinadas por sus propios maridos se ha disparado y la brutalidad contra las mujeres es visto como “algo normal”, por lo que se ha convertido en un fenómeno social.
Sin embargo, muchos trabajadores humanitarios congoleños niegan que el problema sea social. “Si fuera así, esto habría sucedido mucho antes, argumenta Wilhelmine Ntakebuka, coordinadora de un programa de violencia sexual en Bukavu. Para Ntakebuka, la “epidemia de las violaciones” comenzó a mediados de los años 90, coincidiendo con la llegada de milicias hutus que escaparon de Ruanda después de exterminar a 800.000 tutsis.
Cada día, diez nuevas mujeres llegan al hospital de la Bukavu, en la provincia de Kivu del Sur, al este de Congo, víctimas de sádicas violaciones que dejan dañados, en muchas ocasiones de manera irreversible, sus aparatos reproductivo y digestivo. "La violencia sexual en Congo es la peor del mundo", ha explicado a The New York Times el secretario general para los asuntos humanitarios de Naciones Unidas, John Holmes, quien califica de "terrible" el continúo aumento del número de violaciones, "la absoluta brutalidad y la cultura de la impunidad".
Según la ONU, el número de ataques sexuales durante 2006 en la provincia de Kivu, fronteriza con Ruanda, fue de 27.000, lo que supone una pequeña fracción de lo que sucede en todo el pais. El este de Congo sufre un nuevo período de violencia en el que los ataques hacia las mujeres han alcanzado niveles nunca antes vistos. "No sabemos por qué ocurren todas estas violaciones, pero una cosa es clara, su objetivo es destruir a las mujeres", afirma Denis Mukwege, ginecólogo del hospital de Kivu del Sur.
Las elecciones celebradas en Congo el año pasado no han logrado unificar el país ni dotar al Gobierno de la fuerza necesaria para controlar a las milicias rebeldes. El sistema judicial y militar apenas funciona. Muchas zonas del país, especialmente en el este, están fuera del control de las autoridades por lo que los civiles quedan a merced de grupos armados, que arrasan los pueblos y violan a sus mujeres.
Honorata Barinjibajwa, de 18 años, ha relatado al diario estadounidense cómo fue secuestrada de su localidad por los Rastas el pasado abril y convertida en esclava sexual hasta su liberación en agosto. La mayor parte del tiempo permaneció atada a un árbol y sólo la desataban para violarla. “Me siento débil, enfadada y no sé como volver a empezar mi vida”, protesta Barinjibajwa.
Según los testimonios de las víctimas, ha surgido un nuevo grupo violento, los Rastas, misteriosos fugitivos que viven en el bosque, llevan ropas brillantes y camisetas de Los Angeles Lakers, tristemente famosos por quemar bebés, raptar mujeres y destruir toda aquello que se cruza en su camino, informa The New York Times. Según fuentes de la ONU, los miembros de Rastas son parte de las antiguas milicias hutus que abandonaron Ruanda tras el genocidio de 1994.
La violación es ya un fenómeno social
“Va mucho más allá del conflicto”, explica Alexandra Bilak, que ha estudiado varios grupos armados en Bukavu y en las orillas del lago Kivu. Según Bilak, el número de mujeres violadas e incluso asesinadas por sus propios maridos se ha disparado y la brutalidad contra las mujeres es visto como “algo normal”, por lo que se ha convertido en un fenómeno social.
Sin embargo, muchos trabajadores humanitarios congoleños niegan que el problema sea social. “Si fuera así, esto habría sucedido mucho antes, argumenta Wilhelmine Ntakebuka, coordinadora de un programa de violencia sexual en Bukavu. Para Ntakebuka, la “epidemia de las violaciones” comenzó a mediados de los años 90, coincidiendo con la llegada de milicias hutus que escaparon de Ruanda después de exterminar a 800.000 tutsis.
lunes, 1 de octubre de 2007
sangre
por Carlos Sánchez
Eran ríos de sangre. Lo vieron sus ojos de joven. Eran los cuerpos reventados destilando el líquido que corría por las aceras, por el pavimento. Daban vuelta en la avenida, otras tantas calles arriba, los cuerpos encimados en los cuerpos, estaban.
Eran jóvenes que necesitaban ser escuchados, eran la pasión defensa a ultranza de sus ideas.
Los vio con sus ojos que ahora rebasan los cincuenta años resistiendo el recuerdo. Dice ella que se llama Julieta Cárdenas, que hay una laguna en su mente, de ese tiempo, porque en la laguna de sangre se le perdió el control de su cuerpo, y la memoria se extravió también.
Ahora vive en el norte que es Sonora, lejos de su tierra, pero un estupor le hace presa cada vez que se acerca ese mes en el cual la luna es tan grande como la crueldad de ese día.
*****
En La plaza, la prosa es ilimitada en calidad y dolor. Luis Spota aguzado periodista narrador, cuenta esos días de sometimiento. Página 45:
--Batallón Olimpia.
Empezaron a gritar en coro, para hacerse oír en lo más nutrido del tiroteo:
--Batallón Olimpia, no disparen.
La sangre germinaba arrebatadora de sus vasos con la misma furia que fue encendida apenas un segundo antes de encontrar por dónde irse; sangre negra tendiendo a guinda, de las venas; sangre roja, rojo sangre, de las arterias; y era tanta la prisa de la sangre por lavar con sangre esa deuda de sangre, que de solo mirarla correr se le bajaba a uno la sangre de los talones, se le hacía a uno mala sangre, se le pudría, se le freía, daban ganas de gritar que la sangre llegaría al río, al río de sangre, no de excrementos, en la venganza que toda sangridad pedía.
Con el guante o pañuelo blanco en la mano izquierda pasaban continuamente, arrastrándose sobre los codos; no tenían al parecer manera de comunicarse con la tropa que abajo disparaba contra todo.
A nosotros / sólo nos extrañaba que tardaran / tanto en asesinarnos/
--¿Quién? ¿quién ordenó esto?
*****
Luego vinieron otros hijos que cayeron también. Los hijos mutilados por las piedras, por el silencio, por la oscuridad del recuerdo en que ahora los ven sus madres.
Es una de ellas doña Consuelo Murillo, la maestra del barrio, la que nos dio clases a los de las Pilas, la Matanza, la Hacienda de la Flor, el Cerro de la campana, la colonia San Juan.
Se retuerce aún en el dolor por los hijos idos, los mismo que le fueron arrebatados por la misma intolerancia. Suena su voz cansada, sus ojos en otoño, suenan como un río a punto de secarse, porque la alegría la opacó la angustia desde ese día que los del gobierno le decomisaron la sonrisa de sus hijos.
****
Ahora una canción se ha puesto de moda, y levantamos la cerveza mientras movemos nuestros cuerpos con alegría, festejando el ritmo y no la letra, ni el contenido. Rubén Blades quiso hablarnos del dolor; se nos fue el avión de la reflexión y trepados ahora en la embriaguez de felicidad coreamos todos “adónde van los desaparecidos” en la voz por demás insulsa de Maná. Porque somos revolucionarios en los billares, con el polvo entrando por la nariz. Somos disidentes de lo establecido, disidentes incluso de la conciencia. Destapamos otra cerveza, echamos otras monedas a la rocola. Es nuestra la revolución. ¡Que muera el maldito gobierno! Antes una línea más, un Marlboro blanco, el taco para encontrar la bola ocho. Los pies en el concreto, la moneda en el bolsillo, el reloj checador regocijado de nuestra puntualidad.
*****
Página 251, La plaza de Spota; fragmento:
...nos quedamos así, sentados a esperar, y a la diez de la noche volvieron los tiros sin que se supiera muy bien desde dónde tiraban... Las mujeres se aterrorizaron y empezaron a llamar a gritos, a pedir que les abrieran la puerta para poder refugiarse en su interior:
--Ábranos.
--Nosotros también somos mexicanos.
La puerta no se abrió jamás.
Eran ríos de sangre. Lo vieron sus ojos de joven. Eran los cuerpos reventados destilando el líquido que corría por las aceras, por el pavimento. Daban vuelta en la avenida, otras tantas calles arriba, los cuerpos encimados en los cuerpos, estaban.
Eran jóvenes que necesitaban ser escuchados, eran la pasión defensa a ultranza de sus ideas.
Los vio con sus ojos que ahora rebasan los cincuenta años resistiendo el recuerdo. Dice ella que se llama Julieta Cárdenas, que hay una laguna en su mente, de ese tiempo, porque en la laguna de sangre se le perdió el control de su cuerpo, y la memoria se extravió también.
Ahora vive en el norte que es Sonora, lejos de su tierra, pero un estupor le hace presa cada vez que se acerca ese mes en el cual la luna es tan grande como la crueldad de ese día.
*****
En La plaza, la prosa es ilimitada en calidad y dolor. Luis Spota aguzado periodista narrador, cuenta esos días de sometimiento. Página 45:
--Batallón Olimpia.
Empezaron a gritar en coro, para hacerse oír en lo más nutrido del tiroteo:
--Batallón Olimpia, no disparen.
La sangre germinaba arrebatadora de sus vasos con la misma furia que fue encendida apenas un segundo antes de encontrar por dónde irse; sangre negra tendiendo a guinda, de las venas; sangre roja, rojo sangre, de las arterias; y era tanta la prisa de la sangre por lavar con sangre esa deuda de sangre, que de solo mirarla correr se le bajaba a uno la sangre de los talones, se le hacía a uno mala sangre, se le pudría, se le freía, daban ganas de gritar que la sangre llegaría al río, al río de sangre, no de excrementos, en la venganza que toda sangridad pedía.
Con el guante o pañuelo blanco en la mano izquierda pasaban continuamente, arrastrándose sobre los codos; no tenían al parecer manera de comunicarse con la tropa que abajo disparaba contra todo.
A nosotros / sólo nos extrañaba que tardaran / tanto en asesinarnos/
--¿Quién? ¿quién ordenó esto?
*****
Luego vinieron otros hijos que cayeron también. Los hijos mutilados por las piedras, por el silencio, por la oscuridad del recuerdo en que ahora los ven sus madres.
Es una de ellas doña Consuelo Murillo, la maestra del barrio, la que nos dio clases a los de las Pilas, la Matanza, la Hacienda de la Flor, el Cerro de la campana, la colonia San Juan.
Se retuerce aún en el dolor por los hijos idos, los mismo que le fueron arrebatados por la misma intolerancia. Suena su voz cansada, sus ojos en otoño, suenan como un río a punto de secarse, porque la alegría la opacó la angustia desde ese día que los del gobierno le decomisaron la sonrisa de sus hijos.
****
Ahora una canción se ha puesto de moda, y levantamos la cerveza mientras movemos nuestros cuerpos con alegría, festejando el ritmo y no la letra, ni el contenido. Rubén Blades quiso hablarnos del dolor; se nos fue el avión de la reflexión y trepados ahora en la embriaguez de felicidad coreamos todos “adónde van los desaparecidos” en la voz por demás insulsa de Maná. Porque somos revolucionarios en los billares, con el polvo entrando por la nariz. Somos disidentes de lo establecido, disidentes incluso de la conciencia. Destapamos otra cerveza, echamos otras monedas a la rocola. Es nuestra la revolución. ¡Que muera el maldito gobierno! Antes una línea más, un Marlboro blanco, el taco para encontrar la bola ocho. Los pies en el concreto, la moneda en el bolsillo, el reloj checador regocijado de nuestra puntualidad.
*****
Página 251, La plaza de Spota; fragmento:
...nos quedamos así, sentados a esperar, y a la diez de la noche volvieron los tiros sin que se supiera muy bien desde dónde tiraban... Las mujeres se aterrorizaron y empezaron a llamar a gritos, a pedir que les abrieran la puerta para poder refugiarse en su interior:
--Ábranos.
--Nosotros también somos mexicanos.
La puerta no se abrió jamás.