domingo, 30 de septiembre de 2007

Ricardo Salazar, fotógrafo


Víctor Núñez Jaime (La jornada semanal)

Con su cámara Roliflex al hombro, Ricardo Salazar asistió a una comida ofrecida por el periódico Novedades a sus colaboradores. Era la época de esplendor del suplemento México en la Cultura , dirigido por Fernando Benítez. Los contertulios estaban reunidos en un hotel del centro de Ciudad de México. De pronto, alguien le avisó a Salazar que entre los presentes se encontraba Gabriel Zaid (a quien no le gusta ser fotografiado), y ya se disponía a retirarse. Mientras Zaid se despedía de sus compañeros, Salazar se adelantó a la salida. Entonces, al pie de unas escaleras, cuidándose de no ser visto, el fotógrafo disparó su cámara. El clic pasó inadvertido y se obtuvo así una de las poquísimas imágenes del poeta y devastador ensayista cultural. Al otro día la foto se publicó.
Poco tiempo después, en la entrada de El Colegio Nacional, Zaid se encontró a Salazar y, enojado, casi a gritos, le reclamó por la fotografía que le había tomado en aquella ocasión. “Supuse que comenzarían los trancazos y tendría que defenderme”, recordaría muchos años después Ricardo Salazar en una entrevista con Alejandro Alvarado. Pero, en ese momento, el elevador se abrió y de él salieron cinco escritores muy amigos de Salazar, entre ellos Salvador Elizondo, y lo saludaron efusivamente. Al darse cuenta de esto, el autor de Cómo leer en bicicleta desvaneció su coraje.
Para ese entonces, Ricardo Salazar ya había elaborado parte (quizá de manera inconsciente) de su crónica gráfica del acontecer cultural y en especial de la vida literaria del México contemporáneo. Desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado, en la Revista de la Universidad de México , “Emmanuel Carballo le pedía fotografías de los escritores y artistas de diversas generaciones, de hacedores de la cultura mexicana en pie, desde los más viejos hasta los más jóvenes, y de este y el otro sexo y el de más allá, y ya fuesen escritores o pintores o escultores o músicos o científicos o ya intelectuales inclasificables, etcétera, y Ricardo Salazar salía disparando a todos los puntos cardinales y a todos los domicilios de la ciudad, y a las salas de conferencias, de exposiciones, de cocteles, y a los cafés y a los bares y las cantinas y los restaurantes y las calles y las plazas, etcétera, para disparar con la cámara a los susodichos, fotografiándolos, clic y clic y más clics…”, escribió José de la Colina en el suplemento cultural Laberinto en noviembre de 2003, dos años y medio antes de la muerte del fotógrafo.
En Guadalajara, Salazar era uno de los habituales en las tertulias del Café Apolo en donde se reunían escritores y artistas, entonces noveles, que hacían la revista Ariel , entre ellos Alfredo Leal Cortés (novio de Pina , hermana de Ricardo) y Emmanuel Carballo. Cuenta este último que en aquel entonces a Salazar lo apodaban Lolito , “ya que sus fotos en algo nos recordaban a las de Lola Álvarez Bravo, la única influencia realmente importante en la vida profesional de Ricardo”.
En los inicios de 1953, Salazar se trasladó a Ciudad de México. Carballo dice ahora con precisión el porqué de ese viaje: “En Guadalajara, Ricardo Salazar violó a una muchacha y la embarazó. Entonces fue a platicar conmigo y yo le ayudé a que cometiera una vileza y se viniera a vivir a Ciudad de México. Pocos meses después, yo también vine a la ciudad con una beca del Centro Mexicano de Escritores. Pronto trabajé en Difusión Cultural de la unam y llamé a Ricardo para que fuera nuestro fotógrafo.”
Las órdenes de trabajo de Salazar consistían en retratar a escritores, ya fueran jóvenes principiantes o consagrados. Recorría las salas de redacción de publicaciones como Novedades , Siempre! y años después unomásuno y Vuelta . Y también se iba a esas otras “salas de redacción” que suelen llamarse bares y cantinas. Se reunía con sus amigos (Efraín Huerta, Jaime Sabines, Rubén Salazar Mallén, Jesús Arellano –quien le dedicó un poema: “Barbas para desatar la lujuria”– entre muchos otros) en el Salón Palacio y otras cantinas por el rumbo de Bucareli para departir con ellos y, al mismo tiempo, recoger con su cámara esas sesiones.
Alto, flaco, barba de candado crecida, anteojos grandes, pelo negro engomado, muchas veces de camisa y traje pero sin corbata, Salazar “fusilaba con la cámara” a sus personajes cada vez que se los encontraba. Su cámara era una más de sus partes vivas.
Conforme pasó el tiempo, Salazar acumuló cientos de imágenes. Se trata de rostros de hombres y mujeres quienes, solos o integrados a un escenario o paisaje, expresan su soledad, su amor por el trabajo, su desconcierto, su esperanza, su amistad, su inteligencia o hasta sus deslices. De esta manera, quedaron congelados los rasgos, los gestos, las actitudes de los principales exponentes de la literatura mexicana. La cámara de Salazar aguardó, rastreó, descubrió los secretos de una figura o un rostro, hasta arrancarle su expresión más profunda.
Son fotos que constituyen lo inmediato y lo lejano de los personajes de la literatura mexicana, luces que iluminan un instante y lo aíslan antes de extraviarse en el caudal vertiginoso del tiempo. Varias de esas imágenes se han quedado para siempre en nuestra retina: Arreola frente al tablero de Ajedrez, Reyes en medio de su capilla alfonsina, Elena Garro bailando, Agustí Bartra en la salida del viejo edificio del Fondo de Cultura Económica, Elena Poniatowska sonriente a los veinte años de edad, Siqueiros en Cuernavaca poco después de salir de la cárcel, Max Aub frente a los micrófonos de la radio universitaria, el Dr. Alt montando en un burro mientras observa los ríos de lava del volcán Pihuani, en Jalisco, Carlos Valdés, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos y Juan García Ponce en el décimo piso de la torre de Rectoría, por citar sólo unas cuantas. Varias de esas series fotográficas permiten ver cómo ha evolucionado la vida o la carrera de cada escritor. Salazar les tomó “la primera foto conocida”, “la foto de la suerte” o, de plano, “la foto clásica”.
Después de innumerables clics, de revelar varias de sus imágenes en el cuarto oscuro de su antiguo departamento de la avenida Colón en Mexicaltzingo y luego en el de Chapultepec; de elaborar, cuando así se lo requerían, estudios fotográficos de figuras de la cultura para sus “egotecas”; de recorrer los centros culturales, casas y caminos de Ciudad de México y otras partes del país, rescatando escenas, historias, referencias, Salazar se acercaba a los editores de las publicaciones culturales. De la Revista de la Universidad se iba a México en la Cultura de Novedades , posteriormente a La Cultura en México de Siempre! Tiempo después a Plural , a Vuelta , a El Semanario Cultural de Novedades , a Sábado de unomásuno .
“Vi a Ricardo innumerables veces en casi cincuenta años, porque me mandaba fotos para el Sábado de unomásuno , a través de Víctor Villela, quien sabía cómo dar con él. Le pedías determinadas fotografías de escritores y te traía un montón extra y te las dejaba “para cuando se ofrecieran”, insistiendo siempre en que “algún día” le pagáramos sus derechos. Nadie le pagaba o, si lo hacía, se le daba una miseria. No hay revista o suplemento cultural que no haya utilizado fotografías de Salazar, tantas o más que de su contlapache Héctor García”, expresa Huberto Batis.
Ese conjunto de imágenes es una sucesión icónica que, como un río, fluye por un lecho, desde una época remota a otra más reciente. La cantidad de retratos que circula por ese caudal de tiempo, ha arrebatado caras y hechos a su fluir. Ha soportado tormentas y crecidas para no evacuar o desbordar su contenido de vital importancia para los literatos. De ahí que para su conservación y manejo sean necesarios ciertos cuidados.
Apenas hace unos meses, diez cajas con rollos fotográficos, negativos de 6 x 6 cm, de 35 mm y transparencias de 120 mm, con innumerables tomas de distintos personajes, permanecían hacinadas en un rincón de la pequeña vivienda en donde Salazar pasó sus últimos días: el departamento 7 del edificio c , en la calle Avena núm. 110, colonia Granjas México.
Allí, entre montones de periódicos, revistas, ropa, libros y trastes, estuvieron durante años, apretadas, expuestas a la humedad y al polvo, las cajas con los rollos y negativos de las fotografías de Salazar. No obstante, varias imágenes, sobre todo las de escritores, habían sido clasificadas por nombre y fecha, y guardadas en sobres de papel bond por el propio Salazar y su esposa, Yolanda Álvarez de la Cadena, actriz de teatro, con quien procreó dos hijos: Ricardo Iván y María Ondina.
Cuenta Ricardo Iván que él no siguió los mismos pasos que su padre. Sólo le ayudaba a tomar y revelar algunas fotos. Y desde hace siete años, cuando a Ricardo Salazar le dio una embolia y posteriormente le amputaron la pierna izquierda, en el hospital Morelos del issste , Ricardo Iván permanecía junto a su papá para atenderlo en lo que hiciera falta.
Postrado a ratos en una silla de ruedas o en su cama, Ricardo Salazar vivía de su austera pensión, que recibía por haber trabajado en la Universidad Nacional, y pasaba los días con sus libros, periódicos y sobre todo con su televisión. De vez en cuando recibía alguna visita, principalmente de sus ex compañeros de trabajo y su hija Ondina y sus nietos.
En octubre de 2004, el fotógrafo jalisciense tenía ochenta y dos años y una invaluable obra fotográfica por haber sido, durante medio siglo, el fotógrafo de nuestros autores. El vestíbulo de la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario de la unam albergó su última exposición.
Para la muestra se utilizaron más de cincuenta fotografías seleccionadas por la fotógrafa Claudia Cabrera, la archivóloga Julieta Rivas y Angélica García, investigadora del Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), quien había contactado a Ricardo Salazar con la intención de obtener fotografías para ilustrar un libro sobre el teatro de Juan José Gurrola y luego otro, preparado por el citru , acerca del grupo Poesía en Voz Alta.
José de la Colina atribuye que el archivo ha pasado inadvertido a la costumbre de Ricardo Salazar: mirar a los demás pero no a sí mismo. “Así como Ricardo fue generoso con su cámara –señala el autor de La tumba india –, no fue generoso con su archivo. Regalaba fotos pero parecía no preocuparse por su increíble maremágnum de fotos. Ricardo fue excepcional con su gran ojo fotográfico. Pero no tuvo ninguna vanidad de artistas, sólo disfrutaba hacer sus fotos como un carpintero disfruta hacer sillas. Simplemente vivía al momento, de lo que le pagaban por la foto publicada, que era muy poco.”
El 29 de abril de 2006 fue sábado. Hacía dos días que Ricardo Salazar Ahumada había cumplido ochenta y cuatro años de edad y poco más de seis años que persistía en cama y silla de ruedas debido a la embolia que sufrió. También estaba enfermo de diabetes. Había permanecido en el hospital, prácticamente inconsciente, durante el último mes y medio. Según los médicos, la mitad de su cerebro estaba muerto. “Ya no permití que le hicieran algo más, lo trajimos a la casa, pero sólo nos duró cinco días y le dio un infarto cerebral que le quitó la vida”, cuenta su hija María Ondina.
Ninguna autoridad cultural lamentó entonces la muerte del fotógrafo. “No hubo siquiera una esquela, seguramente por ignorancia. Pero Ricardo Salazar es uno de los personajes de nuestra cultura a quien el tiempo le dará un lugar notable en tanto cubrirá de olvido a las insensibles y estúpidas autoridades del Conaculta, para las cuales siempre pasó inadvertido”, escribió José Luis Martínez en El santo oficio, su columna en Milenio semanal , quien en los últimos meses ha recatado del olvido varias fotografías de Salazar en la sección Instantáneas distantes, del suplemento cultural Laberinto de Milenio diario .
La indiferencia fue tal que, incluso, varios escritores consultados para este reportaje no estaban enterados de la muerte de Salazar. “Me hubiera encantado acompañarlo en sus últimos días y acudir a su sepelio. Pero no supe cuándo murió”, dice Emmanuel Carballo. “¿Ya murió?... No sabía”, comentó con sorpresa Alí Chumacero, al igual que la fotógrafa Paulina Lavista: “No me había enterado de que Ricardo Salazar ya murió.”
Los restos mortales de Salazar “fueron depositados en una cripta de la Basílica de Guadalupe”, agrega María Ondina, quien hace unos meses, a bordo de un taxi, llevó el archivo fotográfico de su padre a las oficinas de Difusión Cultural de la unam . Así, se confirió a la Universidad Nacional el derecho de utilizar el acervo fotográfico con fines académicos y culturales, pero no lucrativos. L a Coordinación de Difusión Cultural se está ocupando de conservar, restaurar y difundir el material. El contrato de depósito lo formalizó el coordinador de difusión cultural, Gerardo Estrada. “No es un donativo ––aclara el funcionario–, pero obtuvimos la autorización de los familiares para trabajar en el ordenamiento. La idea es que el archivo quede depositado aquí por unos meses y después la familia decidirá qué hacer con él… y si obtenemos la autorización de la familia, podríamos digitalizarlo para que no se vaya a perder.”
En espera de que se cumplan esos propósitos y así la justicia post mortem le llegue a Ricardo Salazar, sus fotos de caras y hechos arrebatados al fluir del tiempo seguirán cobrando existencia cada vez que alguien las vea y las recuerde, aunque no piensen en su autor, pues siempre hay ese espacio en donde el espectador entra en la placa, se vuelve parte, cómplice de una imagen que ya jamás se alterará ni volverá a ser tangible en todas sus dimensiones, y pasará a formar parte de su memoria, de nuestra memoria. Porque “nadie –dice José de la Colina–tiene un archivo icónico de toda la literatura mexicana como él. Ahí estamos todos los representantes de la literatura mexicana del segundo medio siglo xx , desde los grandes hasta los pequeños. El que no está ahí es porque era un falso escritor o porque era una pura ilusión, un ectoplasma que no salía en las fotos.”

martes, 25 de septiembre de 2007

Melodrama citadino

Me revientan los ojos. Veo a lo lejos un disparo de humo que brota del vientre de la ciudad. Es la impotencia, la rabia, el cansancio de la raza. Tanta maroma cansa. Tanto ondear del sombrero del señor gobernador anunciando el progreso retrógrada. La voz que es el cuerpo atora la circulación a un costado del tianguis del Palo verde. Es la impotencia por la imposibilidad de avanzar hacia el trabajo, la escuela, los hogares. Es la manifestación.
Si todo lo hubieran dejado como estaba. Si la ambición de unas cuantas monedas más no fueran la fijación del gobernante, si el poder no tuviera como títere al político, la vida seguiría fluyendo. La ciudad seguiría su curso de robot apasionado. Tendríamos todos la máscara de ciudadano feliz. Y la palabra SUBA no significaría un cuento de terror. (carlos sánchez)

“Me gusta convertir el recuerdo en un mito... un cuento que contar a los demás”


“Nunca, pero nunca he logrado dormir antes de un rodaje. El corazón late muy fuerte, dan ganas de levantarse y empezar a rodar en ese mismo instante. Pero en el cine uno tiene que ser muy paciente”.

La cineasta María Fernanda Galindo y un fragmento de su guión de vida


Carlos Sánchez
Hermosillo.- Es la plaza Emiliana de Zubeldía. Es el sol poniéndose visto desde el umbral de la Universidad de Sonora. Hay árboles alrededor, algunas bancas que prestan su cuerpo a la actitud crapulosa de quienes nada tienen que perder. Hay pasto y sobre él nosotros. Hay tema de conversación y es el arte como oficio.
Es María Fernanda Galindo el cine corriendo por las venas. Es la búsqueda, el encuentro, la pasión como argumento para vivir el guión de su largometraje que es la vida.
Si las hormigas se pasean por sus pies en ese momento, por su mente caminan las escenas de ese encontrarse con el cine. Y comparte lo vivido. ¿Qué prefiere entre esa línea invisible que es el corto o largometraje? María parla jugando entre sus manos un verde hierba reflejado en sus ojos.
“Son géneros distintos, cada uno cuenta las cosas de diferente manera. En todo caso depende del momento. A mí me pasó que empecé escribiendo un guión de cortometraje y ahora se convirtió en largo. Me gustan los dos, cada uno en momentos distintos, tanto para escribir como para ver”.
Hay carretas de hot dogs. El tráfico en la arteria mayor de la ciudad. Hay más motivos para la charla. Es el cine todo. Y la sensación de rodar un guión tiene significado en María, quien lo describe.
“El primer corto que rodé fue la adaptación de un cuento de mi autoría que se llamaba Te busqué. A partir de ese texto hice la adaptación a un guión de cortometraje que se llamó La ruda. También lo produje, pero no lo dirigí. Fue mi primera experiencia como guionista y productora y fue un desastre, pero por fortuna las cosas salieron. En ese caso la sensación de rodar un guión, fue, por un lado la emoción de que la historia imaginada se encarnara en los actores –que además eran un gran reparto: José María Yazpik, Gabriela Canudas y Jesús Ochoa- pero por otro lado mi atención estaba alrededor del rodaje, en la realidad, en las cosas que tenía que controlar en cuanto a la producción. Tiempo después, en Madrid, se rodó otro guión mío de cortometraje. Teníamos que hacerlo en un día. La sensación fue angustiante, porque además yo era la script, que en cine es quien se encarga de la continuidad. Se llamó Rituales. El director no tenía mucha experiencia y no supo cómo capturar los detalles que en mi guión eran importantísimos, eran los que hacían la historia y finalmente se le escaparon. La presión del tiempo tampoco ayudó mucho. Ya nos habían advertido de la dificultad del guión y el riesgo de su realización. Así que el rodaje fue un tanto desesperante, aunque siempre existe esa emoción de ver que las historias imaginadas adquieren realidad. Y lo mejor es que mucha gente está detrás de la cámara enfocada en esa realidad de la ficción que uno escribió durante muchas horas”.
Hay una especie de letargo en la ciudad, tal vez por el calor que rebasa los 45 grados. Atrás de nosotros está el edifico de Museo y Biblioteca, los talleres de música y teatro.
Las ideas de María están puestas en el oficio. Hay ahora un recuento sobre el cómo y por qué elegir una carrera donde se antepone la pasión, la honestidad, el alma.
“La pasión es el motor que a veces no te deja dormir y que definitivamente no me ha dejado hacer otra cosa en la vida que no sea esto. Es como un ruidito que te persigue. Lo siento en el cuerpo. Es agradable y angustiante. A veces me pregunto por qué no elijo ser una persona “normal”, sobre todo porque la materia con la que yo trabajo en la escritura, por ejemplo, es mi propia vida. Hago mucho ejercicio autobiográfico para crear. Me doy unos clavados profundos al pasado, mi infancia, escarbo en cada cosa que he vivido, en el por qué de cada circunstancia. No creo que esto lo haga una persona “normal”, porque no tiene sentido si no es para convertir toda esa materia en arte. Es obvio que esto también se hace en el psicoanálisis, escarbar en la vida de uno. Me gusta convertir el recuerdo en un mito, una historia que le da sentido a mi vida, un cuento que contar a los demás, en donde los demás puedan ver algo de sí mismos. Yo no encuentro otra forma, es una necesidad. Y aquí, por ejemplo, entra la honestidad. Uno no puede engañarse a sí mismo cuando escribe, porque en algún momento la historia o algún personaje voltea a verte a los ojos y te grita que estás mintiendo. La verdad siempre canta. La verdad se revela por sí misma”.
En la plaza está el sonido de los claxon, el ruido enérgico en los pasos de los estudiantes que desfilan al reencuentro de sus hogares. Es casi de noche y sobre la noche previa a un rodaje ocurren cosas en la mente de María.
“Nunca, pero nunca he logrado dormir antes de un rodaje. El corazón late muy fuerte, dan ganas de levantarse y empezar a rodar en ese mismo instante. Pero en el cine uno tiene que ser muy paciente”.
--¿Qué te ocurre en las venas?
Pues si pensamos que las venas es lo que está debajo de lo visible, en las venas ocurre toda mi vida. Soy una persona que vive mucho hacia adentro. Una vez un amigo andaluz definió mi personalidad en una frase. Dijo que tenía un mundo interior muy poderoso. Hasta ese momento yo no había percibido que fuera así, o tal vez creí que era muy normal ser así.
--¿Existe el insomnio?
¡Existe durante la noche previa a un rodaje, sin ninguna duda!
--¿Cuál es la película o el corto que te interesa escribir, producir?
Estoy escribiendo un largometraje y también quiero producirlo y dirigirlo. Pero ya tengo otro perfectamente claro, para el cual tendré que hacer mucha investigación. El primero es más autobiográfico. Es uno de esos casos que te mencionaba antes, donde tengo que sumergirme en mi historia personal. El que planeo es un reto nuevo y distinto, porque trata de la vida de un personaje histórico.
--¿Qué te seduce más, la sugerencia o la elocuencia?
La sugerencia, definitivamente. Pienso en cualquier creación: teatro, cine, danza...hay grandes sugerencias que pueden hacer que se te mueva el piso, que comprendas algo perfectamente. De hecho yo creo que la mejor manera de comprender es a través de la sugerencia. Cuando las cosas son demasiado evidentes es más fácil ignorarlas.
--¿Si tuvieras que escribir un guión sobre tu tierra, Sonora, qué escribirías y por qué?
Escribiría una película sobre personajes adolescentes marginales que crean su propio mundo en medio del mundo cotidiano que se da en la ciudad de Hermosillo. Una historia en la que se muestren los contrastes que se dan en esta ciudad, que son muchos. Eso en medio de este paisaje desértico tan apabullante, con estos atardeceres capaces de generar toda una mística. En resumen, explorar la magia alrededor de lo más cotidiano y simple.
--El sol en esa resistencia de doblegarse ante la tarde, magnifica la intensidad de su luz. Hay un naranja que se cae de lila estrellándose en las paredes del Museo. María, mientras tanto, observa, huele, siente, respira cine. Y vuelve su mirada hacia adentro para revelarse la vida.

sábado, 15 de septiembre de 2007

claudicar


el óxido entró hasta el pecho. pude ver la derrota, el claudicar involuntario del metal que antes fuera un barco. me recordó al alción de la última escala del tramp stemer. comprender el dolor de mutis vino en ese instante. se abotagaron los ojos. repartí el filo de la herida para con los asistentes a la presentación de señales versos, allá en el instituto tecnológico de guaymas. me abrazaron todos con preguntas, comentarios inquietos en el deseo de saber. me abrazaron después la pina y el bruno, la laura y el manuel, la claudia. me llevaron de la mano por ese puerto donde la violencia es constante. paradoja porque la solidaridad rebasa. son sus habitantes un ancla en la necesidad de volver. está el color del óxido dentro de mis ojos. inclinada la posición de lo que antes fuera un barco que no termina de ahogarse. está cortando la respiración desde ese encontronazo. continúa el estruendo. la carretera y la música nada han podido hacer para amainar la crueldad de la deserción de la vida. hay un barco que me enseña el camino por donde voy. sé que pronto lo alcanzaré. (carlos sánchez)