por carlos sánchez
Me lo envió una amiga que vive en el norte. Lo acaricio ahora contra mi pecho. Luego lo alejo unos centímetros para que de mi voz escuches ese poema de la página veinticinco. Trepo en una azotea porque sé que te gusta estar cerca del cielo. Y es como estar cerca de vos.
Ayer recordaba esos días de caminar la ciudad, de mirar los gatos trepados en la orilla de las bardas malabareando el instinto. Nunca has visto derrapar un minino sobre las piedras del cerro. Preguntabas. Y respondías. Nunca podrás verlo, eso sólo me ocurrió una vez, cuando aquel gato dolorido perdió el equilibrio y dio volteretas como una bolsa impulsada por el viento.
Supe que el descontrol del gato lo provocó el infarto masivo que su amada sufrió después de que las llantas de una motocarro le aplastara las patas. Vi cómo en su desesperación lamía sus ojos. Sufrió el impacto de la muerte y de mi vista al toparme con sus ojos. Sentí el filo de su mirada como un cuchillo abriendo mis párpados.
Me lo contabas como niña divertida, con la emoción agitándote el pecho.
Veo ahora la portada de este libro, amarillo en color como esas puestas de sol que descubríamos por la tarde cuando caminábamos alrededor del manicomio.
Por qué te gusta tanto este lugar, te preguntaba. Y la respuesta la repetías mecánicamente. Porque adentro está la paz que no tenemos los que habitamos afuera. Oíamos gritos de alegría mientras las papas fritas llenaban nuestras manos, nuestras bocas.
Dibujo con palabras esos versos rayando las hojas de la página veinticinco:
Hasta más no poder estoy colmado / con cada cosa tuya. / Soy el sitio a donde llegas a diario a visitarte: / a encontrarte contigo...
Leo para tus oídos como si supiera que la paloma que aletea por encima de mi cabeza te hará llegar mi mensaje. Sé que si el deseo bombea ese tibio paseo por mi pecho y hacia el vientre, sabrás que estoy leyendo ahora para ti. Viviendo para ti. Respirando por ti.
Encontrarte fue dar de sopetón con la vida. Tus pasos con pantalones flojos me lo advirtieron. Es la holgura la evidencia de la sencilla razón de ser, lo que eres.
Tenías trenzas mal hechas. Y los labios descoloridos. Sabiendo que la elegancia no es lo tuyo vivías. Me lo enseñaste todo con tus pasos de tenis desabrochados, de pantalones roídos.
Tarareabas una canción y a intervalos repetías un verso que hablaba de niños besándose. Bailabas de improviso dejando marcas en la tierra. Tenías negras las uñas, porque ayer jugué con chapopote, decías.
Hay esas imágenes, esos recuerdos. Tostadas con chile en tus dientes. Una pelota de esponja y tres piedras para inventar el juego de las manos ágiles.
Doy vuelta a la página y leo en voz baja. La desesperación me traiciona y me pone en cobarde encabronamiento. No puedo llenar el cajón del olvido simulando que nada importa. Tengo el corazón tatuado con tus ojos. Y estos versos certeros golpean sin cesar:
Esta mañana / como tu voz y tu silencio eran / todo lo que escuchaba; como habías / dejado en mí una lumbre y un secreto, / quise escribirte las palabras / que escuchas que te leo. / Ya las conoces: son palabras tuyas.
Ay este Rubén Bonifaz Nuño me convoca al revolcón en la arena como ese verso de su pez. Alzo la luz de mi rostro para encontrar el azul nebuloso. El deseo inevitable es trepar, viajar, llegar. Donde estás es un brinco que no alcanzo.
Sentado en esta cornisa de azotea me va el sentido hacia la búsqueda otra vez. Porque qué tan niña siempre ardes a borbotones y ni el dormir te puede apagar.
Sé, conozco, entiendo las necesidades y el marcharte abrupto de tu barrio que es el mío. Para volver a ese sitio al que rodeábamos por la tarde. Sabías que esa sería tu casa. Te lo pregunté algunas veces. Vengo para con ellos porque me dan la paz, repetías mecánicamente. Ahora lo confiesas en silencio, con tu ausencia. Y ya nadie me trae razón de tus ojos, aquellos que olvidaste arrancar del corazón que ahora te reclama.
La venganza es para conmigo. Porque ya la historia de gatos volando como bolsa entre el viento no será más el motivo para recordarte. Quiero antes de usar el último verso repetir la frase aquella que me susurraste al oído por vez última: vos por favor no te vayas.
Y ante este libidinoso espanto crepuscular, hundiré en mis venas el verso filoso del poeta. Que sirva de arma en el parto de esta vida que lleva tu nombre.
una luna... lunita...
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