viernes, 25 de abril de 2008
antes
por carlos sánchez
Te gustaba cantar en mi ventana. Llegabas con aliento a madrugada. Con ojos de horizonte.
Sabías mi piel de otoño. Nunca antes nada te incitaba la risa tanto. El movimiento de mis manos torpes. La angustia feliz prendida de mi rostro al mirar los cordones de tus tenis aflojándote los pies. Sabía que te acostarías en la alfombra. Inmóvil quedarías, con el mismo tono de respiración el resto del día, completando las horas de construcción en tu energía para las horas venideras.
Despertabas con el pelo siempre frágil cayéndote en los párpados. Disfrutaba el pez de tu boca con la ansiedad del agua, en la urgencia del cuerpo inmerso en la regadera.
Te vía escurriendo la casa que es mi cuarto donde te busco ahora al través de la misma ventana.
jueves, 24 de abril de 2008
Y la danza está
Un desierto para la danza 16 llega a su fin este viernes 25 en Hermosillo, Sonora, después de 11 funciones en tres municipios de Sonora (Cajeme y Navojoa, como subsedes) y la presencia de cientos de jóvenes y adultos en el Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura de Sonora.
Con la circulación diaria de una hoja doble carta llamada Proscenio, palabra inmediata, los asistentes a la danza en la capital sonorense, tuvieron la oportunidad de leer críticas y comentarios de especialistas y público en general al día siguiente de cada función.
"Lux Boreal tiene como cimiento la trayectoria de Delfos, compañía de danza sinaloense. Ángel Arámbula dirige, baila y crea. Coreógrafo cuyos sensores encendidos engulle la influencia de la ciudad, la cotidianeidad", escribieron los encargados de la palabra en esta edición 16 de un encuentro esperado por muchos.
Y así las miradas y la palabra fluyó con la presentación de Aldo Siles y Codanza (México-Cuba); Lux Boreal (México), Producciones la lágrima (México); Knua Coreography (Corea); Virpi Pahkinen (Suecia); Antares y Delfos (México) y Margarita Danza Aquí (México).
A la circulación de Proscenio (edición del ISC), se unieron las páginas electrónicas del Instituto Sonorense de Cultura: isc.gob.mx y andante26.com, portales que ofrecieron una galería de imágenes que se actualizó diariamente, así como las letras de la hoja diaria en formato pdf.
La danza contemporánea puso en revolución la agenda cotidiana de los hermosillenses; en Navojoa y Cajeme la respuesta mejora con la inspiración que otorga lograr teatros llenos de personas ansiosas de ver y gozar el arte en movimiento.
Este 25, Margarita Danza Aquí, dirigido por David Barrón. Cada uno de sus integrantes, anfitriones de Un desierto para la danza 16, cierra este ciclo del Desierto, en vísperas de la celebración del Día Internacional de la Danza el próximo 29 de abril. En Cajeme, la fiesta será el 27; Hermosillo la celebrará el mismo 29 con decenas de bailarines en la Plaza Hidalgo a partir de las 11:00 horas.
lunes, 21 de abril de 2008
abril veintiuno
amanezco con la imagen de mi padre en muerte lapidaria. lo devoraron los del barrio. por celos. por su risa inquebrantable. despavilo y el llanto de mi madre provoca el dolor de mi hermano. los abrazo. no tengo más que el consuelo de despertar y saber en el calendario que mi padre hoy hace diez años que vive debajo de la tierra.
Oficio y felicidad
Por Carlos Sánchez
Viste pantalón de mezclilla y calza Converse blancos. La sonrisa en su rostro es perenne. Baila desde adolescente. Eligió estudiar preparatoria en CEDART al sentir que los mesabancos le apretaban el cuerpo.
Nadia Rodríguez estudia ahora la licenciatura en Artes Escénicas en la Universidad de Sonora. Y es la emoción de la danza todas las horas de todos los días. Baila con producciones La lágrima. Y pisa el Desierto para la danza.
Las fotos, dicen, son injustas, porque nos muestran sólo un instante, en esta ocasión la imagen es fiel: la sonrisa otra vez pendiendo del rostro: evidencia de vivir haciendo lo que se ama.
Nadia es un pez en el umbral de la Casa de la Cultura. Juega siempre en el diálogo, y en el instante previo de conversar ante la grabadora, analiza la función recientemente vista.
“Al observar la danza, en ocasiones la sensación es de motivación, otras veces de tristeza. Eso es dependiendo de la función”, dice Nadia.
¿Y cuándo eres la protagonista en escena, qué ocurre después?
Como bailarina nunca estás conforme con tu trabajo, luego que te ves en video, y eso espero, de volada ver el video para ver cómo trabajé y qué me hace falta para mejorar.
¿Cuántas veces al día viene a ti la danza?
Todo el día.
¿Por qué la danza?
Desde pequeña estuve en gimnasia, ya conforme estuve en la secundaria dije yo, no puedo estar sentada en un banco y entré al CEDART, ahí conocí bien la danza, aunque estuve desde más chica con la maestra Alba Clara en los talleres, fue en CEDART que entré más de lleno a la danza y me gustó expresarme por medio del movimiento, hablar con el movimiento, así empecé. Y después me fui directo a la licenciatura.
¿Cuál es la hora del día que más disfrutas?
La hora de clase, técnica de ballet y danza contemporánea, y la hora de la comida, cuando llego a tener.
¿Qué experimentas cuando escuchas tercera llamada?
Son unos nervios incontrolables, muy padres, y ya quiero salir a escena, sobre todo porque no aguanto los nervios.
¿Qué otras disciplinas artísticas te nutren?
El teatro me aporta mucho sobre todo ahora que vamos a iniciar con una obra, ahí he estado conociendo mucho y me ayuda para la danza; la música, ni se diga, no puedo dejar de escuchar música. Más que nada esas dos disciplinas.
¿Crees que la danza tenga que aportar algo socialmente?
Sí. De hecho así se empezó en Hermosillo, con Truzca, sus temáticas en las coreografías decían algo, sobre todo del rollo político, y varias coreografías que se han presentado en Hermosillo tienen esa intención, ya sea de quejarse o demostrar o simplemente contar algo que haya pasado en la historia.
¿Qué implica bailar en el Desierto para la danza?
Es una responsabilidad muy grande porque es un evento internacional, donde te estás topando con algo que no vez a diario, es también una emoción muy grande, que se goza.
¿Qué esperas para mañana (hoy) cuando bailes?
Espero una buena función, sobre todo, y gozarla, no dejar de jugar nunca, eso es lo que espero.
Nadia otra vez en la risa, la conversación con los amigos, el manifiesto de amor en la mano que la estrecha y le acompaña. Nadia otra vez la clara evidencia de la felicidad porque se vive amando el oficio. Y se ejerce. Bailar.
domingo, 20 de abril de 2008
Equilibrio emocional
Por Carlos Sánchez
Ordenar la vida. Prever los años sucesivos. Acatar las reglas del juego. Intentar el equilibrio. Soportar la zancadilla. Tolerar la patada en el vientre. El rasguño en el alma. La violencia discreta. El puño en el riñón. La rabia en el hígado.
Correr tras los objetivos mientras una luz desciende del escenario. Hacer como que nadie sabe nadie supo.
Las imágenes fluyen a través de las oraciones de esa dama puesta en la esfera que es la vida, el mundo. El ritmo de la violencia tiene el sonido en las plantas de los pies, en los dedos, en la fortaleza del músculo que reprime la corriente del río que es la niña, adolescente, joven, madre, hija.
Me conmueve el instante. Si la obra va más allá o permanece ahí, agradecer a los bailarines, coreógrafos, organizadores, es inevitable, por ese momento de regresarnos la cuenta pendiente en estos y todos los días por nuestro ejercicio represor contra el género femenino.
Impresa la inteligencia en ese guión. El ritmo en las oraciones nos lleva de facto a lo que hemos sido, lo que somos, lo que deseamos ser. Y un golpe otra vez a la risa para que callemos la alegría, la intención de estar y permanecer.
Si no lo hubiera visto, escuchado, palpado, diría que nada es cierto, que son sólo los medios de comunicación quienes se mofan del dolor ajeno. Si me lo hubieran contado les diría que mienten, que la sociedad aun tiene conciencia, que no puede ser que las risas se manifiesten ante una situación de tormento del prójimo.
Lo he visto, escuchado, palpado. He sentido en el vientre como agresión la reacción escandalosa de esas risas interpretando de acto lúdico la represión ante el proyecto de vida de la mujer puesta en el escenario.
Inevitable el viaje al origen. A esa ocasión cuando Yelenia, niña de cinco años en ese tiempo, intentó abrazar a su padre para darle un beso, y encontró la respuesta en la violencia de Marcos ayudante de albañil y promotor de las reglas del desamor.
Un estira y afloja en el traspatio de la casa del vecino, el instante del puño del padrastro contra la hijastra desobediente, la hermana presa de sus cabellos en las manos del hermano mayor: las horas de pisar las calles se acabaron, porque eres mujer y el hogar espera como prisión.
Están los ojos, mis sentidos todos, en esa esfera donde se balancea el intento de seguir viviendo, la resistencia, el deseo de ver volar el pelo con el viento de la ciudad en las caricias.
Sigue la función, cierto, empero permanezco sobre la esfera, ahora siendo un niño con el pantalón rasgado, la abdicación inversa, de la mujer hacia el hombre, de ya no más te quiero mucho poquito nada. Porque nada queda de esa infancia que no sea el recuerdo de las manos idas sobre las mejillas, del abrazo inexistente, del poder de las palabras como desprecio.
Podría decir, intentar, hacer un esfuerzo por objetivar la poesía en esas varas de color rosa cayendo con parsimonia y ritmo natural ante la risa forzada del bailarín oferta de persona triunfadora.
Que más da si los cuerpos acatan las notas de la música y la coordinación exacta nos confirma el nivel de la ejecución. Estoy encarcelado en esos tres protagonistas que iniciaron el espectáculo. No hay poder para la mente indagando las escenas sucesivas de Scrabble. Permanezco en el llanto de la niña, adolescente, mujer, madre, hija. Cada impacto, cada intento por derribarla sacude mi instinto. Tengo ganas de correr, hacia el escenario, hacia la calle, hacia donde la oscuridad me recuerde los dolores de la infancia.
Es una manía perseguir el recuerdo. Es una adicción saber que en la infancia se fundó la soledad. Es una maravilla implacable saber que siguen existiendo quienes pueden reír, carcajearse, del dolor ajeno.
Escribo ahora, sobre esa esfera como metáfora del mundo, la escena me rige los segundos del corazón, de la vida. No caeré, porque soy una persona estable. Y en equilibrio emocional.
viernes, 18 de abril de 2008
Sol para Maqroll escrito en calle Serdán de Guaymas
Soy feliz
Maqroll
y te abrazo
no se si sean
los días de abril
o el sol
que pocas veces
muy pocas
me besa como ahora
Soy feliz
y esto
no es sólo frase conjugada
soy feliz
y también
objeto directo
de los días
por eso hoy
que es miércoles
y te hablo
digo que soy feliz
porque deseo
que también tú
Macqroll querido
en tu cumpleaños
de mañana jueves
lo seas
y siempre
Pina
Escrito para Maq por su cumpleaños de mañana.
Miércoles 16 de abril del 2008.
Puñito de palabras
para Maq
Feliz
soy tanto
que una lombriz
se burlaría
de mí
de saber
cuánto
Pina.
Miércoles 16 de abril del 2008. Inmediatamente después del anterior.
Feliz cumpleaños, Ma
Maqroll
y te abrazo
no se si sean
los días de abril
o el sol
que pocas veces
muy pocas
me besa como ahora
Soy feliz
y esto
no es sólo frase conjugada
soy feliz
y también
objeto directo
de los días
por eso hoy
que es miércoles
y te hablo
digo que soy feliz
porque deseo
que también tú
Macqroll querido
en tu cumpleaños
de mañana jueves
lo seas
y siempre
Pina
Escrito para Maq por su cumpleaños de mañana.
Miércoles 16 de abril del 2008.
Puñito de palabras
para Maq
Feliz
soy tanto
que una lombriz
se burlaría
de mí
de saber
cuánto
Pina.
Miércoles 16 de abril del 2008. Inmediatamente después del anterior.
Feliz cumpleaños, Ma
domingo, 13 de abril de 2008
El grito es azul
Y ahora que la máquina suena de nuevo, a manera de recorrer con la memoria esos días, va esta crñonica de la entraña
por Carlos Sánchez
Suenan las trompetas. Mis oídos se cimbran. Entré hace un par de minutos al estadio Azul y como Andrés Calamaro, ese cantautor argentino, me quedé duro que es sinónimo de sorprendido.
Él se sonrojó, ante el monstruo del estadio Azteca, cuando era niño. Yo ahora soy un grito de chilango. Y celebro el pase, la triangulación, el túnel, la gambeta, el ingenioso desplante del Chelito que recibe con el pecho y ante la salida del guardameta del Atlante, Federico Vilar, bombea el balón. Lo veo correr y con mi imaginación lo abrazo, lo detengo, le jaló las greñas, le doy un manazo, le pico el culo y hasta lo beso. ¡Cabrón, qué mal aliento tienen los futbolistas!
Antes de mis nalgas en el concreto, allá afuera, en la fila de taquilla, escuché el grito de gol. Ahora me informan que fue el Chelito quien perforó las redes. Ese fue el primero, el que viví y donde lo felicité fue el segundo, en tiempo de compensación, en el 92 para ser preciso y para validar la investidura de héroe que César el Chelito Delgado merece.
Para que no me lo cuenten he venido a verlo. Recorrer la mirada sobre el pasto, las gradas, la gente; prestar los oídos al sonido del estadio, la porra, la mentada de madre, el brinco fanático.
Observar en vivo tiene su ventaja, porque los jugadores en su celebración estrujen la cerca delante de todos, pero ante la anotación la prerrogativa de repetición no existe.
Por eso retener la vista sobre el pasto es inminente, si no, a lamentarte por la jugada que se te resbaló ante la concentración de los ojos sobre esa blusa escotada de la porrista.
Una bolsa de duros, quince pesos, una cocacola, quince pesos, una cheve, veinticinco pesos, mirar la multitud enardecida que le mienta la madre al portero Vilar por el disparo que doblegó al conejo Pérez, no tienen precio.
Tampoco tiene precio acariciar con la mirada la sonrisa total en el rostro del señor regordete y de melena que celebra su frase ante el tránsito del aficionado calvo: “pinche pelón, chinga tu madre, porque todos los pelones son rateros”. Celebra él porque nadie lo secunda, y ante el silencio explica: “a poco no es cierto, todos los pelones son ladrones, ahí está López Portillo, Echeverría, Salinas de Gortari”. Después la rabia porque el balón disparado por Richard Núñez se estrella en el larguero.
No falta el descontón al “pseudos aficionado” que burló la cerca y a los granaderos, que se instaló en la cancha y paró el juego sólo para estrechar la mano con su ídolo, el Chelito Delgado. Y caer de costalazo y sacarlo como saco de papas. Y una bulla enorme contra la autoridad, una más contra el marcador inmóvil; y la raza agradece el atrevimiento del “pseudos aficionado”: un plus en la crónica del partido.
Corre la fritanga, es un río culinario y la bebida incesante. Una cheve, una pizza, los duros, las tortas de longaniza, con el movimiento de mandíbula, la tripa llena, la bilis que se desparrama es más leve, enciende menos.
Es el segundo tiempo y ya la afición silba por la apatía del juego, el Cruz Azul se ha cansado de estrellar en las esquinas, de fallar, de ponerle balones a Richard Núñez y que éste los desaproveche.
El desfile hacia la salida es anticipado. “Esto ya valió madre, pinchis putos, ni en su estadio la hacen, eso sí, muy bonitos que salen en las fotos de los periódicos todos los días”. El regordete de melena tiene la rabia en el cuerpo, en la mente. Qué ganas de mentarle la madre, sólo para saber qué se siente recorrer el concreto de las gradas con la cabeza sin control. Mejor será no experimentar.
Busco desesperado la última esquina de polvo guarecida en la bolsa diminuta de mi pantalón, cavilo de impaciencia, si tan solo pusiera una línea de cocaína en la nariz de Salvador Carmona, tal vez la exactitud del trazo llegaría.
No mames, lo acabo de pensar y sucede el milagro: Chava Carmona toma un balón rebotado por el extremo derecho, mete un zapatazo hasta el corazón del área rival, el Chelito controla de pecho, ve al arquero y bombea, el balón deja de moverse cuando toca la red.
Los del desfile anticipado hacia el exterior, sufren por su impaciencia, a mi costado vive el asiento reservado para el regordete de melena que ya me levanta como muñeco, y en mi cara escupe su celebración: “gooool mi pinche barbarito del norte, gol cabrón”. Después mis nalgas regresan al concreto.
La raza abandona el estadio, los jugadores ya no están, las luces son un corazón en infarto. Estoy solo, ni regresar a la sorpresa de la primera vez en el estadio azul, me anima.
En el tránsito hacia la estación del microbús confirmo una vez más que todos tenemos un bipolar en el vientre. Y siento su presencia. No es nostalgia, más bien un volver constante, inevitable, al niño de ayer.
El instante de besar al Chelito me arranca una sonrisa hacia adentro. Camino otra vez.
por Carlos Sánchez
Suenan las trompetas. Mis oídos se cimbran. Entré hace un par de minutos al estadio Azul y como Andrés Calamaro, ese cantautor argentino, me quedé duro que es sinónimo de sorprendido.
Él se sonrojó, ante el monstruo del estadio Azteca, cuando era niño. Yo ahora soy un grito de chilango. Y celebro el pase, la triangulación, el túnel, la gambeta, el ingenioso desplante del Chelito que recibe con el pecho y ante la salida del guardameta del Atlante, Federico Vilar, bombea el balón. Lo veo correr y con mi imaginación lo abrazo, lo detengo, le jaló las greñas, le doy un manazo, le pico el culo y hasta lo beso. ¡Cabrón, qué mal aliento tienen los futbolistas!
Antes de mis nalgas en el concreto, allá afuera, en la fila de taquilla, escuché el grito de gol. Ahora me informan que fue el Chelito quien perforó las redes. Ese fue el primero, el que viví y donde lo felicité fue el segundo, en tiempo de compensación, en el 92 para ser preciso y para validar la investidura de héroe que César el Chelito Delgado merece.
Para que no me lo cuenten he venido a verlo. Recorrer la mirada sobre el pasto, las gradas, la gente; prestar los oídos al sonido del estadio, la porra, la mentada de madre, el brinco fanático.
Observar en vivo tiene su ventaja, porque los jugadores en su celebración estrujen la cerca delante de todos, pero ante la anotación la prerrogativa de repetición no existe.
Por eso retener la vista sobre el pasto es inminente, si no, a lamentarte por la jugada que se te resbaló ante la concentración de los ojos sobre esa blusa escotada de la porrista.
Una bolsa de duros, quince pesos, una cocacola, quince pesos, una cheve, veinticinco pesos, mirar la multitud enardecida que le mienta la madre al portero Vilar por el disparo que doblegó al conejo Pérez, no tienen precio.
Tampoco tiene precio acariciar con la mirada la sonrisa total en el rostro del señor regordete y de melena que celebra su frase ante el tránsito del aficionado calvo: “pinche pelón, chinga tu madre, porque todos los pelones son rateros”. Celebra él porque nadie lo secunda, y ante el silencio explica: “a poco no es cierto, todos los pelones son ladrones, ahí está López Portillo, Echeverría, Salinas de Gortari”. Después la rabia porque el balón disparado por Richard Núñez se estrella en el larguero.
No falta el descontón al “pseudos aficionado” que burló la cerca y a los granaderos, que se instaló en la cancha y paró el juego sólo para estrechar la mano con su ídolo, el Chelito Delgado. Y caer de costalazo y sacarlo como saco de papas. Y una bulla enorme contra la autoridad, una más contra el marcador inmóvil; y la raza agradece el atrevimiento del “pseudos aficionado”: un plus en la crónica del partido.
Corre la fritanga, es un río culinario y la bebida incesante. Una cheve, una pizza, los duros, las tortas de longaniza, con el movimiento de mandíbula, la tripa llena, la bilis que se desparrama es más leve, enciende menos.
Es el segundo tiempo y ya la afición silba por la apatía del juego, el Cruz Azul se ha cansado de estrellar en las esquinas, de fallar, de ponerle balones a Richard Núñez y que éste los desaproveche.
El desfile hacia la salida es anticipado. “Esto ya valió madre, pinchis putos, ni en su estadio la hacen, eso sí, muy bonitos que salen en las fotos de los periódicos todos los días”. El regordete de melena tiene la rabia en el cuerpo, en la mente. Qué ganas de mentarle la madre, sólo para saber qué se siente recorrer el concreto de las gradas con la cabeza sin control. Mejor será no experimentar.
Busco desesperado la última esquina de polvo guarecida en la bolsa diminuta de mi pantalón, cavilo de impaciencia, si tan solo pusiera una línea de cocaína en la nariz de Salvador Carmona, tal vez la exactitud del trazo llegaría.
No mames, lo acabo de pensar y sucede el milagro: Chava Carmona toma un balón rebotado por el extremo derecho, mete un zapatazo hasta el corazón del área rival, el Chelito controla de pecho, ve al arquero y bombea, el balón deja de moverse cuando toca la red.
Los del desfile anticipado hacia el exterior, sufren por su impaciencia, a mi costado vive el asiento reservado para el regordete de melena que ya me levanta como muñeco, y en mi cara escupe su celebración: “gooool mi pinche barbarito del norte, gol cabrón”. Después mis nalgas regresan al concreto.
La raza abandona el estadio, los jugadores ya no están, las luces son un corazón en infarto. Estoy solo, ni regresar a la sorpresa de la primera vez en el estadio azul, me anima.
En el tránsito hacia la estación del microbús confirmo una vez más que todos tenemos un bipolar en el vientre. Y siento su presencia. No es nostalgia, más bien un volver constante, inevitable, al niño de ayer.
El instante de besar al Chelito me arranca una sonrisa hacia adentro. Camino otra vez.