miércoles, 26 de noviembre de 2008

caminar

Me punzan los dedos de los pies. Tienen su prisión que es mi cuerpo. Hay en los párpados una balsa violenta. Cada pestañeo es un sonar de campanas de la infancia. Me retuercen los días inciertos, como los de ahora.
En el rostro viven las arrugas, son el vestigio de la saliva que apretuja mi garganta. Se dificulta atravesar los segundos sin volver al pasado, sin sentir que las nubes me acosaron desde entonces.
Camino por inercia, y suelto los cordones de los zapatos a la menor oportunidad. Que necesidad esta de liberar la tensión. Cuán urgente se aparece el filo de la oscuridad para desatar la soga de mi apellido.
Miro a los niños correr entre el lote baldío que es una cancha. Tengo dentro los ojos de la madre dando la espalda al grito infantil. Detengo el paso para abrazarme siempre del polvo que levanta la risa, el llanto, la resistencia de ellos que sigo siendo.
Tengo también la palabra, y voy a ella como misión inevitable, me rescata de la indolencia, del ruido, de la nostalgia tendiéndome siempre sus minas para que en ellas mis zapatos estallen contra el cielo.

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