miércoles, 3 de diciembre de 2008
tijuana morras
Les late el corazón. Puedo verlo, sentirlo, en cada una de sus pupilas. Tiemblan sus ojos como el temblor en las piernas de un adolescente que descubre el placer del cuerpo. Tocan el cielo con el silencio de su historia. Engullen las frases que revientan desde mis labios.
Se llaman morras y viven con el proyecto de encontrar la paz en sus miradas. Las he visto en un viaje aterrizado encima de la duela de un albergue para el amor de sí mismas. Las he tocado con las letras desde mi pecho y están justamente allí, dentro, hasta el fondo.
Tijuana es heavy, idéntica a la vida. Hay una aguja acosándoles la vena, el polvo incisivo para habitar en la nariz. Tijuana es el hogar para el consumo inmediato. Tijuana es la palabra como sombra que alberga la existencia de estas tantas morras. Allí me las he topado, con la bendición de las letras en las páginas de un libro, con la seducción por las historias para encontrarse a sí mismas. Lee otra, me sugieren.
No he sido yo, ni quienes me invitaron a visitarlas, ha sido la historia en cada una de ellas dentro de las páginas de un libro dos la responsable del enganche, del encuentro inmediato para dialogar a rienda suelta, como camaradas de toda la vida.
Tengo impreso en el corazón que es la mente la risa de una de las chavas, la mirada de todas, el deseo de otro cuento, otra crónica, los textos todos y por favor, incluida la apacibilidad después de la resaca perenne. Tengo escasos los dedos para enumerar las dulces puñaladas de recuerdo que me fabricaron en cada una de sus intervenciones durante esa ronda de respuestas ante las preguntas.
Nunca nadie tan niñas como ellas elaborando la frase ¡podrías volver? A huevo que el interior se hace trisas. Los kilómetros un impedimento, los dineros, otro, las ganas de verme de nuevo en sus ojos un taladro abriendo el pecho otra vez.
Recuerdo ahora que en mi sandez les convoqué también a que escribieran un momento feliz de sus vidas. Una de ellas, contundente, me confesaba que nada podía escribir, su razón, implacable: “no tengo ningún momento feliz en mi vida”. Otra, que pudo salvarme de las gotas de llanto, me contó con lápiz que ella recuerda con felicidad a su madre mientras le preparaba el lonche para llevarla al quinder.
Pude entonces volver a los días de mis camaradas, de mis tías, de mis primas, doliéndome siempre, algunas en prisión, otras en las calles como prostíbulo y el foco encendiendo el humo para su interior. Pude también, cierto es, tener la certeza del significado de la palabra resistencia.
Las he visto formar una fila después de otorgarme un par de horas de su tiempo, hálito de sobre vivencia que me otorga algunas horas de oxígeno. Sé ahora que todo lo tienen en la historia, y en ellas hay puesta la fe del sí se hace. Me lo dijeron al preguntarme si la cocaína ya no me seduce el deseo. La respuesta fue que sí, todos los días. Supieron ante la confesión, que sí se hace, aunque el deseo se apersone cotidiano.
He querido regresar a la frontera, y leer de primera mano la información sobre los decapitados. He querido volver a esa ciudad de cerros y panorámicas entrañables. Siento la urgencia, pues, del retorno, porque sé que las pupilas abiertas me esperas, esas pupilas que son la metáfora perfecta de un corazón capaz de albergarme para siempre. Volver. (Carlos Sánchez)
Hola Carlos,
ResponderEliminarmuchas gracias por tu solidaridad con nuestro proyecto, con nuestra fe.
en este taller todas somos morras, mujeres de frontera/cicatriz, de sueños.
un abrazo.
nos llevamos tu texto a blog del proyecto
ResponderEliminarhttp://elproyectodelasmorras.blogspot.com