miércoles, 13 de mayo de 2009

La garganta es un pájaro que ladra


Sus alas contra mi pecho.
Hubo una vez que me llevaron a una pelea de gallos. Incesante y violento era el aletear de ambas aves en el ruedo. Se sorteaban la vida en sus patas. Pendían de ellas el filo cruento de las navajas.
Sus alas contra mis ojos.
Lo devisé con su camiseta untada e infantil. Supe esa tarde de su inocencia triste en la mirada. De la infancia para siempre en el tono de su voz. La fragilidad de sus manos que cuenta historias con un pincel.
Sus alas en mi piel.
Sentí el viento de sus palabras. Un embudo el corazón en cúmulo de imágenes narradas por él. Sus ojos en el ritual de una tribu Yaqui. En el corazón de lo que antes fuera un río en medio de la ciudad.
Acordamos con la mirada la prudencia. O fue tácita. Nos llenamos de sol y tardes. Café con viento. Palabras para enardecer los minutos. Fumamos delicados en medio de la noche y un cerro también como procesión de la tribu otra: los Yaquis en permanente entrega. Multitud en busca de un instante para el entusiasmo.
Una noche lo abracé con mi sueter. Escucharle fue encontrar a mi hijo con frío en los huesos. Le tapé la espalda y fue una caricia de ternura.
Fuimos dos en mar abierto hacia la soledad en coincidencia. Remamos también en busca del silencio. Besamos el aleteo de los pájaros y ejercimos el significado de la palabra solidaridad. Nos dimos, damos, el amor de hermanos. Porque no todos los días se nos revela el coincidir como autorretrato, porque en un costal se acumula la apatía por escuchar, oírnos, conversarnos.
Vino en un pájaro gigante de una ciudad del norte, venía de besar las manos madre. Vino y andó en las calles, trepado en la nave diminuta para recorrer callejones y paisajes de la historia de mi barrio. De mi vientre hecho añicos por los días de los besos no.
Supo y refrendó mi carnal Guillermo que donde el dolor se funda la vida es para siempre. En el vestigio de unos niños que no se dejan retratar, en las piedras siempre vigentes detrás de una foto: todos los caminos nos llevaron al cerro.
Indagamos juntos la banalidad de los importantes. Jugamos a burlar la academia. Fuimos un par de piratas montados en un avión de papel conducido por el gaviero. Pisamos la luna sin dar pasos importantes para la humanidad.
Aterrizo ahora y vuelvo al ruedo donde los gallos se engallan. Lo digo para no perder el piso. Hubo una vez que me llevaron a una pelea. Me tiraron en el ruedo y me apabullaron sin darme tiempo a la defensa.
Vinieron los días para pintarme canas en la barba, llenarme de palabras y ganar la voz para el amor.
Guillermo que entró hace unos meses al través de sus letras como pájaros, vino tiempo después y en semana mayor para sanarme del recuerdo. Las agresiones de la infancia me duelen menos ahora. Porque en ese embudo hacia el corazón encuentro compañía con sólo saber su nombre.
Qué fatal mi egoísmo para narrar. Porque se escribe aquí y ahora la gratitud de mi beneficio. De lo que he sido y soy después que sus ojos me tocaron, me tocan.
El rencor se despoja en un mes de invierno. Pocos días después de escuchar la amistad sabia de Braulio, el responsable de mi encuentro feliz con él pájaro que se estrella contra mi pecho.

2 comentarios:

  1. no sé y sé de qué hablas

    y eso no importa mucho. Te leo

    quiero que lo sepas

    ResponderEliminar
  2. esta mañana he regado abrazos por doquier en blogs y escuelas

    todavía me quedan algunos
    te dejo unos cuantos...

    y aunque suene terco,

    tambien te leo.

    ResponderEliminar