jueves, 18 de marzo de 2010
Cuando la procuración de justicia es una tortura
Años después de los golpes en la cabeza, en el estómago, la psicosis permanece. Jaudiel anda la vida con un nudo en la garganta. Y a la menor provocación, cuando por accidente se le cruza una patrulla, algún policía, un rosario en sus labios es inmediato
Carlos Sánchez / abigaelsc@hotmail.com
Su error fue estar en el lugar equivocado. A la hora equivocada. Su error fue ser sobrino de un madrina de la judicial.
Recuerda los sucesos de ese día, intactos, como un tatuaje fiel en la memoria. Jaudiel y sus amigos jugaban a perder el tiempo en la esquina del barrio, de pronto muchas patrullas, ambulancias, se estacionaron frente a la casa de un maestro. Allí encontrarían muertos al hijo y esposa de éste. Saña desbordada en los crímenes.
Los encargados de la procuración de justicia debían resolver, y ante la incapacidad, la invención de pruebas y culpables. Jaudiel da su testimonio, empero, por secuelas emocionales y el temor de represalias, omite nombres de policías y ministerios públicos, del mismo encargado de averiguaciones previas, e incluso el del procurador de justicia del Estado de Sonora, en ese momento.
Los dedos le truenan como un tic nervioso. Sus ojos trepan a un abanico de techo, y la voz hace el recuento:
“Fueron por mí a Tijuana, yo trabajaba en la planta baja del edificio donde vivía. Los miré llegar y bajé, no sabía por qué era el alboroto, cuando menos pensé, un fortachón me agarró del pescuezo, me dijo: ‘andas dejando los calzoncillos tirados por donde quiera’. La frase después la entendería, cuando me acusaban de pervertido sexual, de homicida.
“Me llevaron a Hermosillo, cuando podía subir la cabeza, miraba el marcador de velocidad, no bajaban de ciento sesenta kilómetros. Lo único que pasaba por mi mente, era que cuando me pusieran las manos para adelante, les iba a voltear el volante, yo no quería llegar adonde me llevaban, sin saber ni si quiera adónde íbamos, estaba bien paniqueado.
“Me metieron en un cuarto de la Procuraduría, me golpearon hasta reventarme los oídos, después los huevos. Me gritaban que no me hiciera pendejo, que yo era el culpable, que ya sabían dónde vivía mi hijo, que pronto darían con él si no les confesaba la verdad. ¿Cuál verdad, les decía, qué quieren que diga?
“Me agarraron un lunes de septiembre, a las dos de la mañana, me dieron una cachetada, me llevaron a la comandancia, duramos como una hora, luego me sacaron con la camiseta tapándome la cabeza, y de ahí al traslado. En el trayecto se pararon, yo para ese momento ya iba con la cara vendada, se oía el mar, no supe exactamente dónde fue, al bajar me pusieron una bolsa en la cabeza, a esa le dicen el bolsímetro, me empezaron a golpear en la cara, luego en el estómago, después unas patadas en los huevos.
“Me gritaban muchas cosas: que me llevaría la chingada, yo les decía que iba a decir lo que quisieran, que me dejaran en paz. Para esto ellos ya sabían quién era el culpable de los homicidios, porque detuvieron a un muchacho, y se le comprobó, había huellas, elementos que inculpaban a ese muchacho, pero resultó ser hijo de un señor que trabaja, o trabajaba, en la prensa.
“Después inventaron el cuento de que yo tenía relación con la familia donde asesinaron a la madre e hijo. Y no hubo poder que me defendiera, ninguna ley para comprobar mi inocencia”.
Lo que hizo culpable a Jaudiel, fue que el día de los homicidios, un tío de éste, madrina de la judicial, lo viera entre la bola de “mitoteros”, y al sentirse comprometido el procurador con el padre del responsable, le pidió al tío de Jaudiel, un nombre de alguna persona que se pudiera inculpar, alguien que viviera cerca del domicilio donde se perpetraron los asesinatos, aquellos donde hubo incluso violación, y defensa de una de las víctimas, a la cual le encontraron restos de piel dentro de sus uñas.
Después, la ubicación, los golpes, el bolsímetro, los gritos. Y lo peor, lo que Jaudiel califica como una tormenta constante: “El golpe emocional, sicológico, porque los madrazos físicos se borraron, o lo que es más, hubo un momento en el que ni los sentía”.
Secuelas a discreción. Jaudiel a veces siente que alguien lo sigue, incluso despierta para seguir soñando en voces que lo acusan. De lo que vivió en prisión, tres años, hasta que un abogado de renombre le comprobó su inocencia, eso lo guarda en la memoria: “Porque no es fácil recordar tanta crueldad, sobre todo porque al querer hablar del tema, uno lo vuelve a sentir”.
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