jueves, 8 de marzo de 2012

Es mujer

Carlos Sánchez
Blanca desciende, por el callejón del barrio, desde la casa en que habita, donde la voz cantante la tiene su concubino, un mecánico que usa la mirada humilde en el trato con los cliente, y la energía del índice para ordenar a su mujer.
Blanca perfumada fue y bebió, bailó. Regresó después de la media noche, y el marido no quiso abrir la puerta, a través de una ventana le dijo que se fuera, que ya nada tenía que hacer allí, que ni su ropa iba a encontrar.
Blanca, antes de salir de su casa, hacia la fiesta, intentó localizar al marido, le marcó varias veces a su celular, éste no respondió, quería decirle que la mesa estaba lista, las camisas planchadas, que la voz de los niños no le perturbarían a la hora de su llegada, porque simplemente no hay niños, porque al señor le incordia la risa, el revuelo.
Quiso informarle, Blanca, que esa noche celebrarían el cumpleaños de su hermana, que si él quería podía acompañarla y celebrar con música y cerveza, comida. Él no respondió.
Blanca, en su intento infructuoso por entrar al hogar, después de la media noche, se retiró y como tantas otras veces pidió morada en la casa de su madre, y no durmió, esperó paciente la hora en que el marido ya no estuviera en la casa, porque los domingos es su costumbre dirigirse a misa, cumplir con los mandamientos, ofrecer el diezmo.
Blanca, ante la ausencia del concubino, encontró en el patio las cenizas de lo que fuera su ropa. Y en su voz el tarareo de una canción muchas veces repetida la noche anterior.
***
Es domingo, y supone que habrá celebración porque es día de la familia. Se dirige entonces a la casa de su madre, y le acompaña su hijo el menor.
Está segura que la vida en orden, porque ya dejó los platos y manteles en su lugar preciso. Lavada toda la ropa, tendidas todas las camas. Por eso atraviesa la plaza, camina las calles, hala de la mano a su hijo el menor, los otros hijos ya se valen por sí solos y ya desde temprano también tomaron su rumbo, otro rumbo.
Sabe que le espera la guitarra de su tío, el reencuentro con las palomas que hace años empezó a criar en el corral de la casa. Lo que más le seduce es el canto y ver cómo se aman entre ellas.
Tiene varias jaulas, con las puertas abiertas, y le reconforta ver cómo vuelan, y más le llena de felicidad ver cómo regresan. En ocasiones ha dicho que siente ser una de ellas, con la diferencia que la aves tienen alas.
Le gusta saber que existen las palomas, porque su vida está contenida, reducida a las rutinas y lo que ordene el señor de la casa. Por eso hace muchos años un día dijo: Si no puedo ir y venir con libertad, serán ellas las que me llenen de su libertad.
Por eso un día fue que emprendió la crianza, y ahora espera los fines de semana, el domingo para ser precisos, y volar entonces en las alas, en parvada.

***
Todos los caminos la llevan al cerro. Se llama Dolores, Esperanza, Sierva, Cristiana. Juega sobre las piedras y a golpear con sus pies la infancia que no abandona.
Aferrada a los días de escurrir los mocos, espantar los piojos, se trepa cada tarde en el picacho, donde un día encontró el rojo descendiendo por entre sus piernas y entonces otras realidades que le espantaron la inocencia.
Su madre, a como pudo, estuvo para contarle cuentos de caballos y sirenas, de mares y desiertos. Un día el último hálito de su madre sepultó las historias. Ella callada siguió el andar trepada de las piedras como recuerdo de la felicidad.
A veces baja con la mirada gacha, porque no encuentra la voz, por más que la busca mirando al cielo. A veces una sonrisa es la firma de la felicidad, porque se comunica con la madre ida. Trepa al cerro para que le quede más cerca, y así encontrarse, ambas rememorar la tarde llena de un papalote que juntas construyeron para liberarlo, y verlo perderse en el más allá.
Tiene infancia, presencia constante que le exonera de la realidad, en estos días donde su nombre consta en un acta de matrimonio y un apellido le hace su presa.
Se llama Dolores, Esperanza, Sierva, Cristiana. Es mujer.

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