texto y foto: Carlos Sánchez
Álamos, Son.-- Viste gabardina y texana negra. Usa gafas
y constantemente mira de reojo.
Camina despreocupado, más no desentendido. Mira
como miran los que desean todo saberlo. La curiosidad es permanente. José David
Cano pide un tequila y la mesera le trae, además del trago, dos limones. Es una
cantina de Álamos, Sonora, el lugar donde nos hallamos con José David.
Periodista, ha venido a cubrir el Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado.
Conversamos. Él, reportero de la sección cultural de El Financiero; yo, el diletante que sin rubor exclama admiración
por esas páginas. José David se sumerge en los motivos por los cuáles ejerce el
periodismo. Monologa:
―Al periodismo no lo veo como un trabajo, lo veo como un
oficio y también como un gusto. Estar ahí, siempre explorando, rincón tras
rincón, a veces es peligroso. Pero hoy cualquier oficio pude ser peligroso.
Salir de noche también es peligroso. Pero el periodismo es muy disfrutable:
siempre está ese extra que te puede proporcionar ir a un concierto o leer un libro
solamente por gusto, pero, además, para poder compartirlo. Porque luego es
frustrante que terminas de escuchar un disco y no sabes cómo expresar tanta
emoción, tanta belleza, tanto placer por una sola tonada, por un pasaje
musical, algún riff de guitarra en el
que dices: “Es increíble. ¡Cómo puede sonar esto!” Me pasa cuando escucho a
Leonard Cohen, a Neil Young... Esos riffs
de Neil Young me excitan, me sacan de quicio y digo: “¡Qué belleza! ¡Cómo
puede ser que la gente a veces no entienda o no comprenda o ni siquiera esté
enterada de que existe Neil Young!” O Tom Waits. O Roy Orbison, de quien,
aunque ya falleció, le sugiero a todo mundo que, de ser posible, consiga Black and White Night, un disco que
grabó junto con Bruce Springsteen, Elvis Costello, Tom Waits. ¡Es sensacional!
Como lo es también Jhonny Cash. Ya falleció, pero en la última etapa de su vida
recreo unas canciones hermosas, y ahí está su legado. Pero no todo es rock. Y
entonces hay que escuchar a Los Dos de la Sierra, a Miguel y Miguel, a Las
Jilguerillas... hay mucho que escuchar, mucho por buscar. Lo que siempre
sugiero es que no se aboquen a un solo género, pues sabiendo andar siempre te
está esperando una buena canción a la vuelta de la esquina.
Después otro trago. Uno más. La conversación dispuesta.
Yo para preguntar, José David para responder. ¿Qué otra manera más ágil de
conocer la vida de los otros si no es a través de la conversación? La texana de
José David está ahora en el marco de una ventana que usa como perchero. Su
mirada es directa.
―David, ¿a qué se le apuesta cuando se ejerce el
periodismo, cuáles son los “para qué”?
―Es necesario difundir las expresiones artísticas, las
expresiones de toda esa gente interesada en fomentar la cultura, toda esa gente
que trata de llenar con su arte, con sus actividades, al ser humano.
Especialmente en estos tiempos en que el mundo no muestra su mejor rostro, es
importante siempre una canción que hable del amor, que toque una cuestión
social, que nos anime el deseo de seguir luchando, o detenerse a mirar una
pintura que muestre otras realidades, otras dimensiones... Literatura que te
cuente historias no necesariamente morales, pero sí que narre esas historias
que están ahí... Poesía para encontrar la belleza que siempre anda al lado de
nosotros y no la vemos. Ésas son mis principal razones para hacer periodismo.
―Tus reseñas y entrevistas se caracterizan por la
presencia de la música. Si vamos a las páginas de El Financiero, es casi obligado que una nota firmada por ti hable
de música, ¿por qué elegir este género para reportearlo?
―Antes que nada porque uno crece escuchando música, desde
que uno está en el vientre de la madre. La música es, quizás, el arte más
antiguo, junto con la danza o la pintura. Yo me acerco a la música desde chico,
escuchando aquellas estaciones de radio en el Distrito Federal como fueron La
Pantera o Rock 101. De repente hay algo que te llama y a mí lo que más me ha
llamado la atención es el blues, el rock, recientemente el jazz, aunque también
mi formación o, más que mi formación, el contexto en el que he vivido me acercó
a la cumbia. Crecí en una zona de la ciudad en donde la cumbia era la música
diaria, la música de los bailes, de las fiestas de quince años. Así que siempre
he tenido un poco de ello y, a diferencia de mucha gente que reniega de la
cumbia, también es un género que en su simplicidad siempre toca otras
realidades, algunas muy interesantes, sabiendo desde luego encontrar la buena
música en ese sentido. La Fania [Records] fue, en general, un bastión para la salsa
y la música cubana. A Compay Segundo hoy todo mundo lo conoce, pero en su
momento nadie lo ubicaba, lo mismo pasa con el Trío Matamoros... Son géneros
musicales de mucha belleza. Al final, todo todo eso me va acercando a la música
y, a partir de allí, es me adentro más y más. Aunque debo decir que aunque,
como señalas, me especializo en música, en la sección cultural de El Financiero, contrario a lo que sucede
tradicionalmente en el periodismo, uno no tiene una fuente específica; es
decir, todos los reporteros cubrimos de todo, así que otras áreas que me gustan
y que he cubierto son arquitectura, artes plásticas y literatura. Y, ojo, la
cultura no es solamente eso que está ahí oficialmente; no es nada más el disco
nuevo, no es la exposición que se va a inaugurar mañana. Todo eso es parte de
la cultura, pero también está eso que a veces olvidamos: las fiestas
patronales, la música de banda que ameniza todas esas fiestas, los papalotes...
En fin, toda esta realidad que nos desborda es cultura. No hay nada tan cierto
como aquella frase de que todo es cultura porque, efectivamente, sólo es
cuestión de verla y buscarla: siempre está frente a uno.
―En tu ejercicio periodístico, que ya roza los 15 años,
13 de ellos en las páginas de El
Financiero, ¿tienes un trabajo que te haya marcado, que lo recuerdes de
inmediato?
―Son varios, sin sonar pretencioso. Uno de ellos fue
cuando me tocó entrevistar al pintor zacatecano Rafael Coronel; fue uno de mis
primeros encargos. Él no quería dar entrevistas en ese momento, pero me tocó ir
a la inauguración de una exposición suya. Allí insistí e insistí hasta que me
dio la entrevista. La hicimos en la banqueta. Y me gustó mucho porque era
pregunta y respuesta, habilidad completamente. En una parte de la entrevista le
cuestioné al maestro si a la pintura habría qué entenderla. Entonces él me
revira con otra pregunta: “¿Tú entiendes el canto de los pájaros?” No, le dije,
pero trato. A lo que él me contesta: “Bueno, eso es la pintura también: algunos
tratarán, algunos buscarán una respuesta, a veces no la hay, a veces hay otras
cosas.” Otro trabajo que me gustó mucho fue una crónica que hice cubriendo el
Festival Afrocaribeño, en Veracruz. Como me gusta mucho la vida de la noche, en
aquella ocasión salí y me asaltan. Cuento entonces que discutí con el
asaltante, peleamos, increíblemente se zafó de la llave en que lo tenía, nos
perseguimos un rato, hasta que me derrotó mi mala condición física. Todo eso lo
fui cronicando en un texto muy bonito. Aunque en su momento, mi editor, Víctor
Roura, me dijo: “Lo pensé antes de publicarlo.” Porque realmente es una
anécdota, no tanto periodística, pero luego terminó diciéndome que al final
decidió publicarlo por lo bello que está escrito, por el esfuerzo literario de
contar y narrar un suceso. Un tercer ejemplo es una crónica de un viaje a
Japón. Es un texto extenso que me gustó mucho porque fueron al menos dos meses
de documentarme sobre lo que es Japón. Cuando regresé, me puse a leer, además
de lo que había traído, otros libros. Lo difícil fue juntar todo en una sola
crónica. El resultado es hasta hoy uno de los textos que más me ha gustado, por
lo redondo que salió.
―No sé si esta te parezca una pregunta complaciente, pero
sí me parece una pregunta obligada y de reconocimiento: ¿qué te provoca pertenecer
a las páginas culturales de El Financiero?
―Antes que nada una alegría porque el periodismo que yo
quiero hacer (y es el que se ejerce en El
Financiero) es reflexivo, literario, que se toma su tiempo. No es el
periodismo que se ejerce en otros medios como si estuvieran haciendo tortillas,
donde mandan a los compañeros a cubrir tres o cuatro notas al día y todas a
entregarlas a pesar de que a veces no se publica ni una sola. En la sección
cultural de El Financiero se hace un
periodismo diferente porque uno mismo es el que programa sus entrevistas, uno
mismo sugiere qué se puede publicar y, a partir de ahí, uno va desarrollando
sus trabajos y los va entregando conforme se va requiriendo, no es necesario
que publiques diario ni tiene por qué hacerlo uno. También es el espacio de que
dispongo para escribir porque, a diferencia de otros medios, donde un texto
principal que va a ser quizá la nota más fuerte de ese día no rebasa los cuatro
mil caracteres, en la sección cultura de El
Financiero el texto más pequeño es de cinco mil quinientos caracteres y el
mayor de casi ocho mil quinientos caracteres. A veces hasta más porque cada
miércoles se publica un reportaje que puede llegar hasta 20 mil caractéres. Así
que estoy contentísimo ahí porque Víctor Roura me ha permitido desempeñarme y
ser libre. Claro, a veces hay órdenes que uno debe cubrir a fuerza tal vez por
el peso de la obra o de la fama de un autor. Y sí, uno las hacer también con
gusto.
Hacer notas como hacer tortillas. Me llamo la atencion la comparacion.
ResponderEliminarHola, Carlos. No encontramos otra manera de ponernos en contacto contigo, pero te queríamos contar que replicamos apartes de esta entrevista en el sitio web de la Red de Periodismo Cultural de la FNPI. Esperamos que lo apruebes, y gracias por compartir la nota! Aquí está el enlace: http://bit.ly/ZCxcAS Y nos puedes escribir a redcultural@fnpi.org ¡Saludos!
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