jueves, 15 de agosto de 2013

Trazando Aleida, interrogante permanente


Aleida Gallangos Vargas

(Escena de Trazando Aleida)

Carlos Sánchez

Buscamos para encontrarnos. Allí en la pantalla. Recorremos la historia. Muchas historias.


Trazando Aleida (2008) es el documental, dirigido por Christiane Burkhard, que se proyectó el martes pasado en la Sala de Cine Alejandro Parodi de Casa de la Cultura de Sonora en el ciclo Los Maestros de Visiones en el Desierto. Y de colofón la ciudad afuera recibía el cielo en pedazos. La lluvia como un aderezo a la conmoción que provoca esta investigación.

La conmoción llega desde el primer instante. La violencia implacable del todo poderoso se hace presente en esa secuencia de tanques de guerra, armas y cascos que debajo tienen los cuerpos que a la voz de mando mutilan.

Fueron los estudiantes, los que creyeron tener el derecho de pugnar por un mejor país. A ellos los acribillaron. Preciso decirlo porque en Trazando Aleida también lo dicen, de manera sobria, en la lejanía, y qué bueno, del panfleto. Decirlo como antecedente de la historia, porque desde ese acontecimiento nace el guión de vida de Aleida y Tony, personas que se vuelven personajes.

Trazando Aleida nace por una pregunta: ¿Dónde está mi hermano? Trazando Aleida nos lleva a muchas más preguntas. Algunas a manera de conclusión: ¿Para esto lucharon los estudiantes? ¿Para tener en el país un partido político que se dice revolucionario y democrático? ¿A qué hora se tergiversó la historia y escalaron en nombre de los caídos estos politiquitos sin compasión? Por ahí las inquietudes, las cuales mientras la construcción de la historia, ascienden.

Aquí la mirada valiente de la directora, Christiane, que se adhiere con su cámara a la investigación de Aleida que escudriña la historia en búsqueda de su identidad. Las preguntas inevitables que dicta la inteligencia emocional: ¿De dónde vengo? ¿Llegué a la vida por amor? ¿Cómo eran mis padres? ¿Dónde quedaron? ¿Cómo fueron?

Los signos de interrogación son el eje de la cinta, una constante que punza en las sienes. El amor por la familia, el deseo de encontrar al hermano que también fue arrebatado de las manos de sus padres, y lo extraviaron como mutilaron la ilusión de esos estudiantes. Ocurrió en los setenta.

Todo empezó con una nota, reportaje, publicado en una revista. Allí los nombres de dos niños cuya abuela pregunta ¿Dónde están? Después vendrían los días de caminar para encontrar.

Las manos señoras en el rostro de la nieta que es Aleida, en el reencuentro, un paréntesis feliz en la historia.

Después vendrían las horas de andar en el gabacho, Washington para ser precisos, la ciudad que abrazó al hermano de Aleida, aquel niño que después de tener las balas en su costado, en esa persecución donde su madre lo abrazaba y corría con él en las manos, no volvió más a la cuna donde sus apellidos.

Un día la generosidad de un puertoriqueño que alberga a Aleida, otro día el encontronazo con la cerrazón de la embajada, muchas horas de caminar para encontrar. Aleida incansable, Aleida para obtener como recompensa la mirada de Tony quien por nombre en su acta de nacimiento lleva Juan Carlos.

En el encuentro inician otras interrogantes. La reflexión respecto de ¿para qué encontramos? Y allí las respuestas contundentes: Para saber que somos hijos del amor, para entender que nuestros padres eran jóvenes igual que tú, para entender que es mejor saber la verdad.


Lo dice Aleida en ese desconcierto cuando ya las preguntas del hermano se le disparan, y Aleida para vivir la otra incertidumbre. Veintinueve años después, cuando ocurre por el fin el encuentro.

Hablan los cuerpos, dicen las miradas. Lo que logra la cámara de la directora del documental, el lenguaje corporal, lo que no se dice con palabras, la complicidad que significa hermandad entre la documentalista y Aleida.

A mí me surgen muchas más interrogantes ante esta propuesta llena de solidaridad: ¿Cómo hacer para construir la empatía entre una persona caída en desgracia y otra que necesita documentar la vida? ¿Qué imán se hace presente? ¿De dónde surge la capacidad de ponerse en los zapatos del otro?

Trazando Aleida me lleva también a cuestionamientos personales. La reflexión respecto de qué estamos hechos quienes habitamos este momento de la historia que se construye. Es la vida.

Una respuesta me conforta. La encontré en el documental. Y me llena de esperanza. Aleida y Tony existen como consecuencia del amor.




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