Veo los pájaros en el alambre. Las manos exigen como la tarde y el viento, capturar el instante. Para contártelo en una foto disparo sobre la luz violeta como el vestido de una niña meciendo su inocencia en el columpio del parque a mi costado.
Pienso que escribiré que estabas tú en las alas zumbando sobre mi cabeza.
Frente a mí las palmas gemelas, deben ser exactas en el tiempo, la estatura las hermana. Deben contarse cómo es la vida allá cerca del cielo. Mientras las veo y hasta allá a lo hondo el sol carcajeándose de mi mediocridad, me nace retroceder a la infancia, para abrazarme de la Celeste, la tía que no encuentro, de la que ya más de una vez me han dicho que ha muerto sin morir.
Qué debo decir para que sepas que sigo en esto de caminar como desesperado solo y excluido. Que sí intenté una vez más reunirme con los compas de ayer. Que sólo sirvió para reiterar la imposibilidad de la gente y el ruido.
Apenas ayer pateaba un balón y los pájaros nada importaban. Apenas ayer perseguía la importancia de un nombre con apellido.
Ahora me sabe el calor de la tarde a un café frío después de una eyaculación anticipada.
Que distintos son los colores de la madera si tus manos la sujetan mientras me trepas. Y el ritmo de esa canción sin tu coro no suena igual. De que poco sirve este abrir de ojos para sólo esperar el instante de cerrarlos de nuevo.
He dejado de contar las horas. Para qué sirve la paciencia, el saber antes que imaginar dosificaba la necesidad. Ahora sé la perversión de la resistencia, de ahogar el deseo prudente en la espera de salir a la ciudad para encontrarte. Qué poco valor construí en esos años sin tenerte. Tan poco que no me alcanza para encontrarte. (c.s.)
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