viernes, 16 de febrero de 2007

El niño y la virgen o el riesgo del maniqueo

por carlos sánchez

La venganza son los dedos que arrancan la lengua. Y es sólo la reacción-impulso de esa vida en disturbio producto de la violencia erótica.
La dramaturgia del Niño y la Virgen tiene sus virtudes. Deficiencias también las hay, como toda obra que pretenda contar la vida con libertad.
Desde la butaca y como espectador, pude ver al principio esas escenas débiles. Incluidas esas actuaciones deficientes. Porque demostrado está (una vez más) que no es la misma enseñar las técnicas de actuación que treparse al escenario y actuar.
Débil la presencia de Oscar Carrizoza, el cura; deficiente la presencia de Rosa María Cifuentes, Angélica, que según me han dicho es una maestra ejemplar. Ambos, la mayoría de escenas: inexpresivos.
La música a veces fuera de contexto, estridente, innecesaria. Y ni qué decir de esa atinada ruptura del director al llevar a los actores a las butacas, donde se convierte en exceso el alarido de los personajes que gritan su postura ante el caso que se juzga.
Juzgar: palabra que surge natural en este texto. No me la puedo guardar porque si algo me hace ruido, es el maniqueo. Juzgar. El autor de El niño y la Virgen, Jorge Celaya, se vuela la barda y en su afán de exponer la historia de vida de Pedrito, lleva al personaje Juliana, en voz y cuerpo de Adria Peña, a sobornar, chantajear, y lo más grave, a juzgar la vida de Angélica, la prostituta que le regaló hace mucho tiempo al niño que antes fue (¿sigue siendo?) Pedrito.
En el arte, cualquiera que sea su disciplina, pondero y agradezco, la actitud de mostrar, no de demostrar. En el texto de marras, el autor otorga a los personajes, en este caso a Juliana, el “poder” de juez, y es ésta quien reprocha el desprendimiento de Angélica de uno de sus hijos.
Supongo que la intención es la denuncia, el decir lo que ocurre con ese acontecimiento que se suscitó en Hermosillo en los 80. Evidenciar la crueldad de los curas y el poder que les da, una vez más, el maniqueo.
En la pugna del bien y el mal, sin dejar de lado la crueldad de la sociedad que lastima al niño discapacitado, transcurre esta puesta en escena. Son unos los que abogan por el loco de la calle que con sus dientes abrió el seno de Karla, a él lo santifican; son otros los que maldicen, y proponen incluso el linchamiento.
Mostrar las actitudes de las personas en este Hermosillito de los 80, vigente aún, creo son algunas de las virtudes de esta obra.
Al final de la obra, me sorprende la euforia del público, que al observar la pasarela de los actores, al estilo Holliwood, caminando una y otra vez para provocar aplausos, compró bien la oferta. Y los gritos, el aullido incluso de la pleitesía.
Es natural que el espectador se vuelque al aplauso, porque El niño y la Virgen propone la libertad en sus personajes, no se limita ante el qué dirán y Pedrito realmente es Pedrito, Arturo Velásquez sólo el individuo que presta su cuerpo.
Agradecidos quizá estemos del atrevimiento a entregarse en el escenario: Velásquez lo hace.
Por lo que a Osar Carrizoza respecta, será lindo verlo de nuevo dentro de los talleres, dando clases de vocalización, o tal vez debería asistir a un taller de actuación, donde le enseñen qué hacer con su cuerpo en un escenario mientras vive a un personaje. Las frases que emanan de él, son perfectas en cuanto a dicción, pero por lo menos a mí su actuación no me convence.
Rosa María Cifuentes, es igual: gesticula, se para en el escenario, no obstante el personaje que pretende hacernos sentir, yo no lo puedo creer.
Juliana sí es María Astorga, aunque el hábito que porta sea demasiado pulcro, tal vez con el correr de los días, el vestuario convenza más.
A Ella Quintero, sólo reiterarle que su trabajo es de altos vuelos. Entró en mi pecho hasta lacerar. A ella le creo incluso la mirada.
En Pedrito el actor atina su actitud, y llena de placer verlo en cada escena.
Bendito entonces el atrevimiento a reponer esta obra, que hace revivir esos años de mitificar el suceso del pezón en los dientes de Alfredito, el hijo de la María Astorga, que según se dice, regenteaba putas en lo que alguna vez fue la zona vieja de Hermosillo, en la San Benito actual.
Trato de entender el aplauso para mí fácil. Los hermosillenses tienen ganas de ver en escena la cotidianeidad, alejarse tal vez un poco de eso experimentos de los clásicos, o lo que es peor, soslayar un poco la comedia-farsa-fácil.
El aplauso fácil también puede ser producto de la amistad.

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