Por Sylvia Arvizu*
Se inaugura la Expogan, se celebra el grito, abren la plaza Sendero. El motivo es lo de menos, el pretexto poco nos importa a las más de cien mujeres paradas en la cancha del penal, las que esperamos ansiosas los disparos multicolores de los fuegos artificiales que se alcanzan a ver por encima de las bardas de la gente que se porta bien.
Es un momento mágico, todas, con los ojos niños, nos quedamos embelesadas por la belleza luminosa que se dibuja en el cielo.
¿Por qué afuera no valoré estos detalles tan insignificantes que aquí adentro me hacen tan feliz?, pensó en voz alta la Colombiana; por pendeja, contestó la Peli, quien a rastras nos despierta de esa atmósfera flotante en la que nos encontramos.
Volvemos a la realidad, tenemos todas que volver, porque mientras la mayoría pisando la cancha éramos hipnotizadas por la pirotecnia, la minoría adentro del pabellón eran hipnotizadas por nuestras pertenencias. Teníamos que volver.
Cuando entrenamos volibol, los pájaros se ponen de acuerdo para pasar por encima de nosotras. Cómo olvidar las carcajadas de todo el equipo cuando una paloma blanca le arrojó una firmita a la Amalia Ponce, justo en la nuca; varios días nos reímos de la hazaña aviar, y varios meses de la Amalia, de por sí nunca se peina, con aquel recuerdito aéreo se volvió casi imposible pasarle un peine por la cabeza.
Los grupos de aves hacen figuras, piruetas, algunas de las morras en
sus viajezotes descubren letras y palabras completas, ante el asombro de todas, cuidamos que no caiga el balón mientras jugamos, o algún regalito de pajarillo a medio partido.
Una mañana, un grito despavorido nos despertó a todas mucho antes de la lista de las seis, era la Lerma, la gordita de abajo, la que es la primera que entra a la pista los domingos que tenemos baile. Con una mano en el pecho nos anunciaba que el avión “plateado” que acababa de pasar iba volando retebajito, no puedo describir la sensación general de la escena: por un lado acudíamos a sus gritos preocupadas por si había sucedido algo malo, por otro era un alivio ver que no era nada de cuidado, pero además, hubiéramos querido arrancarle la cabeza con todo y alambrado, como bien sugirió la sabia de la Negra por habernos despertado tan temprano.
Nos devolvemos a nuestros búnquers, somnolientas y enfadadas, y puedo ver que una que otra interna voltea al cielo, como queriendo ver con lo blanco de los ojos, no fuera a ser que el avión plateado volviera a pasar.
Mi ventana tiene vista al poniente, mitad vista, mitad barda, pero la barda no llega al cielo, así que me toca la mejor mitad, por las noches mientras me fumo un cigarro antes de dormir puedo ver cómo se enciende y se apaga el faro del Cerro de la Campana, como deseándome dulces sueños. Esta ventana de treinta centímetros por uno diez, no me deja ver la luna, es cierto, pero me burlo de ella porque las estrellas más bonitas de todo el firmamento están ahí, todas juntas, tras los nueve barrotes de acero en mi ventana, las más brillantes están en ese pedacito de cielo que se alcanza a ver, ese pedacito que es suficiente para disfrutar de los fuegos artificiales y las luces de bengala, ese breve azul que atraviesan las palomas y los aviones plateados mientras es de día, ese breve azul que por las noches en vez de ventana, parece un cuadro en la pared, una pintura de Picasso, de Matisse, de Siqueiros, de mi imaginación.
Ese pedacito de cielo que es como un suspiro, que es breve y que es pasajero. Un breve azul que te viaja, que mueve o lleva al sueño, ese breve azul nadie no los quita, ese mero, es nuestro pedacito de cielo.
*Sylvia Arvizu escribe desde adentro. Prolífica y versátil, pronto publicará su primer libro de crónicas sobre la cotidianeidad que se vive detrás del cerro. Mucho les agradeceré sus comentarios en caso de que este texto les diga algo. Yo llevaré sus palabras a Sylvia, el próximo jueves, cuando es visita de camaradas. Mambo rock.
Supongo que llegar a pisar la carcel es una cuestion de una mezcla de suerte, dinero, circunstancias y razones (no se sabes si buenas o malas, mucha o poca o todo mezclado), pero deben serlo porque suena a ser una experiencia espeluznante para los que estamos afuera y nunca, ni de visita pisamos ese lugar. Pero gracias Sylvia por develarnos ese lugar y sus historias. Historias como siempre de muchas injusticias que duelen mas por ser mujeres que la mayoria de las veces matamos o morimos en defensa propia...
ResponderEliminarSaluditos
Sylvia, tienes razón... la luna no es nada si no sabes verla. Ya ves, con unas estrellas (las pocas que se dejan mirar) tú tienes más luz que la remilgosa luna; así como adentro de nosotros traemos el mundo, aunque este esté afuera, aparentemente tan lejos. Tú escribes y eso es más que cualquier festival...
ResponderEliminarCuando leí el relato entendí un poco el concepto del breve azul ,digo un poco por qué es como cuando vemos una película podemos imaginar pero nunca lo sabremos de cierto lo que es estar tras el breve azul, Gracias Silvia.
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