por Carlos Sánchez
Son dos tres días, cuatro, una semana de trabajo multiplicado. El objetivo: la cena, los juguetes, los dulces. También las luces de bengala para que iluminen el callejón.
Mirar de soslayo la petición de los hijos es sólo estrategia en los ojos de Mariana.
Sabe ella lo que implica ver pasar a los demás niños montados en patines, mientras la necesidad de correr recorre el cuerpo, las ganas.
La maquiladora es una bendición del cielo. Hace apenas un par de años que la contrataron de base. Hay desde entonces la seguridad del pago del recibo de luz, la despensa básica que nunca deja de aparecerse en la alacena. Hay también la posibilidad de los domingos trepar a sus hijos en la rueda de la fortuna. Y palomitas sobre el pasto del parque.
El delantal cae mientras los ojos de Mariana observan la sonrisa que se refleja en la esfera. Son los dientes de Diego su hijo que cursa el cuarto grado de primaria. En torno a la esfera hay luces que penden de las ramas artificiales del árbol navideño. En el suelo hay espacio reservado para el balón que Santa traerá para Diego.
Y si el camión tarda en pasar, y si la cola para comprar la masa es demasiado larga, y si las hojas se acaban antes de que llegue a comprarlas. Una a una Mariana revisa las tareas del día. Y la prisa es un tic tac que pica las costillas apresurando el paso.
El puño que aprieta el pasamanos del camión provoca que la vena se hinche, y mirar en ella los años de andar la vida en el empleo. Y también un volver a esos días de fiesta, de la piñata quebrándose en la casa de enfrente. El silencio impuesto por el grito paterno. La sumisión de la madre. La luz que se apagaba antes de que los vecinos abrieran los regalos.
La sonrisa que se refleja en la esfera provoca la sonrisa de Mariana. Los pasos firmes avanzan en la compra de los ingredientes que pondrán el toque festivo a la noche que se festeja como religión.
Hay la necesidad de resolverlo todo. Cumplir con los regalos de los hijos es memorizar y acatar la consigna de los mandamientos. Amar a los hijos por sobre todas las cosas.
Hay también la comezón en la garganta por el nombre del supervisor de la maquiladora. El sudor en las manos por esas horas de ausencia, esos días de verlo de lejos, sin cruzar palabra.
Y si encontrara un balón más barato y con lo que sobre completar para una tarjeta telefónica. Ni pensarlo, los balones tienen su precio, y si encontrara uno más económico, de cualquier manera hacen falta muchas cosas para la casa.
Apenas el roce de sus manos y ya la necesidad de verlo asalta a Mariana. El padre de los hijos no volvió más. La voz del supervisor ahora llena el cuerpo y el alma, después de sus hijos.
En el cristal de la carnicería se encuentra con sus ojos, en las manos del carnicero están las manos de él, en la voz del vendedor de juguetes está también la voz del supervisor. Mariana debe regresar a la sonrisa que se refleja en la esfera, y saber que el tiempo para el amor se fue hace mucho, en esos años joviales.
Andar la banqueta con las bolsas en los puños es recorrer las tiendas para encontrar el balón con la insignia de Las chivas. Y complacer con su Santa a Diego. O tal vez sea el pretexto para seguir andando y prolongar así la posibilidad de encontrarse por accidente los ojos del supervisor.
El impulso dicta la orden. La tarjeta se incrusta en la ranura, el índice oprime los números, una voz femenina dicta de memoria el mensaje. La grabación es la negación de la comunicación.
Volver a la sonrisa prendida de la esfera, buscar la otra esfera a manera de balón, encontrar, la voz de Diego, es remedio a la desolación de ese instante.
Recorrer con la mirada los puestos de juguetes, no tiene otro objetivo más que el de encontrar la complacencia de Santa para Diego.
Apenas ayer ella veía las ruedas de los patines que se deslizaban por sus ojos para convertirse en inalcanzables. Apenas mañana escuchará a Diego recorrer la vida pateando un balón. Y besar al cielo agradeciendo el pretexto de la navidad.
te leo, Carlos, siempre.
ResponderEliminarNo puedo evitar sentir el dolor de tus personajes, pero en cierta medida, en este caso, siento también todas esas ganas de vivir y nadar contracorriente, ir contra el infortunio. Lo agradezco. Las mujeres de que hablas siempre están luchando, perdiendo lo menos por lo más, eligiendo, en encrucijadas... Bueno, sea esto un pretexto para dejarte un abrazo.