por Carlos Sánchez
Escurre vida por los ojos.Es una niña jugado con otra niña mientras recorre la plaza Alonso Vidal o la explanada de la Casa de la Cultura.
Juega a la infancia. Interminable, inevitable.
Lisbeth Saad vino nuevamente desde Cuba su país a este México para bailar en el Desierto que es Sonora. Interiores es la coreografía, en coproducción de Aldo Siles y Codanza.
Optimiza su presencia en el país, y se mueve como si indagar le obsesionara. ¿Le obsesiona?
Le seduce el amanecer, en la sangre le va la danza. Conversa al tiro por viaje. Una pregunta y concisa la respuesta. Es en el patio de Casa en la Cultura donde conversamos, después de la formal inauguración y la presentación de Antares. Vale.
Le encanta bailar, y es también por esa herencia genética de su mamá.
¿Y qué implica bailar en México?:
“Abrir mucho más el campo de la danza, el espíritu y todo. Ampliar el horizonte”.
En el mar está el horizonte: ¿qué es el mar?
Para mí el mar es vida, es todo lo que se pueda soñar, todo lo que se pueda perder: no hay más palabras para explicar.
¿El agua?
Fuente de vida. ¿El cielo? Transparencia, claridad, paz.
¿Qué son los ojos?
A través de lo que se puede mirar, sin ningún tipo de obstáculo, ni de oscuridad.
¿La luz?
Casi como una redundancia: fuente de iluminación.
¿El escenario?
Mi casa.
¿La oscuridad en el escenario?
No sabría qué decirte.
¿Qué experimentas?
Generalmente los nervios estallan: están a flor de piel. Me gusta mucho esa sensación.
¿Qué es la música?
Mi tranquilidad, mi inspiración.
¿Qué es una coreografía?
Es mi vida en ese tiempo de duración de la coreografía.
¿Qué es la lluvia?
El agua que me purifica de alguna mala energía que pueda llegar.
¿Qué es el tren?
Un adelanto más de la ciencia.
¿Qué es la danza?
Es mi vida.
Y el diálogo ya. Otra vez a perseguir la infancia: con los ojos y el pelo que rebota en su espalda mientras juega a treparse en el cuerpo de una niña.
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