jueves, 21 de febrero de 2008

Primera entrega desde tierras Magyar

El Zancudo
(No mata, pero hace roncha)

por Arturo Soto Munguía

Malas noticias para quienes pensaron que El Zancudo había quedado en calidad de boli, en cualquier calle de Budapest.
Lo más que ha sucedido es que el pinche frío me trae con los webitos como taco de durazno, a pesar de todo lo que uno se pueda echar encima, pero fuera de eso la experiencia en esta ciudad está resultando de lo más aleccionadora.
Paso a dar el primer reporte, con la advertencia de que en lo sucesivo habrán de multiplicarse las entregas, ya que apenas hasta estos días he comenzando a recorrer solo esta ciudad, donde resulta especialmente complicado interactuar con sus habitantes.
Esto no tiene que ver sólo con el idioma ya que, como dijera El Piporro, no sé hablar inglés y los que lo saben, pues no me entienden. Y si no sé hablar inglés, mucho menos húngaro, así que ya sabrán.
No puedo continuar estas líneas sin antes agradecer en todo lo que vale, el apoyo y la solidaridad de Maga, que ha sacrificado su propia agenda para traerme de arriba abajo: ha sido guía, traductora y su conocimiento sobre la vida y los habitantes de esta parte del planeta ha resultado vital para comenzar a entender lo que sucede en el mundo post comunista.
Aún así, no es fácil hacer una lectura certera en tan poco tiempo, pero ahora intentaremos dar las primeras pinceladas de lo que con el correr de los días, espero se convierta en un bosquejo más o menos descriptivo de lo que sucede en esta región, donde muchos conceptos deben ser repensados y analizados a la luz de la memoria social de este pueblo, particularmente sacudido por los cambios políticos de las últimas décadas.
Entre otras, las nociones de frontera, nación y nacionalismo; identidad cultural y memoria histórica adquieren aquí una dimensión distinta a la que conocemos en México.
Con todo y eso, es necesario aclarar que si el análisis sale ‘de cabeza’, hay que adjudicarlo un poco a eso, pero también al hecho inesperado de que las escaleras eléctricas aquí se mueven más rápido, y en la estación del Metro que nos llevaría a casa el primer día, me tomaron por sorpresa, las piernas se hicieron chicle, se enredaron en las mochilas y me fui de cabeza para solaz y esparcimiento de húngaros y húngaras que nomás se hicieron a un ladito para verme rodar desde su fría inexpresividad, mientras Maga intentaba agarrarme de donde fuera, cosa que no sucedió porque ya estaba ahogada de risa.
En fin, fuera de ese pequeño incidente, todo está muy bien por acá.
Los días subsecuentes han servido para ir entendiendo un poco el perfil sociocultural del pueblo Magyar, como prefieren llamarse los ciudadanos de Hungría. En esto ha sido fundamental la serie de encuentros con jóvenes y no tan jóvenes magyares muy aplicados en la promoción de la cultura: exposiciones, conferencias, libros, conciertos, ciclos de cine.
En general el pueblo magyar es muy culto y si yo fuera el Juan Pedro Robles, diría que aquí ‘el más pendejo atiza debajo del agua’.
La ciudad ofrece una gama de actividades que rebasan cualquier agenda, y los espacios preferidos por los universitarios son bares y cantinas conocidas como koshmas o sorozos, donde se organizan eventos culturales que sirven como pretexto para la convivencia y el encuentro con los elementos que dan identidad generacional a una población inquieta y preocupada por lo que sucede en el país y en el mundo.
En uno de esos espacios, llamado Közert, presentamos el libro De La Habana a Camagüey, frente a un público heterogéneo compuesto por unas 30 o 40 personas muy participativas y sorprendentemente interesadas en lo que sucede en América Latina y el Caribe.
Ahí mismo se presentó un performance de música e imagen sobre el pueblo de Cuba, a cargo de un joven magyar que va por el mundo vendiendo pulseras y otras manualidades que le permiten obtener ingresos suficientes para viajar y darle vuelo a su hobbie, que es la fotografía.
De esa presentación surgió una entrevista de radio que ya sostuvimos en días pasados, y otra que se llevará a cabo el próximo domingo. Si el zancudero lector, la transfronteriza lectora quiere escucharla, puede conectarse a través de Internet a la página www.civilradio.hu.
La primera entrevista fue realizada por Bolash, un magyar bien amable y hospitalario. Habla húngaro, español e inglés, milita en Amnistía Internacional y está casado con Julieta, una mexicana del centro del país, que también se ha portado de maravilla.
Con él también compartimos el espacio en la cabina de la 98 FM, una estación donde Bolash tiene un programa y transmite para el mundo a través de www.civilradio.hu, y donde conversamos largo y tendido no sólo sobre la situación cubana, sino sobre un tema que parece ser de interés grande por acá, que es la vida política en México, sus protagonismos y las historias que se han tejido durante los últimos 20 años en materia de transición a la democracia.

Primer encuentro con altermundistas.

Es una generación de jóvenes que rozaron los años del comunismo cuando asistían a la primaria. Se han formado en la memoria social de los padres y los abuelos, construyendo la suya propia a partir del proceso de occidentalización que están viviendo los países de la Europa central.
Se asumen simpatizantes de los movimientos sociales de fin del siglo pasado y las postrimerías del que corre. Así, han acuñado términos ingeniosos, como cuando se refieren a sus simpatías por el neozapatismo mexicano. No somos zapatistas, somos zapatistantes, dicen, usando una palabra que en inglés suena a ‘simpatizante’, diferenciándola de ‘militante’.
Otro de los encuentros zancuderos fue con Tamás y su banda. Tamás es ingeniero ambiental, amante de la música y la fotografía, y su banda está compuesta por otros chavos que nos han invitado para el próximo sábado a un concierto. Tocan ska y les encanta la fiesta.
Para entender un poco la forma en que esta generación asume su realidad, debe considerarse el hecho de que ellos no pasaron por los años del régimen comunista, sino que el proceso de transición los alcanzó siendo muy pequeños. Aún así, tienen muy claro el pasado de su pueblo: mutilado en su territorio, ocupado por nazis y soviéticos, devastado por los horrores de la segunda guerra, que entre otras cosas dejo un saldo de más de 300 mil magyares apresados y confinados a los campos de concentración; muchos de ellos asesinados y torturados hace apenas unos 50 años.
Para darse una idea de qué tan frescos están en la memoria social de este pueblo esos hechos, baste citar que el último húngaro que regresó a su patria desde una cárcel soviética, lo hizo apenas en el año 2000.

Cosas veredes

Como ironía de la vida, el primer debate sobre nacionalismo, identidad nacional, transculturización y asuntos transfronterizos, se está dando en estos momentos entre algunos estudiantes de la Universidad de Europa Central (CEU, por sus siglas en inglés), donde realizan estudios de doctorado mas de 400 jóvenes de todos los continentes.
Sucedió a propósito de la iniciativa de algunos de ellos por organizar un festival cultural internacional, donde exhibirán algunos productos representativos de cada pueblo: en el arte, la cultura, la gastronomía, etcétera.
La propuesta fue acogida con inusual virulencia por algunos alumnos, que convocaron, en la posición más tibia, a hacerle un vacío a la muestra, pero en el peor de los casos, a un boicot, alegando la imposibilidad de la convivencia entre ciertas naciones que tienen su agenda histórica llena de cuentas pendientes y facturas por cobrar.
Y el debate surge justamente cuando la semana pasada, Budapest fue testigo de una marcha de ultraderechistas, uniformados como los nazis de la segunda guerra mundial, y con planteamientos de exterminio racial dirigidos a los gitanos, o como ellos les llaman, roman people.

Agendas separadas

Pero mientras la intelectualidad debate acerca de las disputas históricas irresueltas, la vida cotidiana lleva una agenda distinta.
Durante un festival de música cubana, los jóvenes húngaros dan cátedra de salsa, merengue, cha-cha-chá. Una joven polaca y su amiga húngara asisten, bailan y se divierten, con la particularidad de que la polaca no habla magyar y la húngara no habla polaco. El idioma que las une y las hermana es, aunque usted no lo crea, el español.
Unos días antes habíamos asistido a un festival de cultura brasileña, donde los húngaros partieron plaza bailando capoeira y samba.

Para próxima entrega

La Casa del Terror requiere una columna aparte.
Es impresionante el despliegue arquitectónico y de tecnología con que los húngaros han construido un museo donde lo mismo se muestra un tanque original usado durante la ocupación soviética del 56, que un laberinto hecho con tabiques que en realidad parecen jabones de los que fabricaban los nazis, usando como materia prima la grasa de los judíos asesinados en los campos de concentración.
Ahí están los nombres y las fotografías de todos los magyares muertos durante la ocupación soviética, algunos de los cuales ya conocía porque las calles de Budapest llevan sus nombres. Hay cientos de pantallas de televisión mostrando testimonios de hombres y mujeres relatando los horrores de la guerra.
Lo más impresionante son las mazmorras donde hacinaban y torturaban a los presos, así como los aparatos de tortura y no les cuento más, porque como decía antes, eso merece una columna aparte.
Seguimos pendientes.

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