sábado, 22 de marzo de 2008
La pascua y días de fama
por carlos sánchez
La sobriedad postergada es el boleto de entrada a la mirada difusa.
Es domingo de pascua y la celebración se dispone para esos peregrinos que cuaresma tras cuaresma viven de recordar la procesión de Cristo.
Las dos de la tarde es el banderazo de salida para esa carrera desenfrenada en la que el que se embriaga primero será el último en recordar lo sucedido esa tarde de reencuentro con la rutina del barrio.
Dejaron sus mejores modales allá en el vado de río, donde pudieron observar con mirada transparente a la madre que cada tarde les llevaba el lonche, el refresco, la dosis de amor que del baúl desertó para postrarse en la mejilla con un beso.
Dan la vida entera por esos días de ver a sus hijos con la vista sostenida en la dignidad.
Dejan de lado la necesidad del alcohol mientras los palos, las básculas, los cascabeles, las pezuñas de cochi, que son los colgantes, dan música a los pies que se mueven para agradecer la moneda que el buen ciudadano deposita en sus manos. Y bailar.
Son las madres que desearían eterna la semana santa, sólo por verlos así, amables, gentiles, cruzando sus brazos para escuchar la conversación efímera dentro de esa ramada como morada durante esos días de limpiar el alma con sus alabanzas y servicios al señor.
En esa enramada también estuvo guarecida hasta el día de hoy, el Chino, personita de poco más de diez abriles bajo el sol. Vivió sus días de farisear cuidando a los soldados y sus máscaras, sin la preocupación del costo de la lata de spray con la que sin duda hoy reinició su contrato tácito.
Lo he visto con su sombrero a media frente y pedirme para una soda, lo he complacido y por error he preguntado por su madre, la respuesta es la mirada hacia abajo, y luego sólo dos palabras contándolo todo: “no sé”.
Indagar la vida de ellos es sólo un volver a la mía. En esos días de farisear también tragábamos tierra, y era una osadía dormir en la tierra, sufrir los calores y el extremo del frío en el umbral de la primavera.
No viene al caso nostalgiar, más bien el chorizo definitivo es hacia ese reencuentro de la raza con el barrio, con la loquera, con el grito de la madre porque este día de pascua es de neta la lejanía del dios, sobre todo del barrio.
La violencia cobra fuero y las rencillas despiertan al llamado de un trago de cerveza, de un jalón al pomo de tiner, de un pase, de una rivotril rodando hacia el vientre.
Son los compas del barrio, fariseitos o no, los que han de celebrar el ayuno del tiro a trompón limpio o con fierro pelón. Es el grito de la madre otra vez a la par de la sirena que ulula por el vientre del barrio, en busca de las lesiones producto de la venganza, o de última hora la herida imprevista que se atravesó al que pasaba por el callejón en la hora equivocada.
Es el domingo de pascua un adiós al wacabaque, a la danza del venado, el patscola, la morrita que guiña el ojo al fariseo porque con la máscara puesta se mira reguapo, y es el ídolo, porque el diseño sobre su rostro es el mejor de todos.
Adiós también a la serenidad, porque ese estado es efímero, un invento de Dios, acá entre el río y el cerro suenan los machetes, porque así se arreglan los pendientes, las dificultades que surgieron porque uno de ellos no quiso compartir el pan mientras encuartelados servían al señor.
Que poco duró la oportunidad para el comercio improvisado. Ya los duritos, las sodas, los nachos, los hot dogs, no encontrarán compradores, porque donde antes estaba lleno de fariseos y fieles observadores, ahora lo llena el vacío.
A esperar la dignidad de Juan Leyva, el pilato, el dueño de la tribu, al que desde ahora lo insultaremos todos gritándole “se emborrachó con agua”, porque a las dos en punto de este domingo dejó de ser el señor de respeto, porque de nada vale ya su rosario en el pecho, ahora es tan igual como todos.
La dignidad se esfuma, bajar la mirada es el recurso de Juan para mitigar el insulto como violencia, y beber hasta que el próximo miércoles de ceniza informe que es tiempo de levantar la mirada. Y sonreír ante esos días de fama.
cuidado con la sintaxis y la adjetivación sin sentido.
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