martes, 4 de marzo de 2008

nuevo libro


Crónicas de la vida cotidiana dentro del cuadro que es la cárcel. Sylvia Arvizu nace como escritora con esta publicación en ciernes. Para ver su luz de facto, es necesario que la raza se prenda con la cooperacha.La dinámica es comPrar el libro por anticipado, en cien varos, en cuanto esté impreso, los cooperadores recibirán su ejemplar autografiado por la autora. Hagan el paro. me escriben a abigaelsc@hotmail.com, yo paso por la moneda. Y va uno de los textos, para que se animen a mocharse.

Mi hermano el Gato

Por Sylvia Arvizu

Anoche platiqué con Claudia. De su búnker al mío hay metro y medio de distancia. Movía sus tenis Converse blancos como temblando. La Clau, siempre se está riendo, siempre dice algo chusco que nos hace reír a todas, pero esa noche su mirada era diferente, desde que su pulgar derecho frotó la piedra del encendedor, empezó con un suspiro que terminó en la primera bocanada de humo que soltó. Tengo tres días soñando con mi hermano, me dijo.
¿De veras? ¿Desde cuándo no lo ves? ¿No ha venido a verte? ¿Es más grande o más chico que tú? ¿Tas cuñada?, le pregunté, apenas tomando aire entre pregunta y pregunta. Ella con sus ojos tristes detuvo mi avalancha de interrogantes
El mes pasado, cumplió tres años de muerto. Me dijo.
No supe qué decir, me incorporé y extendí mi mano para que me pasara el cigarro. Mata, me dijo, yo nomás quería un vaisa o dos.
El gato le decían a mi carnal, por los ojos, era bien amiguero y donde quiera lo querían mucho, mi mamá nos dejó a los dos desde bien chiquitos por irse con otro vato, todavía me acuerdo de la mirada de mi apá cuando nos dijo que ella nunca iba a volver, pobrecito, estaba bien agüitado, la quería un chingo.
Pobrecito mi jefe, yo no le reprocho nada, hizo lo que pudo, lo que pasa es que no podía trabajar y cuidarnos al mismo tiempo, pero se esforzó, me consta que se esforzó. Se levantaba bien tempranito a darnos desayuno y luego me hacía unas colas en el pelo, todas chuecas y en la escuela me daban carilla y hasta me decían la chilindrina. Pero no la hizo mi jefe, nos descarrilamos cuando yo tenía trece y el Gato once. Los morros de la esquina, ahí en el happy ranch como le decíamos al barrio el Ranchito, fumaban mota y nos empezaron a dar. Luego de la esquina nos íbamos mejor al cantón, ahí estaba más curado, porque no había nadie que nos molestara, hasta la noche que llegaba mi apá, pero desafanábamos antes de que él terminara de trabajar.
Por afuera de la casa pasaban todos los tráiler, y en una de esas conocí al Venado, que era mayor que yo como quince años, pero no me importaba, a mí me gustaba, él no me pelaba porque decía que yo era una niña pero cuando cumplí quince me lo encontré en una fiesta de los morros del barrio, allá en la colonia San Luis, y me lo cachorié. A partir de ahí no me bajaba del tráiler, me paseaba con él por todos lados y a veces hasta me llevaba a Obregón o Nogales, una vez me fui a Nayarit con él, como quince días, y cuando regresamos, ya estaba embarazada de la Myriam.
El Venado siempre duraba muchos días en los viajes, y no siempre me dejaba suficiente dinero, tuve que ingeniármelas muchas veces pa’ estirar lo poquito que me dejaba, pero de todos modos no alcanzaba pa’ la luz, el agua, el mandado, los chamacos y la mota. Un morro me dijo que si quería vender él me podía traer lo que quisiera, que la pensara, que era buena lana, que sin salir de la casa, que sin descuidar a mis hijos, que el cristal andaba rifando. Le dije que sí.
Así empecé a vender mota y foco, poco a poco los morros se dieron tinta y empezaron a comprarme y empecé a ver las ganancias, luego sin darme cuenta le estaba vendiendo a gente muy pipirisnáis, en unos carrazos, bien trajeados ellos y otros hasta con guaruras, hasta a un morro pelo chino que salía en la tele que ni me acuerdo cómo se llama.
Un día llegó una vieja, ella me decía comadre, pero la neta ni éramos, me preguntó por el Venado y yo le dije que de viaje. Eso crees tú, me contestó, tiene como tres día aquí en Hermosillo pero está en la casa de una vieja porque está joven, bonita y delgada, dicen que porque está bien prendida del foco, bueno comadre nomás quería saludarte, ahí nos vemos.
Me quedé quemando cinta, yo recién parida, pues estoy bien gorda, ya ni tan joven, con razón no me ha hablado, trae maldad, pinchi Venado, pero va a ver cuando llegue.
Pasaron diez días y del Venado ni sus luces, yo seguía bien parada con las ventas y bien gorda por las ganancias que iban a dar al MacDonald’s o al Kentucky. Una noche llegó una Explorer bien curada a comprar cristal, se bajaron cinco morras y un vato, bien viajados, traían la fiesta a todo lo que da, las tipas dijeron que eran modelos de la Expogan y que querían loquera para aguantar todo lo que dura el palenque. Les vendí y se fueron. Pero se me quedó grabada en la memoria la figura perfecta de sus cuerpos y las mini cinturitas que tenían. Esa noche, por primera vez, fumé cristal.
A los días llegó el Venado, nunca estuvo con ninguna otra vieja, pero yo ya estaba clavada en el foco y no lo podía dejar, siempre decía que sí, siempre juraba y juraba que ya no, y siempre me escondía muy bien para que no me torcieran.
El Gato mi hermano también andaba clavado en ese rollo y con otros más, porque él se metía otras chingaderas, y para mí era más fácil buscarlo en el Parque pino que en la casa, cuando llegaba a caerle al cantón era porque se andaba pasando de hambre o lo andaban cazando los mulas.
Una noche me pidió el carro, no me acuerdo si me dijo para qué, lo que sí me acuerdo es que le dije que no, que a él lo traían entrado unos morros y no quería que le hicieran daño al carro.
Mientras mis hijos y yo cenábamos sentí algo en el estómago, cuando terminamos de cenar le dije a la Myriam que fuera conmigo a buscarlo, pero cuando llegamos nadie nos pudo dar razón de el Gato, sólo que antes que nosotros había ido un vato a preguntar por él, era el Ezequiel, doñita, me dijo el Bagre, es un vato que lo trae entrado porque el Gato le tumbó a la Mara.
Apúrate, Myriam, vamos al cerro, a la casa de la Mara, a ver si allí lo encontramos. Cuando empezamos a subir por entre las piedras, empecé a sentir un escalofrío de esos que te ponen la piel chinita, empecé a sudar pero sentía la cara helada y algo me apretaba el pecho.
La casa de la Mara tenía las puertas abiertas, apenas crucé el cerco y atrás de mí llegaron con una polvareda tres patrullas. Sentía mis pies pesados, como de elefante, quería ir más rápido pero mis piernas me tiraban a loca, no avanzaban.
Como si conociera la casa me fui directo hasta el último cuarto, tenía una cortina en lugar de puerta y manchas de sangre por toda la orilla, justo debajo del holán floreado, alcancé a ver los Converse blancos de mi hermano, levanté el pedazo de tela desesperada y ahí estaba mi carnal, recostado en la cama de la Mara, con un balazo en la cabeza. El Ezequiel llegó primero que nosotras, el Ezequiel lo encontró dormido y el muy hijo de su puta madre lo quebró a la malagueña. Cuando lo vi me pasaban por la mente los recuerdos de cuando mi apá nos llevaba a la escuela, de cuando mi apá nos hacía un pastel de cumpleaños pa’ los dos, de cuando el Gato me defendía de todos en la primaría, de cuando me pidió el carro y le dije que no.
Al Ezequiel lo agarraron en chinga y le dieron un putero de años, el Venado me dijo ayer que lo mataron allá arriba, en la cárcel de los hombres, quién sabe con quién se bronqueó el vato, no sé qué pedos traía con los de su celda, no sé si les robó o le robaron, no sé si estoy feliz o enojada, nomás sé que se va a encontrar con el Gato por allá y van a ajustar cuentas.
Ahora cada vez que veo mis Converse me acuerdo de cómo batallé pa’ quitarles la sangre que tenían, pa’ dejarlos blancos, igual como quisiera tener mi conciencia.

3 comentarios:

  1. dos para llevar...aunque no digas cuánto cuesta bonito.
    A.

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  2. ya vi, ya vi: cien varos (x dos) en la quincena, vale!

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  3. Muñeco, que chilas cosas dicen las letras de esta morra, felicitala de mi parte y dile que hay afuera un wey que quiere escribir como ella...
    fierro muñeco
    navo

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