carlos sánchez
Las nubes avasallan mis pupilas. Anoche soñé a mi padre en su cama sucia y lleno de alcohol en la panza. Miento si digo que estaba ebrio. Nunca se emborrachaba. Siempre tomaba.
Mi madre me ha dicho que necesita luz, que encienda una veladora. Yo me dispongo en la imaginación a tomar una escoba para limpiar su tumba. ¿Su tumba? Si sólo hay una plancha de cemento a medio terminar. Esa es su tumba. Y olvido la dirección, sólo doy a veces con ella y por inercia del recuerdo de ese instante de entrarlo en una caja en el vació del hoyo.
Las nubes se estrellan en la memoria y dibujan las palabras que mi padre pronunciaba lleno de felicidad cuando ya el chubasco inundaba el techo, el patio, los rincones de la casa.
Esta mañana después de evocar a mi padre en sueños, he llegado a la casa de la Cuca, y se apersonan los recuerdos de los camaradas muertos: el Juanito, David, Víctor Hugo. A unas cuadras de esta casa vivió el Abigael, poeta de apellido y de pasos indagando siempre la ciudad con sus naranjos en los camellones del boulevard de la opulencia.
Qué si camino hacia el norte y entro en el camposanto para ver si los muertos se levantan para disfrutar conmigo el dolor de las nubes entrando en el cuerpo. Me he dicho. Y me aposento mejor a ver el horizonte debajo de los árboles de la casa de la Cuca. Porque no tengo el valor de increpar los nombres de mis muertos dentro ya de su casa que es la única verdad en este imaginar.
A mi padre creo que lo evoco siempre porque fue el constructor de un discurso sin violencia, a diferencia de los gritos en boca de la otra familia que encontraba en mi existencia un desahogo para sus frustraciones.
Ahora que he crecido en los años los amigos se le parecen a mi padre con su voz pausada, y es inevitable recordarlo a diario. Y ahora mis amigos me protegen y me tienden como capa sobre las piernas una tela para amainar el frío. Y sirven café para mis tripas.
En ese trance de la disyuntiva, de ir al panteón, la voz de María Dolores Pradera ronda entre los olores que emanan desde la cocina de la Cuca. Yo la veo existir otra vez y sus máscaras de cerámica me espantan la conciencia. Me río de la gente que envidia por la calle, según dice la Pradera, yo ahora envidio la muerte de mi hermana que decidió irse hace un año con una inyección que le sofocara los pulmones hasta hacerlos reventar. También ella me llama entre sueños.
Al son de una guitarra las nubes duelen menos. Y la Cuca grita impávida y espontánea, resalta la lindura de mi rostro con la boca abierta: “Ni en California te tratarán así”, y es el trapeador que ya mueve sus manos entre el susurro que acompaña otra canción.
Las nubes, cierto, vienen como arpón para regresarme la piel descalza en esos días de correr los charcos, de subir las piedras del barrio. Viene la nostalgia de una tarde de lluvia caminando el pavimento al lado de una dama que ya no es, que me grita en el recuerdo la existencia de alguna vez la felicidad.
La Cuca parte canturreando entre olores de verduras que hierven. Yo no doy más en este texto, debo agachar la pasión del sentimiento cuando me apresa el clima y su frío del recuerdo. Debo cerrar la puerta de la casa de mi padre, llenar los pulmones de mi hermana para que nazca de nuevo. Debo alzar la vista para saber que los nombres de mis amigos estarán siempre inventando motivos para la existencia. Joder.
Por si estos párrafos necesitaran un colofón, la Cuca dice que a veces se asoma al cuarto de Juan porque escucha ruido, sirve otro café y jala una silla. Por la ventana sus ojos encuentran las nubes.
qué lindo!
ResponderEliminar¿no será muy cursi esta expresión?.. ¡me vale!
es lindo y ya
abrazos, Carlangas de mis Pilas
¡Un abrazo fuerte fuerte!
ResponderEliminarMi querido Carlos.
Que ritmo tan fregon, entre el son y el adagio ,
ResponderEliminaresto es poesia !
la neta dueles, duele, duelen, pero el dolor se transforma estetico,
evocas chingonamente la tristeza polvorienta de la desolacion, los cuerpos y los corazones sin mas anhelos que pasar lo mejor que se pueda por la vida, a veces sospecho que andan buscando la muerte como unico remedio y alivio de lo sofocante que es vivir,
te abrazo carna
el texto de la ausencia y de la pérdida que a fin de cuentas, al escribirlas, se vuelven presencia y recompensa
ResponderEliminarpara eso escribes, golondrina
(¿"la lindura de tu rostro"?)
Un beso