Carlos Sánchez
La iluminación me obliga a la gratitud. Observo esas atmósferas tan cotidianas, en esas locaciones que son la casa, la calle, la ciudad que no es la misma y no sé porqué contengo el deseo de llevar las manos al rostro.
Tanto tiempo sin atinar a una película insultándome de tanta sensibilidad en el director, los actores, el fotógrafo, la iluminación, su música.
Cuán difícil es el inicio de un guión para cine, me comentan, es como el ejercicio de decidir cuál es el inicio de una nota informativa, acotan.
Yo sólo me dispongo en la sala, a merced de dos personas dentro del vacío de las butacas, porque esta peli no tiene, ni tendrá ráfagas publicitarias, porque no se sabe mucho del contenido, porque no aparece ni un Gael menos un Diego porque Hollywod es primero y las salas adjuntas ofrecen a la misma hora la función estelar.
En cartelera nada importa si la sinopsis anuncia una película mexicana, menos si el argumento tiene que ver con nuestra realidad.
Pude durante el desarrollo de la cinta, llenarme de emoción ante la perfecta actuación de Margarita Sanz. Cómo puede una persona entrar en la mente de otra, con esa enfermedad que es la nostalgia, el amor ido, la desmemoria, de manera tan perfecta como lo hace esta actriz. Me pregunto también sobre las habilidades del guionista y el iluminador, no sólo para intuir la atmósfera precisa en los colores, sino para llenar cuando es necesario, un instante lúdico en un programa de radio.
También indago sobre lo que le caracteriza a este guión, y vuelvo al escritor, director, Juan Pablo Villaseñor, a quien no dejo de ver cargando toneladas de sensibilidad dentro de su piel. Intuición.
Cuán ocioso resulta llegar a la esquina del barrio, después de hacer el amor con una película en la pantalla grande, cuán infructuoso será contarles a los camaradas la anécdota, de nada servirá, porque así como en las otras salas los murmullos de la multitud evidencian las preferencias sobre el tipo de películas, así entre la raza los lamentos por la derrota de la selección mexicana de futbol llenan la cuadra y el barrio entero. Parecería no importarles nada más. Los medios se posicionan implacables. Y forman conductas.
Me exonera tal vez la felicidad en el recuerdo de observar una peli después de evadir la carretera y mejor comprar palomitas y un té, en la gana por descubrir lo que nunca pensé: un filme preciso para abundar sobre la nostalgia de esos seres que fueron nuestros padres, tan llenos del reflejo de la película como espejo.
Hace unos meses conversé con Juan Pablo Villaseñor, y ayer al ver Espérame en otro mundo, sentí un placer completo de verlo por anticipado, es decir, antes de esta historia que nos da.
Siento tantas ganas de abrazar a la actriz Margarita Sanz, tan llena de esa melancolía por el amor perdido, y deseo igual pararme sobre la duela de un salón de baile donde trabaja Marcela (Natalia Esperón), o bien echarme un trago con el padre protagonista que aterriza sus penas en el alcohol, siento tantas ganas de esto como de volverme a mirar en los ojos de Juan Pablo.
Qué obtendría con el hecho de mirarme en los ojos de él, resumo y concluyo: la oportunidad de agradecerle por este texto, este filme, la perfecta historia de lo que un corto tiempo habremos de vivir muchos de los que ahora nos sentimos jóvenes.
Ir al cine la tarde de jueves, fue atinar y refrendar, confirmar una vez más que el arte me puede instalar en un globo hasta tocar el cielo.
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