lunes, 16 de noviembre de 2009
Donde habita el olvido: la alegría
Texto y foto: Carlos Sánchez
Los golpes en las percusiones llenan de ritmo la biblioteca. Las palabras hacen lo suyo. Estamos en el Cereso y la mirada de doña Lupita es un río que sumerge a los presentes en paz de agua cálida.
Doña Lupita tiene los años suficientes para los pasos en parsimonia. Despacio las palabras, despacio la sonrisa. Dentro de la cárcel su nombre es sinónimo de convocatoria a la literatura.
Y es la literatura la que esta mañana nos hace coincidir. Un escritor que radica en Chiapas, y que nació en un pueblo del sur de Sonora, Navobaxia, ha regresado a su tierra, para compartir las historias que conforman el libro de su autoría: al contado.
Después de compartir su vocación en la Feria del Libro de Hermosillo; al día siguiente en la Universidad del Valle México, después de firmar ejemplares con dedicatoria, de abrazar a su madre entre la multitud como testigo, Omar Gámez, el Navo, acepta feliz pisar el concreto de la cárcel para decir lo que se obsesiona desde su creación. Él es el autor de al contado, el cual, incluye un género híbrido: croni-cuentos.
Y sobre el contenido, el escritor Fernando Valencia Camoy, el Chino, dice que las escenas están muy bien logradas: “según mi punto de vista, porque al irlas conociendo, uno va sintiendo el sudor en su frente, la desesperación, el sofoco por falta de oxígeno, y por tanto cansancio.”
Las palabras del Chino ilustran. El rasgueo en la guitarra da pie al desgarramiento en la emoción. Se siente en el pecho la alegría lúdica que transmite el cantautor, y el escritor. Gaspar Madrigal, el Gaspior, es camarada del Navo, y también asiste a la cárcel, en compañía del Lalo, a poner ese toque de lenguaje universal que sólo la música posee.
Cantar y leer es la dinámica. Y si los párrafos en la voz del escritor son lúdicos, las estrofas del Gaspior no entonan mal Las mulas de moreno. Los internos que no son pocos, abren con deseo los oídos, acceden por éstos las lúdicas historias.
El entorno no puede ser mejor: libros, palabras, ritmo. La mirada de doña Lupita, los ojos de los presos: lupas para detener las imágenes en la memoria, para siempre.
¿Qué es lo que hace que una historia contada desde el autor despierte el interés de los presentes, o lo que es más: les arranque la risa en estruendo?
El Navo está hecho de eso, o yendo más a la precisión, los personajes de al contado son eso: la ironía descarnada. Por eso la risa, aunque implícito exista el dolor a cuestas de hombres y mujeres, no importa si púberes o infantes, madres que no encuentran a sus hijos, oficios diversos, desde el campo o la prostitución, la cerveza como móvil para una madriza en una tarde de cantina.
En la cárcel se escucha y se lee. La música dosifica la pena, y no es lugar común, porque podrían pensar los señoritos, los investigadores, los estadistas, los damos de la caridad, que en la cárcel sólo existe la delincuencia, la infamia, el extorsionador, el asesino, los ladrones. En la cárcel también hay margen para el error, así como en las conclusiones de la sociedad.
Después de la estadía entorno a los libros, en ese aplauso como clausura de la presentación de al contado, los presos, no sin antes apañar un puño de galletas, un café, regresan a su respectiva celda, el cantón, le dice la mayoría.
El Navo, el Gaspior, el Lalo, a un lado de la raza, acampamos a un costado del taller de talabartería del Rodolfo, ese hombre de peso al que todos miramos hacia arriba, para alcanzarle la mirada. Y nos advierten ya el Gilberto, la Sylvia, que desde la cocina enviarán una remesa de botana. Para que no olvidemos las tripas, para que recordemos que en el Cereso se conciente a los artistas, las visitas.
No alcanzan las palabras para esta mañana que de a poco se convierte en tarde. No cabe en descripción el rostro desorbitado del Rodolfo al apoderarse de la guitarra del Gaspior, porque el músico se lo sugiere. Y la humildad se apersona desde la voz del altote: “mejor voy por la mía, te la voy a ensuciar.”
Canta el Rodolfo, porque ante tan lindo sonido no puede evitarlo. El Gaspior golpea las percusiones, ambos, y ante el coro de la raza, llevan a buen puerto esa rola de Sabina que como estribillo tiene: donde habita el olvido.
Y no es ironía, porque aquí, en la cárcel, también habita la alegría, la literatura, las guitarras…
Dar es vivir.
ResponderEliminarY amar.
comiendo de las letras del mejor escritor de la colonia nunca dejo el traste sucio
ResponderEliminarrifado, como siempre, frijoles.
Y qué tantas cosas no habitarán allí, desde allí, para allí...
ResponderEliminarFelicidades a tu amigo, quiero más libros al contado, aunque necesite créditos.
Muy buena reseña escritor, como siempre