jueves, 25 de agosto de 2011
El cartel de Sinaloa, saudade anticipado
Carlos Sánchez
Aún no concluyo la lectura y ya las deducciones son un dardo en la emoción.
Avanzo en las páginas y veo a un reportero tirándose desde el boing de la investigación. Lo miro dando tumbos dentro de terrenos minados. Anota las imágenes en una libreta, las imágenes que ahora me comparte.
El Cartel de Sinaloa (Una historia del uso político del narco; ed. Grijalbo), no deja de ser atractivo en su título y entonces, por aquello de la oportunidad y el momento que vivimos los mexicanos, seguro el éxito comercial. Y qué bueno.
Lo que el contenido de este libro me (nos) revela, es aquella otra lectura sobre los miembros o cabezas que conforman los carteles. Aquí, Diego Enrique Osorno (quien tuvo la amabilidad de comprar en una librería del Aeropuerto Internacional de Hermosillo, y después de rubricar, obsequiarme el ejemplar), ejerce esa consigna del periodismo: mostrar, más no demostrar.
Con hábil narrativa, Diego me (nos) transporta a esos otros terrenos de la mítica Sinaloa, y deja ver el otro lado de la historia del narco, la que no aparece de manera cotidiana en los medios, si acaso por ahí en alguna revista dedicada a la investigación.
Historia, crónica, cifras, datos, puntualidad en la construcción del contenido desde los primeros días de la violencia en Sinaloa, desde tiempos en que se va forjando el trasiego de la droga hacia el gabacho. Y es también este preciso volumen, un atisbo a lo que dentro del pensamiento y la emoción de algunos narcotraficantes, aflora.
Existen en estas páginas la encrucijada de lo que es permanecer en un penal de máxima seguridad, ya con la chaqueta de otrora todo poderosos, cáncer social, actor de una interminable lista de atributos que sólo conducen al ejercicio de la crueldad. Y se vuelve entonces este currículum vitae un argumento para ser sometido, sin margen para la réplica.
Es el Caso de Miguel Ángel Félix Gallardo, quien de pluma y letra, por aquello de la imposibilidad de entrevistarse con Osorno directamente, los testimonios fueron fluyendo desde un lugar con poca luz, con el pulso ya tembloroso de tantos años de enfermedad, de soledad. En ese lugar en el que declara que allí espera la muerte.
Cuenta aquí el “tan famoso capo”, la violación de derechos humanos que sufre, el desconcierto cotidiano, los nombres que han pasado por la misma prisión y que sólo han abandonado el lugar cuando dejan ya de respirar. Félix Gallardo tiene en su retrato de personalidad la habilidad para la lectura, el gusto por el arte plástico, y sobre todo, la preocupación por la violencia que se vivió en esos años de ser un ciudadano más en su natal Sinaloa.
Y cuenta aquí su incursión para frenar los esporádicos asesinatos que en los ochenta se dieron en Sinaloa, y describe cómo le preocupaba, le preocupa, la exacerbación de la violencia, por lo cual clama equidad en las oportunidades para los mexicanos tanto en educación como en empleo.
Un sentido estrictamente humano de las voces que cayeron en desgracia, por ejemplo, las vicisitudes del hijo de un capo famoso que tiene que ver su suerte y dejar al amor de su vida por el pecado de llevar en su existencia el apellido etiquetado, confinado. Y a paliar todos los días contra los dedos índices que le señalan en el campus de la vida.
El cartel de Sinaloa es un atisbo no sólo a la historia de los carteles en el país, sobre todo en el noroeste, es además de datos precisos, un estilo de narración intensa donde el lector no podrá salir librado de una conjetura, o dos, o múltiples.
Osorno con su libreta debajo del brazo, para construir este libro, tuvo que andar vestido de militar y sacar no sólo fuerzas para compilar documentos, tuvo además que resistir los caminos de la sierra, allá donde la mariguana arroja sus colas, las que como destino tienen el otro lado. O este.
Diego en su ejercicio periodístico, nos cuenta los terrenos de la violencia, el lujo del narcotráfico para arrojar cadáveres en un terreno que paradójicamente lleva por nombre La primavera, y en la cual, nomás de tanta crueldad, allí el terreno nunca florece, salvo de cadáveres cada amanecer.
Escribo ahora en una pausa a la lectura, detenido en la página doscientos noventaisiete, nomás por esa nostalgia que ya se avecina. Nomás por esa tristeza que a veces me toca la post lectura de algo que me ha tocado para siempre el pensamiento.
El cartel de Sinaloa no sólo me ha trastocado el pensamiento, con tanto dato, tanto nombre, tanta traición. Angustiado me deja también este ejemplar en su apartado La cultura del narco, porque puedo leer la desprotección del hijo de un capo, ese hijo quien ahora vive para guardar las formas y acatar (incluso magnificar) las reglas de comportamiento social, porque parecería ser que la vida sólo busca un pretexto para condenarlo.
Volveré a la lectura.
Tengo un blog ojalá escribiera tan maravilloso como tú que fácilidad de expresión. mil felicidades.
ResponderEliminarhttp://hakunamatatanoteangusties.blogspot.com