miércoles, 27 de marzo de 2013

Ojitos de buey, empanaditas de piña




Carlos Sánchez

No te levantaron, ni apareciste con un narcomensaje incrustado en tu cuerpo. Tu nombre no salió en el periódico, ni hubo marchas de protesta. Un día de la semana antepasada nomás la muerte se te aferró como garrapata en la oreja.

Hubo, cierto, las voces de las doñas del barrio para decir que moriste. Lo supimos pronto. Intentamos averiguar las causas de tu ausencia, el por qué no ya tu voz en los callejones, luego nos dijo tu hermano que te hinchaste hasta casi reventar, pero antes de eso él para pedirte que te levantaras, que acudieras a la mesa donde todos los gatos del mundo esperaban para que le compartieras la botana, la que te sacabas de la boca para dársela a ellos.

También tu carnal para contarnos la desesperación por los muchos perros que de apoco ganaron el espacio de la casa, por todos los cuartos con su cuerpo quebradizo, su pelaje opaco, casi arrastrándose de hambre.

Pero cuidado con que los tocaran, cualquier comentario en su contra y tú para dar la cara por ellos, casi que sacabas el machete para protestar con su filo contra la osadía de quien fuera, sobre todo la de él, la de tu hermano quien vivía para persuadirte, insistirte que los animales acarrean animales y también el riesgo de enfermar.

No hubo frase ni argumento que te convenciera, porque desde muchos años ya que los perros para ayudarte en la soledad, porque muchos años también tu carnal dentro de la cárcel y tú a como se pudo llevarle a veces los pesos o los víveres, meter la cara por él y él quien también puso la fuerza de sus manos y llevarte hacia el hospital cuando ya sin más esperanza que un doctor para auscultarte le pediste que lo hiciera, que te trasladara, pero antes advertirle que cuidara a la cafecita y al negro, que se quedara con ellos, que los otros como quiera, que ya estaban grandes y podían defenderse solos, “pero esos dos no, protégelos, ellos apenas empiezan a vivir”.

Eso dice el Chuy tu broder que le dijiste, y que cómo no hacerte caso si sabedor él que lo que más amas y amaste son tus mascotas, las que siempre defendiste, y a las que aunque sea frijoles y papas fritas pero siempre, o casi siempre les guisabas, y dice que casi siempre porque a veces ni para uno hay.

No hubo esquelas en los medios, ni una nota informativa para declarar el sentido pésame que le causa tu deceso a la sociedad. No hubo multitud en la iglesia, apenas la raza del barrio y los más cercanos, los carnales, los primos, la jefita en cuya cabellera está el dolor blanco y espeso.

Te fuiste como viviste, en tu mirada hacia la tierra, en tus pocas palabras, en tus silencios que decían más que el alarde. Te fuiste y entonces empezamos a extrañar los días de ir a tu casa y servirnos del agua de la pila en el lavadero para enjuagar las penas untadas en las blusas y camisas, desapareciste y entonces se encendió el recuerdo de muchas noches de acompañarte en tertulias sobre los lavaderos viejos del barrio donde los cigarros Fiesta mordidos desde tus dientes dejaban una huella de alegría y emociones nomás de tanta nostalgia por lo vivido entre mujeres, entre juegos de beisbol, en las madrugadas de verte, desde tus narraciones y entrar en la panadería para construir en repertorio la repostería que elaborabas: Ojitos de buey, empanaditas de piña.

Sólo con tu ausencia hemos podido trepar a la dimensión de tu nobleza, de los días de verte evadir los alimentos para echarlos al concreto del patio de tu casa, para que los perros no sufrieran lo que tantas veces tú sufriste. Sólo con tu silencio definitivo estamos yendo una y otra vez a tu canto dolorido por aquél amor que no volvió, y parece que te escuchamos en las estrofas de las rolas de Los muecas para gritar al viento y sin pudor Silvia de mi querer / no te voy a rogar… o aquélla también clásica de Chayito Valdez que dice venir de San Juan del río y donde una gaviota te cobijaba con sus alas.

Ayer nos tropezamos de nuevo con la mirada del Chuy tu carnal, y nos dijo que hace unas noches estuviste de nuevo en la casa, acompañándole, ahora dentro de una caja, hecho cenizas, y nos dijo con brillo en la mirada: Qué loco, parece mentira, pero sentía al Balelo aquí conmigo, platicaba con él, pero lo tuve que llevar con la carnala porque nos lo estamos rolando, un rato aquí, otro rato allá, pero antes de que se lo llevaran hablé con él, le dije: si te pones trucha te traemos para acá de nuevo. Pero apenas se lo llevaron y ya me siento solo, sin él.

martes, 26 de marzo de 2013

Uno tiene que negociar sus horarios de trabajo con la propia vida



Eusebio Ruvalcaba





Carlos Sánchez

Prolífico escritor. De música está hecho. Se gestó en el vientre de su madre pianista, con notas de su padre violinista. Escucha siempre, observa siempre, escribe siempre, lee siempre.

Eusebio Ruvalcaba es la mirada hacia la tierra, los pies en el suelo. Un trago de vodka, un caballito de tequila, una copa de vino. Un taller en el reclusorio oriente, una tertulia en la delegación Tlalpan. Una conversación sobre el oficio que es sinónimo de vivir. Sobre todo cuando se escucha música. A lo que te truje escritor:

--¿Qué te aporta la impartición de talleres de creación literaria?

--En primer lugar la experiencia de compartir, lo poco que sea, de conocimiento, de entusiasmo, de creatividad que intento transmitirle a los jóvenes, pero confieso que soy egoísta y si no aprendiera de esta experiencia, de estas experiencias, no participaría. Finalmente el que sale ganando soy yo, porque los que asisten a estos talleres me revelan muchísimo, y me enseñan muchísimo, aun en el caso de que no abran la boca, yo aprendo de eso, y eso me resulta una fuente de vida, básicamente es lo que me motiva a dar un taller, porque no creo que yo pueda enseñar mucho.

-- Tienes constancia en los talleres, en la delegación Tlalpan de la ciudad de México impartes uno semanalmente.

--Sí, son varios en México, y los que más me provocan es este de Tlalpan, el cual es con una población flotante, algunos son constantes, otros no, algunos se asustan un poco por la vehemencia, el carácter trágico que tiene el taller, algunos se adaptan muy bien y pasa el tiempo y siguen yendo.

Doy una clase en el reclusorio oriente que para mí no es más que un taller, tiene otro nombre, pero la mecánica de llevarlo a cabo es a través de los textos que mis alumnos me muestran y vamos corrigiendo. Tengo varios talleres en la ciudad de México, que me revelan lo que a mí me importa y que es la condición humana en cualquier aspecto.

--El taller en el reclusorio oriente seguramente tiene otra connotación para ti.

--Hay varios escritores que han intentado dar clases en el reclusorio, y quien se encarga de administrarlos es la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, estos escritores de los que hablo, no resisten más de tres secciones, porque es muy impactante, desde el momento que cruzas en umbral del reclusorio, y el trabajo propio, el taller, sumado a los textos que se escriben, es verdaderamente devastador, y uno sale de ahí con el ánimo umbrío, y no es fácil regresar, entonces yo comprendo a estas personas que han dejado de dar clases en el reclusorio. Para mí la experiencia, finalmente, es de vitalidad y resistencia, de nobleza, porque a través de la palabra escrita un hombre intenta lograr su camino, entonces me parece que allí la literatura es una fuente de ganas de vivir.

--En tu ejercicio, prolífico, de los talleres, también ejerces la escritura. ¿Cómo es el método que sostienes para desarrollar la escritura, algún horario?

--Uno tiene que negociar sus horarios de disciplina, de trabajo, con la propia vida. Uno se va dando tiempo para todo. En mi caso es muy difícil programar un tiempo determinado para la escritura, porque me asaltan una serie de compromisos que no siempre puedo resolver, incluso que no están en mis manos aceptarlos, entonces sobreviene esa maquinaria implacable que es la vida como un tanque de guerra que todo lo va aplastando y destruyendo, entonces uno se adapta a eso, porque es muy difícil que la vida se adapte a ti, uno se adapta a eso para no estar en conflicto con las actividades que hay que hacer y poder hacer hasta donde se pueda la mayor parte las cosas, entonces uno le roba tiempo al tiempo para escribir, la escritura se lleva ese tiempo sagrado, y a partir de ahí todo encaja y se desparrama solito, y lo que se puede se puede y lo que no se puede no se puede, como decía el maestro Rulfo, y entonces uno adapta los tiempos que le sobran para impartir un taller, para escribir un artículo, un prólogo de algún otro libro, que sé yo. Y a partir de ese momento las cosas funcionan, y hasta la esposa lo tiene que entender: que es más importante una buena cuartilla que una esposa contenta.

--Eso es pasión. Mencionas a un hombre clave en la literatura de México, Juan Rulfo, tu experiencia de haber conocido a este escritor, si pudieras comentar al respecto.

--Lo conocí en el Centro Mexicano de Escritores, yo fui becario, él era uno de los asesores literarios, y para decirlo en muy pocas palabras, mis oídos sólo estaba dispuestos para el silencio de Juan Rulfo. Lo que decía Salvador Elizondo, quien era el otro asesor literario, era deslumbrantemente inteligente, y erudito, pero la vida estaba en la boca cerrada de Juan Rulfo. Y lo que decía don Francisco Monter, que era el último de los asesores, el decano del Centro, resultaba también tan pintoresco sobre todo cuando contaba anécdotas de su época.

--Esa frase de tus oídos dispuestos para el silencio de Juan Rulfo, y ahora tu columna que publicas en El financiero, Con los oídos abiertos. Inevitable la necesidad de preguntarte cómo nace tu gusto por la música, ¿cómo nace?, supongo que desde el seno familiar.

--Yo nací en el seno de un hogar musical, mi madre era pianista, doña Carmelita Castillo, y mi padre violinista, Higinio Ruvalcaba. Ellos hacían música antes de que yo viniera al mundo, de tal manera que mi madre embarazada conmigo en su vientre, tocaba el piano, se metía a estudiar horas el piano porque daba conciertos de música con mi papá, recitales para sonatas de violín y piano, sonatas de Braham, Schubert, Betoveen, de Mozart, ahí yo estaba en el vientre de mi madre, de tal manera que para mí la música significa el regreso a la placenta, cada vez que escucho música me siento perfectamente a mis anchas, de ahí que yo no puedo dejar de escuchar música, no hay día que pase que no oiga yo alguna frase, algún movimiento o bien una sonata completa de piano y violín, porque de esa manera me siento en armonía con el resto del mundo, y para mí cada día es rico musicalmente hablando que es emocionalmente hablando finalmente, esa sería mi justificación en este mundo. Mi vida sin música sería sin vida.

--Volviendo al oficio de escribir, uno cuando escribe a veces siente que escribe cosas inútiles, algunas veces uno escribe para olvidar. ¿Habrá algo que te haya satisfecho de tu obra, podrías decirlo sin el más mínimo pudor?

--Principiaría por denostar el término que usas porque yo sería incapaz de decir que lo que he escrito es mi obra, no creo que se justifique, en mi caso, llamar lo que he escrito de ese modo, porque el término obra implica algo sólido, algo construido con decisión, inteligencia, lo que escribo no tiene nada que ver con eso, lo que escribo me parce que ni siquiera vale la pena detenerse en las cuartillas que he arrojado al mundo, lo he hecho simple y llanamente porque he tenido necesidad de compartir esto, pero de eso a que yo le dé un valor, hay una gran distancia entre una cosa y otra. Me sobrecoge enormemente el comentario de algún lector cuando me dice que le ha gustado alguna página mía, y entiendo que el juicio constituye una serie de equívocos, que hay una película que le puede gustar a gente y la misma película hay gente que puede decir qué horrible. Considero que lo que he escrito está colgado con un alfilercito y se puede venir abajo con un simple soplo. No le doy valor no por una actitud de soberbia, sino por una actitud de que tengo buen gusto y sé lo que vale y lo que no vale.

--Por lo que expones es inevitable concluir que hablas a partir de lo que has leído, a quienes has leído. Si pudieras hablar de algún escritor que te haya marcado y pusieras decir esto sí es obra.

--En mis preferencias literarias, en la narrativa, antepongo los escritores norteamericanos del siglo XX; los escritores rusos del siglo XIX; y los escritores ingleses del siglo XIX, a cualesquiera otros. No quiere decir que no me guste Flaubert; Alejandro Dumas; Shakespeare: Kafka; contemporáneos como Coetzee, pero estos gringos del siglo XX, esos narradores como Truman Capote, como James Baldwin, como Faulkner, me parece que ellos tienen la vida en las manos, y han vivido intensamente y lo han desparramado para nuestro beneficio, para que nos empapemos de esa vida. Las ambiciones son diferentes, las ópticas diferentes, las construcciones son diferentes, pero los escritores rusos del siglo XIX, también tienen eso, también acometen el ejercicio del conocimiento de la vida y nos lo van dando de cucharada en cucharada, y es cuando uno aprende y uno distingue y uno dice: estos son los verdaderos maestros.

--A través de sus lecturas, ¿qué es lo que puedes concluir que tenían estos escritores, de qué están hechos para ofrecer lo que ofrecen?

--Poseían lo que se llama elevación espiritual y a mi modo de ver estaban por encima de las ambiciones que nos caracterizan a los escritores mexicanos y latinoamericanos actualmente. Ellos no estaban esperando que les dieran el premio Alfaguara, el premio Cervantes, mucho menos el premio Nobel, Dostoiewski se habría reído de eso, lo que estaban esperando era tocar el corazón de un hombre, de un lector, y para eso construían universos, no se detuvieron por ninguna razón. Cuando se escribe para figurar entre los diez escritores más vendido, cuando se trata es de que el libro de uno sea uno de los best seller de la literatura mundial, entonces todo se torna artificial y débil, porque se puede dar gusto muy fácil a eso, no tiene ningún chiste, todo está arreglado, además. En gran parte es asumir la literatura con humildad.

-Cuando comentas que estos escritores tiene un espíritu de elevación, esta frase me recuerda el poema Elevación, de Baudelaire, ¿qué te parece éste escritor?

--Me parece uno de estos constructores de los infiernos del hombre. Creo que en el hombre privan más los infiernos que los paraísos, lo que tenemos dentro. Gente como Baudelaire, como Poe, Ernesto Sabato, nos dan esta solidez interna que se construye a través de nuestros laberintos infernales. Baudelaire es importantísimo, porque tiene una luz propia que conforme lo leemos va iluminando nuestro interior.

--En Jueves Santo, uno de tus libros, no una de tus obras, hay un cuento que se intitula Las flores del mal, y hay incluso un fragmento de éste poema que escribió Baudelaire. Es un cuento que disfruto mucho.

--Eso es. Lástima que tengas malos gustos.

lunes, 25 de marzo de 2013

Álamos papalotes

Carlos Sánchez



Álamos.- Un niño vuela un papalote. Desde el cerro del Perico, su mirada se alza como el mismo vuelo de colores. Allá, lejos, la alegría prendida de un hilo se dispersa en el cielo.

El niño es Francisco Guerrero, el mismo que de facto se convierte en adulto y rememora esos días de levantar las primeras mariposas, los primeros cometas, las primeras estrellas de papel y vara como esqueleto. Un día lo tuvo en sus manos, después en el aire, luego lo miró volar, irse, hacia los barrios bajos, allá donde otros niños esperaban para cacharlos y volverlos a volar.

Pasaron los años, Francisco que es Pancho trepó a la adolescencia, la juventud, luego vino el matrimonio, en esa edad la búsqueda de recursos para la manutención. Un día tuvo trabajo de vaquero, otro día un caballo dirigido desde sus manos, y vino el accidente, el cuerpo y su incapacidad de reacción en las piernas, las horas de hospital, el traslado a la capital del estado en busca de mejor atención, la incertidumbre, el poco o nulo recurso económico, el repartir lo que se tiene entre la familia de Pancho que son sus hijas Francisca, Violeta, y Ramoncita como esposa.

Vieras cómo batallamos, vieras dónde dormíamos, vieras cuanto sacrificio. Y así los días, ahora los años que permiten esas horas convertidas en recuerdos, decirlas, volver a ellas como anécdota.

Pancho y su familia, él sin un trabajo permanente, con las ideas punzantes. Una mañana encontró una vara y se fue en su memoria, regresó a la infancia, levantó la vara y le dijo a su esposa “Haremos un papalote”, la obra perfecta, el vuelo preciso. Vinieron entonces los niños, a comprarlo, porque la maravilla de papel china y popote que así se llama la vara, les sedujo.

Se fundó la empresa, surgieron luego los murciélagos, los cajones, más estrellas, más cometas. Vino después un premio al mejor juguete en vuelo hecho desde las manos de Pancho y reconocido por la institución convocante.

Pancho en su silla de ruedas, con su Ramoncita como aliada, su lacayo, la emprendedora también de empresas, la que construye canastos de confeti, con papel china y periódico, a manera de cono, en la punta un cascarón de huevo, al estrellarlo en la cabeza y en temporada de carnaval, la canasta pare confeti para car en el cuerpo del más inmediato transeúnte.

Las ideas para convertir con las manos objetos del divertimento, desde allí el punto de partida para levantar la familia, las hijas ahora universitarias, Pancho con su taller de carpintería porque luego la capacidad para aprender se desbocó, Ramoncita para acercarle la madera, el martillo, los clavos. Una pareja que viene y va tomada de la mano que no es otra cosa que fraternidad, solidaridad, amor. La apuesta con todo para el motor de sus vidas: Violeta y Francisca. Una estudiante de arquitectura, la otra sobre la vocación de enseñar, para eso estudia, por eso se levanta de madrugada todos los días y sube al camión rumbo a Navojoa que son cincuenta kilómetros de distancia, y por la tarde regresar a la casa, a resolver las tareas, el reencuentro con los padres.

Mientras esto ocurre, Francisca, la hija, en Obregón casi termina sus estudios de arquitectura, y de manera intermitente los fines de semana para visitar a los suyos, y cotidianamente para marcarles por teléfonos, escucharlos y a manera de reporte decirles el amor. Todos los días.

Pancho incansable, ahora la construcción de su casa, desde sus manos, sin impedimentos, después el tejaban donde está su carpintería, más tarde un auto y manejarlo con destreza. Pancho ahora la referencia de la alegría, los niños tocando a su puerta para llenarse los ojos de colores, y después alzar el vuelo.
Ramoncita un día le dijo a Pancho que dejara de construir papalotes, que el tiempo ya no le alcanzaba, que se veía cansado, que sólo se concentrara en la carpintería, Pancho dijo que no, que no puede dejar a los niños sin el divertimento que les otorga el papalote.

Un día yo le pregunté a Pacho qué le gustaba más, si hacer, o volar los papalotes. Su respuesta fue certera, aún la recuerdo, jamás la olvidaré: “Me gusta mucho hacerlos, pero me gusta más volarlos, porque siento que vuelo junto con ellos”.

domingo, 24 de marzo de 2013

Porque no los labios



Carlos Sánchez

Estos son los versos de una canción que canta Jaime López:

El árabe tocaba / la armónica en la barda / y ella lo ahuyentaba / con piedras juguetonas / el siglo era joven / y ella una niña / que ya la alborotaba / el cuerpo las hormonas…

Y esta es la impotencia que me despierta la ausencia de Manuela Esmeralda, mujer de dieciséis años y a quien matara a golpes un tipo cuyo argumento para la violencia, según dijo al rendir su declaración, es la intolerancia ante el desdén. Quiso besarla a la fuerza, después de una fiesta, quiso tomarla porque sintió el derecho que según él le otorga el encaminar hacia su casa a una chica. Así lo dice un parte policiaco.

Al árabe en el patio, le daba de patadas / coqueta de reojo / saltándole la cuerda / y así el adolescente / fogoso insistía / tocándole a Angelina / tonadas muy muy viejas / porque la niña aquella / pequeña y tan traviesa / con cara de diablita / se llamaba Angelita / ay Angelita / ay Angelita…

La armónica y su sonido entrañable, nostálgico, y me hace penetrar la oscuridad de esas calles por donde caminó por última vez Manuela Esmeralda, con su nombre que también me remite a aquella escena cruenta de una historia que construyera el chileno José Donoso, y donde ese personaje, de nombre Manuela, también feneciera en manos de la violencia.

Manuela Esmeralda tal vez caminaba con sus pasos despreocupados, feliz de sus primeras canciones en compañía de los amigos de la escuela, del barrio. Y en su casa los padres para aguardar su llegada. Pero el error fue decir sí a la oferta de quien se ofreció acompañarla. Porque a esa edad ni dios ni la malicia estuvieron de su lado, a esa hora cuando el perfume se desgasta y la feromona invade el olfato. Ni la luna llena apareció.

Los golpes de la vida / un día le cambiaron / su pueblo de alacrán / de la tierra nayarita / sería un infinito / rezarnos el rosario / así que del vía crucis / mejor ni hablar ahorita…

Porque octubre trajo su inmensa luz de noche, pero eso fue ayer, antier. Esa madrugada no. Esmeralda tan sola bajo el cielo, sobre la calle, de la mano de la traición, de la violencia convertida en un manojo de músculos para doler en cada uno de los golpes contra el rostro, el cuerpo.

El árabe tocaba / la armónica y lo veo / en un recuerdo que / de repente se le sale / el siglo ya envejece / y ella con arrugas / retorna a ser la niña / que vino a ser mi madre / porque la niña aquella / pequeña y tan traviesa / con cara de diablita…

Y dónde la luz de un rayo para cegar la violencia, dónde la voz de Manuela Esmeralda para atrapar el auxilio, dónde los gendarmes, las legislaturas, las marchas para implorar, reclamar, la paz, los listones color rosa formando un moño que pende de la solapa, dónde un grito para ahuyentar  la violencia, dónde la consecuencia de los rosarios a la hora de la misa, dónde los principios que le inculcaron a él, dónde los sueños de ella, dónde en la ciudad que es civilización cercanía también del valle del mayo.

Manuela Esmeralda ahora es estadística, móvil para el salario de un ministerio público. Manuela Esmeralda la resonancia dentro del cuerpo de sus familiares, y un motivo irrefrenable para sentir que la respiración se nos escapa. Idéntico se escapó su aliento antes del amanecer.

Y apareció allí, en la calle.

Ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita…