domingo, 24 de marzo de 2013

Porque no los labios



Carlos Sánchez

Estos son los versos de una canción que canta Jaime López:

El árabe tocaba / la armónica en la barda / y ella lo ahuyentaba / con piedras juguetonas / el siglo era joven / y ella una niña / que ya la alborotaba / el cuerpo las hormonas…

Y esta es la impotencia que me despierta la ausencia de Manuela Esmeralda, mujer de dieciséis años y a quien matara a golpes un tipo cuyo argumento para la violencia, según dijo al rendir su declaración, es la intolerancia ante el desdén. Quiso besarla a la fuerza, después de una fiesta, quiso tomarla porque sintió el derecho que según él le otorga el encaminar hacia su casa a una chica. Así lo dice un parte policiaco.

Al árabe en el patio, le daba de patadas / coqueta de reojo / saltándole la cuerda / y así el adolescente / fogoso insistía / tocándole a Angelina / tonadas muy muy viejas / porque la niña aquella / pequeña y tan traviesa / con cara de diablita / se llamaba Angelita / ay Angelita / ay Angelita…

La armónica y su sonido entrañable, nostálgico, y me hace penetrar la oscuridad de esas calles por donde caminó por última vez Manuela Esmeralda, con su nombre que también me remite a aquella escena cruenta de una historia que construyera el chileno José Donoso, y donde ese personaje, de nombre Manuela, también feneciera en manos de la violencia.

Manuela Esmeralda tal vez caminaba con sus pasos despreocupados, feliz de sus primeras canciones en compañía de los amigos de la escuela, del barrio. Y en su casa los padres para aguardar su llegada. Pero el error fue decir sí a la oferta de quien se ofreció acompañarla. Porque a esa edad ni dios ni la malicia estuvieron de su lado, a esa hora cuando el perfume se desgasta y la feromona invade el olfato. Ni la luna llena apareció.

Los golpes de la vida / un día le cambiaron / su pueblo de alacrán / de la tierra nayarita / sería un infinito / rezarnos el rosario / así que del vía crucis / mejor ni hablar ahorita…

Porque octubre trajo su inmensa luz de noche, pero eso fue ayer, antier. Esa madrugada no. Esmeralda tan sola bajo el cielo, sobre la calle, de la mano de la traición, de la violencia convertida en un manojo de músculos para doler en cada uno de los golpes contra el rostro, el cuerpo.

El árabe tocaba / la armónica y lo veo / en un recuerdo que / de repente se le sale / el siglo ya envejece / y ella con arrugas / retorna a ser la niña / que vino a ser mi madre / porque la niña aquella / pequeña y tan traviesa / con cara de diablita…

Y dónde la luz de un rayo para cegar la violencia, dónde la voz de Manuela Esmeralda para atrapar el auxilio, dónde los gendarmes, las legislaturas, las marchas para implorar, reclamar, la paz, los listones color rosa formando un moño que pende de la solapa, dónde un grito para ahuyentar  la violencia, dónde la consecuencia de los rosarios a la hora de la misa, dónde los principios que le inculcaron a él, dónde los sueños de ella, dónde en la ciudad que es civilización cercanía también del valle del mayo.

Manuela Esmeralda ahora es estadística, móvil para el salario de un ministerio público. Manuela Esmeralda la resonancia dentro del cuerpo de sus familiares, y un motivo irrefrenable para sentir que la respiración se nos escapa. Idéntico se escapó su aliento antes del amanecer.

Y apareció allí, en la calle.

Ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita…

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