Carlos Sánchez
Estos son los versos
de una canción que canta Jaime López:
El árabe tocaba / la armónica en la barda / y ella lo
ahuyentaba / con piedras juguetonas / el siglo era joven / y ella una niña /
que ya la alborotaba / el cuerpo las hormonas…
Y esta es la
impotencia que me despierta la ausencia de Manuela Esmeralda, mujer de
dieciséis años y a quien matara a golpes un tipo cuyo argumento para la
violencia, según dijo al rendir su declaración, es la intolerancia ante el
desdén. Quiso besarla a la fuerza, después de una fiesta, quiso tomarla porque
sintió el derecho que según él le otorga el encaminar hacia su casa a una chica.
Así lo dice un parte policiaco.
Al árabe en el patio, le daba de patadas / coqueta de
reojo / saltándole la cuerda / y así el adolescente / fogoso insistía /
tocándole a Angelina / tonadas muy muy viejas / porque la niña aquella /
pequeña y tan traviesa / con cara de diablita / se llamaba Angelita / ay
Angelita / ay Angelita…
La armónica y su
sonido entrañable, nostálgico, y me hace penetrar la oscuridad de esas calles
por donde caminó por última vez Manuela Esmeralda, con su nombre que también me
remite a aquella escena cruenta de una historia que construyera el chileno José
Donoso, y donde ese personaje, de nombre Manuela, también feneciera en manos de
la violencia.
Manuela Esmeralda tal
vez caminaba con sus pasos despreocupados, feliz de sus primeras canciones en
compañía de los amigos de la escuela, del barrio. Y en su casa los padres para
aguardar su llegada. Pero el error fue decir sí a la oferta de quien se ofreció
acompañarla. Porque a esa edad ni dios ni la malicia estuvieron de su lado, a
esa hora cuando el perfume se desgasta y la feromona invade el olfato. Ni la
luna llena apareció.
Los golpes de la vida / un día le cambiaron / su
pueblo de alacrán / de la tierra nayarita / sería un infinito / rezarnos el
rosario / así que del vía crucis / mejor ni hablar ahorita…
Porque octubre trajo
su inmensa luz de noche, pero eso fue ayer, antier. Esa madrugada no. Esmeralda
tan sola bajo el cielo, sobre la calle, de la mano de la traición, de la
violencia convertida en un manojo de músculos para doler en cada uno de los
golpes contra el rostro, el cuerpo.
El árabe tocaba / la armónica y lo veo / en un
recuerdo que / de repente se le sale / el siglo ya envejece / y ella con
arrugas / retorna a ser la niña / que vino a ser mi madre / porque la niña
aquella / pequeña y tan traviesa / con cara de diablita…
Y dónde la luz de un
rayo para cegar la violencia, dónde la voz de Manuela Esmeralda para atrapar el
auxilio, dónde los gendarmes, las legislaturas, las marchas para implorar,
reclamar, la paz, los listones color rosa formando un moño que pende de la
solapa, dónde un grito para ahuyentar la
violencia, dónde la consecuencia de los rosarios a la hora de la misa, dónde
los principios que le inculcaron a él, dónde los sueños de ella, dónde en la
ciudad que es civilización cercanía también del valle del mayo.
Manuela Esmeralda
ahora es estadística, móvil para el salario de un ministerio público. Manuela
Esmeralda la resonancia dentro del cuerpo de sus familiares, y un motivo
irrefrenable para sentir que la respiración se nos escapa. Idéntico se escapó
su aliento antes del amanecer.
Y apareció allí, en
la calle.
Ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita / ay Angelita
/ ay Angelita…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminartristemente, bello.
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