sábado, 23 de marzo de 2013

Prudente, consecuente: Abigael Bohórquez




Carlos Sánchez

Consecuente. Abigael Bohórquez rebasa ahora los designios de sus predicciones. Tal vez nunca imaginó lo que la poesía daría a su propio nombre: la inmortalidad.
Porque muere el poeta y el verso se agiganta. Las palabras desde el instinto, el dolor, la honestidad, son fragua inmarcesible para rubricar el cielo. Abigael no pudo ser de otra manera.
Oriundo de Caborca, éste su pueblo del que un día emigró sólo para ir en busca de sí mismo y al que luego regresó nada más para seguir encontrándose y tocando a través de la poesía, aquí, con el recuerdo de las golondrinas que su madre doña Sofía amó desde la ventana de la que fue su casa.
A Bohórquez, ya lo dijo el poeta, Efraín Huerta, le duele el esqueleto cuando camina. ¿Y por qué no?, si el compromiso con la palabra le significó el compromiso consigo mismo y fue entonces que levantó la voz para decirse y decirnos lo que amó, lo que ama. Oh poeta de poderosa y macha poesía. Abigael Bohórquez, poeta de todas las latitudes.
Y fueron éstos los móviles para sus versos, los que caminan de la mano del prestigio, consecuencia que le ha valido ahora que ellos mismos tomen, a partir de su fuerza, su propia difusión, y cabalguen otras lenguas, como es ya el francés y próximamente el portugués.
Prudente. Anduvo los camellones de la ciudad tocándose los bolsillos locos, en frágil ayunanza, recogiendo azahares, exprimiendo naranjas, tomando espigas. Y fue así que la congruencia un día también fue para él digno apellido. Y no dejó de volver la memoria para con los suyos, y ya Caborca se le dibujó con el filo de la esperanza en medio del corazón. Para él Caborca fue identidad, memoria, tierra prometida en la que un día quiso que un epitafio acompañara el nombre de su madre doña Sofía Bohórquez, y que en el mismo camino y con un pedazo de suelo un puñado de hormigas poblaran su calavera, la de él: aquí, en Caborca.
Poeta. Hablar de su tierra era caerse a pedazos los lagrimales, verter la elocuencia y sonreír nomás de pura nostalgia, volver a la albahaca, el corral de la casa, las gallinas, los árboles, allá otra vez en ese pedazo agreste donde se fundó su familia y tuvo como historia las primeras miradas de amor que pudo fabricarle desde siempre su madre doña Chofi.
Extremo. Porque un día lo refrendó. El calor y los trenes. Las parras y los olivos. La tierra y en ella un surco donde la poesía germinó desde sus garabatos primeros. Una mariposa es un pañuelo de colores. Escribió.
Decir Abigael es también esto: umbral de primavera, marzo doce, Caborca en las sienes, Caborca en los ojos. Y un corazón jamás cansado de latir. Al compás de la poesía.

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