martes, 24 de marzo de 2009
*Linderos alucinados, de Carlos Sánchez
“Si recuentas una historia sobre un suceso, es probable que lo recuerdes bien. La narrativa es una de las estrategias clave del cerebro que ayudan a preservar una memoria.”
Diane Ackerman
Siempre he visto a Carlos presuroso, deseando hacer y decir. Ya.
Escribir para conservar. Algunos de los presentes tal vez escriban o deseen, a veces, hacerlo. De ser así, casi siempre la dinámica se desarrolla en estos términos: “escribiré sobre mi barrio, diré de mi infancia, hablaré de mi pueblo… cuando tenga tiempo, cuando me jubile, cuando no tenga otra cosa que hacer, luego de que cene, cuando crezcan mis nietos” Y no escribimos ni la tercera parte de lo que planeamos alguna vez o dijimos (en el peor de los casos, simplemente no escribimos)
La dinámica de Carlos no es esa, aunque tampoco me atrevería a jurarlo. Yo lo imagino escribiendo, no dejando para después el deseo de retener el recuerdo. Escribir, escribir para recuperarse uno mismo en el propio pasado escrito, eso le apura a Carlos. Me parece.
Del recuerdo. Hace algunos años hubo un periódico, un diario estatal que tenía un suplemento dominical. En este suplemento publicaron textos de historia y picaresca regional, poemas, ensayos breves, fragmentos de novelas… Un día leí una crónica de alguien a quien si bien ya conocía no frecuentaba como es debido. Nunca olvidé aquel relato “Dónde estás corazón”, y aquí está en estos: Linderos alucinados, de Carlos Sánchez. Me dije en aquella ocasión, hace ya años, que tal vez mi disposición era entristecerme con cualquier texto que leyera, que inventé la desolación y vacío que tuve luego de leerlo. Pero no. Lo he leído de nuevo. A mí, como lectora, estos textos me avientan de cabeza al pozo frío del dolor y la desesperanza.
Los cuentos-crónicas-recuerdos de Linderos… pareciera que son un callejón sin salida. Tal vez. Porque si pensamos en la vida como una escalera al cielo en vida, educación, bienestar, felicidad, comodidad… esta idea de vida está vedada a los personajes de este libro. Niños maltratados, mujeres lastimadas, hombres golpeados para quienes la vida es un batallar constante en medio o en busca del alucine, alucín, alucinación, de la vida, de la droga, de la enfermedad… Y en medio, o no, a un lado, casi sin verse, allá escondida atrás de unas piedras del cerro está asomándose la amistad maravillosa, el bello juego de los niños, el amor.
Los linderos de este libro son fronteras que no vemos, barreras que hemos inventado para distanciarnos de lo que nos hace o debería hacernos sentir culpables. Ellos allá, nosotros aquí.
Sin embargo Doña Lupe, Doña Sofía, el Vampi, el Chuchín, vivimos con ellos, los conocemos, cómo no, si todos tenemos y compadecemos en nuestra historia personal un Choky que no entendemos cómo, cuándo se quedó allá arriba o sabe dónde y porqué. Todos hemos sabido de tropezones y magulladuras en la infancia y sentimos empatía por los niños que sólo pretenden que los quieran y reciben de la vida y los adultos perdidos en sus propios llantos, nada.
En medio de todo esto que nos lastima también, a ratos nos sentimos aliviados y disfrutamos, nos divertimos porque leemos “El bautizo del Chanito” y recordamos a Chava Flores, hasta nos identificamos y reímos, pero…
Y después podemos leer casi de buen talante y con expectativas de reír tal vez “Serenata en el barrio”, donde los bohemios, aquellos del brindis tan conocido, no están “en torno de una mesa de cantina” sino en un callejón, con la temática del festejo del día de madres, pero…
Hay una crónica breve, “La Carmela” que desconcierta porque parece ser ella una de los pocos o el único personaje que puede dejar el alucine, vivir. Es este donde la voz narrativa se siente más alejada.
Todos los fragmentos de este mundo que está en la orilla de lo que somos y queremos ser, de lo que nos duele y lo que hacemos y que aquí en este libro llamamos crónicas es un regalo de la memoria de alguien que vivió lo que nos cuenta.
Carlos: “acuérdate de que no se te olvide”
*Texto leído en la presentación de Linderos alucinados, por Josefa Isabel Rojas Molina, en Cananea, Sonora.
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2 comentarios:
cierto, Fita: "es un regalo de la memoria de alguien que vivió lo que nos cuenta"
haber leido Linderos alucionados me parece casi un privilegio
abrazos.
:D
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