martes, 25 de marzo de 2008

Los del barrio otra vez

por Carlos Sánchez

Tienen la humildad rabiosa. Les exige la derrota mirarse los pies, la tierra, el escupitajo violento de la arrogancia de los importantes.
Bajan del cerro donde es su casa. Llevan dentro la desesperación por el trago que apague el dolor del instante.
Los he vuelto a encontrar. Y si ayer el Simón, aquél carnal de cincuentaitantos que lavaba carros en la calle Morelia, apareció flotando, muerto de agua en la presa, ahora el Siete, el Eloy, el Changai, arrastran sus cuerpos hacia el mismo destino. Porque es lo único que les pertenece. Quedarán por ahí en uno de esos callejones que son la arteria del barrio, tal vez sintiendo la misma sed con la que nacieron.
Ahora los he visto, y el Changai me advirtió que le advirtieron que a la próxima le amputan los brazos, porque se le ocurrió inyectarse con una jeringa que se encontró tirada, y las venas se le hincharon, no precisamente de amor.
Estuvieron rondando, y a la distancia, el cadáver de mi tía, la Fina, repitieron las estrofas del dios te salve maría. Estuvieron firmes, ejerciendo el único poder que poseen: la solidaridad.
Tienen el pelo opaco, los ojos tibios, la tela añeja untada en sus cuerpos. Saben la historia de los niños que fuimos, de la tragedia de nuestros padres muertos. Son sus contemporáneos, tal vez con un poco más ( o menos) de suerte, porque ellos siguen viviendo, sintiendo, necesidad de abrir los ojos para encontrar otra vez el ardor que apaga el sorbo de alcohol.
Lloraron de a buenas, tal vez no por la muerte de la tía Fina, quizá ese fue el pretexto para vaciar las lágrimas, porque motivos existen de sobra, porque el cuerpo con los hombros bajos son la evidencia de las toneladas que pesa el saco en el lomo.
La solidaridad es su fuerte. Y aguantar las horas de los rezos ante el clima que vierte su dosis de nostalgia porque hace un viento semanasantero.
A pie firme vuelven a estrechar las manos de los familiares en duelo. Están allí porque son los sabios que nunca supieron que existen las aldeas y los paraísos. Son la inercia de los ojos abiertos encima de las piedras y sobrevivir a como se resuelva el día.
Son las horas siempre firmes. Un segundear constante que avanza como zancudo pinchando la vida.
Él que es el tío venido desde un pueblo de Sinaloa, y se llama Jorge, hilvana con su mirada la continuación de La tregua. Se ha marchado también su Avellaneda y me lo cuenta en corto, encima de las bancas de esa capilla que representa al barrio y desemboca en la opulencia de la modernidad citadina.
Qué hacer sin su cuerpo en mi cama, sin su voz en mi casa, sin sus manos en la cocina.
Nada queda para estar en ese arraigo de treintaitantos años. Soledad es la sugerencia y las ganas de partir a donde sea. Es el tío que pregunta desde el corazón.
Tiene en su oficio las tijeras y un peine que pronto cambiarán de barrio, de ciudad. Porque la muerte de la amada no hay quien la aguante.
En su mirada están las ganas de vivir. Porque allá rumbo al norte están las nietas, el nieto. Y ellas le hablan, como le hablaron a la abuela un día antes de morir. Tiene también a su hijo el Jorgito, el que no pudo venir a despedir a su madre, porque los dineros, los tiempos, la imposibilidad es siempre un grillete en esos que bajan del cerro a buscar la vida.
Tienen la habilidad de vivir viéndose el alma, como dijera la madre del poeta también ahora muerto. Y en ese ejercicio soberbio y rabioso les va la vida. Implacables son sus pasos haciéndose presentes en los momentos de dolor. Son los profesionales de la solidaridad. Los que nacen el cerro, los que también aplauden, cuando acuden a su llamado para que les ratifiquen el poder, esos politiquitos que abundan y son responsables de la miseria toda.
Saben acudir inherentes al abrazo necesario para el carnal en llanto. También bailan pascola, matachines, el venado. Hacen wacabakee y tiran cuetes para anunciarle al cielo que ellos existen, incluso cuando la muerte se aposenta. Allí, en el barrio otra vez.

sábado, 22 de marzo de 2008

La pascua y días de fama


por carlos sánchez

La sobriedad postergada es el boleto de entrada a la mirada difusa.
Es domingo de pascua y la celebración se dispone para esos peregrinos que cuaresma tras cuaresma viven de recordar la procesión de Cristo.
Las dos de la tarde es el banderazo de salida para esa carrera desenfrenada en la que el que se embriaga primero será el último en recordar lo sucedido esa tarde de reencuentro con la rutina del barrio.
Dejaron sus mejores modales allá en el vado de río, donde pudieron observar con mirada transparente a la madre que cada tarde les llevaba el lonche, el refresco, la dosis de amor que del baúl desertó para postrarse en la mejilla con un beso.
Dan la vida entera por esos días de ver a sus hijos con la vista sostenida en la dignidad.
Dejan de lado la necesidad del alcohol mientras los palos, las básculas, los cascabeles, las pezuñas de cochi, que son los colgantes, dan música a los pies que se mueven para agradecer la moneda que el buen ciudadano deposita en sus manos. Y bailar.
Son las madres que desearían eterna la semana santa, sólo por verlos así, amables, gentiles, cruzando sus brazos para escuchar la conversación efímera dentro de esa ramada como morada durante esos días de limpiar el alma con sus alabanzas y servicios al señor.
En esa enramada también estuvo guarecida hasta el día de hoy, el Chino, personita de poco más de diez abriles bajo el sol. Vivió sus días de farisear cuidando a los soldados y sus máscaras, sin la preocupación del costo de la lata de spray con la que sin duda hoy reinició su contrato tácito.
Lo he visto con su sombrero a media frente y pedirme para una soda, lo he complacido y por error he preguntado por su madre, la respuesta es la mirada hacia abajo, y luego sólo dos palabras contándolo todo: “no sé”.
Indagar la vida de ellos es sólo un volver a la mía. En esos días de farisear también tragábamos tierra, y era una osadía dormir en la tierra, sufrir los calores y el extremo del frío en el umbral de la primavera.
No viene al caso nostalgiar, más bien el chorizo definitivo es hacia ese reencuentro de la raza con el barrio, con la loquera, con el grito de la madre porque este día de pascua es de neta la lejanía del dios, sobre todo del barrio.
La violencia cobra fuero y las rencillas despiertan al llamado de un trago de cerveza, de un jalón al pomo de tiner, de un pase, de una rivotril rodando hacia el vientre.
Son los compas del barrio, fariseitos o no, los que han de celebrar el ayuno del tiro a trompón limpio o con fierro pelón. Es el grito de la madre otra vez a la par de la sirena que ulula por el vientre del barrio, en busca de las lesiones producto de la venganza, o de última hora la herida imprevista que se atravesó al que pasaba por el callejón en la hora equivocada.
Es el domingo de pascua un adiós al wacabaque, a la danza del venado, el patscola, la morrita que guiña el ojo al fariseo porque con la máscara puesta se mira reguapo, y es el ídolo, porque el diseño sobre su rostro es el mejor de todos.
Adiós también a la serenidad, porque ese estado es efímero, un invento de Dios, acá entre el río y el cerro suenan los machetes, porque así se arreglan los pendientes, las dificultades que surgieron porque uno de ellos no quiso compartir el pan mientras encuartelados servían al señor.
Que poco duró la oportunidad para el comercio improvisado. Ya los duritos, las sodas, los nachos, los hot dogs, no encontrarán compradores, porque donde antes estaba lleno de fariseos y fieles observadores, ahora lo llena el vacío.
A esperar la dignidad de Juan Leyva, el pilato, el dueño de la tribu, al que desde ahora lo insultaremos todos gritándole “se emborrachó con agua”, porque a las dos en punto de este domingo dejó de ser el señor de respeto, porque de nada vale ya su rosario en el pecho, ahora es tan igual como todos.
La dignidad se esfuma, bajar la mirada es el recurso de Juan para mitigar el insulto como violencia, y beber hasta que el próximo miércoles de ceniza informe que es tiempo de levantar la mirada. Y sonreír ante esos días de fama.

viernes, 21 de marzo de 2008

Publicar poesía de jóvenes autores es una batalla con tintes heroicos en México


por Fabiola Palapa Quijas


Escritores mexicanos consideran que el arte poético permite ver al mundo mediante las palabras, y al tratarse de una manifestación espiritual y emotiva, contribuye a humanizar a la sociedad frente a la destrucción y el empobrecimiento brutal del lenguaje que utilizan políticos, publicistas y medios de comunicación.

No obstante que la poesía es una actividad vigorosa que florece con las nuevas generaciones de poetas, en México “se libra continuamente una batalla –a veces de manera heroica– para publicar obras poéticas con tirajes de 500 y mil ejemplares”, ya que para la industria editorial es una expresión marginal con escasos lectores.

Por su virtud de no sometimiento al mercado, los poetas se dejan llevar por el verso para escribir sobre cualquier tema; nada está prohibido ni existen palabras exclusivas, sin embargo, como señala David Huerta, siempre olvidan expresar lo que significa una guerra, porque a lo largo de la historia simplemente se han dedicado a cantarle.

Persiste, añade el autor de Incurable, una crisis permanente que tiene nombre, apellido y fechas precisas. Una “posible ayuda” del arte poético es “permitirle a las personas, ver el mundo mediante las palabras, porque logra presentarlas más diáfanas, transparentes y comunicativas”.

Agrega que si la poesía purifica el lenguaje o conserva los sentidos más precisos, puede ayudarle a la gente a vivir.

“La poesía puede salvarnos de toda esta estupidez que nos rodea, debido a la circulación de los mensajes políticos, publicitarios y de los medios de comunicación, que están llenos de mentiras y de vulgaridades.”

Juego con palabras y lenguaje

Uno de los principales temas que omite el quehacer poético es la guerra. A lo largo de la historia sólo se le ha cantado, dice Huerta.

“El pacifismo de los poetas es un invento del siglo XIX. Desde el padre Homero hasta un poco antes del movimiento romántico, los vates han sido especialmente bélicos, pero a raíz de la Primera Guerra Mundial se transgredió esto y, probablemente, miles de poetas jóvenes murieron estúpidamente en las trincheras. Posteriormente, con la Segunda Guerra Mundial fallecieron más autores, así que la obra poética de los pasados 150 años está desencantada ante la falta de promesas de la civilización.”

Enfatiza: “El verdadero poeta debe preocuparse por el acontecer, la política, el cine, el deporte, la conducta de las personas en la calle, sus vecinos y los paisajes”.

Respecto del lugar que ocupa la poesía dentro de la industria editorial, Huerta dijo que es admirable cómo existen personas que publican sus poemas a pesar de lo ominoso y amenazante de la crisis para las publicaciones. “Si comparamos la situación de México con otros lugares de América Latina, vemos que aquí se libra continuamente una batalla, a veces de manera heroica, para publicar y conocer el arte poético de los nuevos autores”.

Deslinda: “No estoy de acuerdo con los poetas cultos, porque muchos cantantes populares han hecho grandes contribuciones al conocimiento de la humanidad. Los cantos populares y sones jarochos son algo de poesía, como los juegos de palabras a los que somos afectos los mexicanos; la poesía es un juego con las palabras y el lenguaje”.

El poeta Hugo Gutiérrez Vega, por su parte, considera que la poesía es una manifestación de lo espiritual y una manifestación de lo emotivo, que acompañado de la perfección formal o de lo que han dado en llamar estilo, puede sin duda humanizar a la sociedad.

En opinión del coordinador del suplemento La Jornada Semanal, “la poesía fue en la época clásica, griega, romana y la Edad Media, una poesía de masas; la gente acudía a escuchar a los poetas o a los juglares, pero desde el siglo XIX, la poesía se encierra en lo que Octavio Paz llamaba la catacumba”.

En la actualidad, observa Gutiérrez Vega, la poesía es un género literario visitado por pocos, “pero me he dado cuenta que entre los jóvenes existe una especie de reanimación del gusto por la lírica. No sabría explicarlo, tal vez les gusta para huir de la vulgaridad, de la vida contemporánea, de los medios masivos, de toda la tontería que los rodea, y buscan la poesía como una dimensión de lo humano”.

Ubica: “Ramón López Velarde es el iniciador de la poesía moderna de México, y con sus adjetivos absolutamente originales y novedosos dio un nuevo tono al arte poético. Se ha dicho que es un poeta que trasciende la provincia, que va más allá de todo lo anecdótico.

“Lo importante en su obra es la visión de la realidad expresada de forma poética. Yo le he llamado el padre soltero de la poesía mexicana, porque de alguna manera, todos somos sus hijos y sus herederos.”

De acuerdo con Gutiérrez Vega, “después de Pablo Neruda no hay tema prohibido para la poesía ni palabras exclusivas. Neruda amplió el panorama y fue capaz de escribir una receta de cocina y de describir un basurero. La poesía no tiene barreras y está en todos los campos y en todos los aspectos de la vida humana.

“La poesía ha sido fundamental en mi vida, me ha permitido acercarme a los seres, pero sobre todo, ha sido un gozo nombrar las cosas.”

Dialéctica entre emoción y razón

Para el poeta José Ángel Leyva, la poesía ayuda a tener una conciencia más clara de nuestra situación en el universo. “Representa la vida y la conciencia de ese paso definitivo que es la muerte, esa verdad irrenunciable y esa verdad que es única e irrefutable”.

Explicó que independientemente de la forma de vida de los poetas, expresan siempre una verdad, y en ese sentido las temáticas que abordan “siempre serán las mismas”: la preocupación de la vida, la muerte, el dolor y el amor.

“La poesía –agrega– es esencialmente emoción, pero la emoción sin la razón tampoco tiene sentido; se trata de una realidad dialéctica. Pero en la poesía domina más la emoción que la razón, claro, sin restarle la importancia que tiene esta última”.

Otro poeta, Eduardo Casar, afirma que la poesía es la verdadera danza del lenguaje que contribuye a humanizar, y representa también la parte lúdica del lenguaje. “La poesía es una fiesta y los poetas son los que bailan con el cuerpo y también con el lenguaje”.

El escritor y periodista Nicolás Alvarado afirma que “en términos del mercado lector, la poesía incluso es una expresión marginal, porque tiene pocos lectores y, por tanto, parece un asunto de grupo reservado o de elite. Si pensamos que un tiraje promedio de poesía está entre los 500 y mil ejemplares, tendremos una situación bastante preocupante, al menos en términos de la nueva poesía. Por supuesto, se venden ediciones comerciales o antologías con ciertos temas como los poemas de amor o los dedicados a la madre.

“Pero el mercado para la gran poesía contemporánea es muy marginal, esto en paralelo a una actividad muy vigorosa en México, porque tenemos muchos poetas y muy buenos, sin embargo, de lo que no goza este mercado es de lectores.

“Los propios medios de comunicación hemos etiquetado a la poesía como algo muy lejano de la experiencia de vida del lector, y eso es trágico, porque precisamente si de algo trata la poesía y si de algo se alimenta la poesía, es la experiencia de la vida humana.”

La poesía, define Alvarado, es el punto medio perfecto entre la filosofía y la literatura. Es un vaso comunicante entre la sociedad y permite reflexionar sobre cuestiones más directas, más evanescentes, más abstractas. Ésa es la poesía.

“Si hay un espacio que permite jugar con el lenguaje, festejar con el lenguaje, cachondear el lenguaje, también es la poesía; sería inconcebible para mí escribir narrativa o ensayo sin el influjo poético.

“Cualquiera que aspire a ser escritor y ha tener una relación con el lenguaje, debe ser lector de poesía.”

martes, 4 de marzo de 2008

nuevo libro


Crónicas de la vida cotidiana dentro del cuadro que es la cárcel. Sylvia Arvizu nace como escritora con esta publicación en ciernes. Para ver su luz de facto, es necesario que la raza se prenda con la cooperacha.La dinámica es comPrar el libro por anticipado, en cien varos, en cuanto esté impreso, los cooperadores recibirán su ejemplar autografiado por la autora. Hagan el paro. me escriben a abigaelsc@hotmail.com, yo paso por la moneda. Y va uno de los textos, para que se animen a mocharse.

Mi hermano el Gato

Por Sylvia Arvizu

Anoche platiqué con Claudia. De su búnker al mío hay metro y medio de distancia. Movía sus tenis Converse blancos como temblando. La Clau, siempre se está riendo, siempre dice algo chusco que nos hace reír a todas, pero esa noche su mirada era diferente, desde que su pulgar derecho frotó la piedra del encendedor, empezó con un suspiro que terminó en la primera bocanada de humo que soltó. Tengo tres días soñando con mi hermano, me dijo.
¿De veras? ¿Desde cuándo no lo ves? ¿No ha venido a verte? ¿Es más grande o más chico que tú? ¿Tas cuñada?, le pregunté, apenas tomando aire entre pregunta y pregunta. Ella con sus ojos tristes detuvo mi avalancha de interrogantes
El mes pasado, cumplió tres años de muerto. Me dijo.
No supe qué decir, me incorporé y extendí mi mano para que me pasara el cigarro. Mata, me dijo, yo nomás quería un vaisa o dos.
El gato le decían a mi carnal, por los ojos, era bien amiguero y donde quiera lo querían mucho, mi mamá nos dejó a los dos desde bien chiquitos por irse con otro vato, todavía me acuerdo de la mirada de mi apá cuando nos dijo que ella nunca iba a volver, pobrecito, estaba bien agüitado, la quería un chingo.
Pobrecito mi jefe, yo no le reprocho nada, hizo lo que pudo, lo que pasa es que no podía trabajar y cuidarnos al mismo tiempo, pero se esforzó, me consta que se esforzó. Se levantaba bien tempranito a darnos desayuno y luego me hacía unas colas en el pelo, todas chuecas y en la escuela me daban carilla y hasta me decían la chilindrina. Pero no la hizo mi jefe, nos descarrilamos cuando yo tenía trece y el Gato once. Los morros de la esquina, ahí en el happy ranch como le decíamos al barrio el Ranchito, fumaban mota y nos empezaron a dar. Luego de la esquina nos íbamos mejor al cantón, ahí estaba más curado, porque no había nadie que nos molestara, hasta la noche que llegaba mi apá, pero desafanábamos antes de que él terminara de trabajar.
Por afuera de la casa pasaban todos los tráiler, y en una de esas conocí al Venado, que era mayor que yo como quince años, pero no me importaba, a mí me gustaba, él no me pelaba porque decía que yo era una niña pero cuando cumplí quince me lo encontré en una fiesta de los morros del barrio, allá en la colonia San Luis, y me lo cachorié. A partir de ahí no me bajaba del tráiler, me paseaba con él por todos lados y a veces hasta me llevaba a Obregón o Nogales, una vez me fui a Nayarit con él, como quince días, y cuando regresamos, ya estaba embarazada de la Myriam.
El Venado siempre duraba muchos días en los viajes, y no siempre me dejaba suficiente dinero, tuve que ingeniármelas muchas veces pa’ estirar lo poquito que me dejaba, pero de todos modos no alcanzaba pa’ la luz, el agua, el mandado, los chamacos y la mota. Un morro me dijo que si quería vender él me podía traer lo que quisiera, que la pensara, que era buena lana, que sin salir de la casa, que sin descuidar a mis hijos, que el cristal andaba rifando. Le dije que sí.
Así empecé a vender mota y foco, poco a poco los morros se dieron tinta y empezaron a comprarme y empecé a ver las ganancias, luego sin darme cuenta le estaba vendiendo a gente muy pipirisnáis, en unos carrazos, bien trajeados ellos y otros hasta con guaruras, hasta a un morro pelo chino que salía en la tele que ni me acuerdo cómo se llama.
Un día llegó una vieja, ella me decía comadre, pero la neta ni éramos, me preguntó por el Venado y yo le dije que de viaje. Eso crees tú, me contestó, tiene como tres día aquí en Hermosillo pero está en la casa de una vieja porque está joven, bonita y delgada, dicen que porque está bien prendida del foco, bueno comadre nomás quería saludarte, ahí nos vemos.
Me quedé quemando cinta, yo recién parida, pues estoy bien gorda, ya ni tan joven, con razón no me ha hablado, trae maldad, pinchi Venado, pero va a ver cuando llegue.
Pasaron diez días y del Venado ni sus luces, yo seguía bien parada con las ventas y bien gorda por las ganancias que iban a dar al MacDonald’s o al Kentucky. Una noche llegó una Explorer bien curada a comprar cristal, se bajaron cinco morras y un vato, bien viajados, traían la fiesta a todo lo que da, las tipas dijeron que eran modelos de la Expogan y que querían loquera para aguantar todo lo que dura el palenque. Les vendí y se fueron. Pero se me quedó grabada en la memoria la figura perfecta de sus cuerpos y las mini cinturitas que tenían. Esa noche, por primera vez, fumé cristal.
A los días llegó el Venado, nunca estuvo con ninguna otra vieja, pero yo ya estaba clavada en el foco y no lo podía dejar, siempre decía que sí, siempre juraba y juraba que ya no, y siempre me escondía muy bien para que no me torcieran.
El Gato mi hermano también andaba clavado en ese rollo y con otros más, porque él se metía otras chingaderas, y para mí era más fácil buscarlo en el Parque pino que en la casa, cuando llegaba a caerle al cantón era porque se andaba pasando de hambre o lo andaban cazando los mulas.
Una noche me pidió el carro, no me acuerdo si me dijo para qué, lo que sí me acuerdo es que le dije que no, que a él lo traían entrado unos morros y no quería que le hicieran daño al carro.
Mientras mis hijos y yo cenábamos sentí algo en el estómago, cuando terminamos de cenar le dije a la Myriam que fuera conmigo a buscarlo, pero cuando llegamos nadie nos pudo dar razón de el Gato, sólo que antes que nosotros había ido un vato a preguntar por él, era el Ezequiel, doñita, me dijo el Bagre, es un vato que lo trae entrado porque el Gato le tumbó a la Mara.
Apúrate, Myriam, vamos al cerro, a la casa de la Mara, a ver si allí lo encontramos. Cuando empezamos a subir por entre las piedras, empecé a sentir un escalofrío de esos que te ponen la piel chinita, empecé a sudar pero sentía la cara helada y algo me apretaba el pecho.
La casa de la Mara tenía las puertas abiertas, apenas crucé el cerco y atrás de mí llegaron con una polvareda tres patrullas. Sentía mis pies pesados, como de elefante, quería ir más rápido pero mis piernas me tiraban a loca, no avanzaban.
Como si conociera la casa me fui directo hasta el último cuarto, tenía una cortina en lugar de puerta y manchas de sangre por toda la orilla, justo debajo del holán floreado, alcancé a ver los Converse blancos de mi hermano, levanté el pedazo de tela desesperada y ahí estaba mi carnal, recostado en la cama de la Mara, con un balazo en la cabeza. El Ezequiel llegó primero que nosotras, el Ezequiel lo encontró dormido y el muy hijo de su puta madre lo quebró a la malagueña. Cuando lo vi me pasaban por la mente los recuerdos de cuando mi apá nos llevaba a la escuela, de cuando mi apá nos hacía un pastel de cumpleaños pa’ los dos, de cuando el Gato me defendía de todos en la primaría, de cuando me pidió el carro y le dije que no.
Al Ezequiel lo agarraron en chinga y le dieron un putero de años, el Venado me dijo ayer que lo mataron allá arriba, en la cárcel de los hombres, quién sabe con quién se bronqueó el vato, no sé qué pedos traía con los de su celda, no sé si les robó o le robaron, no sé si estoy feliz o enojada, nomás sé que se va a encontrar con el Gato por allá y van a ajustar cuentas.
Ahora cada vez que veo mis Converse me acuerdo de cómo batallé pa’ quitarles la sangre que tenían, pa’ dejarlos blancos, igual como quisiera tener mi conciencia.