lunes, 25 de febrero de 2008
h
como un twiter en la punta de los dedos. escribir la piel con huellas. como un bajo en el pecho. arrancar el pulso de tus gángleos. saberte muerta. aliento sin lengua. corazón sin torax.
Marimacha y narcotraficanta
por Sylvia Arvizu
¿Qué quieres que te cuente? ¿Cómo me hice marimacha o narcotraficanta?, me preguntó la Paty en tono inquisidor. Las dos cosas, contesté.
Bueno, a los seis años, le robaba los juguetes y la ropa a mi hermano, a los siete le di mi primer beso a una niña de doce y a los trece hice el amor con una maestra de la secundaria a la que iba allá en Estados Unidos.
¿Trece?, pregunté asombrada. Trece. Se te van a salir los ojos, me dijo, sonriendo.
Una vez, como a los diecisiete años, en una fiesta un vato me dijo que yo le gustaba y me dio un beso, pero a mí como que me dio asco, pa’ ese tiempo, todavía nadie sabía lo que yo era y yo por mi amá trataba de ocultarlo bien, hasta me puse zapatillas y vestido en la quince de mi hermana menor con tal de que nadie me descubriera. Y vieras visto, triste Paquita la del Barrio a un lado de mí, con vestido de lentejuela que mi amá misma bordó. Por ahí debe de andar el video todavía, mi amá lo cuida como oro molido.
A los veintitrés años ya andaba yo de antro en antro con toda la bola de amigos gay, dos tres de ellos se vestían y pues pa’ dar el show y aguantar noche tras noche frescos y alechugados, se daban dos tres líneas de coca, y yo por seguirles la cura también me las daba. Ahí empecé luego-luego en el negocio del narcomenudeo, poco a poco me fui metiendo y en pocos meses ya entregaba perico en la mayoría de los bares de Tucsón.
Tanto fui subiendo que al rato ya no me conformaba con eso, quería más, quería hacer un negocio en grande y me lancé de burrera, recogía cargamentos grandes, de los buenos, en el lugar que me dijeran y lo entregaba igual donde me indicaran. Fue donde empecé a ver billetes a lo macizo.
También me casé, conocí a Julia, el amor de mi vida, tenía dos niñas que yo quería como si fueran mías, pero, como siempre hay un pero, ella estaba casada con un vato bien loco que me compraba perico. Un día fue a buscarlo al bar donde yo me la llevaba y a mí me preguntó por él, desde que la vi me gustó y no le pude quitar la mirada de encima, me acuerdo que en ese entonces los beepers andaban en todo su apogeo, justamente y le decía a Julia que no lo había visto, cuando me llegó un mensaje de él pa’ que le llevará un pase, se lo llevé, pero también le llevé a la morra que lo agarró in fraganti con otras dos en un motel de esos del ocho. Ella ya no volvió con él, esa noche durmió en mi casa, pero nada pasó, poco a poco conforme pasaron los días me fui ganando, con mucho esfuerzo, su corazón, y ella con mucha astucia, me fue ganando con la mercancía y los clientes.
Por eso mejor me vine pa’ México otra vez, aunque no me pasaba mucho vivir aquí, porque aquí una persona como yo no se puede desplayar a gusto, siempre está en la mira de todos y allá en el otro lado como que es más normal, sabe cómo, como que a los gringos les vale madre si haces de tu culo un papalote.
Pero tenía que venirme, olvidarme de aquella morra y de su doble traición. Me tronó el corazón y la confianza. Y verás qué loco, cuando recién me vine, extrañaba más a las morritas de la Julia que a ella, me daba tristeza pensar si tenían hambre o frío o si irían a la escuela.
Ya viviendo acá también empecé a levantar una lana, cada vez entregaba más mercancía de un lugar a otro, yo nomás les llevaba mi Tsurito doble fondo, ellos lo cargaban y yo me subía con mi música de los Temerarios o el grupo Indio y vámonos riqui ricón. Todo iba bien, hasta que me tronó.
Un sábado en la noche, el purito catorce de febrero, andaba por la calle de la amargura por no tener nadie con quién festejarlo, pero quería mantenerme ocupada, por eso ni la hice de pedo cuando el ruco me dijo que iba a entregar ese día. Todo el procedimiento se hizo igual que siempre, lo único que cambió fue el carro, esta noche no vas a usar el Tsuru me dijeron, ya te cargamos aquel picapito. Ya desde ahí, algo me decía que las cosas no iban a salir bien, pero eran tantas las ganas de agarrar carretera y no pensar ni en la Julia ni en nadie, que no le hice caso a mi intuición y me fui.
No te dejare de amar, cómo me duele terminar, no te quiero ver llorar, dame un beso y dime adioooos, cantaba yo, cuando en la garita, luego-luego un soldado me hizo señas de párate ahí, hice como que di vuelta, hice como que me estacioné y luego hice como que huí, porque no pude, pa’ cuando quise meter reversa ya estaba rodeada por mil chotas.
Ya después, estando aquí adentro, me enteré que fui carnada, que mientras los militares estaban entretenidos conmigo, les pasó por las narices un tráiler hasta la madre de coca, y ellos ni en cuenta por estar agarrando a la marimacha narcotraficanta. Me dio mucho coraje no habérmelo imaginado cuando empecé a ver las cosas raras.
Me dieron diez años de prisión, ya llevo seis, soy encargada del taller de reciclado y tengo la cocina los fines de semana, trabajo mucho, también estoy ahorrando pa’ no salir con las manos vacías, quiero poner un negocio aunque no sé de qué; quiero disfrutar a mi mamá que ya está mayor, y a mis hermanos y sobrinos, desde que llegué aquí no me he quejado, porque he aprendido a valorar todo lo que tengo y lo que me espera afuera, eso sí, no lo niego, de repente me pega el carcelazo y ni yo misma me aguanto, y en las noches de lluvia, cuando veo por la ventana las estrellas, nomás pienso: qué verga, carnada su chingada madre.
¿Qué quieres que te cuente? ¿Cómo me hice marimacha o narcotraficanta?, me preguntó la Paty en tono inquisidor. Las dos cosas, contesté.
Bueno, a los seis años, le robaba los juguetes y la ropa a mi hermano, a los siete le di mi primer beso a una niña de doce y a los trece hice el amor con una maestra de la secundaria a la que iba allá en Estados Unidos.
¿Trece?, pregunté asombrada. Trece. Se te van a salir los ojos, me dijo, sonriendo.
Una vez, como a los diecisiete años, en una fiesta un vato me dijo que yo le gustaba y me dio un beso, pero a mí como que me dio asco, pa’ ese tiempo, todavía nadie sabía lo que yo era y yo por mi amá trataba de ocultarlo bien, hasta me puse zapatillas y vestido en la quince de mi hermana menor con tal de que nadie me descubriera. Y vieras visto, triste Paquita la del Barrio a un lado de mí, con vestido de lentejuela que mi amá misma bordó. Por ahí debe de andar el video todavía, mi amá lo cuida como oro molido.
A los veintitrés años ya andaba yo de antro en antro con toda la bola de amigos gay, dos tres de ellos se vestían y pues pa’ dar el show y aguantar noche tras noche frescos y alechugados, se daban dos tres líneas de coca, y yo por seguirles la cura también me las daba. Ahí empecé luego-luego en el negocio del narcomenudeo, poco a poco me fui metiendo y en pocos meses ya entregaba perico en la mayoría de los bares de Tucsón.
Tanto fui subiendo que al rato ya no me conformaba con eso, quería más, quería hacer un negocio en grande y me lancé de burrera, recogía cargamentos grandes, de los buenos, en el lugar que me dijeran y lo entregaba igual donde me indicaran. Fue donde empecé a ver billetes a lo macizo.
También me casé, conocí a Julia, el amor de mi vida, tenía dos niñas que yo quería como si fueran mías, pero, como siempre hay un pero, ella estaba casada con un vato bien loco que me compraba perico. Un día fue a buscarlo al bar donde yo me la llevaba y a mí me preguntó por él, desde que la vi me gustó y no le pude quitar la mirada de encima, me acuerdo que en ese entonces los beepers andaban en todo su apogeo, justamente y le decía a Julia que no lo había visto, cuando me llegó un mensaje de él pa’ que le llevará un pase, se lo llevé, pero también le llevé a la morra que lo agarró in fraganti con otras dos en un motel de esos del ocho. Ella ya no volvió con él, esa noche durmió en mi casa, pero nada pasó, poco a poco conforme pasaron los días me fui ganando, con mucho esfuerzo, su corazón, y ella con mucha astucia, me fue ganando con la mercancía y los clientes.
Por eso mejor me vine pa’ México otra vez, aunque no me pasaba mucho vivir aquí, porque aquí una persona como yo no se puede desplayar a gusto, siempre está en la mira de todos y allá en el otro lado como que es más normal, sabe cómo, como que a los gringos les vale madre si haces de tu culo un papalote.
Pero tenía que venirme, olvidarme de aquella morra y de su doble traición. Me tronó el corazón y la confianza. Y verás qué loco, cuando recién me vine, extrañaba más a las morritas de la Julia que a ella, me daba tristeza pensar si tenían hambre o frío o si irían a la escuela.
Ya viviendo acá también empecé a levantar una lana, cada vez entregaba más mercancía de un lugar a otro, yo nomás les llevaba mi Tsurito doble fondo, ellos lo cargaban y yo me subía con mi música de los Temerarios o el grupo Indio y vámonos riqui ricón. Todo iba bien, hasta que me tronó.
Un sábado en la noche, el purito catorce de febrero, andaba por la calle de la amargura por no tener nadie con quién festejarlo, pero quería mantenerme ocupada, por eso ni la hice de pedo cuando el ruco me dijo que iba a entregar ese día. Todo el procedimiento se hizo igual que siempre, lo único que cambió fue el carro, esta noche no vas a usar el Tsuru me dijeron, ya te cargamos aquel picapito. Ya desde ahí, algo me decía que las cosas no iban a salir bien, pero eran tantas las ganas de agarrar carretera y no pensar ni en la Julia ni en nadie, que no le hice caso a mi intuición y me fui.
No te dejare de amar, cómo me duele terminar, no te quiero ver llorar, dame un beso y dime adioooos, cantaba yo, cuando en la garita, luego-luego un soldado me hizo señas de párate ahí, hice como que di vuelta, hice como que me estacioné y luego hice como que huí, porque no pude, pa’ cuando quise meter reversa ya estaba rodeada por mil chotas.
Ya después, estando aquí adentro, me enteré que fui carnada, que mientras los militares estaban entretenidos conmigo, les pasó por las narices un tráiler hasta la madre de coca, y ellos ni en cuenta por estar agarrando a la marimacha narcotraficanta. Me dio mucho coraje no habérmelo imaginado cuando empecé a ver las cosas raras.
Me dieron diez años de prisión, ya llevo seis, soy encargada del taller de reciclado y tengo la cocina los fines de semana, trabajo mucho, también estoy ahorrando pa’ no salir con las manos vacías, quiero poner un negocio aunque no sé de qué; quiero disfrutar a mi mamá que ya está mayor, y a mis hermanos y sobrinos, desde que llegué aquí no me he quejado, porque he aprendido a valorar todo lo que tengo y lo que me espera afuera, eso sí, no lo niego, de repente me pega el carcelazo y ni yo misma me aguanto, y en las noches de lluvia, cuando veo por la ventana las estrellas, nomás pienso: qué verga, carnada su chingada madre.
El escenario mi casa: Lisbeth Saad
por Carlos Sánchez
Escurre vida por los ojos.Es una niña jugado con otra niña mientras recorre la plaza Alonso Vidal o la explanada de la Casa de la Cultura.
Juega a la infancia. Interminable, inevitable.
Lisbeth Saad vino nuevamente desde Cuba su país a este México para bailar en el Desierto que es Sonora. Interiores es la coreografía, en coproducción de Aldo Siles y Codanza.
Optimiza su presencia en el país, y se mueve como si indagar le obsesionara. ¿Le obsesiona?
Le seduce el amanecer, en la sangre le va la danza. Conversa al tiro por viaje. Una pregunta y concisa la respuesta. Es en el patio de Casa en la Cultura donde conversamos, después de la formal inauguración y la presentación de Antares. Vale.
Le encanta bailar, y es también por esa herencia genética de su mamá.
¿Y qué implica bailar en México?:
“Abrir mucho más el campo de la danza, el espíritu y todo. Ampliar el horizonte”.
En el mar está el horizonte: ¿qué es el mar?
Para mí el mar es vida, es todo lo que se pueda soñar, todo lo que se pueda perder: no hay más palabras para explicar.
¿El agua?
Fuente de vida. ¿El cielo? Transparencia, claridad, paz.
¿Qué son los ojos?
A través de lo que se puede mirar, sin ningún tipo de obstáculo, ni de oscuridad.
¿La luz?
Casi como una redundancia: fuente de iluminación.
¿El escenario?
Mi casa.
¿La oscuridad en el escenario?
No sabría qué decirte.
¿Qué experimentas?
Generalmente los nervios estallan: están a flor de piel. Me gusta mucho esa sensación.
¿Qué es la música?
Mi tranquilidad, mi inspiración.
¿Qué es una coreografía?
Es mi vida en ese tiempo de duración de la coreografía.
¿Qué es la lluvia?
El agua que me purifica de alguna mala energía que pueda llegar.
¿Qué es el tren?
Un adelanto más de la ciencia.
¿Qué es la danza?
Es mi vida.
Y el diálogo ya. Otra vez a perseguir la infancia: con los ojos y el pelo que rebota en su espalda mientras juega a treparse en el cuerpo de una niña.
Escurre vida por los ojos.Es una niña jugado con otra niña mientras recorre la plaza Alonso Vidal o la explanada de la Casa de la Cultura.
Juega a la infancia. Interminable, inevitable.
Lisbeth Saad vino nuevamente desde Cuba su país a este México para bailar en el Desierto que es Sonora. Interiores es la coreografía, en coproducción de Aldo Siles y Codanza.
Optimiza su presencia en el país, y se mueve como si indagar le obsesionara. ¿Le obsesiona?
Le seduce el amanecer, en la sangre le va la danza. Conversa al tiro por viaje. Una pregunta y concisa la respuesta. Es en el patio de Casa en la Cultura donde conversamos, después de la formal inauguración y la presentación de Antares. Vale.
Le encanta bailar, y es también por esa herencia genética de su mamá.
¿Y qué implica bailar en México?:
“Abrir mucho más el campo de la danza, el espíritu y todo. Ampliar el horizonte”.
En el mar está el horizonte: ¿qué es el mar?
Para mí el mar es vida, es todo lo que se pueda soñar, todo lo que se pueda perder: no hay más palabras para explicar.
¿El agua?
Fuente de vida. ¿El cielo? Transparencia, claridad, paz.
¿Qué son los ojos?
A través de lo que se puede mirar, sin ningún tipo de obstáculo, ni de oscuridad.
¿La luz?
Casi como una redundancia: fuente de iluminación.
¿El escenario?
Mi casa.
¿La oscuridad en el escenario?
No sabría qué decirte.
¿Qué experimentas?
Generalmente los nervios estallan: están a flor de piel. Me gusta mucho esa sensación.
¿Qué es la música?
Mi tranquilidad, mi inspiración.
¿Qué es una coreografía?
Es mi vida en ese tiempo de duración de la coreografía.
¿Qué es la lluvia?
El agua que me purifica de alguna mala energía que pueda llegar.
¿Qué es el tren?
Un adelanto más de la ciencia.
¿Qué es la danza?
Es mi vida.
Y el diálogo ya. Otra vez a perseguir la infancia: con los ojos y el pelo que rebota en su espalda mientras juega a treparse en el cuerpo de una niña.
jueves, 21 de febrero de 2008
Primera entrega desde tierras Magyar
El Zancudo
(No mata, pero hace roncha)
por Arturo Soto Munguía
Malas noticias para quienes pensaron que El Zancudo había quedado en calidad de boli, en cualquier calle de Budapest.
Lo más que ha sucedido es que el pinche frío me trae con los webitos como taco de durazno, a pesar de todo lo que uno se pueda echar encima, pero fuera de eso la experiencia en esta ciudad está resultando de lo más aleccionadora.
Paso a dar el primer reporte, con la advertencia de que en lo sucesivo habrán de multiplicarse las entregas, ya que apenas hasta estos días he comenzando a recorrer solo esta ciudad, donde resulta especialmente complicado interactuar con sus habitantes.
Esto no tiene que ver sólo con el idioma ya que, como dijera El Piporro, no sé hablar inglés y los que lo saben, pues no me entienden. Y si no sé hablar inglés, mucho menos húngaro, así que ya sabrán.
No puedo continuar estas líneas sin antes agradecer en todo lo que vale, el apoyo y la solidaridad de Maga, que ha sacrificado su propia agenda para traerme de arriba abajo: ha sido guía, traductora y su conocimiento sobre la vida y los habitantes de esta parte del planeta ha resultado vital para comenzar a entender lo que sucede en el mundo post comunista.
Aún así, no es fácil hacer una lectura certera en tan poco tiempo, pero ahora intentaremos dar las primeras pinceladas de lo que con el correr de los días, espero se convierta en un bosquejo más o menos descriptivo de lo que sucede en esta región, donde muchos conceptos deben ser repensados y analizados a la luz de la memoria social de este pueblo, particularmente sacudido por los cambios políticos de las últimas décadas.
Entre otras, las nociones de frontera, nación y nacionalismo; identidad cultural y memoria histórica adquieren aquí una dimensión distinta a la que conocemos en México.
Con todo y eso, es necesario aclarar que si el análisis sale ‘de cabeza’, hay que adjudicarlo un poco a eso, pero también al hecho inesperado de que las escaleras eléctricas aquí se mueven más rápido, y en la estación del Metro que nos llevaría a casa el primer día, me tomaron por sorpresa, las piernas se hicieron chicle, se enredaron en las mochilas y me fui de cabeza para solaz y esparcimiento de húngaros y húngaras que nomás se hicieron a un ladito para verme rodar desde su fría inexpresividad, mientras Maga intentaba agarrarme de donde fuera, cosa que no sucedió porque ya estaba ahogada de risa.
En fin, fuera de ese pequeño incidente, todo está muy bien por acá.
Los días subsecuentes han servido para ir entendiendo un poco el perfil sociocultural del pueblo Magyar, como prefieren llamarse los ciudadanos de Hungría. En esto ha sido fundamental la serie de encuentros con jóvenes y no tan jóvenes magyares muy aplicados en la promoción de la cultura: exposiciones, conferencias, libros, conciertos, ciclos de cine.
En general el pueblo magyar es muy culto y si yo fuera el Juan Pedro Robles, diría que aquí ‘el más pendejo atiza debajo del agua’.
La ciudad ofrece una gama de actividades que rebasan cualquier agenda, y los espacios preferidos por los universitarios son bares y cantinas conocidas como koshmas o sorozos, donde se organizan eventos culturales que sirven como pretexto para la convivencia y el encuentro con los elementos que dan identidad generacional a una población inquieta y preocupada por lo que sucede en el país y en el mundo.
En uno de esos espacios, llamado Közert, presentamos el libro De La Habana a Camagüey, frente a un público heterogéneo compuesto por unas 30 o 40 personas muy participativas y sorprendentemente interesadas en lo que sucede en América Latina y el Caribe.
Ahí mismo se presentó un performance de música e imagen sobre el pueblo de Cuba, a cargo de un joven magyar que va por el mundo vendiendo pulseras y otras manualidades que le permiten obtener ingresos suficientes para viajar y darle vuelo a su hobbie, que es la fotografía.
De esa presentación surgió una entrevista de radio que ya sostuvimos en días pasados, y otra que se llevará a cabo el próximo domingo. Si el zancudero lector, la transfronteriza lectora quiere escucharla, puede conectarse a través de Internet a la página www.civilradio.hu.
La primera entrevista fue realizada por Bolash, un magyar bien amable y hospitalario. Habla húngaro, español e inglés, milita en Amnistía Internacional y está casado con Julieta, una mexicana del centro del país, que también se ha portado de maravilla.
Con él también compartimos el espacio en la cabina de la 98 FM, una estación donde Bolash tiene un programa y transmite para el mundo a través de www.civilradio.hu, y donde conversamos largo y tendido no sólo sobre la situación cubana, sino sobre un tema que parece ser de interés grande por acá, que es la vida política en México, sus protagonismos y las historias que se han tejido durante los últimos 20 años en materia de transición a la democracia.
Primer encuentro con altermundistas.
Es una generación de jóvenes que rozaron los años del comunismo cuando asistían a la primaria. Se han formado en la memoria social de los padres y los abuelos, construyendo la suya propia a partir del proceso de occidentalización que están viviendo los países de la Europa central.
Se asumen simpatizantes de los movimientos sociales de fin del siglo pasado y las postrimerías del que corre. Así, han acuñado términos ingeniosos, como cuando se refieren a sus simpatías por el neozapatismo mexicano. No somos zapatistas, somos zapatistantes, dicen, usando una palabra que en inglés suena a ‘simpatizante’, diferenciándola de ‘militante’.
Otro de los encuentros zancuderos fue con Tamás y su banda. Tamás es ingeniero ambiental, amante de la música y la fotografía, y su banda está compuesta por otros chavos que nos han invitado para el próximo sábado a un concierto. Tocan ska y les encanta la fiesta.
Para entender un poco la forma en que esta generación asume su realidad, debe considerarse el hecho de que ellos no pasaron por los años del régimen comunista, sino que el proceso de transición los alcanzó siendo muy pequeños. Aún así, tienen muy claro el pasado de su pueblo: mutilado en su territorio, ocupado por nazis y soviéticos, devastado por los horrores de la segunda guerra, que entre otras cosas dejo un saldo de más de 300 mil magyares apresados y confinados a los campos de concentración; muchos de ellos asesinados y torturados hace apenas unos 50 años.
Para darse una idea de qué tan frescos están en la memoria social de este pueblo esos hechos, baste citar que el último húngaro que regresó a su patria desde una cárcel soviética, lo hizo apenas en el año 2000.
Cosas veredes
Como ironía de la vida, el primer debate sobre nacionalismo, identidad nacional, transculturización y asuntos transfronterizos, se está dando en estos momentos entre algunos estudiantes de la Universidad de Europa Central (CEU, por sus siglas en inglés), donde realizan estudios de doctorado mas de 400 jóvenes de todos los continentes.
Sucedió a propósito de la iniciativa de algunos de ellos por organizar un festival cultural internacional, donde exhibirán algunos productos representativos de cada pueblo: en el arte, la cultura, la gastronomía, etcétera.
La propuesta fue acogida con inusual virulencia por algunos alumnos, que convocaron, en la posición más tibia, a hacerle un vacío a la muestra, pero en el peor de los casos, a un boicot, alegando la imposibilidad de la convivencia entre ciertas naciones que tienen su agenda histórica llena de cuentas pendientes y facturas por cobrar.
Y el debate surge justamente cuando la semana pasada, Budapest fue testigo de una marcha de ultraderechistas, uniformados como los nazis de la segunda guerra mundial, y con planteamientos de exterminio racial dirigidos a los gitanos, o como ellos les llaman, roman people.
Agendas separadas
Pero mientras la intelectualidad debate acerca de las disputas históricas irresueltas, la vida cotidiana lleva una agenda distinta.
Durante un festival de música cubana, los jóvenes húngaros dan cátedra de salsa, merengue, cha-cha-chá. Una joven polaca y su amiga húngara asisten, bailan y se divierten, con la particularidad de que la polaca no habla magyar y la húngara no habla polaco. El idioma que las une y las hermana es, aunque usted no lo crea, el español.
Unos días antes habíamos asistido a un festival de cultura brasileña, donde los húngaros partieron plaza bailando capoeira y samba.
Para próxima entrega
La Casa del Terror requiere una columna aparte.
Es impresionante el despliegue arquitectónico y de tecnología con que los húngaros han construido un museo donde lo mismo se muestra un tanque original usado durante la ocupación soviética del 56, que un laberinto hecho con tabiques que en realidad parecen jabones de los que fabricaban los nazis, usando como materia prima la grasa de los judíos asesinados en los campos de concentración.
Ahí están los nombres y las fotografías de todos los magyares muertos durante la ocupación soviética, algunos de los cuales ya conocía porque las calles de Budapest llevan sus nombres. Hay cientos de pantallas de televisión mostrando testimonios de hombres y mujeres relatando los horrores de la guerra.
Lo más impresionante son las mazmorras donde hacinaban y torturaban a los presos, así como los aparatos de tortura y no les cuento más, porque como decía antes, eso merece una columna aparte.
Seguimos pendientes.
(No mata, pero hace roncha)
por Arturo Soto Munguía
Malas noticias para quienes pensaron que El Zancudo había quedado en calidad de boli, en cualquier calle de Budapest.
Lo más que ha sucedido es que el pinche frío me trae con los webitos como taco de durazno, a pesar de todo lo que uno se pueda echar encima, pero fuera de eso la experiencia en esta ciudad está resultando de lo más aleccionadora.
Paso a dar el primer reporte, con la advertencia de que en lo sucesivo habrán de multiplicarse las entregas, ya que apenas hasta estos días he comenzando a recorrer solo esta ciudad, donde resulta especialmente complicado interactuar con sus habitantes.
Esto no tiene que ver sólo con el idioma ya que, como dijera El Piporro, no sé hablar inglés y los que lo saben, pues no me entienden. Y si no sé hablar inglés, mucho menos húngaro, así que ya sabrán.
No puedo continuar estas líneas sin antes agradecer en todo lo que vale, el apoyo y la solidaridad de Maga, que ha sacrificado su propia agenda para traerme de arriba abajo: ha sido guía, traductora y su conocimiento sobre la vida y los habitantes de esta parte del planeta ha resultado vital para comenzar a entender lo que sucede en el mundo post comunista.
Aún así, no es fácil hacer una lectura certera en tan poco tiempo, pero ahora intentaremos dar las primeras pinceladas de lo que con el correr de los días, espero se convierta en un bosquejo más o menos descriptivo de lo que sucede en esta región, donde muchos conceptos deben ser repensados y analizados a la luz de la memoria social de este pueblo, particularmente sacudido por los cambios políticos de las últimas décadas.
Entre otras, las nociones de frontera, nación y nacionalismo; identidad cultural y memoria histórica adquieren aquí una dimensión distinta a la que conocemos en México.
Con todo y eso, es necesario aclarar que si el análisis sale ‘de cabeza’, hay que adjudicarlo un poco a eso, pero también al hecho inesperado de que las escaleras eléctricas aquí se mueven más rápido, y en la estación del Metro que nos llevaría a casa el primer día, me tomaron por sorpresa, las piernas se hicieron chicle, se enredaron en las mochilas y me fui de cabeza para solaz y esparcimiento de húngaros y húngaras que nomás se hicieron a un ladito para verme rodar desde su fría inexpresividad, mientras Maga intentaba agarrarme de donde fuera, cosa que no sucedió porque ya estaba ahogada de risa.
En fin, fuera de ese pequeño incidente, todo está muy bien por acá.
Los días subsecuentes han servido para ir entendiendo un poco el perfil sociocultural del pueblo Magyar, como prefieren llamarse los ciudadanos de Hungría. En esto ha sido fundamental la serie de encuentros con jóvenes y no tan jóvenes magyares muy aplicados en la promoción de la cultura: exposiciones, conferencias, libros, conciertos, ciclos de cine.
En general el pueblo magyar es muy culto y si yo fuera el Juan Pedro Robles, diría que aquí ‘el más pendejo atiza debajo del agua’.
La ciudad ofrece una gama de actividades que rebasan cualquier agenda, y los espacios preferidos por los universitarios son bares y cantinas conocidas como koshmas o sorozos, donde se organizan eventos culturales que sirven como pretexto para la convivencia y el encuentro con los elementos que dan identidad generacional a una población inquieta y preocupada por lo que sucede en el país y en el mundo.
En uno de esos espacios, llamado Közert, presentamos el libro De La Habana a Camagüey, frente a un público heterogéneo compuesto por unas 30 o 40 personas muy participativas y sorprendentemente interesadas en lo que sucede en América Latina y el Caribe.
Ahí mismo se presentó un performance de música e imagen sobre el pueblo de Cuba, a cargo de un joven magyar que va por el mundo vendiendo pulseras y otras manualidades que le permiten obtener ingresos suficientes para viajar y darle vuelo a su hobbie, que es la fotografía.
De esa presentación surgió una entrevista de radio que ya sostuvimos en días pasados, y otra que se llevará a cabo el próximo domingo. Si el zancudero lector, la transfronteriza lectora quiere escucharla, puede conectarse a través de Internet a la página www.civilradio.hu.
La primera entrevista fue realizada por Bolash, un magyar bien amable y hospitalario. Habla húngaro, español e inglés, milita en Amnistía Internacional y está casado con Julieta, una mexicana del centro del país, que también se ha portado de maravilla.
Con él también compartimos el espacio en la cabina de la 98 FM, una estación donde Bolash tiene un programa y transmite para el mundo a través de www.civilradio.hu, y donde conversamos largo y tendido no sólo sobre la situación cubana, sino sobre un tema que parece ser de interés grande por acá, que es la vida política en México, sus protagonismos y las historias que se han tejido durante los últimos 20 años en materia de transición a la democracia.
Primer encuentro con altermundistas.
Es una generación de jóvenes que rozaron los años del comunismo cuando asistían a la primaria. Se han formado en la memoria social de los padres y los abuelos, construyendo la suya propia a partir del proceso de occidentalización que están viviendo los países de la Europa central.
Se asumen simpatizantes de los movimientos sociales de fin del siglo pasado y las postrimerías del que corre. Así, han acuñado términos ingeniosos, como cuando se refieren a sus simpatías por el neozapatismo mexicano. No somos zapatistas, somos zapatistantes, dicen, usando una palabra que en inglés suena a ‘simpatizante’, diferenciándola de ‘militante’.
Otro de los encuentros zancuderos fue con Tamás y su banda. Tamás es ingeniero ambiental, amante de la música y la fotografía, y su banda está compuesta por otros chavos que nos han invitado para el próximo sábado a un concierto. Tocan ska y les encanta la fiesta.
Para entender un poco la forma en que esta generación asume su realidad, debe considerarse el hecho de que ellos no pasaron por los años del régimen comunista, sino que el proceso de transición los alcanzó siendo muy pequeños. Aún así, tienen muy claro el pasado de su pueblo: mutilado en su territorio, ocupado por nazis y soviéticos, devastado por los horrores de la segunda guerra, que entre otras cosas dejo un saldo de más de 300 mil magyares apresados y confinados a los campos de concentración; muchos de ellos asesinados y torturados hace apenas unos 50 años.
Para darse una idea de qué tan frescos están en la memoria social de este pueblo esos hechos, baste citar que el último húngaro que regresó a su patria desde una cárcel soviética, lo hizo apenas en el año 2000.
Cosas veredes
Como ironía de la vida, el primer debate sobre nacionalismo, identidad nacional, transculturización y asuntos transfronterizos, se está dando en estos momentos entre algunos estudiantes de la Universidad de Europa Central (CEU, por sus siglas en inglés), donde realizan estudios de doctorado mas de 400 jóvenes de todos los continentes.
Sucedió a propósito de la iniciativa de algunos de ellos por organizar un festival cultural internacional, donde exhibirán algunos productos representativos de cada pueblo: en el arte, la cultura, la gastronomía, etcétera.
La propuesta fue acogida con inusual virulencia por algunos alumnos, que convocaron, en la posición más tibia, a hacerle un vacío a la muestra, pero en el peor de los casos, a un boicot, alegando la imposibilidad de la convivencia entre ciertas naciones que tienen su agenda histórica llena de cuentas pendientes y facturas por cobrar.
Y el debate surge justamente cuando la semana pasada, Budapest fue testigo de una marcha de ultraderechistas, uniformados como los nazis de la segunda guerra mundial, y con planteamientos de exterminio racial dirigidos a los gitanos, o como ellos les llaman, roman people.
Agendas separadas
Pero mientras la intelectualidad debate acerca de las disputas históricas irresueltas, la vida cotidiana lleva una agenda distinta.
Durante un festival de música cubana, los jóvenes húngaros dan cátedra de salsa, merengue, cha-cha-chá. Una joven polaca y su amiga húngara asisten, bailan y se divierten, con la particularidad de que la polaca no habla magyar y la húngara no habla polaco. El idioma que las une y las hermana es, aunque usted no lo crea, el español.
Unos días antes habíamos asistido a un festival de cultura brasileña, donde los húngaros partieron plaza bailando capoeira y samba.
Para próxima entrega
La Casa del Terror requiere una columna aparte.
Es impresionante el despliegue arquitectónico y de tecnología con que los húngaros han construido un museo donde lo mismo se muestra un tanque original usado durante la ocupación soviética del 56, que un laberinto hecho con tabiques que en realidad parecen jabones de los que fabricaban los nazis, usando como materia prima la grasa de los judíos asesinados en los campos de concentración.
Ahí están los nombres y las fotografías de todos los magyares muertos durante la ocupación soviética, algunos de los cuales ya conocía porque las calles de Budapest llevan sus nombres. Hay cientos de pantallas de televisión mostrando testimonios de hombres y mujeres relatando los horrores de la guerra.
Lo más impresionante son las mazmorras donde hacinaban y torturaban a los presos, así como los aparatos de tortura y no les cuento más, porque como decía antes, eso merece una columna aparte.
Seguimos pendientes.
miércoles, 20 de febrero de 2008
Numeralia
por Silvia Arvizu
Seis de la mañana es la hora a la que se toma la lista. Tres aseos al mes obligatorios en el área externa del cereso. Dos pesos cuesta recibir una llamada telefónica. Quince días barres la cancha si no sales a la lista. Quince días barres el comedor si faltas el respeto a una custodia. Treinta días en el área de segregados si te peleas con alguien. Doce celdas hay en la planta alta. A las seis se reparte el desayuno. A las once la comida y a las cuatro la cena. Cuatro teléfonos públicos existen en el área del comedor. Dos celadoras cubren el área. Un día a la semana atiende el dentista. Uno a la quincena el ortopedista. Dos meses en el castigo permanece a quien se le sorprende con droga o celular. 11:45 a.m. es la hora a la que se retira a la visita familiar. Ocho años es la condena a quien comete homicidio. Dos pesos cuesta un cigarro suelto. Ocho meses dura el proceso de quien se confiesa culpable de homicidio y que por falta de elementos se le declara absuelto. Seis diferentes grupos religiosos imparten la palabra de Dios al interior del área femenil. Seis computadoras capturan la recepción de visitas cada fin de semana. Ocho lavaderos y un boiler abastecen aproximadamente a 140 mujeres. Diez regaderas, cinco en cada planta. Seis camas en cada celda. Se permite un refrigerador y un cooler por cada celda. Quince pesos cuesta bailar cuando se organiza un baile. Seis y doce horas es el tiempo que duran las conyugales. Quince minutos dura la visita de corto tiempo. Tres meses dura el curso de guitarra. Un mes el programa de desintoxicación. Tres pesos es el costo de la cuota para la recolección de basura. Diez pesos cuesta una talacha. Un mes aproximadamente tarda una recién llegada en adaptarse. Un taller de costura y un taller de reciclado reciben a las mujeres a trabajar. Ocho columpios en las áreas verdes. En dos meses engordas diez kilos. Una semana completa sales en “nada ni nadie por encima de la ley”. Doce años es la condena de quien es responsable de venta de estupefacientes. Diez de la noche es la hora del toque de queda del femenil 2. Veinte años es la pena impuesta por lesiones.
lunes, 18 de febrero de 2008
Ciudad nocturna a veinte años de luz
por Carlos Sánchez
Una foto describe la pasión por el movimiento. Habita en el librero de su oficina. Es el móvil de la celebración en esos cuerpos siguiendo las notas de un tango. De noche los encuentros son la algarabía. Escribirlos el ejercicio de lo realmente urbano, lo vivido.
Luis Enrique García construyó hace ya veinte años su Ciudad nocturna, cuentos de esa cotidianeidad que desgarra, divierte, permanece.
Hoy en su espacio de trabajo la tecnología se instala, empero, la nostalgia o la practicidad, tiene un lugar para la máquina de escribir Olympia.
Saludar es tener siempre lista la espontaneidad para el comentario, la risa, la ironía y la fehaciente prueba de seguir siendo.
La academia es la consecución de ese viaje que emprendió hace años, y del cual no puede descender. “Porque si me pongo a escribir no habría modo de tener para comer”. Sin embargo lo hace. Inevitable.
Recordar el vigésimo aniversario es sólo el pretexto para regresar a ese libro hecho con amor: letras impresas con máquina de escribir. Mil ejemplares y circulación óptima.
La ciudad nocturna de esa época y su locación. Ubicar es sólo un divagar por esos personajes.
“La ciudad nocturna del libro no creo que tenga un sitio ideal físico, es un ambiente. Te puedo hablar de la ciudad nocturna de Hermosillo, de Mexicali, de México, de la frontera norte gringa.
“En ella recogí atmósferas, ambientes, personajes que pueden caber en cualquiera de esas situaciones donde la mujer y el hombre viven del prostíbulo, unos de una manera, otros de otra, y que hacen su hábitat en ese tipo de lugares.
“Nunca pensé en retratar, o ficcionar en el último de los casos, un lugar determinado, sino más bien ir a la esencia de lo que todos pudieran haber tenido y pueden seguir teniendo en común: el maltrato a la mujer, que ahí se hace de manera mucho más evidente, la falta de apoyo legal gubernamental, la falta de asistencia social en todos los sentidos para estas trabajadoras de burdel”.
--Sin lugar a dudas, para escribir Ciudad nocturna hay un referente.
“Es el referente colectivo. Me moví en muchos lugares. Siempre he sido muy vago, y pienso que de otra manera habría sido otro libro”.
--¿Por qué elegir el tema y los personajes?
“Fue un accidente como casi todos los libros, en cuanto a que si no se piensan de manera concienzudamente, van saliendo con las circunstancias, en un momento dado yo quería romper con la literatura cargada a la ficción, aun cuando no reniego de ella, sino que estoy muy orgulloso también, de Raza de papel, que fue mi primer libro de cuentos, donde me metí mucho en la onda de la ficción, la realidad diferente, después me dije, bueno, por qué no intentar el aquí y el ahora, el hoy, de lo que vivimos y pensamos.
“Se me ocurrió escribir un par de cuentos que incluso tienen una diferencia de quizá tres o cuatro meses con los otros, que fueron Llámame sol y La otra isla.
“Lo que me animó más que todo fue que por esas épocas estuvo por aquí Miguel Donoso Pareja, y me dijo: mándamelos, te los voy a publicar. Se los llevó, me desentendí, me puse a hacer otras cosas y después me llegaron unas revistas con los cuentos publicados; me dio tanto gusto; yo estaba en esa época crucial en la que si publicabas en México te sentías como el papá real de la cuentística; ya me había publicado también Edmundo Valadés en la revista El cuento. Me dio mucho gusto que mis primeros dos intentos de cuentos apegados al realismo dieran ese resultado, de ahí nació la idea de entrarle por ese lado al libro.
“Empecé a hacer acopio viendo la posibilidad de textos homogéneos, empezando con esos dos textos cuyo padrinazgo era muy positivo. De ahí nace la idea de centrar todo en un lugar, después el título lo decido porque todo ocurre de noche y en lugares estrictamente urbanos.
“Ciudad nocturna me trajo muchas satisfacciones, fue un libro muy promovido, con muchas presentaciones y bastantes críticas, la mayoría positivas, de alguna manera una inyección de nueva sangre para una mejor respiración”.
--La edición está hecha con mucho amor.
“No había más recursos, no había de otra, Darío Galavíz (editor), me dijo: lo vamos a hacer de esta manera porque no debemos perder la posibilidad de circular; el libro ahora puede ser leído, hay mucho movimiento en la ciudad. Me preguntó que si me animaba, mi respuesta fue: le entramos”.
--En la remembranza de la obra de marras nos invade la emoción. Luis Enrique la proyecta en los ojos que son un manojo de sucesos. En el lugar de la conversación, Centro de las Artes de la Universidad de Sonora, la camaradería tiene puertas abiertas. En su cuerpo espigado se apersona Oscar Carrizoza, en su exposición muestra una convocatoria publicada en el diario La Jornada. El convite es para el maestro García, animarlo para que concurse en un certamen de novela. Luis Enrique escudriña las reglas del juego.
“Se vence los primeros días de marzo, me vería obligado a forzar la conclusión de la novela, la quemaría, será mejor esperar”.
--No hay manera de preguntar de nuevo. El sentido de la pregunta en espera, tenía ya respuesta. Luis Enrique sí escribe novela. De ella hablará, promete, en otra entrega. Y nos abrazará con un capítulo.
miércoles, 13 de febrero de 2008
viernes, 8 de febrero de 2008
joder
Esa foto en portada del diario La Jornada, de hoy viernes ocho de febrero, la risa es un cuchillo con filo de cinismo. Héctor Larios Córdova se llama el dueño de los dientes y lengua al viento.
A un costado del político sonorense, Emilio Gamboa Patrón, en el otro flanco, otro ser viviente de la demagogia, Javier González Garza.
El pie de foto informa el motivo de la reunión: el nombramiento de los relevos de consejeros del IFE.
Debe ser el motivo de la risa el banquete político. Enterrar los testigos de la contaminación en esa elección presidencial donde no ganó el menos malo.
Anécdota pasajera el párrafo anterior. Cala en la emoción la capacidad de los políticos para reírse de los ciudadanos. Esa carrera de función en función donde lo único que funciona es el privilegio del poder para quienes amalgaman fortunas por acudir a sentarse en el banquillo donde las cámaras los exhiben como hombres de bien.
A veces el grito de duelo ahoga y no puedo exhalar la frase: ¡A la verga! Pinchis políticos de mierda. Capaces de construir el cinismo a costa del engaño, el hurto e incapacidad de una protesta en contra que pueda rebatir la trayectoria de estos tantos.
No me resta más que carcajearme de la situación de los de la periferia, hacer conciencia y remembranza de la filosofía de Fernando Vallejo, escritor colombiano que propone la extinción de los pobres. Que se nos extermine ya y de una vez.
Pero a ellos no, a los de la foto no me los toquen. Que vivan felices con sus uñas en el vientre, rascando de placer y no de dolor por el hueco. Arriba la política, como bien gritara un amigo adolescente en el pasillo de un café donde se define el rumbo de la situación de los ciudadanos. Gracias por su existencia, señores políticos. Y que viva el amor.(cs)
jueves, 7 de febrero de 2008
i
el aire en el vientre de carrizo. un silvido. la inocencia de los párpados de un niño. la vitrina de una panadería. el interior húmedo y oscuro. dos canicas estrellándose. sonar el impacto lúdico desde las manos ínfimas. la luz un buuu asustón. la cobija otra vez encima del rostro.
miércoles, 6 de febrero de 2008
instanto-tinto
Con la radio entre tus manos. Llegabas siempre cayéndote el pelo en los ojos. Si no hay ruido en los oídos no hay alegría en el cuerpo, decías tarareando las notas de una canción. Girabas sobre tus pies.
El aparato, de una bocina y de onda corta, lo intercambiaste por esa imagen de tus faldas subiendo frente a la mirada libidinosa. En la bodega aquella junto al barrio antiguo. Te lo otorgaron por tu complacencia los albañiles.
Tu abuelo te enseñó el camino hacia la transa, la búsqueda de los chocolates y juguetes. Porque los que no buscan son los que no necesitan. El viejo te educaba bajo argumento de responsabilidad, porque tus padres se fueron, porque siempre estuvieron buscando de más y como consecuencia encontraron las rejas, las bardas, las otras cárceles que están en la mente, en ese mundo cuyas palabras celebran el consumo, la otra fiesta, el placer primero. En la urgencia del yo los hijos mueren antes de nacer.
De puntillas brincabas hacia mí. Te recibía con la ansiedad sudándome la frente. Jugabas a rozarme los labios. Traías el olor adolescente. La tela de tu blusa un pincel dibujando tus pezones. Ofrecías sin palabras la incertidumbre y fascinación constante. Un rasguear de guitarras tus brazos abiertos rompiendo el viento de mi cuarto.
Conoces Radio Habana, sugerías dando vuelta a la perilla de la radio. De facto emergían las percusiones y la magia otra vez de tus piernas como ángeles entre las nubes. Dentro de mi cabeza está el color de nuez de tus mejillas. Lo acaricio con padecimiento.
De la puerta de la nevera pende la fotografía de tus dedos insertos entre tus muslos. La historia previa de esa imagen injusta, está tan viva como si apenas ayer la hubieras construido. Tus dedos antes de tocar la piel entraban en tu boca, tocaban la barbilla, el cuello, la división de tu pecho, el vientre, se instalaban en el vello, acariciar apenas de bajo de la falda donde no habitaba más prenda íntima que el tapón de resina apuntalado cada mes en esa llegada menstrual.
Abrías latas de sopa instantánea. Los chiles debían ser chipotles. Galletas saladas y naranjada con frutas del camellón del bulevar.
Trepar los árboles y provocar la mirada de los automovilistas. Descender del tronco, tomar mi cabello para llevarme a tu rostro y besarme con intensidad fingida.
Los conductores con sus claxon reclamando la tardanza del auto de adelante.
Bailabas en cruz tus pasos por las rayas bancas del pavimento. Para eso se inventaron, para dirigir el cuerpo mientras los pájaros interpretan las rumbas con sus gorjeos. Una ocurrencia para cada desplante niña.
El destello de tus ojos ante el azul cielo cada tarde roja poniéndose. Trepar al techo, para sentirte ave. Las miradas otra vez en persecución de tus movimientos. Los oficinistas corriendo las cortinas en esos rascacielos cuasi interminables, fascinándote.
Volvías a la mañana de la semana entrante, del mes olvidado, en esos días en los que decidía ya no extrañarte.
Siempre el pelo en color húmedo. La tela de la falda igual que la primera, lista para la complicidad de tus obsesiones. Mostrar como recurso para alcanzar el interior de la nevera sin gestos de enojo del anfitrión. Rodar por el suelo los envases vacíos y el cuerpo lleno de un color abrasador. Dabas vuelta en el piso, frescas las manos, los muslos. La boca sólo sugerencia.
Detenías mi impulso con la palma de tus pies. En movimiento hacia atrás, adelante. Sí. No. Moverme la mandíbula de ansiedad era arrancarte la sonrisa. Cómo puedes emocionarte de sólo verme. Las preguntas indispensables para la burla, el gozar de mi desesperación.
Una vez las manos hubieron de desnudarte el torso. Jugando con la punta de tus dedos en los pezones erguidos fue la llegada del gemido inevitable. Llanto al observar. Mis dedos en las sienes blancas dibujaban la impotencia, no la de tu cuerpo en perfección, sí en la tristeza de tu capacidad para beberte con placer el líquido de mi sal dolorida.
Ajustabas la perilla de la puerta. Para impedirme el paso hacia fuera, para encerrarme en mi cuerpo.
Huir era mi refugio. Dejarte en la buhardilla era regalarte mis pertenencias, mis apuntes primeros de esas obras de teatro que nunca llegaron al escenario. Tus manos dibujaban la mirilla de una cámara fotográfica y me atrapabas el alma en un disparo ficticio. Pertenecerte siempre derrotado debajo de tu falda, arriba de tu pelo, en el costado de tu cintura, en medio de tu espalda.
Llegabas cantando la melodía de ese instante en tu radio inseparable. Te ibas en el cuerpo para quedarte en la fascinación presa de mi memoria. Llegabas. Apenas ayer dejas de llegar.(cs)
lunes, 4 de febrero de 2008
Ñañañá
Demasiado ruido. Caen las ramas de los árboles sacudidas por el viento. El freno del camión hace crujir la balata y se cimbran los sentidos. Desciendo de ese animal violento con la mochila al hombro.
Abordar la ciudad es encontrar los misiles de la estridencia cotidiana. Aquí no hay refugio para el silencio. Asaltan la mirada los perros atropellados, los pasos locos desorbitados de los sin casa. La embriaguez de un fin de semana en el vientre del tianguis. La algarabía es un puñal en los ojos.
Hace unos días que persigo la soledad. Me contaron que en el silencio está el camino para el encuentro con uno mismo. Quiero verme el interior, acudir a mi existencia. Tomar del brazo mi nombre y bailar con mi apellido.
En los tacos de banqueta me he formado. Con el grito desesperado para venderme a los importantes. Que todos volteen a ver quién soy. Que sepan qué hay en mis manos tristes.
Busco también, y es cierto, una nueva propuesta en el alarde de los medios, la presencia de la poética en las palabras: ¿dónde está? Un leve receso de las ráfagas políticas y oferta del espectáculo para hacer la ola.
Me hastía el grito enorme de mi hijo fanático. La lucha libre en la espalda sobre la lona. El pleito arreglado entre los gestores de las leyes. La nota amarilla en el sonido gangoso del carro que entra a mi casa sin tocar la puerta.
Tengo como remo del equilibrio el ruido del tren que me arrulla de madrugada y a veces cada tarde. El nombre de los presos mis vecinos que me cuentan con su encierro la pena de no estar preparado para mi muerte. Religiosamente y de madrugada, la lista emerge de una voz que lacera inventando el orden de los que duermen sobre un búnker. Los presos diciendo presente.
Me salva un sorbo de agua. La nota de un tango. La canción espontánea en los labios de una niña de colas disparejas agradeciendo con puntualidad en las sílabas.
Me aferro al teléfono buscando motivos que me arranquen latidos del corazón. Mientras una pelota atraviesa el aire y la reciben millones de ojos atentos. Anuncios de Tel cel y refresco de cola. Baile de mujeres que dicen los más, son bellas.
Es domingo, cuenta el calendario en su hoja impresa perfecta. La receta para el platillo exquisito en la parte posterior. No encuentro remedio para esta soledad que me inventa la escapatoria del ruido. Porque no lo busco.
En mis huaraches está la urgencia de correr hacia la cortina de la ventana que da al parque. Hundirme con la mirada en el cerro por donde marchan dos tortolitas amándose. ¿Por qué un par de aves nos enseñan el amor y por qué los medios promueven el conflicto?
Girar la perilla de la radio pretendiendo encontrar el silencio. El poema del sonido. La ausencia de la estridencia. Es domingo y es el día menos indicado para inventar la suerte. El destino implacable de la tragedia si no me quedo quieto al instante de la foto. Me muevo por vocación. La ruptura me lleva a la miseria sin comprar boleto. Transgredir es toparse con la realidad de la ausencia en los bolsillos. Un hueco se abre en el vientre que pesa menos que la oscuridad del pensamiento cuando ya es necesario desconectar la emoción.
Andar otra vez la vida para huir de los tropezones. La inevitable nostalgia que pintan los colores en la tarde. La añoranza de esto que está siendo y según me dice la intuición se llama amor y tiene como incentivo el verbo esperar.
Un paliativo este instante de conectarme a la radio y saber que detrás de esas bocinas hay un pensamiento que coincide con mis frases, una esperanza es la complicidad del silencio al escucharme en mi voz.
Abrir el refrigerador es demasiado. Encontrar un pedazo de queso con la mitad de una tortilla, celebración de mi fortuna. Destapar un refresco es sólo una manía porque sé que alguien pone sus labios en una botella y es un acto sensual.
Menor el ruido helado que recorre el interior de su garganta. Menor la impaciencia si el silencio me cuenta que otra vez despertaré solo. Inevitablemente en los brazos de quien me piensa y pienso.(cs)
Abordar la ciudad es encontrar los misiles de la estridencia cotidiana. Aquí no hay refugio para el silencio. Asaltan la mirada los perros atropellados, los pasos locos desorbitados de los sin casa. La embriaguez de un fin de semana en el vientre del tianguis. La algarabía es un puñal en los ojos.
Hace unos días que persigo la soledad. Me contaron que en el silencio está el camino para el encuentro con uno mismo. Quiero verme el interior, acudir a mi existencia. Tomar del brazo mi nombre y bailar con mi apellido.
En los tacos de banqueta me he formado. Con el grito desesperado para venderme a los importantes. Que todos volteen a ver quién soy. Que sepan qué hay en mis manos tristes.
Busco también, y es cierto, una nueva propuesta en el alarde de los medios, la presencia de la poética en las palabras: ¿dónde está? Un leve receso de las ráfagas políticas y oferta del espectáculo para hacer la ola.
Me hastía el grito enorme de mi hijo fanático. La lucha libre en la espalda sobre la lona. El pleito arreglado entre los gestores de las leyes. La nota amarilla en el sonido gangoso del carro que entra a mi casa sin tocar la puerta.
Tengo como remo del equilibrio el ruido del tren que me arrulla de madrugada y a veces cada tarde. El nombre de los presos mis vecinos que me cuentan con su encierro la pena de no estar preparado para mi muerte. Religiosamente y de madrugada, la lista emerge de una voz que lacera inventando el orden de los que duermen sobre un búnker. Los presos diciendo presente.
Me salva un sorbo de agua. La nota de un tango. La canción espontánea en los labios de una niña de colas disparejas agradeciendo con puntualidad en las sílabas.
Me aferro al teléfono buscando motivos que me arranquen latidos del corazón. Mientras una pelota atraviesa el aire y la reciben millones de ojos atentos. Anuncios de Tel cel y refresco de cola. Baile de mujeres que dicen los más, son bellas.
Es domingo, cuenta el calendario en su hoja impresa perfecta. La receta para el platillo exquisito en la parte posterior. No encuentro remedio para esta soledad que me inventa la escapatoria del ruido. Porque no lo busco.
En mis huaraches está la urgencia de correr hacia la cortina de la ventana que da al parque. Hundirme con la mirada en el cerro por donde marchan dos tortolitas amándose. ¿Por qué un par de aves nos enseñan el amor y por qué los medios promueven el conflicto?
Girar la perilla de la radio pretendiendo encontrar el silencio. El poema del sonido. La ausencia de la estridencia. Es domingo y es el día menos indicado para inventar la suerte. El destino implacable de la tragedia si no me quedo quieto al instante de la foto. Me muevo por vocación. La ruptura me lleva a la miseria sin comprar boleto. Transgredir es toparse con la realidad de la ausencia en los bolsillos. Un hueco se abre en el vientre que pesa menos que la oscuridad del pensamiento cuando ya es necesario desconectar la emoción.
Andar otra vez la vida para huir de los tropezones. La inevitable nostalgia que pintan los colores en la tarde. La añoranza de esto que está siendo y según me dice la intuición se llama amor y tiene como incentivo el verbo esperar.
Un paliativo este instante de conectarme a la radio y saber que detrás de esas bocinas hay un pensamiento que coincide con mis frases, una esperanza es la complicidad del silencio al escucharme en mi voz.
Abrir el refrigerador es demasiado. Encontrar un pedazo de queso con la mitad de una tortilla, celebración de mi fortuna. Destapar un refresco es sólo una manía porque sé que alguien pone sus labios en una botella y es un acto sensual.
Menor el ruido helado que recorre el interior de su garganta. Menor la impaciencia si el silencio me cuenta que otra vez despertaré solo. Inevitablemente en los brazos de quien me piensa y pienso.(cs)
viernes, 1 de febrero de 2008
orar
hay dos mordidas impresas en la concha que es el pan tradicional. lo observo y cesa la ansiedad. sirvo café viejo en una taza despostillada. volteo hacia todos lados. nadie me ve. disparo la primera mordida y el primer sorbo. en la panza hay un colchón. plena habitación para seguir trabajando la alcoba. la imaginación otra vez hurgando dónde y cómo. brindo por la tripa caliente. por las sobras que llenan. auteridad por siempre. me cai. las oficinas no son sólo burocracia. también hay mendrugos por sus banquetas.
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