jueves, 25 de abril de 2013

Decir lo que se ama




José Rivera, La Cebra Danza Gay (Foto: Miguel Galaz)


Vengo a estarme de luto porque puedo / porque si no lo digo /  yo / poeta de mi hora y de mi tiempo / se me vendría abajo el alma, de vergüenza / por haberme callado.
(Fragmento de Duelo, Abigael Bohórquez, Poesida)

Carlos Sánchez

La importancia de los símbolos. La implacable sugerencia de las imágenes. El ejercicio de la memoria.

Los espectadores miramos a los bailarines vestidos de camuflaje, de facto la contrariedad, concluir la imposibilidad de un soldado para bailar. Porque esto es así, la milicia como referencia de rigidez, de disciplina, de machismo, incluso, exacerbado.

Los bailarines de La Cebra Danza Gay, marchan sobre el escenario, hacia los imposibles, con la creación de su director, José Rivera, construyen la posibilidad y entonces los soldados allí para ejercer la cadencia, la fortaleza de sus cuerpos que bailan un tema que a todos nos atormenta el corazón: la violencia del hombre “normal” contra el otro, el que supuestamente vive a contracorriente porque ya ni Dios quiso avalar sus preferencias sexuales.

José Rivera otra vez para levantar la mirada y a través del arte, su arte, construir con los cuerpos un ensayo, una crónica periodística, un cortometraje en vivo sobre la crueldad del ser humano cuando se huye de sí mismo y en ese huir se somete y somete al de enfrente.

La Cebra celebrando diecisiete años de bailar. La Cebra para decir lo que se ama, para señalar lo que perturba, lo que duele, lo que no, porque no, porque así no, la vida es un cuadro, y mira si te sales te condenas a las etiquetas, los dedos que señalan, por eso mejor quietecito que el aire del deseo no te despeine.

Pero ocurre que no, José Rivera, no. Él se levanta y anda la vida diciendo lo que le obsesiona, lo que desea, y lo hace a través de la danza contemporánea, y vino a Hermosillo, a este Un Desierto donde queda de manifiesto que el público también es de calidad y acata la convocatoria con profesionalismo.

Porque así lo sugirió José Rivera, en su despedida, ya cuando las cuatro o cinco coreografías que ofreció, fenecían: Un público maravilloso, abierto, respetuoso.

La Cebra Danza Gay en su función de domingo por la noche, nos puso a bailar hacia adentro, nos hizo un guiño a la conciencia, y entonces nos dispusimos a gozar la fortaleza interpretativa de los bailarines, y sufrimos también de tanta pandemia que significa SIDA y sufrimos por esos que se nos adelantaron.

Pero, bueno, qué carajo, José en su oratoria física y verbal también para regocijarse y regocijarnos. Un dueto lúdico sexy exquisito fue aquella pieza donde un soldado y un marino bailan a ritmo de tango y se entregan los labios.

Qué cadencia, cuánta pasión. Lo trivial se me viene a la mente, pero no por ser trivial es menos importante, oportuno ahora decirlo, otra vez: mientras el amor está, el género sexual es lo de menos. ¿Por qué nos enoja hasta la rabia ese amor entre los otros?

Cabe en La Cebra, y ponderarlo, el compromiso sinónimo de respeto para con el ser humano, empezando por ellos mismos, con la congruencia, la permanencia en ese discurso respecto de los yerros sociales, los que condenan desde siempre sólo porque de pronto uno se revela y desea bailar otros sones, no los establecidos.

José Rivera un homenaje a los que, citando al poeta Abigael Bohórquez, han muerto a desabasto. Bailando, que es lo que sabe hacer.


La danza: camino de conocimiento





Conversación con Rocío Flores, bailarina de la compañía La Manga, video y danza



Carlos Sánchez

--¿Cuánto tiempo bailando?

--Muchos, muchos, muchos años.

--¿Cuántos son muchos?

--Tú ponle número.

--Catorce.

--Más o menos, poco más, ahí vamos, sí.

--¿Cómo llegas a la danza?

--La danza siempre fue parte de mi vida, desde chiquita bailaba, me encantaba ver bailar y de ahí me fui convenciendo de que esta es una manera de vivir, un camino de conocimiento, de experiencias, por eso estoy aquí.

--¿Qué es lo que más disfrutas de este camino de conocimientos y experiencias?

--Me gusta la novedad, descubrirme a través de lo que hago, me gusta el contacto con la gente, descubrir el interior de las personas, el interior propio. Me gusta que la danza tenga la magia de mostrarte la mejor parte de la persona, aun cuando estás hablando de las cosas más terribles.

--¿Por qué la danza muestra la mejor parte de las personas?

--Porque creo que de alguna manera la danza ennoblece, al trabajar con el cuerpo y tener contacto con emociones, sensaciones y experiencias a flor de piel, te va mostrando cómo germina cada persona.

--En tu vida diaria, ¿dónde es que te encuentras algún tema que quisieras bailar?

--Creo que casi todo lo que nos rodea puede ser un tema para bailar, depende de cómo lo vivas, cómo lo selecciones y trates de transformar.

--¿Puedes hablar un poco de tus obsesiones?

--No había pensado en ellas, en mis obsesiones como tal, no sé si tengo obsesiones exactamente, me gusta mucho la naturaleza, me gustan las sorpresas, las novedades, me gusta mucho leer, a través de la lectura encuentro muchas cosas, me encuentro muchas facetas del ser humano, me encuentro conmigo misma.

--Cuéntame algo sobre el libro más reciente que te haya marcado

--Este año retomé a Kawabata, La casa de las bellas durmientes. Hay un libro maravilloso, Lo bello y lo triste, me gusta por su profundidad, su sutileza, pero también me gusta otra literatura, quizá más ligera, ahora estoy leyendo Los enamoramientos, de Javier Marías, diferente, otra línea. A lo mejor Kawabata es más profundo, llega más, pero también me gusta Me llamo rojo de Orhan Pamuk. Todo me gusta.

--¿Cuál es el momento del día que más disfrutas?

--La noche. Porque me gusta la sensación de llegar, descansar, después de haber tenido un día intenso, de múltiples actividades y sensaciones y encuentros. La noche es un momento de reencuentro.

--Dices que te gusta la naturaleza, dentro de esa naturaleza está el desierto, ¿qué te significa bailar en Un Desierto para la Danza?

--Me significa como un encuentro con esta naturaleza que pareciera quieta, y por el contrario, es una naturaleza latente que dependiendo de la perspectiva da para mucho, pudiera ser un desierto simplemente con su rudeza, su clima, y al contrario, le han dado este giro, la gente baila, es muy creativa, entonces para mí es muy importante llegar a formar parte de todo este movimiento.

--¿Te sientes en paz contigo misma?

--Sí.

--¿Qué se necesita hacer para uno vivir en paz?, te lo digo pensando en esta vorágine que estamos viviendo, de violencia global, de crueldad.

--Luchar por lo que te gusta hacer, hacer un esfuerzo por ser honesto, no quiero decir que lo haya logrado profundamente, pero hacer este ejercicio de auto reflexión, voltear los ojos hacia ti también y disfrutar cada momento por trivial o sencillo que pudiera parecer. 

El cuerpo, herramienta poética




Cecilia Lugo, coreógrafa de Contempodanza

(Foto: Miguel Galaz)


Carlos Sánchez

Pregunté a Cecilia Lugo, coreógrafa de Contempodanza, si podríamos hacer fotos en el ensayo general de la obra Azul como una ojera de mujer. Respondió que prefería las fotos se hicieran en la presentación de Un desierto para la danza, “Porque una función es irrepetible”, argumentó. Precisamente sobre ese concepto, platícame más, le sugerí.

--El arte escénico responde al aquí y al ahora, sucede en el momento, el momento nunca se repite, los bailarines nunca están igual, cuando representan un trabajo escénico, por eso cada función es diferente. La energía que se genera a la hora de estar frente al público es una energía diferente a un ensayo. En un ensayo los bailarines lo pueden hacer muy bien, pero falta esa tensión que te crea el público que te está viendo, la mirada de tu cuerpo y la mirada hacia ti exige que tú hagas un esfuerzo muy grande para que la mirada no te determine, y no quieras complacer la mirada tampoco, que salgas a hacer un gran esfuerzo por vincularte contigo mismo y sacar lo mejor de ti ene se espacio de verdad que tenemos al interior del ser.
Eso es el gran reto del creador escénico, del bailarín, del ejecutante, no tanto del coreógrafo, él ya creó, ya hizo su dramaturgia, montó los paso, ya hizo la obra, pero quien le da vida a esa obra es el intérprete, él se vuelve la herramienta de la obra: él es la obra, si él lo hace mal, no hay obra.

--La importancia de la mirada es constante en tu propuesta, en tu explicación, 
háblame de tu definición de la mirada, lo que significa en ti.

--El arte, la escena, el foro, es un espacio ritual donde se libran batallas enormes, por eso tiene tanto peso lo que sucede en escena, sobre todo cuando está bien hecho, allí te transforma la vida, no sólo para el que lo hace sino para el que lo ve. Esto en una mirada del arte como un elemento transformador de tu vida, no del arte como entretenimiento o pasatiempo, o como hobbie, que también tiene sus beneficios, por supuesto.

En el arte escénico yo siento que eso que decimos en escena es muy importante, es sagrado, tiene qué ver con tu interior, con la conexión con el universo, entiéndase esto como cada quién lo entienda pero es inconmensurable, entonces lo que sucede en escena es tan serio, aunque aparentemente sea algo ligero o frívolo, es tan serio que tiene qué ver una conexión con otra dimensión, y desafortunadamente no siempre se logra. Cuando más lo logras y además tienes un cuerpo entrenado y te sirve como herramienta para decir esta parte poética, que en el arte creo yo, es fundamental, que el espectador se sienta emocionado, conmocionado, transformado, por lo que el que está en escena está diciendo. Me parece que esa es la misión fundamental del arte escénico.

Ahora, esto no sucede si yo salgo a sonreirle al público, me tengo que olvidar del público para hacer toda una cuestión alquímica, de conexión, sabiendo que la mirada del público estará allí, y te condiciona, te tira, te pone nervioso, te provoca y no te puedes olvidar de él.

--Hablas de las batallas que uno tiene qué librar todos los días, ¿cuáles son esas tu batallas?

--A nivel general mis batallas son encontrar siempre el poder que tiene el sentido de la vida y poderlo traducir en cada acto que hago desde que me levanto hasta que me duermo. Puesto en la mirada en mi trabajo de danza, es llegar con el entusiasmo también puesto para que mis colaboradores, mis compañeros, mis amigos, mis bailarines, se sientan conectados con esta energía que yo traigo y que a su vez al sentirla ellos generen la suya, entonces es un intercambio de energías y de entusiasmos por lo que nosotros hacemos. Creo que lo más importante es encontrar el gozo a la vida, el gozo al instante, el gozo del momento del aquí y del ahora que mucho se revela al momento de bailar. Mi tarea y mi reto es involucrar al otro y entusiasmarlo tanto como yo lo estoy del proceso creativo y cotidiano.


jueves, 18 de abril de 2013

Historias de colores




Carlos Sánchez

La cotidianeidad prendida de las pupilas, luego la obsesión, posteriormente y el final de camino el pincel: colores para construir historias.

Griselda Benavides Sechslingloff, se vale de todos los recursos a su alcance para contar historias de colores. El sueño dentro de un metrobús, la esperanza en la mochila, la mirada reflexiva de un niño no mayor de seis años.

En la Galería Bicentenario, recinto de prestigio y un espacio para decir, ver y sentir, Griselda tuvo el atino de la convocatoria, y un miércoles por la noche las miradas en multitud escudriñando sobre su propuestas plástica.

En las inauguraciones hay canapés, un poco de vino. Aquí no hubo excepción y todos los presentes para conversar respecto de la obra recién inaugurada, luego los comentarios, las aprehensiones, las lecturas sobre la propuesta, el discurso de la pintora egresada de la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad de Sonora.

En esta exposición, Acumulación de capas y personas (pintura, fotografía, animación), cabe la alegría, el sueño, los meditabundos. Cabe la libertad de una tarde de lluvia y el amor debajo de un paraguas.

Griselda en su propuesta plástica nos revela no sólo la virtud de su mirada puesta en la cotidianeidad de los días, nos ofrece también, acto de agradecer, la capacidad de transformar los avatares de todos los días en una canción alegre y nostálgica.

Me explico: Griselda para revelarnos desde su interior la posibilidad de construir mundos donde las tragedias constantes duelan menos, y lo hace no sólo al contar historias de resistencia dentro de un vagón del metro, por ejemplo, lo hace también desde la libertad ante el lienzo y teniendo como herramienta un pincel donde montarse en un galope de caballo sobre la infancia.

Quizá sea ese el argumento por el cual los espectadores, amigos, familiares, adoradores de la plástica, se volcaran a la galería. Punto de encuentro para el diálogo a través de las miradas, conversaciones respecto de los temas de la vida, los que realmente importan, los motivos de Griselda, compartidos con alegría.

Dice Ileana Diéguez, en su texto de presentación, incluido en folleto-invitación:
“El arte, desde el siglo veinte ha hecho de los objetos y fragmentos de la realidad materia creativa, instaurando el montaje como estrategia de producción. Griselda Benavides se inscribe en esta trayectoria, haciendo del collage dispositivos que caracterizan su joven poética virtual”.

Hete aquí un pedazo de mundo dicho a través de la creación, desde la mirada de la artista plástica, abotagada de tanto ver y sentir para después, irremediablemente, fabulosamente, contar con el pincel. Y más allá, incluye también la búsqueda audiovisual en la animación.

Esa noche de miércoles, una botella de vino rota en el umbral de la vida artística de Griselda. Hoy los espectadores para insistir en su nombre, y esperar la vida para que el arte de la joven pintora nos otorgue más motivos para coincidir.

La exposición estará abierta hasta el 16 de mayo de 2013, horario de visita: miércoles a domingo de 10:00 a 13:00 y de 17:00 a 20:00 hrs.


sábado, 13 de abril de 2013

Mi sentencia en la cárcel es mucho más tiempo que el que me queda de vida




(Ilustración de Ricardo Atl)

Carlos Sánchez

México, DF.- La cárcel es un tatuaje en la mirada. Un rencor permanente en las entrañas. La alegría de saber que dentro de una celda se duerme en paz. En ocasiones el insomnio eterno.

Javier Pérez Navarro habita, desde hace catorce años ocho meses, en el Reclusorio Norte: edificio D, pabellón seis, pasillo tres, celda nueve.

Come del rancho tres veces al día, a veces camina los páramos internos, allá donde religiosamente una parvada de pájaros le significan la dulce crueldad de la libertad. “Parecería que los pinchis pájaros nomás vienen a torearme, a burlarse de mi encierro, pero total, me lo merezco, ¿no?”.

De cuando en cuando visita la biblioteca del Centro Escolar. Hace unos días le dio por anotarse en un curso de Escritura Creativa, “Nomás para ver qué sale, para ver si aprendo algo, porque sabes, a mí nunca me gustó la escuela, pero aquí adentro como que uno le agarra sabor”.

Javier tiene la mirada de un niño tristemente travieso, en la cabeza lleva vestigios de que alguna vez tuvo pelo, el vientre pronunciado lo hace sentirse incómodo, como si le estorbara en cada paso que da.

Javier mira taciturno, como si le costara trabajo levantar los ojos, como si los años preso le hubieran minado de a poco las energías para observar con seguridad.

Pero las palabras fluyen sin límites, si un compañero de prisión pregunta, Javier responde, si un favor se requiere, Javier brinca y adelante con la encomienda. Javier opina de esto y de lo otro, y en el momento en que la conversación sobre su historia de vida ya le ajusta de prestancia, Javier anda las calles de su barrio, los instantes de un arma en sus manos y darle pa’bajo a Juan y Pedro.

Allí en la canchita del Centro Escolar, donde los alumnos del taller de Escritura Creativa toman un receso, Javier dice lo que es.

De niño hice pequeños robos en mi escuela, pero lo que considero mi primer acto delictivo fuerte fue cuando tenía ocho años de edad. Estábamos mi hermano y yo encerrados en una recámara, había una ventana que daba al patio, tenía varillas para que no saliéramos, pero yo cabía por entre las varillas, me salí a revisar los departamentos de otro edifico, sabía que tenía poco tiempo para actuar porque la sirvienta tenía instrucciones de mi padre de venir a revisar que no nos saliéramos del cuarto. Subí las escaleras del edificio, no recuerdo cuántos pisos revisé, el caso es que por la ventana de un departamento me asomé y no vi a nadie, empecé a aflojar el pasador agitando la ventana, cuando por fin abrió me metí a la recámara, empecé a buscar en los cajones y encontré un baulito con monedas, las agarré, me salí rápidamente, no sabía si había personas en las otras habitaciones, me regresé rapidísimo a mi departamento, en el momento en que me estoy metiendo se abre la puerta de la recámara, era la sirvienta, me sorprendió entrando por la ventana, se me ocurrió sobornarla y ofrecerle la mitad del botín, aceptó, contamos el dinero, lo repartimos en dos y me fui a la tienda a comprar chucherías.

Así pasaron los años, un robo aquí, otro allá. Después vino aquel día de junio de mil novecientos ochenta y ocho, miércoles al anochecer. Fui a visitar a mi papá, él me contó que tuvo un sueño y que algo me pasaba, pobrecito, recuerdo cómo me rogó que ya no siguiera robando. Yo en lugar de aceptar su petición alardee que acababa de comprar un rifle de asalto, que nada me pasaría, él insistió, me habló de un sueño donde me veía ensangrentado, que algo terrible me pasaba. Yo no hice caso, tomé el dinero que me prestó, me retiré.

Al día siguiente, muy temprano, me levanté para ir a asaltar un banco. Días antes lo había estudiado, ya tenía todo listo: el coche, las armas, los cómplices, aunque mis cómplices no estaban muy listos, nunca habían robado bancos y eran miedosos, y era la primera vez que robarían conmigo. Ellos habían cometido otro tipo de robos, pero un cómplice mío, asaltante de bancos, los convenció para que nos acompañaran.  

Nos reunimos en el punto acordado, nos trasladamos a la calle donde se encontraba el banco, no acostumbraba a revelar el lugar del robo hasta el día y hora del asalto. Les expliqué el plan, uno me esperaría en el coche, en una posición estratégica, el otro me esperaría en la puerta del banco y sería mi muro. Legamos caminando y noté el temor de mi compañero, el que sería mi muro, pues caminaba a mis espaldas buscando salir de mi foco de visión lateral. Al voltear a buscarlo oí su voz que me dijo: Aquí estoy.

Él se quedó en la puerta, yo entré y exigí el dinero de las cajas, me retrasé queriendo abrir las bóvedas, cuando voltee a ver mi muro, no estaba, y había tres patrullas rodeando el banco. Tomé valor para enfrentarlos, porque no quería venir a la cárcel, quería que me mataran. Por mi mente pasó la idea de dispararle a los señores de las cajas, pero dije: mejor a los policías. Disparé hacia abajo de las patrullas y sin proponérmelo herí a un policía al que le rebotaron los proyectiles, salí del banco, disparé en ráfaga completa de izquierda a derecha, a las tres patrullas, los policías se parapetaron, pero al vaciarse el cargador de mi cuerno de chivo los policías salieron de sus parapetos que eran sus patrullas, me dispararon, me pegaron un balazo en la panza, otro en el brazo, uno en la pierna y uno por la espalda, otro en la nalga.
Yo había arrojado el cuerno cuando me quedé sin cartuchos, pero saqué un revolver y le apunté a un policía que medio sacaba su cabeza por encima de la patrulla, al ver mi precisión para apuntar, tuvo temor, esto pasó en uno o dos segundos, él instintivamente se arrojó hacia atrás, yo sólo moví el revolver unos centímetros hacia la izquierda, le disparé a su compañero quien estaba a un lado de él, en ese momento recibí un balazo en el pecho, me desplomé. Se me vinieron encima a golpes, porque había herido a un comandante, me doblaron el brazo baleado, me azotaron la cabeza contra el asfalto, me preguntaban los nombres de mis cómplices, los cuales por supuesto no revelé, mientras me doblaban el brazo, un policía recargaba su peso en mi espalda, yo sentía las costillas rotas, creo que el policía pretendía que me desangrara, en eso llegó otro policía y obligó al otro a que dejara que me subieran a la ambulancia, pero yo quería morir y no venir a la cárcel, por eso no me dejaba auxiliar por los paramédicos, ni por el anestesiólogo, pero viendo que quería morir, los doctores se aferraron a salvarme.

Hay algo importante que se me estaba olvidando: durante los segundos que duró la balacera, tuve una visión no muy clara, como de algo sobre natural de alguien que tenía sus manos en el pecho y oraba como intercediendo por mí, ahora supongo que era una especie de ángel de la guarda y pidió a la vida que me diera otra oportunidad, fueron uno o dos segundo, no sé bien, porque lo vi no muy claro, y agradezco a Dios la oportunidad de vivir, aunque sea en esta cárcel.

Porque sé que vivir en la cárcel pues es tener también ratos de alegría, de esas veces que viene mi esposa a visitarme, y hacemos el amor, creo que no sólo para un preso, el placer más grande está en hacer el amor con una mujer, en amar y sentirse amado, a veces ese puede ser el único aliciente para vivir.

Ahora estoy enfermo de insuficiencia renal, me sacaron un riñón aquí en la cárcel, no sé bien si fue consecuencia de la balacera, o por pelear aquí en la prisión, o por negligencia médica, pero en cuanto a la pregunta esa que me haces sobre el deseo de vivir, no es fácil responderla, implica muchas cosas. Por un lado, sí me gustaría salir libre, acompañar a mi mujer, cuidar a mi hijo pequeño, pero por otro lado, esas expectativas no se ven nada posibles, y bueno, tal vez el deseo de vivir tenga que ir aunado a la fortaleza espiritual y a caminar cuesta arriba. Creo que por eso deseaba morir en el asalto, no quería enfrentar la cárcel como consecuencias de mis actos.

Pero aquí estoy, sentenciado a veintiséis años de prisión, y vivir preso tiene sus altibajos, te das cuenta de muchos errores, valoras lo que es importante, aprendes demasiado, e irónicamente puedes liberarte de muchas cosas que fuera de este lugar te aprisionaban. La desventaja de este lugar es la rutina, la falta de libertad, las tensiones, la incertidumbre, la falta de trabajo, no poder ayudar a la familia, sentirse a veces como un vegetal, el convivir con extraños, el pensar que este convivio forzado puede ser para siempre, y que las autoridades no me den una oportunidad, me puede enloquecer, porque estar preso en anti natural, el alma anhela libertad, y la cárcel de muchas formas la va matando, y para mí es complicado porque mi sentencia en la cárcel es mucho más tiempo que el que me queda de vida. 

viernes, 5 de abril de 2013

Periodismo cultural en tiempos en que el mundo no muestra su mejor rostro




texto y foto: Carlos Sánchez

Álamos, Son.-- Viste gabardina y texana negra. Usa gafas y constantemente mira de reojo. 
Camina despreocupado, más no desentendido. Mira como miran los que desean todo saberlo. La curiosidad es permanente. José David Cano pide un tequila y la mesera le trae, además del trago, dos limones. Es una cantina de Álamos, Sonora, el lugar donde nos hallamos con José David. Periodista, ha venido a cubrir el Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado. Conversamos. Él, reportero de la sección cultural de El Financiero; yo, el diletante que sin rubor exclama admiración por esas páginas. José David se sumerge en los motivos por los cuáles ejerce el periodismo. Monologa:

―Al periodismo no lo veo como un trabajo, lo veo como un oficio y también como un gusto. Estar ahí, siempre explorando, rincón tras rincón, a veces es peligroso. Pero hoy cualquier oficio pude ser peligroso. Salir de noche también es peligroso. Pero el periodismo es muy disfrutable: siempre está ese extra que te puede proporcionar ir a un concierto o leer un libro solamente por gusto, pero, además, para poder compartirlo. Porque luego es frustrante que terminas de escuchar un disco y no sabes cómo expresar tanta emoción, tanta belleza, tanto placer por una sola tonada, por un pasaje musical, algún riff de guitarra en el que dices: “Es increíble. ¡Cómo puede sonar esto!” Me pasa cuando escucho a Leonard Cohen, a Neil Young... Esos riffs de Neil Young me excitan, me sacan de quicio y digo: “¡Qué belleza! ¡Cómo puede ser que la gente a veces no entienda o no comprenda o ni siquiera esté enterada de que existe Neil Young!” O Tom Waits. O Roy Orbison, de quien, aunque ya falleció, le sugiero a todo mundo que, de ser posible, consiga Black and White Night, un disco que grabó junto con Bruce Springsteen, Elvis Costello, Tom Waits. ¡Es sensacional! Como lo es también Jhonny Cash. Ya falleció, pero en la última etapa de su vida recreo unas canciones hermosas, y ahí está su legado. Pero no todo es rock. Y entonces hay que escuchar a Los Dos de la Sierra, a Miguel y Miguel, a Las Jilguerillas... hay mucho que escuchar, mucho por buscar. Lo que siempre sugiero es que no se aboquen a un solo género, pues sabiendo andar siempre te está esperando una buena canción a la vuelta de la esquina.

Después otro trago. Uno más. La conversación dispuesta. Yo para preguntar, José David para responder. ¿Qué otra manera más ágil de conocer la vida de los otros si no es a través de la conversación? La texana de José David está ahora en el marco de una ventana que usa como perchero. Su mirada es directa.

―David, ¿a qué se le apuesta cuando se ejerce el periodismo, cuáles son los “para qué”?

―Es necesario difundir las expresiones artísticas, las expresiones de toda esa gente interesada en fomentar la cultura, toda esa gente que trata de llenar con su arte, con sus actividades, al ser humano. Especialmente en estos tiempos en que el mundo no muestra su mejor rostro, es importante siempre una canción que hable del amor, que toque una cuestión social, que nos anime el deseo de seguir luchando, o detenerse a mirar una pintura que muestre otras realidades, otras dimensiones... Literatura que te cuente historias no necesariamente morales, pero sí que narre esas historias que están ahí... Poesía para encontrar la belleza que siempre anda al lado de nosotros y no la vemos. Ésas son mis principal razones para hacer periodismo.

―Tus reseñas y entrevistas se caracterizan por la presencia de la música. Si vamos a las páginas de El Financiero, es casi obligado que una nota firmada por ti hable de música, ¿por qué elegir este género para reportearlo?

―Antes que nada porque uno crece escuchando música, desde que uno está en el vientre de la madre. La música es, quizás, el arte más antiguo, junto con la danza o la pintura. Yo me acerco a la música desde chico, escuchando aquellas estaciones de radio en el Distrito Federal como fueron La Pantera o Rock 101. De repente hay algo que te llama y a mí lo que más me ha llamado la atención es el blues, el rock, recientemente el jazz, aunque también mi formación o, más que mi formación, el contexto en el que he vivido me acercó a la cumbia. Crecí en una zona de la ciudad en donde la cumbia era la música diaria, la música de los bailes, de las fiestas de quince años. Así que siempre he tenido un poco de ello y, a diferencia de mucha gente que reniega de la cumbia, también es un género que en su simplicidad siempre toca otras realidades, algunas muy interesantes, sabiendo desde luego encontrar la buena música en ese sentido. La Fania [Records] fue, en general, un bastión para la salsa y la música cubana. A Compay Segundo hoy todo mundo lo conoce, pero en su momento nadie lo ubicaba, lo mismo pasa con el Trío Matamoros... Son géneros musicales de mucha belleza. Al final, todo todo eso me va acercando a la música y, a partir de allí, es me adentro más y más. Aunque debo decir que aunque, como señalas, me especializo en música, en la sección cultural de El Financiero, contrario a lo que sucede tradicionalmente en el periodismo, uno no tiene una fuente específica; es decir, todos los reporteros cubrimos de todo, así que otras áreas que me gustan y que he cubierto son arquitectura, artes plásticas y literatura. Y, ojo, la cultura no es solamente eso que está ahí oficialmente; no es nada más el disco nuevo, no es la exposición que se va a inaugurar mañana. Todo eso es parte de la cultura, pero también está eso que a veces olvidamos: las fiestas patronales, la música de banda que ameniza todas esas fiestas, los papalotes... En fin, toda esta realidad que nos desborda es cultura. No hay nada tan cierto como aquella frase de que todo es cultura porque, efectivamente, sólo es cuestión de verla y buscarla: siempre está frente a uno.

―En tu ejercicio periodístico, que ya roza los 15 años, 13 de ellos en las páginas de El Financiero, ¿tienes un trabajo que te haya marcado, que lo recuerdes de inmediato?

―Son varios, sin sonar pretencioso. Uno de ellos fue cuando me tocó entrevistar al pintor zacatecano Rafael Coronel; fue uno de mis primeros encargos. Él no quería dar entrevistas en ese momento, pero me tocó ir a la inauguración de una exposición suya. Allí insistí e insistí hasta que me dio la entrevista. La hicimos en la banqueta. Y me gustó mucho porque era pregunta y respuesta, habilidad completamente. En una parte de la entrevista le cuestioné al maestro si a la pintura habría qué entenderla. Entonces él me revira con otra pregunta: “¿Tú entiendes el canto de los pájaros?” No, le dije, pero trato. A lo que él me contesta: “Bueno, eso es la pintura también: algunos tratarán, algunos buscarán una respuesta, a veces no la hay, a veces hay otras cosas.” Otro trabajo que me gustó mucho fue una crónica que hice cubriendo el Festival Afrocaribeño, en Veracruz. Como me gusta mucho la vida de la noche, en aquella ocasión salí y me asaltan. Cuento entonces que discutí con el asaltante, peleamos, increíblemente se zafó de la llave en que lo tenía, nos perseguimos un rato, hasta que me derrotó mi mala condición física. Todo eso lo fui cronicando en un texto muy bonito. Aunque en su momento, mi editor, Víctor Roura, me dijo: “Lo pensé antes de publicarlo.” Porque realmente es una anécdota, no tanto periodística, pero luego terminó diciéndome que al final decidió publicarlo por lo bello que está escrito, por el esfuerzo literario de contar y narrar un suceso. Un tercer ejemplo es una crónica de un viaje a Japón. Es un texto extenso que me gustó mucho porque fueron al menos dos meses de documentarme sobre lo que es Japón. Cuando regresé, me puse a leer, además de lo que había traído, otros libros. Lo difícil fue juntar todo en una sola crónica. El resultado es hasta hoy uno de los textos que más me ha gustado, por lo redondo que salió.

―No sé si esta te parezca una pregunta complaciente, pero sí me parece una pregunta obligada y de reconocimiento: ¿qué te provoca pertenecer a las páginas culturales de El Financiero?

―Antes que nada una alegría porque el periodismo que yo quiero hacer (y es el que se ejerce en El Financiero) es reflexivo, literario, que se toma su tiempo. No es el periodismo que se ejerce en otros medios como si estuvieran haciendo tortillas, donde mandan a los compañeros a cubrir tres o cuatro notas al día y todas a entregarlas a pesar de que a veces no se publica ni una sola. En la sección cultural de El Financiero se hace un periodismo diferente porque uno mismo es el que programa sus entrevistas, uno mismo sugiere qué se puede publicar y, a partir de ahí, uno va desarrollando sus trabajos y los va entregando conforme se va requiriendo, no es necesario que publiques diario ni tiene por qué hacerlo uno. También es el espacio de que dispongo para escribir porque, a diferencia de otros medios, donde un texto principal que va a ser quizá la nota más fuerte de ese día no rebasa los cuatro mil caracteres, en la sección cultura de El Financiero el texto más pequeño es de cinco mil quinientos caracteres y el mayor de casi ocho mil quinientos caracteres. A veces hasta más porque cada miércoles se publica un reportaje que puede llegar hasta 20 mil caractéres. Así que estoy contentísimo ahí porque Víctor Roura me ha permitido desempeñarme y ser libre. Claro, a veces hay órdenes que uno debe cubrir a fuerza tal vez por el peso de la obra o de la fama de un autor. Y sí, uno las hacer también con gusto.

miércoles, 3 de abril de 2013

Un ladrón elegante

El mejor golpe se lo di a López Portillo



Carlos Sánchez

Cohabitan y conviven. Se desplazan como peces. Un grito, una mirada. Un silbido y la coreografía de la vida se manifiesta.

En el Reclusorio Norte todos visten color caqui. Los internos mercan sus ropas en el Kilómetro, que es un tianguis. Allí la verdura, las ropas, las artesanías, a veces un libro, un mueble, una lámpara, los cigarros, los chuchulucos.

Nomás atravesar la malla como cerca y un murmullo se extiende. Las imágenes aprehenden. De pronto un reo se trepa de los sueños en un ring de box imaginario. El boxeador en ciernes tira un jab, un volado, un gancho al hígado, y de pronto el knockout a su contrincante también imaginario.

Mientras esto ocurre y el anunciador da los generales del enfrentamiento, otro reo se viste de gimnasta y trepa a los tubos que antes sirvieron de columpios, divertimento para niños en las horas de visita familiar, minutos para el reencuentro.

Aquí se habla un lenguaje con sus códigos, decir cana, por ejemplo, significa condena y algunos ya acumulan varias. Uno de esos de varias canas es el Carrizos, septuagenario de mirada lánguida, hombros hacia el suelo, pelo cano y corto, su semblante es el de un águila a punto de jubilación.

El Carrizos llega al área escolar, allí donde los presos aprenden títulos de nuevos autores literarios, donde conversan sobre el más reciente poema de un autor desconocido, allí donde los mismos presos son los personajes de sus propias historias, escritas y dichas en un taller de escritura, de autobiografía.

No hay tiempo para el protocolo, adiós a los formalismos, el Carrizos pide sólo un cigarro y las palabras le vienen a borbotones, allí sentadito, de cuclillas, mientras el divertimento de los presos es el ejercicio, escolar y deportivo, mientras la nubes tejen su lienzo, los pájaros huyen, el Carrizos para viajar a lo que según él son actos de justicia, “Porque yo le robé a Echeverría cuando era presidente de México, y él fue quien mató a los estudiantes”.

Cuenta quien por nombre lleva Efraín Alcaraz Montes de Oca, que cuando lo llevaron a la UNAM, luego de que el documental donde es protagonista, Los ladrones viejos: las leyendas del artegio, de Everardo González, se difundiera, los estudiantes no lo dejaban irse, “Se pusieron rete contentos con la historia de Echeverría, yo sólo les dije que le robé a quien tenía, nunca anduve haciendo daño a los pobres, pero ellos saben la clase de persona que fue Echeverría y el daño que le hizo a los estudiantes”.

Del júbilo que despierta la memoria, a los dolores de la realidad. El Carrizos tiende sus manos al viento, tal vez porque en ellas está su arte, la sutileza, la inteligencia, y habla con ellas, porque desde allí su oficio que es de ladrón y no de ratero como lo argumentara en el documental de marras.

Las manos en movimiento acompañan las palabras, las historias aquellas de cuando muchacho y se trepaba por vez primera a un condominio donde ya desactivó la alarma, las cámaras, y entonces entrar como Juan por su casa, apoderarse del botín, salir de allí con la mira puesta en un rincón de la ciudad y después celebrar.

La celebración hecha muchas veces, porque, al compás de ese cigarro que juega a ser una cigarra en sus labios, el Carrizos cuenta una y otra anécdota, la elegancia en el vestir, los zapatos bien boleados, el bigote en su lugar, “Porque para robar hay que tener porte, calidad”.

Y también vinieron los días duros, cuando un comandante de la policía lo traicionó, de cuando lo detuvieron una y otra vez y de eso ya más de cuarenta años se acumulan en su vida como condena. Porque salir de la prisión se convirtió nomás en un ir y venir. Ahora que rebasa los setenta, la permanencia en la cárcel es más densa, porque ya la mirada no tiene su mismo alcance como en juventud, cuando veía volar las monedas y ganar volados, porque “Los chamacos de ahora no están a la altura y qué voy a platicar yo con ellos”.

Cuenta el Carrizos que en sus últimos años en la cárcel han sido los más pesados, no obstante el horizonte tiene un proyecto, y ya lo construye, porque conoció a un escritor quien le ayudará a contar su vida, “Quedará elegante mi historia, vamos a vender los puros libros, vas a ver”.

Y de allí para recordar que de Los ladrones viejos: las leyendas del artegio él obtuvo dos Arieles, que esa misma película lo catapultó y por ende el reconocimiento y el lugar que merece. “Pida otros dos cigarros, joven”. El Carrizos para seguir contando con la mirada, y volver al pasado, meterse en un auto de lujo, dirigirse a una de las colonias ricas que habitan el Distrito Federal, y de pronto, ya en el umbral de la mansión y a punto de entrar “Que me sueltan una ráfaga, no’mbre, me subí de vuelta al carro, ya con las piernas flojas, ratatatata, nomás oí los rafagazos, esa fue la vez que más me asusté, joven”.

--¿Y el mejor golpe?

“No, pues a López Portillo, le abrí dos cajas fuertes, agarré los puros centenarios”.

Para este momento de la conversación y dos cigarros después, los rings de boxeo se multiplican, las peleas son una y otra, por allá un grito de que falta alguien en la lista y es un guardia que empuja a un reo, le reprocha, el preso mira con sumisión. El Carrizos afana en la llama de los cerillos. En la moneda que avienta al vendedor de cigarros y chuchulucos. Las palabras se suplen por miradas, las nubes continúan en su afán de texturizar el cielo que es el techo de la prisión. Los pájaros huyen otra vez.