jueves, 31 de enero de 2008
ahora
en la carretera está la nostalgia. el regreso. la llegada. hombres en bicicletas con sacos de nueces en la espalda. pájaros en constante vigilia. los alambres marcan territorio. acarrean tecnología de luz. el zumbido es un motor que late de corazón. casas de adobe con historias de migrantes. manos fértiles cantan la palabra amor. niños sobre columpios y llanto en los pies. la tierra un aposento dócil dispuesta a todo. la tarde un colofón difuso en la mirada de los viejos. remiendos de azadón y pala. comales hirviendo la existencia. palamas de mujeres en la risa de sus chamacos.
miércoles, 30 de enero de 2008
rin
en la mochila abierta. en el café los ojos. las manos inútiles. qué me corre por el cuerpo oscuro. un borrador de lápiz tachando la emoción. cantar es un disfraz. existir un pájaro que se burla de tu ausencia. en los pies niños una pelota. afuera la vida en bicicleta.
sábado, 26 de enero de 2008
festival
la fiesta está en el aire. entra en los cuerpos todos. cerveza y una tuba blanca con acordeón negra. los callejones tienen ritmo y golpean los pies. interminable. por qué no es la alegría en la suela de mis botas. mejor una vela de lánguida luz para seguir sumergido. en el otro yo. el mismo de siempre. la mirada en el adoquín de la tristeza. las palabras presas de la novela trágica. leer es apenas la respiración.
jueves, 24 de enero de 2008
oi
no sé si las nubes me visten de llanto. no sé qué impide levantar el radio y ponerme a bailar en la plaza. escuchando mi viejo san juan. no sé porque no termina de irse la melancolía. debe ser el invierno y tu nombre que es un cincel esculpiendo mi lengua.
miércoles, 23 de enero de 2008
ea
ahora no es la ausencia rasgando. un tambor tocando los pies. andar es construir un plano hacia el hogar de tu cuerpo. la ciudad pariéndote todos los días.
lunes, 21 de enero de 2008
amanece
Más que un animal en tu vientre. Más que un cuchillo en la boca. Menos que un cerrojo en la reja. Hazme invisible de todos. Muérete de nostalgia. Inclúyeme en tu testamento. Que conste en tu acta apócrifa. Mi apellido falso. Dame lo que te quede de llanto. Endósame la pena. Desnúdate a mitad del baile. Hunde mis dedos en tus dientes. Ríete de lo urgente. Tu corazón está sin pecho. Decomisados los besos. No hay pulso en tu cuerpo. Apenas el sol un rescoldo. La oscuridad encandila. Días de duelo. La noche un pleonasmo.(cs)
jueves, 17 de enero de 2008
de tacón y descalzo
Andar la ciudad. Como el poeta levantando colillas de cigarros. En frágil ayunanza. Buscar sus pasos extraviados una tarde de domingo. Con la puesta del sol hundido en su nombre. Recorrer las calles corroborando sus huellas. Inalcanzable la mirada para encontrar su sombra latiendo a kilómetros por hora.
Trepando las banquetas fue niño vitalicio. Le arrancó a la planta un girasol donde deshojar la suerte. La palabra como oficio y el dolor como apellido. La poesía es más que un membrete. Aposento para ver y sentirse el alma. Canicas para celebrar la infancia. Caminar.
Caminar hacia el trabajo. Con el reloj en el pulso contando la vida. Mover el cuerpo y los ojos para encontrar el tráfico. El polvo. Caminar a la plaza donde los pájaros inauguran la palabra alegría. Caminar es un libro escrito con tinta en los pies.
Trepando las banquetas fue niño vitalicio. Le arrancó a la planta un girasol donde deshojar la suerte. La palabra como oficio y el dolor como apellido. La poesía es más que un membrete. Aposento para ver y sentirse el alma. Canicas para celebrar la infancia. Caminar.
Caminar hacia el trabajo. Con el reloj en el pulso contando la vida. Mover el cuerpo y los ojos para encontrar el tráfico. El polvo. Caminar a la plaza donde los pájaros inauguran la palabra alegría. Caminar es un libro escrito con tinta en los pies.
martes, 8 de enero de 2008
vientro
Soy la inconciencia de la tarde sobre un camión urbano. El atropello de dos gallinas en la calle. Un barrio periférico cuyas muñecas huérfanas observan a las niñas jugando con palabras. Un dolor tiene mi nombre cuando lo anuncia el viento que se pone al final del día. En los pedales del triciclo recolectando botes de aluminio se resume la vida. Avanzo hacia mí de manera abrupta. Duele el encuentro con la ausencia de lo que fui. Jugar.(cs)
lunes, 7 de enero de 2008
palomitas
por Carlos Sánchez
Consumir palomitas me desborda el placer. Sentir cómo juega la textura del maíz reventado en mi lengua, el paladar, es volver a esos días en los que me sumergía por horas en el baño. Ponía mi cuerpo en la regadera y el agua emboscaba mi pecho y mis piernas. Un hormigueo recorría los músculos, luego un letargo se entrelazaba de la voz temblorosa que emergía del estómago.
Siguen siendo mis ojos dos platos blancos con huevos fritos en medio. Se agrandan cada que el ruido del maíz cruje entre mis dientes. No es porque el recorrido de mi mano sea perfecto sobre mi piel mientras la película avanza, ni porque el maullido de mis gatos acompañé el chasquear del prepucio humedecido.
Siento el placer en la garganta que es una compuerta sosteniendo el sabor salado de las palomitas masticadas.
Viene como una manía mi devoción por el maíz desde que descubrí al tío abuelo jugando con un ponteduro acaramelado sobre la espalda de mi abuela. Lo desparramaba sobre ella para después levantarlo con sus labios flácidos. Pronto lo hice como él, sobre aquellas fotos de revistas de mujeres elegantes.
He crecido pero sigo siendo niño saltando a la adolescencia. Me detengo siempre en esa edad con disparos de sorpresas impactándose en la memoria.
Me gusta estar allá, en el recuerdo, recreando, inventando las escenas de la patria sobre la portada de los libros de texto descubriéndome excitado una y otra vez.
Cierto que hay brumas en los días de verme las manos jugando con mi cuerpo, cierto que la culpa me persigue porque no debía arrancar las hojas del catecismo, por la imposibilidad de memorizar los mandamientos, cierto que la vela que me compraron para la primera comunión tuvo mejor utilidad al verla entrando en la boca de la muñeca de mi hermana. Se la tragaba toda.
Veo, al encender el televisor y cuando programo cualesquier película, la película de mi vida. Mis ojos estáticos son la revolución de imágenes en la memoria. Veo, mientras mis dientes crujen en el maíz, la cara roja de mi tío abuelo ciego rozando con su bastón las piernas de mi abuela por debajo de su falda.
Tenían alcohol de caña siempre, servían en tazas de barro un poco de aguardiente y café para teñir la culpa y sufrir menos el pecado. A poco rato de estar bebiendo, los miraba siendo uno solo trepados en la tarima, debajo de la enramada de atrás de la casa.
Sentía en mi respiración un miedo de emoción. Era dolor verme en sus ojos blancos como la leche, ofensivos como el calor de sus manos.
Era mi tío abuelo el pretexto siempre para meterme debajo de la mesa, detrás de la cortina, adentro del ropero. Era su voz lenta una amenaza para mis nervios. Tenía la magia cruel de asustarme siempre con el ruido de sus pasos.
He crecido en el cuerpo, según me informan mis ojos viendo las dimensiones de mis brazos. He levantado la vista sólo para dejarla en la televisión mientras como palomitas. Es la pantalla mi escapatoria, por ahí se va la vida que regresa siempre. Apenas se abre el telón de la película y ya estoy de nuevo consumiendo fiel la nostalgia de los días de alcohol y café. Porque los veía fantasear, encontrar lo que nunca tuvieron, porque les inventaron como a mí su castillo de pureza. Con sus límites altos, con la mutilación de sus posibilidades físicas.
Hace unos días dicen que vino mi madre a verme, y según sé me dio un beso en la mejilla. Me reclamó, cuentan, mi ensimismamiento. El control del televisor en mis manos le encabrona. Que si por qué no soy un hombre normal, se pregunta, me pregunta.
Los reclamos de ella son los mismos de siempre: por qué no salir a la calle, por qué no conversar con la gente que camina por la banqueta.
Yo apenas si hablo con los actores de las películas, porque en ellos encuentro la comprensión sin condiciones. Y si me ven tocándome sólo sonríen; a veces me dicen cómo hacerlo mejor.
El único poder que ejerzo en estos veintitrés años de mi vida, es el del control sobre la tele, y una que otra vez, la posibilidad de encender la radio, pero muy a veces, porque no siempre se está de humor, porque no siempre dice cosas que me gustan.
Veo a mi alrededor y sé que en este cuarto tengo lo suficiente para vivir. A un lado de la cama está la mesa que me trajo un día la abuela de un burdel donde ella trabajaba. Encima está la estufa de petróleo, y la olla de peltre donde cocino las palomitas.
Gozo de consumir la sal bañando el maíz. A veces con mantequilla. Pero no puedo dejar de sufrir la culpa cada vez que toco el cielo al sentir mis manos acariciando mi garganta, mientras engullo con violencia deliciosa otro bocado con sal.
Consumir palomitas me desborda el placer. Sentir cómo juega la textura del maíz reventado en mi lengua, el paladar, es volver a esos días en los que me sumergía por horas en el baño. Ponía mi cuerpo en la regadera y el agua emboscaba mi pecho y mis piernas. Un hormigueo recorría los músculos, luego un letargo se entrelazaba de la voz temblorosa que emergía del estómago.
Siguen siendo mis ojos dos platos blancos con huevos fritos en medio. Se agrandan cada que el ruido del maíz cruje entre mis dientes. No es porque el recorrido de mi mano sea perfecto sobre mi piel mientras la película avanza, ni porque el maullido de mis gatos acompañé el chasquear del prepucio humedecido.
Siento el placer en la garganta que es una compuerta sosteniendo el sabor salado de las palomitas masticadas.
Viene como una manía mi devoción por el maíz desde que descubrí al tío abuelo jugando con un ponteduro acaramelado sobre la espalda de mi abuela. Lo desparramaba sobre ella para después levantarlo con sus labios flácidos. Pronto lo hice como él, sobre aquellas fotos de revistas de mujeres elegantes.
He crecido pero sigo siendo niño saltando a la adolescencia. Me detengo siempre en esa edad con disparos de sorpresas impactándose en la memoria.
Me gusta estar allá, en el recuerdo, recreando, inventando las escenas de la patria sobre la portada de los libros de texto descubriéndome excitado una y otra vez.
Cierto que hay brumas en los días de verme las manos jugando con mi cuerpo, cierto que la culpa me persigue porque no debía arrancar las hojas del catecismo, por la imposibilidad de memorizar los mandamientos, cierto que la vela que me compraron para la primera comunión tuvo mejor utilidad al verla entrando en la boca de la muñeca de mi hermana. Se la tragaba toda.
Veo, al encender el televisor y cuando programo cualesquier película, la película de mi vida. Mis ojos estáticos son la revolución de imágenes en la memoria. Veo, mientras mis dientes crujen en el maíz, la cara roja de mi tío abuelo ciego rozando con su bastón las piernas de mi abuela por debajo de su falda.
Tenían alcohol de caña siempre, servían en tazas de barro un poco de aguardiente y café para teñir la culpa y sufrir menos el pecado. A poco rato de estar bebiendo, los miraba siendo uno solo trepados en la tarima, debajo de la enramada de atrás de la casa.
Sentía en mi respiración un miedo de emoción. Era dolor verme en sus ojos blancos como la leche, ofensivos como el calor de sus manos.
Era mi tío abuelo el pretexto siempre para meterme debajo de la mesa, detrás de la cortina, adentro del ropero. Era su voz lenta una amenaza para mis nervios. Tenía la magia cruel de asustarme siempre con el ruido de sus pasos.
He crecido en el cuerpo, según me informan mis ojos viendo las dimensiones de mis brazos. He levantado la vista sólo para dejarla en la televisión mientras como palomitas. Es la pantalla mi escapatoria, por ahí se va la vida que regresa siempre. Apenas se abre el telón de la película y ya estoy de nuevo consumiendo fiel la nostalgia de los días de alcohol y café. Porque los veía fantasear, encontrar lo que nunca tuvieron, porque les inventaron como a mí su castillo de pureza. Con sus límites altos, con la mutilación de sus posibilidades físicas.
Hace unos días dicen que vino mi madre a verme, y según sé me dio un beso en la mejilla. Me reclamó, cuentan, mi ensimismamiento. El control del televisor en mis manos le encabrona. Que si por qué no soy un hombre normal, se pregunta, me pregunta.
Los reclamos de ella son los mismos de siempre: por qué no salir a la calle, por qué no conversar con la gente que camina por la banqueta.
Yo apenas si hablo con los actores de las películas, porque en ellos encuentro la comprensión sin condiciones. Y si me ven tocándome sólo sonríen; a veces me dicen cómo hacerlo mejor.
El único poder que ejerzo en estos veintitrés años de mi vida, es el del control sobre la tele, y una que otra vez, la posibilidad de encender la radio, pero muy a veces, porque no siempre se está de humor, porque no siempre dice cosas que me gustan.
Veo a mi alrededor y sé que en este cuarto tengo lo suficiente para vivir. A un lado de la cama está la mesa que me trajo un día la abuela de un burdel donde ella trabajaba. Encima está la estufa de petróleo, y la olla de peltre donde cocino las palomitas.
Gozo de consumir la sal bañando el maíz. A veces con mantequilla. Pero no puedo dejar de sufrir la culpa cada vez que toco el cielo al sentir mis manos acariciando mi garganta, mientras engullo con violencia deliciosa otro bocado con sal.
miércoles, 2 de enero de 2008
lecho
junto piedras en la arena. son las sílabas de tu nombre. escucho una canción que dolía mi padre. tengo su aliento en mis labios. el alcohol me llena los dientes. cuida de tu vida en tu camino. coreaba con el agua en su piel atardecida. hundido en el sillón señalaba las horas en su pulso de sismo. la radio jugando pelota le hacía valer la vida. cacahuates y canela. humo de petróleo y frijoles de consuelo. tendía la mesa que era una puerta de charanga ford sesentaiseis. jonrón para celebrar. sorbo.(c.s.)
gorjeo
escribir sin alas. filo en vidrio son mis ojos. tu risa cierne el ánimo. condensa el deseo de abrir el cuerpo como árbol frente a mi casa. a veces vienes descalza y con el pelo suelto. acaricias mis manos con tus labios niña. eres la voz sumergida en los hilos de mi cráneo. te invento tórtola en el parque pillándome al amanecer. no es cierto que no corras entre las calles de mi barrio. falsa la distancia en esa balsa de nombre adentro. te llamas vuelo y tienes risa por apellido. hilvanar. (cs)
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