lunes, 31 de diciembre de 2007

agitar

una bocanada de humo es la imagen que me hace palpitar debajo del estómago. recorro con la lengua la franja de tus labios. abres apenas la boca y me hundo entero hasta llegar a tu vientre. engulles mis palabras que son mi cuerpo. qué ambiente qué cálido qué abrigo son tus oraciones antes de encender la luz para leerme la noche. allá en ti soy una isla de sueño. la punta de tus dedos entran leves en mi vaho. bajas con el tacto. te instalas otra vez y son los labios hundidos. respirar.(cs)

viernes, 28 de diciembre de 2007

intro-verso

me gusta leer frente al manicomio. la tranquilidad de la estridencia me llena de emoción. recorrer líneas de ronquillo el víctor. con su lesbia que se va de casa. son los enfermos mis hermanos. les oigo cantar molachos de versos. trepan los naranjos y las bardas son gatos en sus bocas. una radio de onda corta es un puerto en la habana de mis oídos. tocan percusiones los balseros. existen minutos superlativos. la naranja me da el zumo de la cordura. veo la carcajada de los de adentro. estoy tan afuera como estos días plenos de tu animal en la mirada acechándome. Tinta. (cs)

martes, 25 de diciembre de 2007

hilar-isa

con un palito de escoba frotarte la nariz. picarte las costillas. bailar como ebrio y tropezar con el aire. azotar el cráneo contra el suelo. urgente la gana de escuchar otra vez tu risa. tú: risa. bajarme los pantalones frente a tu tía. sacar una frase de la chistera: están más cerca los dientes que la congruencia. sugerirte otra vez la boca donde te evoca ahora en automático su estadía. compro un chicle en el puesto y juro que no devuelvo la feria de más. pretexto para tenerlo en mi lengua y ofrecértelo. para llenarte de “éxito” y hacerte reír. lágrima. (cs)

lunes, 24 de diciembre de 2007

veinticuatro en la noche

la cámara es un motor disparando instantes. el perro hechado no se inmuta de la nochebuena. yo sólo me limito a sentir la vibración de la ausencia. en el bolsillo tengo los días de espera. en el ocio me dedico a contarlos y no me caben los años en las manos. dicen que esta noche pare la virgen. me preguntó quién inventó el parto de la liona. esa que te vio nacer un día que taladra mi memoria. aborto este parirte porque no aguanta ya mi dolor tu nombre segregado. huir.(cs)

domingo, 23 de diciembre de 2007

baica

Las bicicletas tienen piñón y desviador
sube la velocidad mientras desciende el impulso
vuela la greña cuesta arriba en el barrio
los pedales traen con esfuerzo vida
azules los cuernos y el asiento sumergido
las bicicletas son el triunfo del viento en el rostro
la distancia más cercana.

Pedaleábamos hacia el Palo verde
habían las minifaldas moviéndose
eran morras de otros morros
nos escupían piedras
porque robábamos flores de jardines muertos
besábamos el polvo desbocados
y encontrar la luz en el poste de la esquina.

Las bicicletas tenían canastas para el litro de leche
diablos en el eje trasero donde trepar las niñas
chavindas en los manubrios
eran nuestros caballos y la gorra un sombrero
los tenis sin espuela domaban las horquillas
girábamos en un pequeño pedazo de concreto
malabares en el centro del baldío.

Un día los rayos del rín delantero abrieron la piel
otro día la cara tuvo un parche en el ojo
el yeso adornando un brazo
fue la loma un reto para estallar en el viento
ganarlo todo significaba permanecer suspendido
la adrenalina otra vez en los ojos
volviendo al callejón con el cigarro encendido

Las bicicletas están ahora detrás de la casa
arriba del techo alimentando el óxido
las llantas son tierra seca y vestigio de adolescencia.

carlos sánchez

A ras de tierra

Carlos Sánchez

Despegué las pestañas. Había el olor a petróleo por la mecha empapada, encendida, dentro de ese tubo de cristal que iluminaba el cuarto de cartón: era una lámpara.
Moví mi mano para mover el sueño de mi madre. Quería encontrar el regalo de navidad. Su dedo índice señaló una caja de zapatos escondida detrás de un montón de cobijas. Luego arropó su cuerpo para seguir durmiendo.
Siempre soñé con unos miralejos, para acercar las estrellas y ponerlas en mis manos. Esa mañana tampoco llegaron, apenas un helicóptero de plástico que veía frustrado su vuelo a ras de tierra cada vez que lo impulsaba con una cuerda prendida de una base girando.
Vinieron otras navidades y la preocupación de mi madre cuya soltería era argumento para sufrir la ausencia de los regalos. Y más tarde ni la madre ni los juguetes, ni los abrazos. La violencia, sí: multiplicada como sinónimo de desamor.
Despegar las pestañas en los años sucesivos, para encontrar la navidad, era despegar otra vez la desilusión y el desconsuelo.
Hace un par de días una amiga me preguntaba qué hago en navidad. Mi respuesta fue certera: deprimirme.
Hubo días, cierto, en los que los papalotes formados desde mis manos, con carrizo del corral de la casa de doña Juana, y el cáñamo que recogía de esos sacos de azúcar que tiraban en la pepsi, me inventaban la felicidad allá arriba del picacho.
Tenía la magia del aire y la necesidad de sentir en mis brazos el temblor del movimiento de ese triángulo de carrizo cubierto con hule de bolsas del mandado. Le ponía una cola con retazos de tela de la costurera del barrio, doña Lupe, para lograr equilibrio en el vuelo.
Hubo también la bicicleta armada con piezas de aquí y de allá, pintada con una lata de espray, azul, como el cielo, al que siempre solía admirar.
Llegaron pronto las otras ilusiones, las de las tenis Converse, la botella de brandy, las canciones a media noche para ver bailando a la morrita de mis sueños. Hubo la felicidad, creo, teniendo siempre presente esos años de los miralejos ausentes.
No sé si he crecido, si las letras, la experiencia, el arte, me ha dado la posibilidad de dosificar la tormenta que llevo dentro. A veces creo encontrarme. Y soy la parsimonia inventando la concordia. A veces quisiera en un impulso apagar para siempre la luz de mi nombre que se escucha en las voces de las señoras de mi barrio, las que fungieron como mi madre, las que me dijeron sin decirme que en La pilas la solidaridad abunda tanto como la desgracia, la tragedia, el llanto por los hijos delincuentes, esos que viven presos o en manicomios, o simplemente ya no viven.
También tuve cuetes en mis oídos, la imagen de la doña briaga gritando en el cielo del barrio la traición del marido que mató a su hijo una tarde de domingo por un sombrero como móvil.
Los ojos de mi padre siempre alcoholizados, en su boca las palabras exactas. La alegría a pesar de la austeridad: apenas un bracero donde guisar frijoles, apenas una esquina donde desalojar lo que el cuerpo ya no puede retener. Éramos los apestaditos de la familia, la que ya ni los tíos deseban voltear a verlos.
Había navidad y era una olla de barro peluda de colores. Le pegaban todos y mi carnal el Noé se tiraba por los dulces, y su cabeza recibía palazos, y el jefe sufría de verlo desesperado apretando entre sus dedos una naranja y tejocotes.
Sacudía su cuerpo y treparse a la barda para pedir un plato de comida, un vaso de soda. Era la posada y la hacían los perfumados del barrio, los pudientes, los que tenían también nuestro apellido.
Hubo algunas veces la insoportable existencia nuestra que traía como consecuencia el reclamo a nuestro padre: “Porque tus hijos son unos vagos y no hacen nada de bien”.
A mi padre se le rodaban las lágrimas, pero era navidad y él hacía ponche de canela, y nos metía a ese cuarto minúsculo, y nos acostaba en el catre donde cabíamos los tres: mi carnal, él y yo.
Ahora las navidades son más dóciles para mí. Antes de la media noche, la música me salva la vida, y sí, siempre hay un buen libro; a intervalos los ojos en el parque frente a mi casa donde juegan los niños. Y esta soledad sin abandonarme, que me otorga el permiso para estarme conmigo.

lunes, 17 de diciembre de 2007

La navidad en una esfera

por Carlos Sánchez

Son dos tres días, cuatro, una semana de trabajo multiplicado. El objetivo: la cena, los juguetes, los dulces. También las luces de bengala para que iluminen el callejón.
Mirar de soslayo la petición de los hijos es sólo estrategia en los ojos de Mariana.
Sabe ella lo que implica ver pasar a los demás niños montados en patines, mientras la necesidad de correr recorre el cuerpo, las ganas.
La maquiladora es una bendición del cielo. Hace apenas un par de años que la contrataron de base. Hay desde entonces la seguridad del pago del recibo de luz, la despensa básica que nunca deja de aparecerse en la alacena. Hay también la posibilidad de los domingos trepar a sus hijos en la rueda de la fortuna. Y palomitas sobre el pasto del parque.
El delantal cae mientras los ojos de Mariana observan la sonrisa que se refleja en la esfera. Son los dientes de Diego su hijo que cursa el cuarto grado de primaria. En torno a la esfera hay luces que penden de las ramas artificiales del árbol navideño. En el suelo hay espacio reservado para el balón que Santa traerá para Diego.
Y si el camión tarda en pasar, y si la cola para comprar la masa es demasiado larga, y si las hojas se acaban antes de que llegue a comprarlas. Una a una Mariana revisa las tareas del día. Y la prisa es un tic tac que pica las costillas apresurando el paso.
El puño que aprieta el pasamanos del camión provoca que la vena se hinche, y mirar en ella los años de andar la vida en el empleo. Y también un volver a esos días de fiesta, de la piñata quebrándose en la casa de enfrente. El silencio impuesto por el grito paterno. La sumisión de la madre. La luz que se apagaba antes de que los vecinos abrieran los regalos.
La sonrisa que se refleja en la esfera provoca la sonrisa de Mariana. Los pasos firmes avanzan en la compra de los ingredientes que pondrán el toque festivo a la noche que se festeja como religión.
Hay la necesidad de resolverlo todo. Cumplir con los regalos de los hijos es memorizar y acatar la consigna de los mandamientos. Amar a los hijos por sobre todas las cosas.
Hay también la comezón en la garganta por el nombre del supervisor de la maquiladora. El sudor en las manos por esas horas de ausencia, esos días de verlo de lejos, sin cruzar palabra.
Y si encontrara un balón más barato y con lo que sobre completar para una tarjeta telefónica. Ni pensarlo, los balones tienen su precio, y si encontrara uno más económico, de cualquier manera hacen falta muchas cosas para la casa.
Apenas el roce de sus manos y ya la necesidad de verlo asalta a Mariana. El padre de los hijos no volvió más. La voz del supervisor ahora llena el cuerpo y el alma, después de sus hijos.
En el cristal de la carnicería se encuentra con sus ojos, en las manos del carnicero están las manos de él, en la voz del vendedor de juguetes está también la voz del supervisor. Mariana debe regresar a la sonrisa que se refleja en la esfera, y saber que el tiempo para el amor se fue hace mucho, en esos años joviales.
Andar la banqueta con las bolsas en los puños es recorrer las tiendas para encontrar el balón con la insignia de Las chivas. Y complacer con su Santa a Diego. O tal vez sea el pretexto para seguir andando y prolongar así la posibilidad de encontrarse por accidente los ojos del supervisor.
El impulso dicta la orden. La tarjeta se incrusta en la ranura, el índice oprime los números, una voz femenina dicta de memoria el mensaje. La grabación es la negación de la comunicación.
Volver a la sonrisa prendida de la esfera, buscar la otra esfera a manera de balón, encontrar, la voz de Diego, es remedio a la desolación de ese instante.
Recorrer con la mirada los puestos de juguetes, no tiene otro objetivo más que el de encontrar la complacencia de Santa para Diego.
Apenas ayer ella veía las ruedas de los patines que se deslizaban por sus ojos para convertirse en inalcanzables. Apenas mañana escuchará a Diego recorrer la vida pateando un balón. Y besar al cielo agradeciendo el pretexto de la navidad.

domingo, 9 de diciembre de 2007

La palabra congruencia es una interrogante

por Carlos Sánchez

Congruencia. Tiene la palabra su peso. La encuentro ahora en una cita de un medio que cubre las declaraciones del señor gobernador.
Congruencia, dice él y pronto viene a mi mente su arribo al poder, cuatro años atrás, en ese momento de optimizar el tiempo y despedir a quienes no eran de su simpatía, de mutilar la oportunidad del pan en los hogares de muchos trabajadores incrustados en la burocracia, su única oportunidad de sobre vivencia.
Congruencia desde su voz me aturde al recordar que en campaña declaraba que generaría empleos.
Cuanta arrogancia cabe en un cuerpo tan pequeño. Y lacera la actitud de los medios: lo que usted diga señor mandatario, es la consigna de editores, porque apostarle al poder es negocio redituable.
Y van las citas en las páginas principales, secundando su coraje, su intolerancia. Y es el espacio del lector la oportunidad preciosa de los panegíricos que se regocijan haciendo eco a las palabras del señor ejecutivo.
¿Vale la pena reflexionar en la incongruencia de esas frases de Eduardo Bours? ¿Cuando el funcionario critica la incongruencia, sabrá de lo que habla?
Una pugna insulsa, estéril, es el grito mediático del empresario, dueño de Sonora, un berrinche contra los agentes del AFI porque le molestaron al coordinador de su escolta.
Pide el señor, desconociendo los códigos de la ley, alejar a los AFIS de Sonora. Porque son prepotentes, porque afectan la imagen y la tranquilidad de los ciudadanos.
Nadie le ha informado al señor Eduardo que los policías estatales son tan prepotentes y corruptos como los agentes federales.
No, cohabitantes de esta sociedad ahora fresca y de colores dóciles que se ponen por las tardes. No, compañeros del mismo dolor, resignados al sometimiento. No, camaradas de lucha diaria. No a la prepotencia, no a la soberbia que se ejerce desde palacio y se propaga por todo el estado. No al olvido.
¿A caso montar a caballo y llenar a los medios de comunicación de ese paseo escaparate donde se evidencia la riqueza de su majestad, no es un acto de perversidad mientras muchos no tienen la posibilidad del empleo, un espacio donde pernoctar, el pago del semestre para seguir estudiando, el recibo de la luz, del agua, la madre enferma y dónde y cómo surtir la receta?
¿De quién es el dedo que señala a los incongruentes, a los corruptos? ¿Quién puede tener ahora una hemorragia en la lengua? Sólo usted señor gobernador.
Aún recuerdo la información en El Imparcial, en una página detallando que su majestad, al arribo del poder, habitaría la casa de gobierno una vez que estuviera remodelada. Había imágenes ilustrando la remodelación. En la página siguiente, una nota informaba sobre la pérdida de la habitación de una familia de la periferia, porque se incendiaron las paredes y el techo que eran de cartón. Contraste ilustrativo de la sociedad que somos.
Amanera de post data: pronto le molestaremos a la imagen del centro de gobierno con nuestra presencia, porque lo complaceremos: allí estaremos para comprar las láminas nuevas, esas que van frente y atrás de los carros. Disculpe usted nuestro atrevimiento, señor gobernador.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Domingo adentro

por Carlos Sánchez

Laura avanza hacia la ciudad. Atrás deja los días de prisión. Desde que aceptó ingresar a la clínica de desintoxicación del CERESO, la vida le dio un vuelco.
Laura mira las calles y el polvo de su barrio la recibe. Escucha una voz que viene de la nada y le sugiere ir a la parte que más disfruta de su casa. En el corral siente el viento sobre su rostro, y mira esos años de jugar a ser niña.
Laura convive con sus hijos, sus padres. Laura está feliz. Cerrar los ojos le ha devuelto la llave a sus pasos. Y avanza.
Laura dice que todas rompieron en llanto cuando la sicóloga les dijo que levantaran los párpados e imaginaran su regreso al CERESO. “Todas nos pusimos a llorar”, insiste.
Hoy que es domingo, tanto para Laura como para dieciséis internas más, hubo pastel de celebración. Y la carne asada no sólo fue pan y sal para los familiares que atraviesan cada semana esa baya metálica custodiando los cuerpos.
A un costado del femenil uno, en el vientre de la clínica, poco más de un mes se concentraron las mujeres que pretenden alcanzar la lejanía de las adicciones.
Desde muy temprano la pulcritud en sus cuerpos evidenciaba más que el ánimo de la elegancia, en todas, la esperanza de las voces del hogar y celebrar con ellas a manera de graduación, el esfuerzo de someter al deseo para que no reincida en el consumo de drogas.
Y vino el convivir: Ulises, hijo de Laura, se trepó a los maceteros, entró a los cuartos, vio caricaturas, comió hotd gos, papitas, tomó soda, engulló medio taco de carne, jugó a los tazos, se arrastró por la banqueta, le nació un chichón en el costado derecho de su cabeza, dibujó a su mamá y puso el nombre de ella en una hoja blanca como sus palabras, y todavía, llevó pastel para su casa.
Nicolle con sus brazos de cinco años se abalanzó al pecho de su mamá la Juanita, ambas tuvieron ganas de eternizar el instante. Las dos siguieron siendo niñas, contándose la vida, la pequeña recreándole el mundo de afuera a la más grande, la que vive adentro.
Nicolle tuvo un menú similar al de Ulises, y también dibujó a lápiz la existencia del mundo que desea.
En ese domingo en el que la mamá Lety convivió con los suyos, y tuvo sonrisas para repartir, las horas se asaron en las brasas de risas tronando contra el carbón. Pamela se vistió de cocinera y se hizo la promesa de que una vez libre, pondrá una taquería. Oralia que es celadora, puso su experiencia en el mandil y con exactitud en los grados centígrados, desparramó la carne en el bracero. Nunca antes tanta armonía en una guardia para con las internas. Los ojos de visita lo vieron, lo sintieron.
Allí, entre ellas, la demagogia es una palabra que no existe. Lo que Laura mostró a su madre doña Gloria, la doñita que regresó desde arriba, allá donde están los hombres y entre ellos dos de sus hijos, para reencontrarse con su hija, escuchó las experiencias aprendidas durante esos cursos de vivencias que obtuvieron las reclusas.
Dijo Laura a su madre que ahora sabe que nunca le ha demostrado la querencia. Y sabe también que el amor de su amá hacia ella, siempre ha estado puesto.
Hubo crédito para la reflexión durante esos más de treinta días en la isla del análisis, apartadas de la guerra de insidia que el exterior tiene tácito.
Apenas ayer agradecían a doctores y sicólogos, a trabajadoras sociales y al director. Y un día después, venía el alivió, la respiración, porque tener cerca los ojos que miran con cariño, relaja más que la mota, más que el cristal.
Ahora saben las internas que estuvieron en ese símil de retiro espiritual, que otras cosas tiene la vida, y que en la memoria se guardan detalles a los que se recurre con facilidad si hay la motivación de los que saben inducir. El equipo que aporta herramientas para las reclusas, fue certero en su trabajo, hasta penetrar en las emociones de las damas que habitan en el penal.
Lo de los trabajos manuales, la elaboración de bolsas de mano, será una anécdota para el aprendizaje. Lo contundente para el alma es la información obtenida allá adentro, donde a manera de reiteración se aprende que el amor existe. Y la familia seguirá siendo un remo en este naufragio llamado vida.
Dijo doña Gloria, madre de Laura, después de escuchar a Nicolle diciendo que ella se quedaría con su mamá, que el corazón le descansa siempre que va a ver a sus hijos: “es como si volviera a respirar”, suspira la doña.
En ese instante, Ulises indaga con sus ojos la bolsa resguardando el pastel. Y Nicolle es una damita más en la fila de cuerpos que pare el penal, y voltea hacia atrás, buscando los brazos de su madre, la Juanita.