lunes, 31 de diciembre de 2007

agitar

una bocanada de humo es la imagen que me hace palpitar debajo del estómago. recorro con la lengua la franja de tus labios. abres apenas la boca y me hundo entero hasta llegar a tu vientre. engulles mis palabras que son mi cuerpo. qué ambiente qué cálido qué abrigo son tus oraciones antes de encender la luz para leerme la noche. allá en ti soy una isla de sueño. la punta de tus dedos entran leves en mi vaho. bajas con el tacto. te instalas otra vez y son los labios hundidos. respirar.(cs)

viernes, 28 de diciembre de 2007

intro-verso

me gusta leer frente al manicomio. la tranquilidad de la estridencia me llena de emoción. recorrer líneas de ronquillo el víctor. con su lesbia que se va de casa. son los enfermos mis hermanos. les oigo cantar molachos de versos. trepan los naranjos y las bardas son gatos en sus bocas. una radio de onda corta es un puerto en la habana de mis oídos. tocan percusiones los balseros. existen minutos superlativos. la naranja me da el zumo de la cordura. veo la carcajada de los de adentro. estoy tan afuera como estos días plenos de tu animal en la mirada acechándome. Tinta. (cs)

martes, 25 de diciembre de 2007

hilar-isa

con un palito de escoba frotarte la nariz. picarte las costillas. bailar como ebrio y tropezar con el aire. azotar el cráneo contra el suelo. urgente la gana de escuchar otra vez tu risa. tú: risa. bajarme los pantalones frente a tu tía. sacar una frase de la chistera: están más cerca los dientes que la congruencia. sugerirte otra vez la boca donde te evoca ahora en automático su estadía. compro un chicle en el puesto y juro que no devuelvo la feria de más. pretexto para tenerlo en mi lengua y ofrecértelo. para llenarte de “éxito” y hacerte reír. lágrima. (cs)

lunes, 24 de diciembre de 2007

veinticuatro en la noche

la cámara es un motor disparando instantes. el perro hechado no se inmuta de la nochebuena. yo sólo me limito a sentir la vibración de la ausencia. en el bolsillo tengo los días de espera. en el ocio me dedico a contarlos y no me caben los años en las manos. dicen que esta noche pare la virgen. me preguntó quién inventó el parto de la liona. esa que te vio nacer un día que taladra mi memoria. aborto este parirte porque no aguanta ya mi dolor tu nombre segregado. huir.(cs)

domingo, 23 de diciembre de 2007

baica

Las bicicletas tienen piñón y desviador
sube la velocidad mientras desciende el impulso
vuela la greña cuesta arriba en el barrio
los pedales traen con esfuerzo vida
azules los cuernos y el asiento sumergido
las bicicletas son el triunfo del viento en el rostro
la distancia más cercana.

Pedaleábamos hacia el Palo verde
habían las minifaldas moviéndose
eran morras de otros morros
nos escupían piedras
porque robábamos flores de jardines muertos
besábamos el polvo desbocados
y encontrar la luz en el poste de la esquina.

Las bicicletas tenían canastas para el litro de leche
diablos en el eje trasero donde trepar las niñas
chavindas en los manubrios
eran nuestros caballos y la gorra un sombrero
los tenis sin espuela domaban las horquillas
girábamos en un pequeño pedazo de concreto
malabares en el centro del baldío.

Un día los rayos del rín delantero abrieron la piel
otro día la cara tuvo un parche en el ojo
el yeso adornando un brazo
fue la loma un reto para estallar en el viento
ganarlo todo significaba permanecer suspendido
la adrenalina otra vez en los ojos
volviendo al callejón con el cigarro encendido

Las bicicletas están ahora detrás de la casa
arriba del techo alimentando el óxido
las llantas son tierra seca y vestigio de adolescencia.

carlos sánchez

A ras de tierra

Carlos Sánchez

Despegué las pestañas. Había el olor a petróleo por la mecha empapada, encendida, dentro de ese tubo de cristal que iluminaba el cuarto de cartón: era una lámpara.
Moví mi mano para mover el sueño de mi madre. Quería encontrar el regalo de navidad. Su dedo índice señaló una caja de zapatos escondida detrás de un montón de cobijas. Luego arropó su cuerpo para seguir durmiendo.
Siempre soñé con unos miralejos, para acercar las estrellas y ponerlas en mis manos. Esa mañana tampoco llegaron, apenas un helicóptero de plástico que veía frustrado su vuelo a ras de tierra cada vez que lo impulsaba con una cuerda prendida de una base girando.
Vinieron otras navidades y la preocupación de mi madre cuya soltería era argumento para sufrir la ausencia de los regalos. Y más tarde ni la madre ni los juguetes, ni los abrazos. La violencia, sí: multiplicada como sinónimo de desamor.
Despegar las pestañas en los años sucesivos, para encontrar la navidad, era despegar otra vez la desilusión y el desconsuelo.
Hace un par de días una amiga me preguntaba qué hago en navidad. Mi respuesta fue certera: deprimirme.
Hubo días, cierto, en los que los papalotes formados desde mis manos, con carrizo del corral de la casa de doña Juana, y el cáñamo que recogía de esos sacos de azúcar que tiraban en la pepsi, me inventaban la felicidad allá arriba del picacho.
Tenía la magia del aire y la necesidad de sentir en mis brazos el temblor del movimiento de ese triángulo de carrizo cubierto con hule de bolsas del mandado. Le ponía una cola con retazos de tela de la costurera del barrio, doña Lupe, para lograr equilibrio en el vuelo.
Hubo también la bicicleta armada con piezas de aquí y de allá, pintada con una lata de espray, azul, como el cielo, al que siempre solía admirar.
Llegaron pronto las otras ilusiones, las de las tenis Converse, la botella de brandy, las canciones a media noche para ver bailando a la morrita de mis sueños. Hubo la felicidad, creo, teniendo siempre presente esos años de los miralejos ausentes.
No sé si he crecido, si las letras, la experiencia, el arte, me ha dado la posibilidad de dosificar la tormenta que llevo dentro. A veces creo encontrarme. Y soy la parsimonia inventando la concordia. A veces quisiera en un impulso apagar para siempre la luz de mi nombre que se escucha en las voces de las señoras de mi barrio, las que fungieron como mi madre, las que me dijeron sin decirme que en La pilas la solidaridad abunda tanto como la desgracia, la tragedia, el llanto por los hijos delincuentes, esos que viven presos o en manicomios, o simplemente ya no viven.
También tuve cuetes en mis oídos, la imagen de la doña briaga gritando en el cielo del barrio la traición del marido que mató a su hijo una tarde de domingo por un sombrero como móvil.
Los ojos de mi padre siempre alcoholizados, en su boca las palabras exactas. La alegría a pesar de la austeridad: apenas un bracero donde guisar frijoles, apenas una esquina donde desalojar lo que el cuerpo ya no puede retener. Éramos los apestaditos de la familia, la que ya ni los tíos deseban voltear a verlos.
Había navidad y era una olla de barro peluda de colores. Le pegaban todos y mi carnal el Noé se tiraba por los dulces, y su cabeza recibía palazos, y el jefe sufría de verlo desesperado apretando entre sus dedos una naranja y tejocotes.
Sacudía su cuerpo y treparse a la barda para pedir un plato de comida, un vaso de soda. Era la posada y la hacían los perfumados del barrio, los pudientes, los que tenían también nuestro apellido.
Hubo algunas veces la insoportable existencia nuestra que traía como consecuencia el reclamo a nuestro padre: “Porque tus hijos son unos vagos y no hacen nada de bien”.
A mi padre se le rodaban las lágrimas, pero era navidad y él hacía ponche de canela, y nos metía a ese cuarto minúsculo, y nos acostaba en el catre donde cabíamos los tres: mi carnal, él y yo.
Ahora las navidades son más dóciles para mí. Antes de la media noche, la música me salva la vida, y sí, siempre hay un buen libro; a intervalos los ojos en el parque frente a mi casa donde juegan los niños. Y esta soledad sin abandonarme, que me otorga el permiso para estarme conmigo.

lunes, 17 de diciembre de 2007

La navidad en una esfera

por Carlos Sánchez

Son dos tres días, cuatro, una semana de trabajo multiplicado. El objetivo: la cena, los juguetes, los dulces. También las luces de bengala para que iluminen el callejón.
Mirar de soslayo la petición de los hijos es sólo estrategia en los ojos de Mariana.
Sabe ella lo que implica ver pasar a los demás niños montados en patines, mientras la necesidad de correr recorre el cuerpo, las ganas.
La maquiladora es una bendición del cielo. Hace apenas un par de años que la contrataron de base. Hay desde entonces la seguridad del pago del recibo de luz, la despensa básica que nunca deja de aparecerse en la alacena. Hay también la posibilidad de los domingos trepar a sus hijos en la rueda de la fortuna. Y palomitas sobre el pasto del parque.
El delantal cae mientras los ojos de Mariana observan la sonrisa que se refleja en la esfera. Son los dientes de Diego su hijo que cursa el cuarto grado de primaria. En torno a la esfera hay luces que penden de las ramas artificiales del árbol navideño. En el suelo hay espacio reservado para el balón que Santa traerá para Diego.
Y si el camión tarda en pasar, y si la cola para comprar la masa es demasiado larga, y si las hojas se acaban antes de que llegue a comprarlas. Una a una Mariana revisa las tareas del día. Y la prisa es un tic tac que pica las costillas apresurando el paso.
El puño que aprieta el pasamanos del camión provoca que la vena se hinche, y mirar en ella los años de andar la vida en el empleo. Y también un volver a esos días de fiesta, de la piñata quebrándose en la casa de enfrente. El silencio impuesto por el grito paterno. La sumisión de la madre. La luz que se apagaba antes de que los vecinos abrieran los regalos.
La sonrisa que se refleja en la esfera provoca la sonrisa de Mariana. Los pasos firmes avanzan en la compra de los ingredientes que pondrán el toque festivo a la noche que se festeja como religión.
Hay la necesidad de resolverlo todo. Cumplir con los regalos de los hijos es memorizar y acatar la consigna de los mandamientos. Amar a los hijos por sobre todas las cosas.
Hay también la comezón en la garganta por el nombre del supervisor de la maquiladora. El sudor en las manos por esas horas de ausencia, esos días de verlo de lejos, sin cruzar palabra.
Y si encontrara un balón más barato y con lo que sobre completar para una tarjeta telefónica. Ni pensarlo, los balones tienen su precio, y si encontrara uno más económico, de cualquier manera hacen falta muchas cosas para la casa.
Apenas el roce de sus manos y ya la necesidad de verlo asalta a Mariana. El padre de los hijos no volvió más. La voz del supervisor ahora llena el cuerpo y el alma, después de sus hijos.
En el cristal de la carnicería se encuentra con sus ojos, en las manos del carnicero están las manos de él, en la voz del vendedor de juguetes está también la voz del supervisor. Mariana debe regresar a la sonrisa que se refleja en la esfera, y saber que el tiempo para el amor se fue hace mucho, en esos años joviales.
Andar la banqueta con las bolsas en los puños es recorrer las tiendas para encontrar el balón con la insignia de Las chivas. Y complacer con su Santa a Diego. O tal vez sea el pretexto para seguir andando y prolongar así la posibilidad de encontrarse por accidente los ojos del supervisor.
El impulso dicta la orden. La tarjeta se incrusta en la ranura, el índice oprime los números, una voz femenina dicta de memoria el mensaje. La grabación es la negación de la comunicación.
Volver a la sonrisa prendida de la esfera, buscar la otra esfera a manera de balón, encontrar, la voz de Diego, es remedio a la desolación de ese instante.
Recorrer con la mirada los puestos de juguetes, no tiene otro objetivo más que el de encontrar la complacencia de Santa para Diego.
Apenas ayer ella veía las ruedas de los patines que se deslizaban por sus ojos para convertirse en inalcanzables. Apenas mañana escuchará a Diego recorrer la vida pateando un balón. Y besar al cielo agradeciendo el pretexto de la navidad.

domingo, 9 de diciembre de 2007

La palabra congruencia es una interrogante

por Carlos Sánchez

Congruencia. Tiene la palabra su peso. La encuentro ahora en una cita de un medio que cubre las declaraciones del señor gobernador.
Congruencia, dice él y pronto viene a mi mente su arribo al poder, cuatro años atrás, en ese momento de optimizar el tiempo y despedir a quienes no eran de su simpatía, de mutilar la oportunidad del pan en los hogares de muchos trabajadores incrustados en la burocracia, su única oportunidad de sobre vivencia.
Congruencia desde su voz me aturde al recordar que en campaña declaraba que generaría empleos.
Cuanta arrogancia cabe en un cuerpo tan pequeño. Y lacera la actitud de los medios: lo que usted diga señor mandatario, es la consigna de editores, porque apostarle al poder es negocio redituable.
Y van las citas en las páginas principales, secundando su coraje, su intolerancia. Y es el espacio del lector la oportunidad preciosa de los panegíricos que se regocijan haciendo eco a las palabras del señor ejecutivo.
¿Vale la pena reflexionar en la incongruencia de esas frases de Eduardo Bours? ¿Cuando el funcionario critica la incongruencia, sabrá de lo que habla?
Una pugna insulsa, estéril, es el grito mediático del empresario, dueño de Sonora, un berrinche contra los agentes del AFI porque le molestaron al coordinador de su escolta.
Pide el señor, desconociendo los códigos de la ley, alejar a los AFIS de Sonora. Porque son prepotentes, porque afectan la imagen y la tranquilidad de los ciudadanos.
Nadie le ha informado al señor Eduardo que los policías estatales son tan prepotentes y corruptos como los agentes federales.
No, cohabitantes de esta sociedad ahora fresca y de colores dóciles que se ponen por las tardes. No, compañeros del mismo dolor, resignados al sometimiento. No, camaradas de lucha diaria. No a la prepotencia, no a la soberbia que se ejerce desde palacio y se propaga por todo el estado. No al olvido.
¿A caso montar a caballo y llenar a los medios de comunicación de ese paseo escaparate donde se evidencia la riqueza de su majestad, no es un acto de perversidad mientras muchos no tienen la posibilidad del empleo, un espacio donde pernoctar, el pago del semestre para seguir estudiando, el recibo de la luz, del agua, la madre enferma y dónde y cómo surtir la receta?
¿De quién es el dedo que señala a los incongruentes, a los corruptos? ¿Quién puede tener ahora una hemorragia en la lengua? Sólo usted señor gobernador.
Aún recuerdo la información en El Imparcial, en una página detallando que su majestad, al arribo del poder, habitaría la casa de gobierno una vez que estuviera remodelada. Había imágenes ilustrando la remodelación. En la página siguiente, una nota informaba sobre la pérdida de la habitación de una familia de la periferia, porque se incendiaron las paredes y el techo que eran de cartón. Contraste ilustrativo de la sociedad que somos.
Amanera de post data: pronto le molestaremos a la imagen del centro de gobierno con nuestra presencia, porque lo complaceremos: allí estaremos para comprar las láminas nuevas, esas que van frente y atrás de los carros. Disculpe usted nuestro atrevimiento, señor gobernador.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Domingo adentro

por Carlos Sánchez

Laura avanza hacia la ciudad. Atrás deja los días de prisión. Desde que aceptó ingresar a la clínica de desintoxicación del CERESO, la vida le dio un vuelco.
Laura mira las calles y el polvo de su barrio la recibe. Escucha una voz que viene de la nada y le sugiere ir a la parte que más disfruta de su casa. En el corral siente el viento sobre su rostro, y mira esos años de jugar a ser niña.
Laura convive con sus hijos, sus padres. Laura está feliz. Cerrar los ojos le ha devuelto la llave a sus pasos. Y avanza.
Laura dice que todas rompieron en llanto cuando la sicóloga les dijo que levantaran los párpados e imaginaran su regreso al CERESO. “Todas nos pusimos a llorar”, insiste.
Hoy que es domingo, tanto para Laura como para dieciséis internas más, hubo pastel de celebración. Y la carne asada no sólo fue pan y sal para los familiares que atraviesan cada semana esa baya metálica custodiando los cuerpos.
A un costado del femenil uno, en el vientre de la clínica, poco más de un mes se concentraron las mujeres que pretenden alcanzar la lejanía de las adicciones.
Desde muy temprano la pulcritud en sus cuerpos evidenciaba más que el ánimo de la elegancia, en todas, la esperanza de las voces del hogar y celebrar con ellas a manera de graduación, el esfuerzo de someter al deseo para que no reincida en el consumo de drogas.
Y vino el convivir: Ulises, hijo de Laura, se trepó a los maceteros, entró a los cuartos, vio caricaturas, comió hotd gos, papitas, tomó soda, engulló medio taco de carne, jugó a los tazos, se arrastró por la banqueta, le nació un chichón en el costado derecho de su cabeza, dibujó a su mamá y puso el nombre de ella en una hoja blanca como sus palabras, y todavía, llevó pastel para su casa.
Nicolle con sus brazos de cinco años se abalanzó al pecho de su mamá la Juanita, ambas tuvieron ganas de eternizar el instante. Las dos siguieron siendo niñas, contándose la vida, la pequeña recreándole el mundo de afuera a la más grande, la que vive adentro.
Nicolle tuvo un menú similar al de Ulises, y también dibujó a lápiz la existencia del mundo que desea.
En ese domingo en el que la mamá Lety convivió con los suyos, y tuvo sonrisas para repartir, las horas se asaron en las brasas de risas tronando contra el carbón. Pamela se vistió de cocinera y se hizo la promesa de que una vez libre, pondrá una taquería. Oralia que es celadora, puso su experiencia en el mandil y con exactitud en los grados centígrados, desparramó la carne en el bracero. Nunca antes tanta armonía en una guardia para con las internas. Los ojos de visita lo vieron, lo sintieron.
Allí, entre ellas, la demagogia es una palabra que no existe. Lo que Laura mostró a su madre doña Gloria, la doñita que regresó desde arriba, allá donde están los hombres y entre ellos dos de sus hijos, para reencontrarse con su hija, escuchó las experiencias aprendidas durante esos cursos de vivencias que obtuvieron las reclusas.
Dijo Laura a su madre que ahora sabe que nunca le ha demostrado la querencia. Y sabe también que el amor de su amá hacia ella, siempre ha estado puesto.
Hubo crédito para la reflexión durante esos más de treinta días en la isla del análisis, apartadas de la guerra de insidia que el exterior tiene tácito.
Apenas ayer agradecían a doctores y sicólogos, a trabajadoras sociales y al director. Y un día después, venía el alivió, la respiración, porque tener cerca los ojos que miran con cariño, relaja más que la mota, más que el cristal.
Ahora saben las internas que estuvieron en ese símil de retiro espiritual, que otras cosas tiene la vida, y que en la memoria se guardan detalles a los que se recurre con facilidad si hay la motivación de los que saben inducir. El equipo que aporta herramientas para las reclusas, fue certero en su trabajo, hasta penetrar en las emociones de las damas que habitan en el penal.
Lo de los trabajos manuales, la elaboración de bolsas de mano, será una anécdota para el aprendizaje. Lo contundente para el alma es la información obtenida allá adentro, donde a manera de reiteración se aprende que el amor existe. Y la familia seguirá siendo un remo en este naufragio llamado vida.
Dijo doña Gloria, madre de Laura, después de escuchar a Nicolle diciendo que ella se quedaría con su mamá, que el corazón le descansa siempre que va a ver a sus hijos: “es como si volviera a respirar”, suspira la doña.
En ese instante, Ulises indaga con sus ojos la bolsa resguardando el pastel. Y Nicolle es una damita más en la fila de cuerpos que pare el penal, y voltea hacia atrás, buscando los brazos de su madre, la Juanita.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Breve azul

Por Sylvia Arvizu*

Se inaugura la Expogan, se celebra el grito, abren la plaza Sendero. El motivo es lo de menos, el pretexto poco nos importa a las más de cien mujeres paradas en la cancha del penal, las que esperamos ansiosas los disparos multicolores de los fuegos artificiales que se alcanzan a ver por encima de las bardas de la gente que se porta bien.
Es un momento mágico, todas, con los ojos niños, nos quedamos embelesadas por la belleza luminosa que se dibuja en el cielo.
¿Por qué afuera no valoré estos detalles tan insignificantes que aquí adentro me hacen tan feliz?, pensó en voz alta la Colombiana; por pendeja, contestó la Peli, quien a rastras nos despierta de esa atmósfera flotante en la que nos encontramos.
Volvemos a la realidad, tenemos todas que volver, porque mientras la mayoría pisando la cancha éramos hipnotizadas por la pirotecnia, la minoría adentro del pabellón eran hipnotizadas por nuestras pertenencias. Teníamos que volver.
Cuando entrenamos volibol, los pájaros se ponen de acuerdo para pasar por encima de nosotras. Cómo olvidar las carcajadas de todo el equipo cuando una paloma blanca le arrojó una firmita a la Amalia Ponce, justo en la nuca; varios días nos reímos de la hazaña aviar, y varios meses de la Amalia, de por sí nunca se peina, con aquel recuerdito aéreo se volvió casi imposible pasarle un peine por la cabeza.
Los grupos de aves hacen figuras, piruetas, algunas de las morras en
sus viajezotes descubren letras y palabras completas, ante el asombro de todas, cuidamos que no caiga el balón mientras jugamos, o algún regalito de pajarillo a medio partido.
Una mañana, un grito despavorido nos despertó a todas mucho antes de la lista de las seis, era la Lerma, la gordita de abajo, la que es la primera que entra a la pista los domingos que tenemos baile. Con una mano en el pecho nos anunciaba que el avión “plateado” que acababa de pasar iba volando retebajito, no puedo describir la sensación general de la escena: por un lado acudíamos a sus gritos preocupadas por si había sucedido algo malo, por otro era un alivio ver que no era nada de cuidado, pero además, hubiéramos querido arrancarle la cabeza con todo y alambrado, como bien sugirió la sabia de la Negra por habernos despertado tan temprano.
Nos devolvemos a nuestros búnquers, somnolientas y enfadadas, y puedo ver que una que otra interna voltea al cielo, como queriendo ver con lo blanco de los ojos, no fuera a ser que el avión plateado volviera a pasar.
Mi ventana tiene vista al poniente, mitad vista, mitad barda, pero la barda no llega al cielo, así que me toca la mejor mitad, por las noches mientras me fumo un cigarro antes de dormir puedo ver cómo se enciende y se apaga el faro del Cerro de la Campana, como deseándome dulces sueños. Esta ventana de treinta centímetros por uno diez, no me deja ver la luna, es cierto, pero me burlo de ella porque las estrellas más bonitas de todo el firmamento están ahí, todas juntas, tras los nueve barrotes de acero en mi ventana, las más brillantes están en ese pedacito de cielo que se alcanza a ver, ese pedacito que es suficiente para disfrutar de los fuegos artificiales y las luces de bengala, ese breve azul que atraviesan las palomas y los aviones plateados mientras es de día, ese breve azul que por las noches en vez de ventana, parece un cuadro en la pared, una pintura de Picasso, de Matisse, de Siqueiros, de mi imaginación.
Ese pedacito de cielo que es como un suspiro, que es breve y que es pasajero. Un breve azul que te viaja, que mueve o lleva al sueño, ese breve azul nadie no los quita, ese mero, es nuestro pedacito de cielo.

*Sylvia Arvizu escribe desde adentro. Prolífica y versátil, pronto publicará su primer libro de crónicas sobre la cotidianeidad que se vive detrás del cerro. Mucho les agradeceré sus comentarios en caso de que este texto les diga algo. Yo llevaré sus palabras a Sylvia, el próximo jueves, cuando es visita de camaradas. Mambo rock.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Parir a los quince

El cuerpo en plenitud. La energía necesaria para devorar a un dragón. Engulléndolo todo. Hasta formar la vida.
La conocí en ese tiempo, cuando el cabello era un rebozo cubriendo sus pezones. Se los tallaba porque eran un volcán en erupción. Se los frotaba con la punta de los dedos. Era el placer, el dolor, el espanto de ver cómo su cuerpo se hinchaba.
Pude verla desde adentro. Tenía ojos sin ojos y es la luz más clara. Certera. Luego vinieron los días de golpearse contra las piedras del cerro. Porque se trepaba a encontrar la vida en diversión. Y eran mis manos el parloteo dentro de un charco aturdido por una piedra impactándose.
Lo hicieron una mañana dentro de la casa, en el suelo, sobre una cobija. Apenas quince años en ella, diecinueve en él.
Quise sin saberlo abrazarme a sus piernas, detenerla. No me lo inventó la sociedad ni lo vi en un libro de texto. Es el amor lo que la inercia de la emoción reclama desde el cuerpo que nos inventó.
Echarme un clavado a esto es la imprudencia que soy, decirlo tal vez porque era necesario y someterme a esta radiografía del alma como cumplimiento de la palabra que se dibujó un día de visitar a las amigas en el encierro. Escribo para enseñarme un tanto lo que tengo de yagas en el intestino que es un corazón putrefacto.
Digo lo que me forma por ese grito de parto a los quince. ¿Y qué hacer con la ignorancia emocional, con la incapacidad de valorar la boca de ese pez que nació entre el río de tus piernas?
Vi cómo sus uñas enterrándose en la espalda fue la consecuencia de mi nombre. Y ya mis ojos encontrando la soledad entera.
Desde entonces en medio de la fiesta estoy solo de nuevo. Se apaga la alegría siempre.
A veces cuando voy allá, con ella, ellas, y su voz es alegre, sus palabras construyendo la ironía, me aviso de lo poquito que soy, que he sido. Y me lleno de fuerza los pasos de regreso a la libertad que es una falacia. Sólo el cuerpo queda fuera, la memoria continúa siendo un eco de voces niñas que usan converse verdes y regalan en un marlboro todo lo que tienen.
Este es un parir a los quince. Gracias debo decir por este parto que a veces es cada siete, o catorce, y encontrarnos en el silencio más que en las palabras. (c.s.)

solidaridad vs cáncer

Apoyo para complementar su tratamiento de cáncer y evitar complicaciones en la diabetes que padece, solicitaron para la señora Patricia Álvarez Ojeda sus familiares.
A Patricia, de 46 años, le diagnosticaron cáncer de colon hace menos de un año, pero el padecimiento se ha complicado a raíz de sus niveles de azúcar.
Sus hermanos y amigos han realizado actividades para reunir fondos con los cuales solventar los gastos que el Seguro Social no cubre, pero no ha sido suficiente.
Ella necesita pañales para adulto, toallas húmedas y alimentos especiales para controlar la diabetes, así como medicamentos para el dolor.
Cualquier apoyo para Patricia Álvarez Ojeda, puede ser entregado en casa de su hermana Susana, en la calle Hidalgo número 58 entre Balderrama y 5 de Mayo, en la colonia Villa de Seris, o marcar al teléfono 254-3793. (tomado de el imparcial)

domingo, 11 de noviembre de 2007

Matar, testimonios de homicidas

La autora de estos textos cumple una condena de veinte años en el Cereso Femenil de Hermosillo, Sonora, acusada de lesiones graves. Tiene 28 años y era locutora en una estación de radio grupera antes de ingresar a la cárcel, donde ha comenzado su carrera como escritora entrevistando a homicidas. Estos relatos (reproducidos tal como fueron escritos) quedarán reunidos, junto con los de Carlos Sánchez, en el libro Matar. La autora es Sylvia arvizu, y de ella publican dos textos en la más reciente revista Milenio semanal. Ojalá podán adquirirla y constatar la claidad de los textos de Sylvia.
http://www.milenio.com/semanal/default.html

viernes, 2 de noviembre de 2007

Lo que otros no han querido mirar

Jueves no es un día apropiado para lanzar señales de humo
País:México
Fuente:Periódico El Financiero
Sección:Cultural Tipo Nota:Columna
Fecha: 10/25/2007

Autor: Víctor Roura


Carlos Sánchez abandonó su Hermosillo dos semanas para internarse en las entrañas de la capital de la República, pero no vino de vacaciones sino por asuntos periodísticos, lo que es decir con los ojos y los oídos bien abiertos. Sin embargo no era un forastero, ni un alarmado y sorprendido turista que visita la tierra ansiada, sino un mexicano más que decidía corroborar por sí mismo cómo las tuercas de la política a veces no coinciden con los goznes informativos, casi siempre parcializados, envueltos en particularizados intereses, marcados por simbologías partidistas.

En su libro de efe, de manufactura propia, elabora 14 crónicas donde el padecimiento personal parecería ser el eje centralizador, pero esta pena no proviene, como podría malsanamente suponerse, de la desubicación geográfica, sino de los portentosos sucesos de los que fue un afortunado testigo. "En los ojos del reportero vive un niño más que asustado, sorprendido -dice el autor-. Perseguir la objetividad es un afán que en ese instante se convierte en falacia: ¿cómo encontrar equilibrio para el contenido de la crónica si a los disidentes de Andrés Manuel [por aquel entonces, y cómo pasa el tiempo, considerado el Dios de los pobres] parecería que se los tragó la ciudad?" Porque a eso vino Carlos Sánchez: a cubrir la contienda electoral, que en realidad no lo fue porque, a diferencia de los países que de veras quieren ser democráticos, la poca, escasa, casi nula, diferencia de votos no condujo a una segunda vuelta de los sufragios sino, sencillamente, se eligió vencedor a quien de antema no ya lo era. Y hubiera sido ganador el panista aunque sólo un voto lo hubiese diferenciado de su contrincante. Aquí los plebiscitos no tienen el significado que les otorgan los diccionarios. Tal vez en México quiera decir algo así como la plebe diminuta, nada más.

El reportero se introdujo hacia adentro de los campamentos perredistas. Habló con Gabino Palomares, lo escuchó, aplaudió sus canciones. "Los medios de comunicación -declara Palomares- están totalmente orquestados para denostar este movimiento. Dicen que nosotros estamos impidiendo el libre paso de las personas. Yo les digo: no, pásenle, lo que no están pasando son los carros." Y también tenía razón el cantor, que asimismo no ha dejado, nunca ha dejado, en paz a los santos conservadores de las costumbres milenarias. "Hace tiempo compuse una canción a los mochos -dice Carlos Sánchez que decía Gabino Palomares a su tumultuosa audiencia, en aquella Avenida Reforma paralizada por los manifestantes-. Se acuerdan que cuando entró Fox empezaron a querer hacer las gracias por todos lados: quemar obras de arte, a poner leyes que realmente dan risa, hicieron una cosa que se llamaba del buen vestir y del buen decir, o sea que los que decían una mala palabra en la calle se los llevaban y tenían q ue pagar una multa. Uta, con los chilangos se hubieran enriquecido [aquí hubo risas de a madres, aclara Carlos Sánchez, pertinentemente]. Y en lo del buen vestir era que si veían a una muchacha de minifalda también la llevaban a que pagara una multa. Qué pendejos, yo me la llevaría a otro lado", y aquí la raza soltó más risotadas.

"El miedo a la parcialidad es constante", dice Carlos Sánchez, pero sus ojos continúan siendo de niño sorprendido. "¿Pueden caer las almas como chubasco? Buscar cómo describir lo que se ha visto es inevitable", sentencia el reportero. "Algunos medios hablarán de cifras, de caos, de manipulación. Los ojos de niño sorprendido no pueden más que seguir viendo la fiesta, la emoción, la oportunidad del joven que ayuda a su padre a vender refrescos aprovechando la manifestación." Quizás asistieron más de dos millones de personas en uno de aquellos ritos postelectorales, mas el periódico Reforma (con fotografías aéreas) "puso alfileres en la cabeza de los manifestantes -nos recuerda Carlos Sánchez- para hacer su conteo exacto, y la cifra se redujo a 350 mil. Aparte de apoyar a la derecha, Reforma ahora hace brujería: encaja alfileres y desaparece a la raza", y él, por supuesto, después de esta apreciación, también ya se ganó la eterna exclusión en dicho rotativo.

El de efe despierta siempre, ocurra lo que ocurra, aunque se hayan manifestado millones de individuos el día anterior. "Porque no sólo de Paseo de la Reforma vive México -comenta Carlos Sánchez-; porque no sólo de política, de información, de análisis, de conflictos que generan los intereses del poder. Hay un rebozo que sirve para trasladar las bolsas de pan, y poner el puesto y elaborar las tortas, y ofertarlas al marchante. Es la vida y no se detiene." El cronista mantiene perfectamente abiertos sus ojos: "La ciudad está -dice-: vive y en silencio tolera la diversidad de corrientes ideológicas. El corazón del de efe late. Mientras, allá en Tele Aztecavisa, que juntos son lo mismo, periodistas más que de prestigio, famosos, seguirán aumentando sus ingresos. Porque ellos, como los políticos, nunca pierden: el rating les asegura una vida más cómoda."

Pero, bueno, aprovechando la visita, el reportero no podía dejar de visitar ciertos recintos míticos de la capital, como, digamos, Tepito o La Lagunilla, cosa que hizo sin pérdida de tiempo. "Son topos que caminan en rumbo inverso -dice Carlos Sánchez-. Es la raza que asoma sus ojos para encontrarlo todo. ¿Cómo enumerar las ofertas? La Lagunilla es un mercado perenne [y es cierto, parecería incluso que estaba allí mucho antes de que llegaran los aztecas, digo yo]. La prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la transa: vender, comprar y avanzar. A unos pasos la capacidad de la transa aumenta: Tepito es un monstruo que yergue su pecho y mira vigilante a los consumidores acelerados. Controlarlo todo es su posición, fiscalizar el bolsillo del visitante, acariciarlo, dejar que haga su voluntad, mas no dejarlo ir ileso. Compra porque compra. Vende porque vende. Es la ley del comercio: la habilidad para seguir respirando, comiendo, existiendo."

También visitó, cómo no, el Estadio Azul, sin aun decirnos si le va o no al Cruz Azul, o, más aún, si le gusta el futbol o no, si bien deja traslucir una admiración inquebrantable por el dribaldor nato que es el Chelito Delgado. El Cruz Azul ya se ha cansado, dice el cronista, de estrellar en las esquinas, de fallar, de ponerle balones a Richard Núñez y que éste los desaproveche, y pareciera que nos está hablando apenas del último partido de este equipo, acostumbrado a fallar y a andar en un sorprendente subibaja, como el futbol mexicano mismo. "Busco desesperado la última esquina de polvo guarecida en la bolsa diminuta de mi pantalón. Cavilo de impaciencia. Si tan sólo pusiera una línea de cocaína en la nariz de Salvador Carmona, tal vez la exactitud del trazo llegaría", y en acabando de pensarlo viene una jugada precisamente de Carmona para el Chelito Delgado quien la controla de pecho (la pelota, no la cocaína), ve al arquero, la bombea y el balón deja de moverse cuando toca la re d.

Cómo no visitaste el Tianguis del Chopo, Carlos Sánchez, cómo no estuviste en el concierto de John Fogerty o de los Les Luthiers, cómo no estuviste en la inauguración de la megabiblioteca. Qué nos hubieras dicho que otros no han podido mirar o que no quieren mirarlo. Cómo se distinguen los buenos cronistas. De inmediato, y sin necesidad de tener padrinazgos en la literatura.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Poesida para recordar a los muertos

por Carlos Sánchez

La poesía se propaga. Busca diferentes maneras de penetrar en la humanidad. Es el arte escénico también consecuencia de la poesía, o la poesía naciendo con el cuerpo y la voz.
Poesida es un libro de poemas, de la autoría de Abigael Bohórquez. Y tal vez uno de los textos más valientes y conmovedores del extinto poeta, tanto por su contenido como por la osadía de tratar el tema, que no es cualquier cosa: el SIDA. Palabra honda.
Para celebrar el día de muertos, el Colegio de Sonora montó un altar en honor a Bohórquez, con ilustraciones de Nadia Contreras y Violeta Silva. Trazos exactos y poemas en mamparas cobijando el altar.
Cereza en el pastel fue el trabajo escénico presentado por alumnos de Diplomado en Teatro de la Universidad de Sonora: ellos dirigidos por Jorge Rojas Fernández.
Siempre será grato encontrar la búsqueda en los ojos de los que pretenden decir. Los actores dramatizando textos de Poesida, logran con sus cuerpos y su voz la narración de esos textos épicos que no dejan de tocar la crueldad, de manera que cimbran al espectador.
Son los textos construidos con esa fortaleza que tocan la puerta del corazón. Y nos lo exprime. Son los cuerpos de los actores sugiriendo la muerte perenne.
Existen en esta puesta de Poesida, la virtud del atrevimiento, la ruptura con los escenarios convencionales, la inteligencia de la escenografía e iluminación. Pocos elementos, sólo los necesarios para marcar el cuerpo en movimiento y transmitir las emociones.
Esa noche de empezar noviembre y celebrar la existencia de la muerte, el COLSON se llenó de poesía. Y los aplausos fueron para los teatreros. Y El director de la dramatización de Poesida , Rojas Fernández, se pregunta: ¿Abigael estaría feliz de ver este trabajo?

jueves, 11 de octubre de 2007

Doris Lessing, "encantada pero no sorprendida" con el Premio Nobel de Literatura


La escritora británica se alza con el galardón por su capacidad para retratar la "épica de la experiencia femenina"

Tomado de El País

Con una vitalidad extraordinaria para sus 87 años, la novelista ha tenido tiempo de regañar a la prensa y mantener su fama de mujer sin pelos en la lengua. "¿Cómo voy a estar celebrando con champán? No me ha dado ni tiempo a comprarlo. Ustedes, en lugar de venir aquí y hacer tantas preguntas, deberían haber traído una botella. A cierto punto, tendré que ponerme a brindar", ha contestado cuando se le ha preguntado cómo estaba celebrando su premio. Lessing ha revelado que "un mensajero" relacionado con los Nobel la avisó de que nunca ganaría el premio: "Me dijo que no les gustaba y que nunca lo conseguiría. Deben haber cambiado de opinión". "Yo creo que me lo han dado porque ya estoy muy mayor", ha subrayado refiriéndose a los organizadores del premio.
Nacida en 1919 en Kermanshah, Persia (actual Irán), es conocida por El cuaderno dorado (1962), obra cumbre de la literatura feminista y de la narrativa fragmentaria postmoderna. "He ganado muchos premios, en toda Europa", ha confesado, pero "éste es el premio más glamouroso, porque todo el mundo lo conoce, pero esto no quiere decir que sea el mejor". En el anuncio del galardón, la Academia Sueca ha descrito a Lessing como la autora capaz de retratar "la épica de la experiencia femenina", al tiempo que ha destacado el "escepticismo y fuerza visionaria con la que ha examinado una civilización dividada".
"No se a lo que se refieren con eso, los hombres y las mujeres no son tan diferentes", ha dicho ceñuda. Para Lessing, lo que más ilusión le ha hecho de haber ganado el Nobel es que Gabriel García Márquez la hubiese telefoneado personalmente para felicitarla. "Para mi es algo maravilloso, porque se trata de un escritor magnífico al que admiro profundamente", ha revelado con una enorme sonrisa. Acto seguido, ha entrado en su casa para seguir recibiendo llamadas, sin olvidarse de despedirse haciendo un brindis alzando su vaso de agua. "Es ginebra", ha bromeado.
Nacida Doris May Taylor, creció en el seno familiar de un antiguo oficial del ejército británico que sirvió durante la I Guerra Mundial y una enfermera. En 1925 la familia se trasladó al sur de Rhodesia (actual Zimbabue). Lessing contó aquellos años de infancia en una granja en la primera parte de su autobiografía, Bajo mi piel (1994). Tras asistir a una escuela de chicas en Salisbury (Reino Unido), Lessing abandonó la escuela a los 14 años y empezó a trabajar en diversos empleos, desde niñera, telefonista, oficinista estenógrafa y periodista, e incluso publicó relatos breves.
En 1939 se casó con Frank Charles Wisdom, con quien tuvo un hijo, John, y una hija, Jean. Se divorciaron en 1943. Dos años después se casó con Gottfried Lessing, un inmigrante judío-alemán a quien había conocido en un grupo marxista comprometido con la cuestión racial. Poco después se relación con el partido laborista de Rhodesia. Tras tener un hijo con Lessing, Peter, la pareja se divorció en 1949. Fue entonces cuando la novelista se trasladó con su hijo a Londres, donde fijó su carrera como escritora. Lessing militó en el Partido Comunista Británico entre 1952 y 1956, y participó en las campañas contra las armas nucleares. Su crítica al régimen surafricano le costó la prohibición de entrar al país entre 1956 y 1995. Tras una breve visita a Rhodesia en 1956, también se le vetó la entrada en este país por la misma razón. Durante los últimos 25 años, Lessing ha vivido en la misma calle de pintorescas casas de ladrillo. Y siempre ha tomado parte activa en la vida del barrio.
En ocasiones se sienta a escribir en uno de los cafés de la zona, donde ambientó uno de sus cuentos de su obra London Observed, ha colaborado con la biblioteca y es cliente de West End Lane Books, la librería del barrio. "Es una mujer con mucho carisma. En ocasiones venía a leer a la librería, que se llenaba hasta los topes. Y también formaba parte de un club literario: hasta comentó con los otros miembros fragmentos de El Cuaderno Dorado", explica Jane May, empleada de la librería. En West End Lana Books también encarga la escritora sus lecturas y aunque en el establecimiento son reticentes a desvelar los títulos de sus lecturas para mantener la intimidad de su cliente, sí confirman que Lessing "lee mucho y muy variado. Es muy prolífica en sus lecturas y siempre está a la última. Lee obras de nuevos escritores europeos y gran cantidad de libros de no ficción".
Frida Kitchen, una de las vecinas que vive en la zona desde hace 30 años, se ha acercado a la casa de la escritora para dejarle personalmente en el buzón una tarjeta de felicitación: "Me alegro mucho por ella. Se lo merece. Es una dama excelente, y trabaja muy duro". En cambio, su vecina adolescente de la casa contigua, Chei Auguste, no se había enterado de la noticia. "¿Qué mi vecina Doris ha ganado qué? ¿Y qué premio es ese?, ha dicho sorprendida al salir a la calle. "Es una mujer encantadora, pero muy callada. Cada Navidades nos manda una felicitación. Tiene varios gatos y la veo cada mañana en el jardín dando de comer a los pájaros".
La obra de Lessing es amplia y aborda una gran variedad de asuntos, desde la cuestión de la identidad en culturas ajenas o la definición de salud mental y locura. Su escritura ha basculado entre la crítica social de sus primeros textos, considerados comunistas, como The grass is singing, las investigaciones psicológicas, como Los cuadernos dorados, y la incursión d ela ciencia ficción, como en la serie Canopus.

domingo, 7 de octubre de 2007

"La violencia sexual en Congo es la peor del mundo"

Tomado de El País

Cada día, diez nuevas mujeres llegan al hospital de la Bukavu, en la provincia de Kivu del Sur, al este de Congo, víctimas de sádicas violaciones que dejan dañados, en muchas ocasiones de manera irreversible, sus aparatos reproductivo y digestivo. "La violencia sexual en Congo es la peor del mundo", ha explicado a The New York Times el secretario general para los asuntos humanitarios de Naciones Unidas, John Holmes, quien califica de "terrible" el continúo aumento del número de violaciones, "la absoluta brutalidad y la cultura de la impunidad".

Según la ONU, el número de ataques sexuales durante 2006 en la provincia de Kivu, fronteriza con Ruanda, fue de 27.000, lo que supone una pequeña fracción de lo que sucede en todo el pais. El este de Congo sufre un nuevo período de violencia en el que los ataques hacia las mujeres han alcanzado niveles nunca antes vistos. "No sabemos por qué ocurren todas estas violaciones, pero una cosa es clara, su objetivo es destruir a las mujeres", afirma Denis Mukwege, ginecólogo del hospital de Kivu del Sur.

Las elecciones celebradas en Congo el año pasado no han logrado unificar el país ni dotar al Gobierno de la fuerza necesaria para controlar a las milicias rebeldes. El sistema judicial y militar apenas funciona. Muchas zonas del país, especialmente en el este, están fuera del control de las autoridades por lo que los civiles quedan a merced de grupos armados, que arrasan los pueblos y violan a sus mujeres.

Honorata Barinjibajwa, de 18 años, ha relatado al diario estadounidense cómo fue secuestrada de su localidad por los Rastas el pasado abril y convertida en esclava sexual hasta su liberación en agosto. La mayor parte del tiempo permaneció atada a un árbol y sólo la desataban para violarla. “Me siento débil, enfadada y no sé como volver a empezar mi vida”, protesta Barinjibajwa.

Según los testimonios de las víctimas, ha surgido un nuevo grupo violento, los Rastas, misteriosos fugitivos que viven en el bosque, llevan ropas brillantes y camisetas de Los Angeles Lakers, tristemente famosos por quemar bebés, raptar mujeres y destruir toda aquello que se cruza en su camino, informa The New York Times. Según fuentes de la ONU, los miembros de Rastas son parte de las antiguas milicias hutus que abandonaron Ruanda tras el genocidio de 1994.

La violación es ya un fenómeno social

“Va mucho más allá del conflicto”, explica Alexandra Bilak, que ha estudiado varios grupos armados en Bukavu y en las orillas del lago Kivu. Según Bilak, el número de mujeres violadas e incluso asesinadas por sus propios maridos se ha disparado y la brutalidad contra las mujeres es visto como “algo normal”, por lo que se ha convertido en un fenómeno social.

Sin embargo, muchos trabajadores humanitarios congoleños niegan que el problema sea social. “Si fuera así, esto habría sucedido mucho antes, argumenta Wilhelmine Ntakebuka, coordinadora de un programa de violencia sexual en Bukavu. Para Ntakebuka, la “epidemia de las violaciones” comenzó a mediados de los años 90, coincidiendo con la llegada de milicias hutus que escaparon de Ruanda después de exterminar a 800.000 tutsis.

lunes, 1 de octubre de 2007

sangre

por Carlos Sánchez

Eran ríos de sangre. Lo vieron sus ojos de joven. Eran los cuerpos reventados destilando el líquido que corría por las aceras, por el pavimento. Daban vuelta en la avenida, otras tantas calles arriba, los cuerpos encimados en los cuerpos, estaban.
Eran jóvenes que necesitaban ser escuchados, eran la pasión defensa a ultranza de sus ideas.
Los vio con sus ojos que ahora rebasan los cincuenta años resistiendo el recuerdo. Dice ella que se llama Julieta Cárdenas, que hay una laguna en su mente, de ese tiempo, porque en la laguna de sangre se le perdió el control de su cuerpo, y la memoria se extravió también.
Ahora vive en el norte que es Sonora, lejos de su tierra, pero un estupor le hace presa cada vez que se acerca ese mes en el cual la luna es tan grande como la crueldad de ese día.

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En La plaza, la prosa es ilimitada en calidad y dolor. Luis Spota aguzado periodista narrador, cuenta esos días de sometimiento. Página 45:
--Batallón Olimpia.
Empezaron a gritar en coro, para hacerse oír en lo más nutrido del tiroteo:
--Batallón Olimpia, no disparen.
La sangre germinaba arrebatadora de sus vasos con la misma furia que fue encendida apenas un segundo antes de encontrar por dónde irse; sangre negra tendiendo a guinda, de las venas; sangre roja, rojo sangre, de las arterias; y era tanta la prisa de la sangre por lavar con sangre esa deuda de sangre, que de solo mirarla correr se le bajaba a uno la sangre de los talones, se le hacía a uno mala sangre, se le pudría, se le freía, daban ganas de gritar que la sangre llegaría al río, al río de sangre, no de excrementos, en la venganza que toda sangridad pedía.
Con el guante o pañuelo blanco en la mano izquierda pasaban continuamente, arrastrándose sobre los codos; no tenían al parecer manera de comunicarse con la tropa que abajo disparaba contra todo.
A nosotros / sólo nos extrañaba que tardaran / tanto en asesinarnos/
--¿Quién? ¿quién ordenó esto?

*****
Luego vinieron otros hijos que cayeron también. Los hijos mutilados por las piedras, por el silencio, por la oscuridad del recuerdo en que ahora los ven sus madres.
Es una de ellas doña Consuelo Murillo, la maestra del barrio, la que nos dio clases a los de las Pilas, la Matanza, la Hacienda de la Flor, el Cerro de la campana, la colonia San Juan.
Se retuerce aún en el dolor por los hijos idos, los mismo que le fueron arrebatados por la misma intolerancia. Suena su voz cansada, sus ojos en otoño, suenan como un río a punto de secarse, porque la alegría la opacó la angustia desde ese día que los del gobierno le decomisaron la sonrisa de sus hijos.

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Ahora una canción se ha puesto de moda, y levantamos la cerveza mientras movemos nuestros cuerpos con alegría, festejando el ritmo y no la letra, ni el contenido. Rubén Blades quiso hablarnos del dolor; se nos fue el avión de la reflexión y trepados ahora en la embriaguez de felicidad coreamos todos “adónde van los desaparecidos” en la voz por demás insulsa de Maná. Porque somos revolucionarios en los billares, con el polvo entrando por la nariz. Somos disidentes de lo establecido, disidentes incluso de la conciencia. Destapamos otra cerveza, echamos otras monedas a la rocola. Es nuestra la revolución. ¡Que muera el maldito gobierno! Antes una línea más, un Marlboro blanco, el taco para encontrar la bola ocho. Los pies en el concreto, la moneda en el bolsillo, el reloj checador regocijado de nuestra puntualidad.

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Página 251, La plaza de Spota; fragmento:
...nos quedamos así, sentados a esperar, y a la diez de la noche volvieron los tiros sin que se supiera muy bien desde dónde tiraban... Las mujeres se aterrorizaron y empezaron a llamar a gritos, a pedir que les abrieran la puerta para poder refugiarse en su interior:
--Ábranos.
--Nosotros también somos mexicanos.
La puerta no se abrió jamás.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Ricardo Salazar, fotógrafo


Víctor Núñez Jaime (La jornada semanal)

Con su cámara Roliflex al hombro, Ricardo Salazar asistió a una comida ofrecida por el periódico Novedades a sus colaboradores. Era la época de esplendor del suplemento México en la Cultura , dirigido por Fernando Benítez. Los contertulios estaban reunidos en un hotel del centro de Ciudad de México. De pronto, alguien le avisó a Salazar que entre los presentes se encontraba Gabriel Zaid (a quien no le gusta ser fotografiado), y ya se disponía a retirarse. Mientras Zaid se despedía de sus compañeros, Salazar se adelantó a la salida. Entonces, al pie de unas escaleras, cuidándose de no ser visto, el fotógrafo disparó su cámara. El clic pasó inadvertido y se obtuvo así una de las poquísimas imágenes del poeta y devastador ensayista cultural. Al otro día la foto se publicó.
Poco tiempo después, en la entrada de El Colegio Nacional, Zaid se encontró a Salazar y, enojado, casi a gritos, le reclamó por la fotografía que le había tomado en aquella ocasión. “Supuse que comenzarían los trancazos y tendría que defenderme”, recordaría muchos años después Ricardo Salazar en una entrevista con Alejandro Alvarado. Pero, en ese momento, el elevador se abrió y de él salieron cinco escritores muy amigos de Salazar, entre ellos Salvador Elizondo, y lo saludaron efusivamente. Al darse cuenta de esto, el autor de Cómo leer en bicicleta desvaneció su coraje.
Para ese entonces, Ricardo Salazar ya había elaborado parte (quizá de manera inconsciente) de su crónica gráfica del acontecer cultural y en especial de la vida literaria del México contemporáneo. Desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado, en la Revista de la Universidad de México , “Emmanuel Carballo le pedía fotografías de los escritores y artistas de diversas generaciones, de hacedores de la cultura mexicana en pie, desde los más viejos hasta los más jóvenes, y de este y el otro sexo y el de más allá, y ya fuesen escritores o pintores o escultores o músicos o científicos o ya intelectuales inclasificables, etcétera, y Ricardo Salazar salía disparando a todos los puntos cardinales y a todos los domicilios de la ciudad, y a las salas de conferencias, de exposiciones, de cocteles, y a los cafés y a los bares y las cantinas y los restaurantes y las calles y las plazas, etcétera, para disparar con la cámara a los susodichos, fotografiándolos, clic y clic y más clics…”, escribió José de la Colina en el suplemento cultural Laberinto en noviembre de 2003, dos años y medio antes de la muerte del fotógrafo.
En Guadalajara, Salazar era uno de los habituales en las tertulias del Café Apolo en donde se reunían escritores y artistas, entonces noveles, que hacían la revista Ariel , entre ellos Alfredo Leal Cortés (novio de Pina , hermana de Ricardo) y Emmanuel Carballo. Cuenta este último que en aquel entonces a Salazar lo apodaban Lolito , “ya que sus fotos en algo nos recordaban a las de Lola Álvarez Bravo, la única influencia realmente importante en la vida profesional de Ricardo”.
En los inicios de 1953, Salazar se trasladó a Ciudad de México. Carballo dice ahora con precisión el porqué de ese viaje: “En Guadalajara, Ricardo Salazar violó a una muchacha y la embarazó. Entonces fue a platicar conmigo y yo le ayudé a que cometiera una vileza y se viniera a vivir a Ciudad de México. Pocos meses después, yo también vine a la ciudad con una beca del Centro Mexicano de Escritores. Pronto trabajé en Difusión Cultural de la unam y llamé a Ricardo para que fuera nuestro fotógrafo.”
Las órdenes de trabajo de Salazar consistían en retratar a escritores, ya fueran jóvenes principiantes o consagrados. Recorría las salas de redacción de publicaciones como Novedades , Siempre! y años después unomásuno y Vuelta . Y también se iba a esas otras “salas de redacción” que suelen llamarse bares y cantinas. Se reunía con sus amigos (Efraín Huerta, Jaime Sabines, Rubén Salazar Mallén, Jesús Arellano –quien le dedicó un poema: “Barbas para desatar la lujuria”– entre muchos otros) en el Salón Palacio y otras cantinas por el rumbo de Bucareli para departir con ellos y, al mismo tiempo, recoger con su cámara esas sesiones.
Alto, flaco, barba de candado crecida, anteojos grandes, pelo negro engomado, muchas veces de camisa y traje pero sin corbata, Salazar “fusilaba con la cámara” a sus personajes cada vez que se los encontraba. Su cámara era una más de sus partes vivas.
Conforme pasó el tiempo, Salazar acumuló cientos de imágenes. Se trata de rostros de hombres y mujeres quienes, solos o integrados a un escenario o paisaje, expresan su soledad, su amor por el trabajo, su desconcierto, su esperanza, su amistad, su inteligencia o hasta sus deslices. De esta manera, quedaron congelados los rasgos, los gestos, las actitudes de los principales exponentes de la literatura mexicana. La cámara de Salazar aguardó, rastreó, descubrió los secretos de una figura o un rostro, hasta arrancarle su expresión más profunda.
Son fotos que constituyen lo inmediato y lo lejano de los personajes de la literatura mexicana, luces que iluminan un instante y lo aíslan antes de extraviarse en el caudal vertiginoso del tiempo. Varias de esas imágenes se han quedado para siempre en nuestra retina: Arreola frente al tablero de Ajedrez, Reyes en medio de su capilla alfonsina, Elena Garro bailando, Agustí Bartra en la salida del viejo edificio del Fondo de Cultura Económica, Elena Poniatowska sonriente a los veinte años de edad, Siqueiros en Cuernavaca poco después de salir de la cárcel, Max Aub frente a los micrófonos de la radio universitaria, el Dr. Alt montando en un burro mientras observa los ríos de lava del volcán Pihuani, en Jalisco, Carlos Valdés, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos y Juan García Ponce en el décimo piso de la torre de Rectoría, por citar sólo unas cuantas. Varias de esas series fotográficas permiten ver cómo ha evolucionado la vida o la carrera de cada escritor. Salazar les tomó “la primera foto conocida”, “la foto de la suerte” o, de plano, “la foto clásica”.
Después de innumerables clics, de revelar varias de sus imágenes en el cuarto oscuro de su antiguo departamento de la avenida Colón en Mexicaltzingo y luego en el de Chapultepec; de elaborar, cuando así se lo requerían, estudios fotográficos de figuras de la cultura para sus “egotecas”; de recorrer los centros culturales, casas y caminos de Ciudad de México y otras partes del país, rescatando escenas, historias, referencias, Salazar se acercaba a los editores de las publicaciones culturales. De la Revista de la Universidad se iba a México en la Cultura de Novedades , posteriormente a La Cultura en México de Siempre! Tiempo después a Plural , a Vuelta , a El Semanario Cultural de Novedades , a Sábado de unomásuno .
“Vi a Ricardo innumerables veces en casi cincuenta años, porque me mandaba fotos para el Sábado de unomásuno , a través de Víctor Villela, quien sabía cómo dar con él. Le pedías determinadas fotografías de escritores y te traía un montón extra y te las dejaba “para cuando se ofrecieran”, insistiendo siempre en que “algún día” le pagáramos sus derechos. Nadie le pagaba o, si lo hacía, se le daba una miseria. No hay revista o suplemento cultural que no haya utilizado fotografías de Salazar, tantas o más que de su contlapache Héctor García”, expresa Huberto Batis.
Ese conjunto de imágenes es una sucesión icónica que, como un río, fluye por un lecho, desde una época remota a otra más reciente. La cantidad de retratos que circula por ese caudal de tiempo, ha arrebatado caras y hechos a su fluir. Ha soportado tormentas y crecidas para no evacuar o desbordar su contenido de vital importancia para los literatos. De ahí que para su conservación y manejo sean necesarios ciertos cuidados.
Apenas hace unos meses, diez cajas con rollos fotográficos, negativos de 6 x 6 cm, de 35 mm y transparencias de 120 mm, con innumerables tomas de distintos personajes, permanecían hacinadas en un rincón de la pequeña vivienda en donde Salazar pasó sus últimos días: el departamento 7 del edificio c , en la calle Avena núm. 110, colonia Granjas México.
Allí, entre montones de periódicos, revistas, ropa, libros y trastes, estuvieron durante años, apretadas, expuestas a la humedad y al polvo, las cajas con los rollos y negativos de las fotografías de Salazar. No obstante, varias imágenes, sobre todo las de escritores, habían sido clasificadas por nombre y fecha, y guardadas en sobres de papel bond por el propio Salazar y su esposa, Yolanda Álvarez de la Cadena, actriz de teatro, con quien procreó dos hijos: Ricardo Iván y María Ondina.
Cuenta Ricardo Iván que él no siguió los mismos pasos que su padre. Sólo le ayudaba a tomar y revelar algunas fotos. Y desde hace siete años, cuando a Ricardo Salazar le dio una embolia y posteriormente le amputaron la pierna izquierda, en el hospital Morelos del issste , Ricardo Iván permanecía junto a su papá para atenderlo en lo que hiciera falta.
Postrado a ratos en una silla de ruedas o en su cama, Ricardo Salazar vivía de su austera pensión, que recibía por haber trabajado en la Universidad Nacional, y pasaba los días con sus libros, periódicos y sobre todo con su televisión. De vez en cuando recibía alguna visita, principalmente de sus ex compañeros de trabajo y su hija Ondina y sus nietos.
En octubre de 2004, el fotógrafo jalisciense tenía ochenta y dos años y una invaluable obra fotográfica por haber sido, durante medio siglo, el fotógrafo de nuestros autores. El vestíbulo de la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario de la unam albergó su última exposición.
Para la muestra se utilizaron más de cincuenta fotografías seleccionadas por la fotógrafa Claudia Cabrera, la archivóloga Julieta Rivas y Angélica García, investigadora del Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), quien había contactado a Ricardo Salazar con la intención de obtener fotografías para ilustrar un libro sobre el teatro de Juan José Gurrola y luego otro, preparado por el citru , acerca del grupo Poesía en Voz Alta.
José de la Colina atribuye que el archivo ha pasado inadvertido a la costumbre de Ricardo Salazar: mirar a los demás pero no a sí mismo. “Así como Ricardo fue generoso con su cámara –señala el autor de La tumba india –, no fue generoso con su archivo. Regalaba fotos pero parecía no preocuparse por su increíble maremágnum de fotos. Ricardo fue excepcional con su gran ojo fotográfico. Pero no tuvo ninguna vanidad de artistas, sólo disfrutaba hacer sus fotos como un carpintero disfruta hacer sillas. Simplemente vivía al momento, de lo que le pagaban por la foto publicada, que era muy poco.”
El 29 de abril de 2006 fue sábado. Hacía dos días que Ricardo Salazar Ahumada había cumplido ochenta y cuatro años de edad y poco más de seis años que persistía en cama y silla de ruedas debido a la embolia que sufrió. También estaba enfermo de diabetes. Había permanecido en el hospital, prácticamente inconsciente, durante el último mes y medio. Según los médicos, la mitad de su cerebro estaba muerto. “Ya no permití que le hicieran algo más, lo trajimos a la casa, pero sólo nos duró cinco días y le dio un infarto cerebral que le quitó la vida”, cuenta su hija María Ondina.
Ninguna autoridad cultural lamentó entonces la muerte del fotógrafo. “No hubo siquiera una esquela, seguramente por ignorancia. Pero Ricardo Salazar es uno de los personajes de nuestra cultura a quien el tiempo le dará un lugar notable en tanto cubrirá de olvido a las insensibles y estúpidas autoridades del Conaculta, para las cuales siempre pasó inadvertido”, escribió José Luis Martínez en El santo oficio, su columna en Milenio semanal , quien en los últimos meses ha recatado del olvido varias fotografías de Salazar en la sección Instantáneas distantes, del suplemento cultural Laberinto de Milenio diario .
La indiferencia fue tal que, incluso, varios escritores consultados para este reportaje no estaban enterados de la muerte de Salazar. “Me hubiera encantado acompañarlo en sus últimos días y acudir a su sepelio. Pero no supe cuándo murió”, dice Emmanuel Carballo. “¿Ya murió?... No sabía”, comentó con sorpresa Alí Chumacero, al igual que la fotógrafa Paulina Lavista: “No me había enterado de que Ricardo Salazar ya murió.”
Los restos mortales de Salazar “fueron depositados en una cripta de la Basílica de Guadalupe”, agrega María Ondina, quien hace unos meses, a bordo de un taxi, llevó el archivo fotográfico de su padre a las oficinas de Difusión Cultural de la unam . Así, se confirió a la Universidad Nacional el derecho de utilizar el acervo fotográfico con fines académicos y culturales, pero no lucrativos. L a Coordinación de Difusión Cultural se está ocupando de conservar, restaurar y difundir el material. El contrato de depósito lo formalizó el coordinador de difusión cultural, Gerardo Estrada. “No es un donativo ––aclara el funcionario–, pero obtuvimos la autorización de los familiares para trabajar en el ordenamiento. La idea es que el archivo quede depositado aquí por unos meses y después la familia decidirá qué hacer con él… y si obtenemos la autorización de la familia, podríamos digitalizarlo para que no se vaya a perder.”
En espera de que se cumplan esos propósitos y así la justicia post mortem le llegue a Ricardo Salazar, sus fotos de caras y hechos arrebatados al fluir del tiempo seguirán cobrando existencia cada vez que alguien las vea y las recuerde, aunque no piensen en su autor, pues siempre hay ese espacio en donde el espectador entra en la placa, se vuelve parte, cómplice de una imagen que ya jamás se alterará ni volverá a ser tangible en todas sus dimensiones, y pasará a formar parte de su memoria, de nuestra memoria. Porque “nadie –dice José de la Colina–tiene un archivo icónico de toda la literatura mexicana como él. Ahí estamos todos los representantes de la literatura mexicana del segundo medio siglo xx , desde los grandes hasta los pequeños. El que no está ahí es porque era un falso escritor o porque era una pura ilusión, un ectoplasma que no salía en las fotos.”

martes, 25 de septiembre de 2007

Melodrama citadino

Me revientan los ojos. Veo a lo lejos un disparo de humo que brota del vientre de la ciudad. Es la impotencia, la rabia, el cansancio de la raza. Tanta maroma cansa. Tanto ondear del sombrero del señor gobernador anunciando el progreso retrógrada. La voz que es el cuerpo atora la circulación a un costado del tianguis del Palo verde. Es la impotencia por la imposibilidad de avanzar hacia el trabajo, la escuela, los hogares. Es la manifestación.
Si todo lo hubieran dejado como estaba. Si la ambición de unas cuantas monedas más no fueran la fijación del gobernante, si el poder no tuviera como títere al político, la vida seguiría fluyendo. La ciudad seguiría su curso de robot apasionado. Tendríamos todos la máscara de ciudadano feliz. Y la palabra SUBA no significaría un cuento de terror. (carlos sánchez)

“Me gusta convertir el recuerdo en un mito... un cuento que contar a los demás”


“Nunca, pero nunca he logrado dormir antes de un rodaje. El corazón late muy fuerte, dan ganas de levantarse y empezar a rodar en ese mismo instante. Pero en el cine uno tiene que ser muy paciente”.

La cineasta María Fernanda Galindo y un fragmento de su guión de vida


Carlos Sánchez
Hermosillo.- Es la plaza Emiliana de Zubeldía. Es el sol poniéndose visto desde el umbral de la Universidad de Sonora. Hay árboles alrededor, algunas bancas que prestan su cuerpo a la actitud crapulosa de quienes nada tienen que perder. Hay pasto y sobre él nosotros. Hay tema de conversación y es el arte como oficio.
Es María Fernanda Galindo el cine corriendo por las venas. Es la búsqueda, el encuentro, la pasión como argumento para vivir el guión de su largometraje que es la vida.
Si las hormigas se pasean por sus pies en ese momento, por su mente caminan las escenas de ese encontrarse con el cine. Y comparte lo vivido. ¿Qué prefiere entre esa línea invisible que es el corto o largometraje? María parla jugando entre sus manos un verde hierba reflejado en sus ojos.
“Son géneros distintos, cada uno cuenta las cosas de diferente manera. En todo caso depende del momento. A mí me pasó que empecé escribiendo un guión de cortometraje y ahora se convirtió en largo. Me gustan los dos, cada uno en momentos distintos, tanto para escribir como para ver”.
Hay carretas de hot dogs. El tráfico en la arteria mayor de la ciudad. Hay más motivos para la charla. Es el cine todo. Y la sensación de rodar un guión tiene significado en María, quien lo describe.
“El primer corto que rodé fue la adaptación de un cuento de mi autoría que se llamaba Te busqué. A partir de ese texto hice la adaptación a un guión de cortometraje que se llamó La ruda. También lo produje, pero no lo dirigí. Fue mi primera experiencia como guionista y productora y fue un desastre, pero por fortuna las cosas salieron. En ese caso la sensación de rodar un guión, fue, por un lado la emoción de que la historia imaginada se encarnara en los actores –que además eran un gran reparto: José María Yazpik, Gabriela Canudas y Jesús Ochoa- pero por otro lado mi atención estaba alrededor del rodaje, en la realidad, en las cosas que tenía que controlar en cuanto a la producción. Tiempo después, en Madrid, se rodó otro guión mío de cortometraje. Teníamos que hacerlo en un día. La sensación fue angustiante, porque además yo era la script, que en cine es quien se encarga de la continuidad. Se llamó Rituales. El director no tenía mucha experiencia y no supo cómo capturar los detalles que en mi guión eran importantísimos, eran los que hacían la historia y finalmente se le escaparon. La presión del tiempo tampoco ayudó mucho. Ya nos habían advertido de la dificultad del guión y el riesgo de su realización. Así que el rodaje fue un tanto desesperante, aunque siempre existe esa emoción de ver que las historias imaginadas adquieren realidad. Y lo mejor es que mucha gente está detrás de la cámara enfocada en esa realidad de la ficción que uno escribió durante muchas horas”.
Hay una especie de letargo en la ciudad, tal vez por el calor que rebasa los 45 grados. Atrás de nosotros está el edifico de Museo y Biblioteca, los talleres de música y teatro.
Las ideas de María están puestas en el oficio. Hay ahora un recuento sobre el cómo y por qué elegir una carrera donde se antepone la pasión, la honestidad, el alma.
“La pasión es el motor que a veces no te deja dormir y que definitivamente no me ha dejado hacer otra cosa en la vida que no sea esto. Es como un ruidito que te persigue. Lo siento en el cuerpo. Es agradable y angustiante. A veces me pregunto por qué no elijo ser una persona “normal”, sobre todo porque la materia con la que yo trabajo en la escritura, por ejemplo, es mi propia vida. Hago mucho ejercicio autobiográfico para crear. Me doy unos clavados profundos al pasado, mi infancia, escarbo en cada cosa que he vivido, en el por qué de cada circunstancia. No creo que esto lo haga una persona “normal”, porque no tiene sentido si no es para convertir toda esa materia en arte. Es obvio que esto también se hace en el psicoanálisis, escarbar en la vida de uno. Me gusta convertir el recuerdo en un mito, una historia que le da sentido a mi vida, un cuento que contar a los demás, en donde los demás puedan ver algo de sí mismos. Yo no encuentro otra forma, es una necesidad. Y aquí, por ejemplo, entra la honestidad. Uno no puede engañarse a sí mismo cuando escribe, porque en algún momento la historia o algún personaje voltea a verte a los ojos y te grita que estás mintiendo. La verdad siempre canta. La verdad se revela por sí misma”.
En la plaza está el sonido de los claxon, el ruido enérgico en los pasos de los estudiantes que desfilan al reencuentro de sus hogares. Es casi de noche y sobre la noche previa a un rodaje ocurren cosas en la mente de María.
“Nunca, pero nunca he logrado dormir antes de un rodaje. El corazón late muy fuerte, dan ganas de levantarse y empezar a rodar en ese mismo instante. Pero en el cine uno tiene que ser muy paciente”.
--¿Qué te ocurre en las venas?
Pues si pensamos que las venas es lo que está debajo de lo visible, en las venas ocurre toda mi vida. Soy una persona que vive mucho hacia adentro. Una vez un amigo andaluz definió mi personalidad en una frase. Dijo que tenía un mundo interior muy poderoso. Hasta ese momento yo no había percibido que fuera así, o tal vez creí que era muy normal ser así.
--¿Existe el insomnio?
¡Existe durante la noche previa a un rodaje, sin ninguna duda!
--¿Cuál es la película o el corto que te interesa escribir, producir?
Estoy escribiendo un largometraje y también quiero producirlo y dirigirlo. Pero ya tengo otro perfectamente claro, para el cual tendré que hacer mucha investigación. El primero es más autobiográfico. Es uno de esos casos que te mencionaba antes, donde tengo que sumergirme en mi historia personal. El que planeo es un reto nuevo y distinto, porque trata de la vida de un personaje histórico.
--¿Qué te seduce más, la sugerencia o la elocuencia?
La sugerencia, definitivamente. Pienso en cualquier creación: teatro, cine, danza...hay grandes sugerencias que pueden hacer que se te mueva el piso, que comprendas algo perfectamente. De hecho yo creo que la mejor manera de comprender es a través de la sugerencia. Cuando las cosas son demasiado evidentes es más fácil ignorarlas.
--¿Si tuvieras que escribir un guión sobre tu tierra, Sonora, qué escribirías y por qué?
Escribiría una película sobre personajes adolescentes marginales que crean su propio mundo en medio del mundo cotidiano que se da en la ciudad de Hermosillo. Una historia en la que se muestren los contrastes que se dan en esta ciudad, que son muchos. Eso en medio de este paisaje desértico tan apabullante, con estos atardeceres capaces de generar toda una mística. En resumen, explorar la magia alrededor de lo más cotidiano y simple.
--El sol en esa resistencia de doblegarse ante la tarde, magnifica la intensidad de su luz. Hay un naranja que se cae de lila estrellándose en las paredes del Museo. María, mientras tanto, observa, huele, siente, respira cine. Y vuelve su mirada hacia adentro para revelarse la vida.

sábado, 15 de septiembre de 2007

claudicar


el óxido entró hasta el pecho. pude ver la derrota, el claudicar involuntario del metal que antes fuera un barco. me recordó al alción de la última escala del tramp stemer. comprender el dolor de mutis vino en ese instante. se abotagaron los ojos. repartí el filo de la herida para con los asistentes a la presentación de señales versos, allá en el instituto tecnológico de guaymas. me abrazaron todos con preguntas, comentarios inquietos en el deseo de saber. me abrazaron después la pina y el bruno, la laura y el manuel, la claudia. me llevaron de la mano por ese puerto donde la violencia es constante. paradoja porque la solidaridad rebasa. son sus habitantes un ancla en la necesidad de volver. está el color del óxido dentro de mis ojos. inclinada la posición de lo que antes fuera un barco que no termina de ahogarse. está cortando la respiración desde ese encontronazo. continúa el estruendo. la carretera y la música nada han podido hacer para amainar la crueldad de la deserción de la vida. hay un barco que me enseña el camino por donde voy. sé que pronto lo alcanzaré. (carlos sánchez)

domingo, 26 de agosto de 2007

Empalme es más que una ciudad ferrocarrilera

Y el nombre Alfredo se sigue escuchando por donde quiera

por carlos sánchez

Empalme sigue su curso. Y no es sólo el nombre consecuencia de la unión de las vías del ferrocarril. Ni la anécdota de uno de los matrimonios de Charles Chaplins. Ni el llanto por la desaparición de un reportero llamado Alfredo Jiménez Mota.
Empalme late y en sus arterias va la vida del estudiante, el mecánico, el chofer, el cocinero, la señora gorda que en la terminal presta su cuerpo a las moscas. Hay también tiempo para la celebración de La Guelaguetza en la plaza del Tinaco, y recibir así las artesanías de los oaxaqueños que expenden lo que elaboran.
Empalme es el grito prolongado del tren, el mismo que anuncia la muerte de un ferrocarrilero; Empalme es la solidaridad con los trampitas, asistidos por los vecinos, los que le dan de comer sin esperar nada a cambio.
Empalme es la búsqueda de la impartición de la cultura vía el arte. Un taller de fotografía en fin de semana en la Casa de la Cultura.
Empalme es la evacuación de humanos el viernes por la tarde al terminar el horario en la maquiladora; Empalme es la red, el chinchorro, la cuerda que espera septiembre para tenderse sobre el agua y esperar la captura del camarón.
Empalme es la nostalgia de esos gritos ofertando tortas y tacos en la desaparecida estación del ferrocarril.
Empalme es ahora la frustración por la pérdida irreparable de ese mural del pintor Delgadillo, cuyo tema era la huelga del ferrocarril. Al director del Cobach se le ocurrió borrarlo, y con pintura de aceite.

El nombre Alfredo

Mueve el trapeador y al escuchar la voz su mirada es un impulso que se topa con el rostro que hace un par de años vio en ese mismo lugar. El lugar es la casa de Esperanza, madre del aún desaparecido periodista que militara en la sala de redacción de El Imparcial: Alfredo Jiménez Mota.
--Soy Carlos, hace tiempo nos conocimos por acá.
--Sí, ya recuerdo, nunca volviste.
Esperanza Mota describe con su actitud el hartazgo por la informalidad de los reporteros que han explotado más que explorado, el caso de Alfredo.
“No volvieron los de Univisión, que dijeron volverían, ni el de Milenio, Víctor Ronquillo, ni Sergio García, ni Michael Marisco, un reportero de Estados Unidos que está escribiendo un libro sobre Alfredo”.
Apacible su mirada, sus brazos al moverse, sus palabras describiendo a ese Alfredo de niño, aún con vida, aún en presente en su conversación.
En el recuerdo de su infancia está la risa, es la evocación de su hijo consentido un motivo para la alegría.
Esperanza cuenta sobre esos días en los que Alfredo marcaba para su casa, desde Guaymas, para avisarle a su madre que estaba por llegar, que hiciera desayuno, como a él le gustaba. En esos días él escribía en El Imparcial, y lo hacía sobre el narcotráfico, aparente motivo de su desaparición.
“Entonces yo le preparaba su licuado, grande, sus salchichas y tocino frito, sus huevos estrellados. Mi hija se encelaba, decía que Alfredo era el chipilón, como le dice su papá”.
Al ritmo de la mecedora, Esperanza cuenta de esos años de viajar en tren a Navojoa, todos los veranos, en esos viajes en que Alfredo ya era muy comelón.
Luego vino la edad de la preparatoria, la universidad, el trabajo en la policía, de comunicador, después en el Debate de Culiacán, y como consecuencia esos premios a su trabajo.
Esperanza Mota es oriunda de Torreón, Coahuila, desde muy chica la trajeron a Empalme, a un rancho donde trabajaba su padre, el mismo que después compró una casa en Navojoa, lugar donde se quedaría a vivir hasta el momento de su muerte. Su madre también vivió a su lado, hasta su deceso.
En la casa de la familia Jiménez Mota el ruido del tren es permanente, porque está cerca, muy cerca, de la estación del ferrocarril, donde trabaja su esposo, José Alfredo Jiménez.
Es fortuito, ocurre, que durante la charla el tren prolongue su pitido, y Esperanza explica que cuando eso pasa puede ser que por un accidente se quedó el tren pitando, o tal vez porque algún empleado del ferrocarril ha muerto.
“Una vez que murió un empleado, se juntaron el pitido de tres trenes, un cuñado mío le dijo a mi esposo: así va a sonar cuando mueras tú, mi esposo se quedó muy serio, mi cuñado soltó la carcajada”.
El esposo es maquinista, y al momento de la conversación se encuentra conduciendo un tren hacia Hermosillo.
En la casa de Alfredo la puerta que ahora está abierta, tiene un engomado donde dice que esperan su regreso. Y hay un número cero ochocientos donde pueden dar informes sobre su paradero.
En la casa de Alfredo vive Leticia, su hermana, quien desde hace un tiempo escribe anécdotas de su hermano, tal vez para que éste permanezca en los temas cotidianos, tal vez como una estrategia para retenerlo. Y dosificar el dolor de la ausencia.
La familia de Leticia también celebró la develación de la placa con el nombre de Alfredo, en la plaza del Tinaco, el 2 de abril próximo pasado cuando se cumplieron dos años de su desaparición.
En el hogar de los Jiménez Mota existe la esperanza de que algo ocurra ya, que se aparezcan indicios que den razón del hijo chipilón.
Esperanza comenta que hace unos días aprehendieron al operador del Chapo Guzmán, ese narcotraficante al que alguna vez el extinto periodista Jesús Blancornelas señalara como el responsable de la desaparición de Alfredo Jiménez Mota.
En la casa de Esperanza no se dice nada, pero se siente el descontento, la pena de que a El Imparcial no le duela ahora el nombre Alfredo.

Vivir del mar

Levanta la mirada y agradece al cielo. Todo lo que ve en su horizonte le pertenece. Sin embargo, el día que le pidan desalojar el predio, lo hará sin refutar: “porque todo ser pacifista sabe que nada es para siempre, ni la tierra, ni el mar”.
Francisco Carlón vive de vender mariscos, en su restaurante a la orilla de la carretera, de donde ha salido ya para comprar su bicicleta, su triciclo y su camioneta.
El predio del negocio no está regularizado, ni tiene Francisco cómo comprobar la posesión, por eso el día que le digan que se vaya, lo hará con los brazos cruzados, aunque él ha estado al pendiente de la limpieza del lote desde diez años a la fecha.
Entre sus necesidades vitales está el comunicarse, por eso desde que ve al reportero disparando ediciones con su cámara, se le apersona para informarle la situación de la bahía, el desatino de las fábricas donde queman sardina para hacer purina, las causas posibles de la muerte del pelícano que el fotógrafo archiva en su cámara.
Es un mar embravecido de palabras. Francisco no titubea y levantando sus brazos ilustra “todo esto” que es la playa donde se ha pasado horas y horas limpiando. “Pero la gente es muy cochina, y contaminan tirando todo para acá. Ese pelícano murió por el combustóleo, por el aceite que echan al mar, se le mojaron las alas y ya no pudo volar. Deberían de investigar y escribir para que nos ayuden aquí con la limpieza, por favor”.
En su exposición, el restaurantero dice que el trabajo es una bendición, y que Empalme le ha dado de comer en estos diez años viviendo allí.
Si en sus ojos está el horizonte que es el mar y su sonido que arrulla, provoca, evoca y cuenta historias, en su mente vive el recuerdo de eso días de “vida trágica”, cuyo protagonismo da para el símil de guión de una película de Buñuel.
Huérfano de padre y madre, desde niño Francisco trabajó para seguir en la vida, con eso del comer, sobrevivir.
Tiene, a confesión de parte, la virtud de la palabra en la lectura, esa que lo ha librado “de ser un animalito, un analfabeta que no conoce ni la a”.
Divina es la Biblia, su contenido –dice-, porque allí está todo, incluidos los incestos del Rey David.
Incomprendido por sus lecturas, por su terquedad de regresar a los pedales de la bicicleta, criticado por la aparente incongruencia que arranca gritos de sus hijos cuestionándole por qué si tiene carro, se la vive transitando en la bicicleta.
Francisco dice que jamás lo entenderán, porque no saben, ni quiere explicarlo, que en la bicicleta encuentra el ejercicio, los antioxidantes, la manera más eficaz de mantenerse en forma.
“Porque yo cuando no trabajo me enfermo. Ayer que fui a Nogales a comprar esa troquita, me dio calentura, porque no hice mi trabajo de rutina, porque no me la pasé en la chamba, puro maneje y maneje, me atiricié”.
En el trabajo está la vida, en Empalme y su nobleza la existencia. En los mariscos la fuente que da de comer.
Francisco convoca al reportero a visitarlo de noche, para que éste vea la cruz de la esperanza que se traza en el cielo, justo en el lugar donde él vive.
“Es la evidencia más clara de que Dios existe”.
Y en el mar los mariscos que te dan de comer, acota el reportero. Quien si vuelve de noche a la playa, detrás del restaurante, será para engullir un par de almejas que Francisco dijo le regalaría en reciprocidad del libro que le obsequió, ese donde hay también historias de incestos.
Antes de marcharse, el reportero entiende la definición religiosa de la palabra “amén”. El marisquero ilustra: “amén significa amen, que amemos, es la sugerencia del señor”.

Empalme estrena una cámara Nikon

Cuenta que una vez le caló hondo que un par de briagos se refirieran a Empalme como una ciudad bicicletera.
Iba en el camión. Contuvo sus impulsos. Pero le caló. Para su regocijo, al chofer del camión también le agredió la ofensa a su puerto, y bajó a madrazos a los altaneros.
Ama a Empalme, aunque no vive en ella, pero allí trabaja, y le debe la vida.
Son más de treinta años laborando en el Observatorio Metereológico. Se llama Oliver Robles y es un apasionado de la fotografía.
Testigo de la transformación del puerto, Oliver sabe de su gente, la nobleza y la honestidad. Escucha del reportero la transparencia que le sorprende al encontrar un café de seis pesos, una avena de doce, en el mercado.
Oliver se apareció en el taller de fotografía que un desconocido impartiría en la casa de la cultura. Cámara en mano llegó a la sede y sus oídos fueron igual de agudos que sus ojos, sus palabras.
Contó de la historia de la fotografía en su vida. Trepó a un avión en la memoria, fotografió a Empalme que es un cuadro de ajedrez desde las alturas.
Como niño con juguete nuevo, Oliver expuso las características de su Nikon automática, con un lente 18-135. Una joya, la realización de un sueño que siempre tuvo.
El trabajador del observatorio vive en Guaymas, y desde treinta años viaja diario a sus labores. No claudica en su rutina, porque de ahí lleva el pan a la casa.
Feliz está ahora Oliver con su Nikon nueva, con la que mañana domingo arrancará su ejercicio de capturar imágenes como tarea del taller.
Un pretexto más para agradecer a Empalme su existencia, aunque en esta ciudad no haya cines, ni revisterías, ni exposiciones, ni un lugar para comentar la nota más importante del día.
Oliver se forjó en la vida con la enseñanza de su padre, jubilado de correos; llegó desde Oaxaca para quedarse, y es hasta ahora que está a punto de participar en una exposición de fotografía, un como anhelo desde siempre.
Sabe de la importancia del arte, de la inmensa posibilidad que da una cámara para crear. Está a punto de materializar una serie completa, y exponerla con colegas que se engancharán en el tema que les late. Pronto las fotos serán un desfile de historias ante sus ojos, y habrá un motivo más para agradecer la existencia de Empalme.

Prudencia en la mirada

Volver al día siguiente a la casa de Esperanza Mota es encontrar a José Alfredo Jiménez, padre del periodista desaparecido.
Encontrarlo con pantalón corto, sin camisa es sólo síntoma de un día de descanso.
Y es que ayer tuvo trabajo trasladando unos carros que pronto utilizaran en Hermosillo en la filmación de una película sobre la frontera.
Estarán rodando, a decir de José Alfredo, en Estación Ortiz. “A ver cómo les va con el calor a los actores”.
Certera y prudente la mirada. Esperar es la consigna. Porque no conviene aventurarse en los comentarios, en las declaraciones, porque la fe está puesta en la policía que investiga.
El padre de Alfredo se sabe ahora la historia de los integrantes de la SIEDO, los trámites que debe correr quien busque a un hijo desaparecido.
Hay en su voz la paciencia (porque no queda de otra) para esperar información sobre el paradero del reportero.
No adelanta vísperas. Y la fortaleza significa no perder las esperanzas. Treparse al tren es una distracción, una fuente de empleo, volver con los alimentos a la casa, encontrar a sus mujeres, su esposa y su hija.
Volver a Empalme significa encontrar el recuerdo de los pasos de su hijo, ese que “si tenemos buenas esperanzas, aún está vivo”.

jueves, 23 de agosto de 2007

Los cantares de Juan Pablo

por carlos sánchez

Encendí la grabadora pretendiendo una entrevista. Se dispuso la voz que sólo es alegría, festejo de la vida.
Me contó el entrevistado, en esas respuestas que se extraviaron en esa cinta que dejé quién sabe dónde y por qué, que de niño escuchaba como canciones de cuna a John Lennon. “Mis papás no me enseñaron a Cri cri”, dice Juan Pablo Maldonado, guitarrista y vocalista del grupo Son.
En esa charla cuya pérdida de la grabación aún me jode, encontré a un cantante tocante ejecutante del placer sinónimo de música en su existencia, la sencillez, la pasión, la humildad de quien todo lo tiene porque ejerce su vocación.
Lo entrevisté al lado de Carlos Bejarano, alguien similar al primo Nano que tiene Joaquín Sabina, y compañero de aventura en esto de vocacionar con instrumentos los días, las noches, los instantes todos.
Lo escuché hablar con ironía, lo vi reírse de sí mismo, apuntando en juego las respuestas a las preguntas. Lo camarié con actitud de profesional del periodismo, algo que jamás alcanzaré aunque lo intente. Él generoso aceptó la charla.
Fue lindo el encuentro, además las respuestas, las preguntas, la actitud de él es lo que más se queda ahora en la memoria. Insisto: cuánta enseñanza de alguien que con acariciar la música todo lo tiene.
Dos noches después de ese día fui al bar de la No reelección, Peñón de las ánimas, se llama.
Desmentido quedó Juan Pablo ante esa aseveración de que él sólo canta boleros. Con los ojos llenos de emoción y los oídos agradeciendo los arreglos, la voz, la pasión, puede sentir como un loco que baila en la calle, la libertad de la propuesta musical del grupo Son.
Tomamos, Imanol camarada y yo, un par de cervezas; en un instante de no resistir el placer, nos instalamos lo más cerca posible del grupo sólo para ver la magistral capacidad del baterista que haciendo la función de pulpo tocaba la batería, percusiones, y hacía segunda voz.
A Juan Pablo se le hinchan las venas del cuello cuando canta. Y es la guitarra un chillar eterno.
Lo había visto antes en una obra de teatro, cantando corridos de la revolución mexicana. Lo había visto en otros escenarios, acompañando a una voz femenina con su guitarra, tal vez sea la memoria que inventa haberlo visto, pero esa noche de penar el ánima juro por el cerro de la campaña que allí estaba, era él.
Me conmovió la historia de Juan Pablo por esa infancia de canciones del grande, el enorme Lennon, me conmueve Juan Pablo por los padres que no se anduvieron con mamadas y supieron darle herramientas al morrito que no pudo escapar de la música como vocación, me conmueve la inteligencia por amor que en él depositaron.
Traigo un sentimiento de culpa, un remordimiento, unas ganas de chillar por el extravío de esa cinta con su voz, es la sensación de la pérdida de la mirada de una chava que te sorprende de soslayo, la nostalgia de un tren partiendo, de esas vidas que no volverán.
Es la crueldad de extraviar la honestidad contando, bromeando, ironizando. Juan Pablo entró por mis oídos esa tarde y no se ha ido, ni se irá. Lo evoco constante, más que en la mirada lejos, distante, en el ritmo de las notas de su guitarra.
Espero otras noches como la del Peñón, otros instantes de azar topándomelo en la calle, en el escenario, en los boleros bossanoveros, bluseros, salseros, que magistralmente interpreta.
Y que los arreglos son de él, me cuentan, y que los dicta haciendo sonidos con la boca, y que los carnales colegas le agarran la pichada y así la construcción desmadrada de sus versiones.
Juan Pablo se ha ido en la voz de esa cinta a la impotencia de no transcribir al pie de la letra sus respuestas, sus recuerdos de niño, de esa infancia rodeado de música e instrumentos.
Juan Pablo se ha quedado en la memoria como un ser eterno rasgando la guitarra. A Juan Pablo lo encontraré cualquiera de todos los días para escucharlo de nuevo y reiterar la pasión en las venas de su cuello que se le hinchan. Y cantar. abigaelsc@hotmail.com

lunes, 20 de agosto de 2007

Los mismos dolores

por Carlos Sánchez

Me dicen que deje de joder con los temas de la raza.
Que me olvide ya de “los malandrines”, apodo peyorativo del Beto Bandido, perfecto dramatizador de las tragedias ajenas, panegírico a veces de los hombres que dictan las reglas del juego. Servidor, pues, de la gente bien, de esos empresarios que llenan de anuncios su programa Bandas y bandidos. Idem.
Me dicen que ya chole con esas historias de los que nada tienen, los que nada aportan, sino al contrario, afectan y afean la ciudad.
Terco me aferro por inercia, por una rara e inexplicable vocación de regresar a allá, a las cárceles donde viven esos apestaditos que en su historia de vida, en sus acciones, han dictado la nota roja que construye el rating del programa de marras.
Imparto desde hace un buen de años, talleres en las prisiones. El objetivo (antes que provocar que los presos lean o escriban, antes de informarles que existe el arte como herramienta para enfrentar la vida), es que los presos pasen dos horas de su tiempo fuera de sus celdas.
Vamos bien. A veces viendo películas para analizar el guión, a veces leyendo un cuento, un poema, reflexionando acerca de algún texto construido por uno de los asistentes. Hay también quebrada para el patear de balones cuando necesario es tirar la formalidad, la concentración en las clases.
Ayer, por ejemplo, los ojos todos estuvieron atentos a Sólo Dios sabe, película que dirige Carlos Bolado. Anécdota de una Brasileira que extravía su pasaporte en Tijuana y viaja a México con la esperanza de encontrarlo u obtenerlo de nuevo.
La peli quedó inconclusa en la mirada de los alumnos. Los apagones impidieron la conclusión.
Salí del penal poco después de las doce medio día, justo cuando la bendición de la yegua se apersona en las ollas de aluminio, y la cola hecha por la raza se deleita en la espera de esa llegada del carrito feliz.
Salí no sin antes ir a la clínica de desintoxicación, porque desde allá me envió un recado el Judas, un chavo del Cerrito de la Cruz. El recado decía que lo visitara, que si no había asistido a la clase era porque estaba internado y la consigna, cuando se está en la clínica, es permanecer allí por algunas semanas.
Él inició el curso de literatura. Aplicado desde el primer día sorprendió con la agilidad de su lápiz. Lo extrañamos en clase.
Llegué a la reja que da a la clínica, luego el Judas levantó su mano, saludó y me dijo que qué bien que le caía, que qué chilo el paro del Carlitos, hijo del Pancho Oviedo, el que me hizo llegar el recado.
“Le dije al carlillos que vinieras, porque tengo un texto que hice, me interesa que te lo lleves”.
Subió el Judas al lugar donde guarda sus pertenencias. Trajo algunas hojas que puso en mis manos. Advirtió antes que “es una historia de cuando estaba chavo”.
Disponerme a la lectura del texto del Judas, fue encontrar la llave otra vez de la nostalgia. En las primeras líneas descubro la adolescencia aquella en la que me trepaba por vez primera al baile, allá en el Rafles, ese congal de Villa de Seris.
Encuentro en la narración la existencia del José, ese chavo del Cerrito de la Cruz al que nosotros apodábamos el Parral.
Cuenta el Judas en su texto, los motivos para entrarle recio al desmadre, el inicio de su ejercicio en la delincuencia, los días de ponerle a la marihuana, a las píldoras. Se trepa el narrador en las piedras del Cerro de la Campana, en los callejones del barrio las Pilas.
Párrafos que me enseñan mi historia, mis calles, mi escuela secundaria, la veinticuatro. Letras construyendo oraciones como golpes contundentes en la memoria.
Me dicen que deje de joder con las historias del barrio, que la vida está hecha de otras cosas, de polémicas políticas, por ejemplo; de ciclones y alza a las tarifas eléctricas, la gasolina, el transporte.
Me dicen que hay una realidad que se llama manutención, que deje de soñar y cobre por lo que hago.
Me instruyen para que voltee a otro lado, a otras vidas, otras historias. Me critican hasta juzgarme.
Mientras esas voces se esfuerzan por abrirme los ojos, el Judas me los llena de lágrimas al contarme en su texto cómo el José su carnal murió de un tiro en la cabeza, detrás de su casa, una madrugada cualquiera. Y desde ese momento, me cuenta, su vida se transformó, porque lo amaba, porque su hermano lo protegía. Lo ilustra diciendo que el José le compraba ropa, lo traía bien línea, “quería para mí lo mejor”.
Dejo de leer y me dispongo a obedecer al instinto. Deseando que amanezca ya para encontrarme con la mirada del Judas y confesarle al través de este texto, que su carnal era mi carnal.

domingo, 19 de agosto de 2007

desgajo

por carlos sánchez

es como una canica en el recuerdo. ahogada en la circunferencia. duele como el niño que resbala en la memoria. es el llanto de un hijo hambriento. es como las lágrimas de la madre llorándole a la madre enferma. es el soslayo del primogénito que se enamora de la emoción en los colores de la pantalla. es como un cigarro que se pierde en plena madrugada. era el único, el último. es un trago de cerveza caliente en una mañana de cruda. es como la mar que de nada sirve si la veo sin tus ojos. es domingo.

viernes, 17 de agosto de 2007

duelo

por carlos sánchez

Hay en esta triste tristeza en que me hundo un sorbo de café. Es domingo y Andrés Calamaro canta Sus ojos se cerraron. La mirada que se refleja en el agua oscura tiene la borrosidad de siempre. Pesa el desvelo y un solo zumbido cobra fuerza en el cerebro.
Mi hermano tiene un cuerpo de carrizo, es débil, frágil, vulnerable.
Tiene también la honda pena de la muerte. Porque se le apareció certera en la vida de su mujer. Ella le dijo que ya, que el cuerpo tiene límites para el dolor, que necesitaba el caer de sus pestañas para no levantarlas más, porque no las podía, porque los metros cúbicos de químicos son sarro en las venas y mutilan las ganas, las fuerzas.
En el llanto de mi hermano encontré el mío. Aunque él valiente indicándole al doctor que apagara las burbujas del agua dentro del cristal, la que mantenía en tic tac del corazón, y ella agradeciéndole con el último apretón de manos. Y yo no soy ni una mínima parte de la razón para entender el final.
Arropado en el cajón, hecho un harapo de ruido permanente saliéndole del pecho, mi carnal tuvo la osadía de gritarle que se fuera ya. Échenla ya, llénenla de tierra, báñenla de flores, que se muera de veras, que no sea más su presencia un piano desafinando el temblor de mis piernas. Mi hermano era un grito llenando la funeraria.
Lo tomé de su espalda, lo abracé como cuando era niño y debía calmarlo por el dolor de sus caprichos.
En eso pareciste, llena otra vez de infancia, con tus pantalones rotos de las rodillas, con un rosario en tus manos, porque venías a rezar por ella, a estar conmigo, para que yo viera que no sólo de nihilismo estabas hecha.
Tomaste un crisantemo violeta que estaba encima del cristal empañando el rostro muerto, lo metiste en tu boca, lo sacaste para frotarlo en mis mejillas, en mis pestañas. Me tomaste de la mano, fuimos a ponernos debajo del cielo, era madrugada y el sereno nos bañaba de frío. Trajiste un té de flores, me condujiste luego al interior del Vocho, sacaste un cassete de tu mochila negra, lo insertaste en el estereo, salieron de ahí aquellas rolas con las que empezamos a bailar la tarde que te conocí secundariana, en un baile pro beneficio de la candidata a reina.
El tiempo fue aumentando el calor en tus manos, siempre niñas. Las pusiste en mi cuello como unas tenazas al rojo vivo, acercaste tu boca a mis labios, te la comías efusiva, acelerada como tus pasos al encuentro con tu ritual nocturno.
Descendiste por mi pecho, arrancaste de un tiro el pantalón y un bocado bastó para que pusieras mis ojos en blanco.
El interior del Vocho de mi hermano ha sido el mejor lugar donde construimos un abrazo. En la funeraria el desconcierto, en el asiento de atrás una y otra vez tus piernas enredándose de mi cintura.
Las canciones continuaron, haciéndonos evocar los días de la tierra dentro de nuestros zapatos, porque huíamos de las clases, nos poníamos a jugar en las cribas, escalando esas montañas de arena que nos hacían rodar de inocencia y carcajadas.
Adentro mi hermano seguía siendo un piano desafinado con sus notas maltrechas siempre construyendo un nombre de mujer.
La luz del día entró por la aleta del Vocho para estrellarse en tus ojos, moviste tus pestañas y tus manos en automático frotaron mi pecho, te oí decir que los carros se alistaban para salir al cortejo. Como pudimos desmodorramos nuestras cabezas, encendimos el auto y fuimos los segundos de la fila.
En la carretera no dejabas de cantar, le cantabas a ella, a la que nunca te quiso porque sólo me usabas. Un bolero siempre cae bien como despedida, decías, y encontrabas una hilera interminable de títulos, y los entonabas todos, eras la compulsión sonora llenando el Vocho.
A la entrada del pueblo nos recibió la lluvia. Había un santo grande abriendo sus brazos en la iglesia de San Marcial, lo abrazaste y besaste sus labios, tocaste traviesa el área donde el ombligo divide el cuerpo, la tiene más dura que tú, dijiste sonriendo sin dejar de frotar al santo.
Qué habrá dentro de ese cuarto, preguntaste, y sin dejar de caminar hiciste que te siguiera hasta encontrar las escaleras hacia un sótano al que descendimos. Había allí batas blancas y negras, tomaste dos, de distintos colores, la negra cayó en mi cuerpo, la blanca caía hasta rebasar tus pies.
Mientras arriba los cantos y rezos se vestían de ancianidad por esas señoras de experiencia para el ritual de la iglesia, tú levantabas despacio la bata, y hundías un dedo entre tus piernas. La señal para que me acercara la diste succionándote el dedo índice. Pediste que llegara más, obedeciendo levanté tu cuerpo y despacio lo fui soltando, al encajarte en mí se inventó la vida.
Tu olor con el mío. La madera vieja presa de los adobes, la cerca en el piso. Un sótano lleno de olor ahora con el tuyo agregado. Las batas mojadas de ti, la tierra de tu pelo cayendo sobre el cartón de esas pastas de Biblia oliendo a viejo. Todo ese olor reposa eterno en mi garganta.
Un suspiro lleno nos hizo abandonar el sótano, afuera la lluvia nos acompañó hasta el panteón, donde los versos de Te vas ángel mío marcaron la pauta para que la tierra tapara para siempre el cuerpo de la mujer de mi hermano. Él vino sonriendo, y de su voz emergió la frase que me hace recordarte: las mujeres jamás han de morir, esta noche me acostaré con ella.
Dejamos atrás el pueblo y volvimos a la ciudad, donde ahora te pierdes sin dejar rastro.