sábado, 4 de diciembre de 2010

Biutiful: espléndida ingratitud del vivir


Carlos Sánchez

Esto es el arte: textura, argumento, dolor, placer, vida cotidiana y ficción. Esto es el arte: música, fotografía, literatura, actuación, densidad, liviandad.
Asomarse a la pantalla es la disposición de contemplar las propuestas de quienes hacen cine. Después de instalarse en la butaca, soltarse los cordones de los zapatos, desenvolver el chocolate que se ha metido de contrabando, después de completar el precio de la localidad, veintinueve pesos, para una tarde en la que también se vive para fugarse de uno mismo, procede contemplar con los sentidos dispuestos. Concentración. Éstos son algunos de los móviles por los que se ingresa a una sala de cine. Supongo.
Entender que el retraso es casi obligado, para que la luz se haga sobre la pantalla, no es fácil. Porque las proyecciones se programan con antelación, se publicitan en los periódicos, en la televisión, la radio, en el cine mismo. Se alardea el próximo estreno, la cinta más taquillera, los actores de moda.
Sandeces éstas las mías para decir lo que incomoda. Los muchachos que laboran en cinepolis andan extraviados de sus mismos horarios, tal vez los incentivos nunca llegan para optimizar la tarea cotidiana, tal vez el desencanto de cumplir con un horario en una rutina que no les satisface, es consecuencia para la apatía.
Pero ya está, la imagen aparece con los minutos de retraso que sean, no importa nada ya, Javier Bardem está en un paisaje paradisiaco, observando a un búho mientras escucha la voz de quien le recibe en el mismo paraíso.
Bardem es Uxbal y éste personaje sí sabe de compromisos, porque su existencia es un cúmulo de pasiones, lo refleja en la mirada, y va hacia el encuentro de sus últimos días con el filo de un líquido que debieran ser orines, pero que de a poco el color ambarino se transforma en un púrpura que desgarra el interior, fluye por las vías hacia el inodoro. La próstata se desgarra y a cuenta gotas inicia el conteo regresivo de su existencia.
Sabe Uxbal, clarividente, conversador con los muertos, que la vida no termina con la muerte, no obstante, sabe que desea continuar en los días, por la simple y llana razón de que cada tarde sus dos hijos esperan de sus brazos como un alud de protección a partir de la capacidad de amar.
Para qué carajos, me digo en este momento de escribir, me empecino en decir lo que acontece en Biutiful, cómo es que vine a dar en esta redacción donde intento exponer la anécdota del trabajo que dirige Alejandro González Iñarritu, si ahora mismo recuerdo que mientras veía la película, ayer por la tarde, no podía parpadear, la garganta se me resecaba, y era esto una reacción al contemplar la estética fotográfica. Porque el cine también es textura, me lo repetía mientras los actores caminaban por la escena en la pantalla. El cine también es textura.
Agradecía a cada minuto de la trama recorriéndome las pupilas, el desenfoque en las fotografías, la iluminación, el volumen, la densidad en los tonos. Siempre el desenfoque, atino como metáfora: ¿realmente vemos con claridad lo que somos?
De lo que el contenido de Biutiful me dijera, sería sólo un extra. Aunque ahora sé también que miento. Porque lo más trascendental, lo que vino como arte a tomarte del vientre y exigirme la atención, no fue sólo la textura, la vanguardia, el atrevimiento técnico del productor, innegable es que la literatura de este guión es perfecta, y que me he maravillado de tanta exactitud.
Barcelona en la corrupción, la presencia del futbol como triunfo de los africanos en el nombre de Samuel Eto. Barcelona textura para el contenido cruento de historias de mercaderes improvisados en la elegancia prohibida de sus pasillos ostentosos, la piratería como vehículo para comer algunos, otros para acumular billetes. Barcelona la pobre, la soterrada a todas luces en la cotidianidad de los que menos tienen. Barcelona es un bar donde las bailarinas se desnudan. Barcelona un santuario con la sonrisa que finge para esconder en la fotografía de un paisaje la realidad de los que llegan en busca de la ilusión que significa lograr la manutención.
Se condensan aquí los dolores que a todos nos han tocado. La crítica a la discriminación es puntual (y decirlo me sonroja, porque intuyo el término panfleto y en esta película esa palabra no tiene vigencia), y es ésta acción la que desencadena en tragedia. Siempre lo ha sido. No necesito ejemplificar. Lo sabemos a manos llenas. La falta de oportunidades, la indolencia, el culto al ego, el pensar sólo en los beneficios de uno mismo.
González Iñárritu es un cabrón que significa chingón, se instala en las virtudes y padecimientos de las personas, su investigación rebasa las trivialidades, les indaga el corazón, la mente, penetra en las capacidades de una mujer bipolar, Marambra (Maricel Álvarez), presa del deseo de la fidelidad, presa del deseo de disfrutarlo todo. Las consecuencias son el desequilibrio en una familia a la que dio vida, dos hijos a los que no podrá formar, porque la capacidad de su existencia rompe con los patrones que se requieren para permanecer en el seno de un hogar. Ni siquiera es el vino, la cocaína, es el mismo monstruo que ella, nosotros, todos, cargamos en nuestros nombres. El desasosiego permanente al lidiar con los pecados que nos dijeron que existen.

Desde que la espalda hace rechinar los engranes de la butaca, desde que la luz se dirige a la pantalla para llenarla de historia, desde ese instante supe que el arte es también para convocarme a la reflexión sobre lo que soy y deseo.
¿Cómo explicar en estos párrafos mi actitud estática al ir encontrando Biutiful con su virtud perfecta de comunicarme lo pequeño o inmenso que soy? ¿Cómo hacer para generar ganas de que quienes lean esto se desboquen y corran hacia el cine en busca de esta historia? Me pasa que cuando leo algún libro que me enamora, escucho una canción que me llena de felicidad, encuentro una película que me desgarra también de placer, me digo: ¿Por qué muy pocos van al cine, muy pocos leen, muy pocos encuentran la otra música?
Vaya estulticia la mía y pose de erudición. Vaya forma fallida esta de intentar salpicar la emoción de lo que me ha hecho comprender Biutiful. Y otra vez me quedo corto y con la frustración de no poder decir lo inmenso que es esta película, donde seguro estoy, su director, el Negro González, no le apuesta a la taquilla: primero la pasión, el compromiso, después las consecuencias que ni él mismo sabe cuáles serán: una cine abarrotado o desierto. Pero seguro estoy que el compromiso consigo mismo, lo tendrá satisfecho, y lo pone a las puertas de ese paraíso con el que abre y cierra Biutiful.
El arte también es esto: textura, y compromiso con la dignidad de lo que se escribe, retrata, proyecta. En Biutiful no hay desperdicio. Después de dos horas y veintiséis minutos de contenido ganas he tenido de agradecer. Sólo tengo la movilidad en los dedos para transmitir lo que por la mirada penetra en mi interior. Intento decirlo.

3 comentarios:

Araceli Gallardo Peña dijo...

Creéme lo logras... logras que uno quiera correr a ver la película, como así estoy yo., y estoy segura que mucho de lo que eres y ya vislumbras desde tu particular punto de vista. Me alegra que te hayas emocionado... ahora toca emocionarme a mí.
Saludos

Pina dijo...

Gracias, Carlos. Te lo digo como personaje que me siento salido de esta película en la que -nadie se puede chupar el dedo y decir que no forma parte del "guión" que es la vida- inevitablemente formamos parte del reparto, sea el personaje que fuere.

Te abrazamos desde esa conexión que con que nos ha salpicado Biutiful.

Socorro González B. dijo...

Hey Carlos, tu texto es excelente. De hace rato le tenemos ganas a "Biutiful"... pero pues la falta de cine en Peñasco es un lastre. Me encanta tu manera de acercarte al arte, esa sensibilidad que tienes. Eres un escritor pues!