por carlos sánchez
La libertad convoca al regocijo. Es una carcajada al principio. Y la constante durante esos minutos de observar y sentir los pinceles lúdicos.
Manuel “el Meño” Ballesteros, construye con su cuerpo una serie de cuadros donde predomina la crítica irónica a ese popularcito mundo del cantante norteño.
Es de Cumpas el personaje, y reitera el origen orgulloso de su identidad.
Descifrar el contexto de Norte Arte me parece ocioso. Convoco entonces para esta noche( y mañana sábado a las ocho de la noche en Teatro de la Ciudad) a los amantes de la danza contemporánea y de la onda grupera. A los interesados en esa mezcla de lo electrónico y lo acústico. Vengan a presenciar el éxito rotundo de “el Meño” y la celebración de esas cincuenta representaciones, que hoy serán cincuentaiuno y mañana cincuentaidós.
La imaginación como creación no tiene límites, Manuel Ballesteros lo reitera, y a varios años ya desde esa primera ocasión de verlo montado en su personaje norteño, en ese espacio de la escuela de letras de la Unison, la capacidad de impresionar en el cuerpo del intérprete, permanece.
Es un remolino, un girasol deshojándose, una reata en domingo de rodeo, un sombrero al aire, un corazón estallando encima del escenario. Un corazón reventado de humor apasionado.
Cuando lo vi en torno a ese jardín de la escuela de letras, me maravilló la ruptura con lo convencional de la danza contemporánea (por lo menos de lo que estaba acostumbrado a ver en esas pocas ocasiones de asistir al teatro), y me dije: esto es danza para todos. Y celebrar el chiflido de esas camaradas que me hacían gozar las virtudes físicas de Manuel.
Hoy la capacidad histriónica en el autor es un extra y los recursos escénicos una granizada que no sabe escampar.
Verlo en ese instante previo al levante del telón y la tercera llamada, en ese ejercicio de calentamiento, con la capacidad honesta para contar el recuerdo de detalles en su carrera, me abrió la puerta de esa fábrica de emociones que es Manuel. Y fácil entonces que el espectador enganche con su propuesta.
¿A quién se le ocurre trepar a un conjunto norteño a un escenario para desarrollar una coreografía de danza contemporánea? A Manuel Ballesteros.
Y bajar del escenario micrófono en mano, involucrar a los presentes, jugar a la multitud que grita en pos de su ídolo. El bailarín, bailador, logra ese enganche porque sabe de la importancia del arte proponiendo la identificación del espectador con lo que ocurre en el escenario.
Besar al cielo norteño hermosillense, es lo que provoca ahora la existencia de este compromiso social al través de arte que sinónimo es de Manuel Ballesteros.
¿Qué si no la convicción de pretender este viaje por la vida haciendo lo que se desea es el camino hacia la felicidad? Y la única vía para que el artista transmita la neta de lo que le está latiendo en los ojos, el olfato, la mente obsesionada que conduce a contar con el ingenio, y en este caso con el cuerpo y la voz como complemento del vehículo hacia los asistentes.
Dicen los díceres que a Manuel le dijo un día don Cayetano su padre que si por qué no bailaba algo que se bailara. Desde ese entonces el Tololoche chicoteado marcó la pauta, en la interpretación de Los Gallitos, para que el joven enamorado de la danza, quien a confesión de Adriana Castaños, sabe que su cuerpo le quiere, complaciera la propuesta de su padre.
Muchos hemos sido los agradecidos con este trabajo tan directo, tan de todos, tan de encontrarnos al observarlo.
Esa noche de colgar la placa de las cincuenta representaciones, es sólo el acta de confirmación de que Manuel es desde ese día de inscribirse en la licenciatura en artes, opción danza, y hasta hoy y siempre, un reo de su cuerpo que vive en búsqueda permanente del cómo decir la vida. Nos la cuenta con ligereza y siempre con acidez lúdica señalando, como queriendo y no, lo descarnado que a veces es esto de jugar a respirar para vivir.
Hay también en esa alegría de los personajes que son “el Meño” la pedrada al mundito banal con el que convivimos todos los días.
Cómo dejar, pues, de celebrar la capacidad del cuerpo y la mente para treparse en el escenario y decirnos la neta mientras felices de contento acompañamos con los ojos el ritmo del bajo sexto y la acordeón.
Manuel nos ha convocado esa noche para celebrar que tiene luz en los ojos y ritmo en la sangre. Hemos bailado al son de la crítica sutil a “la importancia” de los que triunfan. Y de paso a esa actitud racista de los que fabrican las figuras del espectáculo.
Arte comprometido es aquel que pretende abrir los ojos a los consumidores del arte mismo. Arte por el arte es para mí la insignificancia de los que buscan el reflector.
Manuel padece la virtud del compromiso, y en esas horas de crear debe sufrir también los acontecimientos que le laceran en la cotidianeidad, porque de no ser así, el creador jamás podría convencer con su discurso.
El cuerpo del bailarín se le ha prestado a su ideología, y es éste el arma certera para señalar lo que le incomoda o con lo que no está de acuerdo.
Maravilla la lucidez espléndida. Qué ganas de golpear las palmas una vez más para incitar a “el Meño” personaje en Norte Arte que seduce prende enciende. Cantemos esas cincuenta representaciones. Y arriba el micrófono.
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