por Ignacio Trejo-fuentes
El escritor Xorge del Campo, una de las mayores autoridades en narrativa cristera y de la Revolución mexicana, murió el pasado martes 1 de julio víctima del cáncer.
Doctor en Letras Iberoamericanas por la Universidad Complutense de Madrid, Del Campo nació el 9 de julio de 1945 en Calimaya, estado de México. Pese a que cultivó casi todos los géneros literarios, me parece que su obra no tuvo el reconocimiento que merecía, que merece. Publicó poesía (Fogatas de la zarza en la aurora, Animal de amor (finalista del Premio Xavier Villaurrutia en 1963), El diablo eros, Flauta de ceniza, Relámpago de nardos), cuento (Hospital de sueños), novela (Caramelo), crónica (Crónicas de un chilango), varios libros de ensayo sobre distintos temas y un sinnúmero de antologías, entre las cuales deben destacarse las dedicadas a la Revolución mexicana y a la guerra Cristera (su Diccionario Ilustrado de narradores cristeros, publicado por Amate Editores, es una obra que exige mayor atención). En estas materias el trabajo de Xorge no tiene equivalente, así sea que otros, con méritos menores, gocen de todas las medallas y los reflectores. Algún día sus agudas, serias e interminables investigaciones en esos rubros ocuparán el lugar que merecen.
Del Campo fue además un bibliófilo extraordinario, sabía dónde encontrar los materiales más inusitados, y por cierto su tarea de gambusino literario fue su modus vivendi durante muchos años: bastaba recurrir a él, a su sapiencia, para localizar libros apenas imaginados. Se dedicó también a la intermediación entre artistas plásticos y sus clientes: un dealer con toda la barba. Y algo que lo distinguió fue su tenaz oposición al glamour social, detestaba los grupos, las cofradías, y en consecuencia fue siempre marginado, no se le consideró entre los grandes bateadores de nuestro ámbito literario. Su postura en ese sentido fue inclaudicable.
Xorge simpatizó, desde que era joven (es decir en tiempos de grave riesgo) con las causas populares, fue intransigente con los modelos opresivos de gobierno y eso contribuyó a su aislamiento (ahora cualquier pelagatos se dice progresista, de izquierda, cualquier cosa que eso sea). Nunca tuvo acceso a los premios importantes, ni a las becas (ceguera de los jueces) ni a las demás prerrogativas que suelen acompañar a quienes marchan por la derecha y en orden. Y esas posturas se ponen de relieve en su narrativa: tanto en sus cuentos como en sus crónicas y en su novela, los protagonistas tienen mucho del autor, son contestatarios, críticos feroces, insubordinados ante los actos de poder y de mando. Caramelo, la adolescente protagonista de la obra homónima, es claro ejemplo de inconformidad ante todo y ante todos, y es en verdad una criatura memorable.
En su poesía se abocó a otras cosas, más íntimas, amorosas. Fue un cantor fiel de la felicidad, aun cuando en muchos de sus poemas aletea la presencia de la muerte, de la devastación, de lo frágil de este valle de lágrimas. En sus Crónicas de un chilango hace gala de su erudición histórica, y sus alter ego recorren la Ciudad de México para dar cuenta de sus recovecos en tiempos distantes y en los actuales: pocos cronistas saben combinar tan bien esas aristas, el pasado y el presente. Y son crónicas siempre vivas, donde uno se reconoce, o reconoce, al menos, sus deudas con el pasado.
Los últimos años Xorge los dedicó a afinar su documentado rastreo por los textos en torno a la Revolución y a la guerra Cristera: sus fichas eran impresionantes por abundantes: ¡quién sabe de dónde y a qué horas sacaba tanta información! Ocasionalmente se le veía en alguna cantina (El Palacio, por ejemplo), donde asombraba a los contertulios con su erudición; a veces desaparecía: se daba treguas y caía en la abstinencia.
Lo vi por última vez hace más o menos dos meses. Se veía flaco y demacrado, y sólo unos días después me enteré de que le habían diagnosticado un cáncer a esas alturas irreversible: se le extendió por todas partes. Por eso, debió dejar su departamento en la colonia Guerrero y se refugió en casa de su hermana. Cuentan los amigos que lo visitaron que estaba perfectamente consciente de que sus días estaban contados (“Ya tengo el pase de abordar”, dicen que dijo), y le consternaba no tener dinero para costear su funeral: calculó la posibilidad de vender su biblioteca especializada en la Revolución y la guerra Cristera para no dejar endeudados a sus parientes; creo que no lo logró.
A dondequiera que estés, Xorge, te mando un abrazo. Y te digo salud, aunque este brindis suene paradójico o estúpido.
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