viernes, 9 de julio de 2010

Disfraz de soledad


por Carlos Sánchez
Del erotismo al dolor, de la nostalgia a la alegría. La lluvia otra vez como un pretexto para hilvanar versos.
Versiones del porqué (editorial UNISON, colección Lengua de camaleón), de Josefa Isabel Rojas Molina, es un diálogo permanente con los motivos que transitan por los días. Aquí la brújula se convierte en sinónimo de vida y es entonces que toma de la mano a la mujer que escribe para andarla en compañía. Indicación de la existencia por donde se construye el placer que la misma escritora niña mujer madre hija, necesita encontrar.
Al sumergirme en los poemas un chapuzó de catarsis me trasmina el cuerpo: la palabra, la imagen, recorren la epidermis y se instala allá donde dicen me habita el corazón. Los latidos descienden porque la propuesta poética de Josefa es un alud de paz, una caricia que se impacta contra el pecho y me conmina a admirar. Y tiemblo entonces porque encuentro un más allá de estas versiones suyas que son tan mías: poesía al fin y porque la necesito me la apropio.
Leo mientras tengo en el tacto la textura del papel estraza de la portada de este libro, su fragilidad, el volumen, es una mezcla de emoción que se intensifica cuando ya los versos me horadan, inevitable observar en la imaginación esa balsa pacificadora que son los ojos de Josefa.
Agradezco este viaje a Cananea, al que he venido ahora lo sé con certeza, para encontrarme con este poemario que rubrica la cálida transparencia, la calidad humana de quien escribe para seguir viviendo. Josefa irreverente no se conforma con los cánones establecidos, toma en sus manos una margarita y en ella el juego del me quiere poquito nada, siempre desemboca en un sí. Porque jode hasta el hartazgo el constante no, por eso su deshojar es un constante sí.
En Versiones del porqué, más que la catarsis que no es despreciable, más que la filosofía, que también está vigente, más que la belleza en sus imágenes, está implícita la búsqueda de una nueva manera para decir las obsesiones. Josefa en estas páginas juega al periodismo y se entrevista a sí misma, luego toma recursos de la modernidad tecnológica y su poesía estalla en un diálogo extraído del Messenger. Un diálogo lúdico inocente intenso jovial que desemboca en una película, en una canción.
Ejerce la creatividad, hilvana apuntes para la construcción de una canción, el cuerpo es la investigación donde se reflejan las emociones: vapor que sube a las mejillas / los ojos casi adentro / del oscuro recipiente.
En este libro los versos son identidad, mirada constante al exterior, al interior, un derrumbe en el cuerpo, la edificación del alma. Un aposento donde al escribir, Josefa, se disfraza de soledad. Y mientras: Afuera ha llovido / por dos días / el agua es un lugar / y el tiempo. / Por suerte o por cuestión / climática / el cielo permanece gris.
Tiene la virtud entonces de reciclar los argumentos cotidianos, tomarlos entre los labios para no dejarlos ir. Josefa sabe que el mar y amar es inevitable, aunque se postergue, es necesario, por eso evocarlo (al mar y al amar) en ella es constante, como la lluvia y esos ojos verdes que en sus versos hablan solos de tristezas verdes. Y se va.
Existen pues, en estas páginas con letras impresas sobre papel revolución, versiones de un atardecer mojado, también una entrevista hecha a la mujer lluviosa en la feria invernal. Existen motivos para refrendar la honesta transparencia en los ojos, los pasos, la voz, el silencio y el sonido, elementos que engloban el significado del nombre Josefa a quien bendito el cielo, no le queda claro el mundo, no aprende a vivir, y muere viviendo.

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