jueves, 17 de junio de 2010

Prisión y literatura



Los internos del Cereso Hermosillo 2, ejercen la literatura, como lectura y escritura, a través de un taller que coordina el Instituto Sonorense de la Juventud

Redacción.-
La literatura como una puerta hacia el interior. Descubrirse y saber entonces que la palabra ordena las emociones. Y nos llena de paisajes la imaginación.
La prisión existe en el cuerpo, más no en el pensamiento, en caso de que el ser humano cautivo así lo decida.
En el Centro de Readaptación Social Hermosillo 2, existe la oportunidad para la liberación del pensamiento, mediante el ejercicio literario. Esta práctica se ejerce con la coordinación del Instituto Sonorense de la Juventud, quien es el proveedor de los maestros de literatura, y diversas disciplinas artísticas.
Los internos que cumplen con el programa Reconstrucción personal, estudian, además de otras asignaturas, el arte de las letras. Y leen, escriben, conversan y analizan.
Durante cuatro meses, y en sesiones semanales, los integrantes del Taller de escritura creativa, impartido por el escritor Carlos Sánchez, volcaron sus emociones a través de anécdotas de vida, pensamientos hacia el origen: la familia, el amor, la amistad, la infancia.
En los renglones se volcaron pues, esos instantes de llorar y reír cuando niños. Los motivos disímiles o similares. Todos con un recuerdo inquebrantable sobre esos años en los que el coeficiente emocional se gesta. Y hubo trompos y canicas, balones y una cubeta con franela para lavar carros y tener esa opción como divertimento.
Humberto Martínez, el Tibio, vuelve al polvo de sus calles con la memoria: “En la infancia hubo un juguete que era mi preferido, me causaba mucha alegría, al solo verlo deslizarse por la cuerda, llegar al piso y bailar, me causaba una gran satisfacción. Recuerdo cómo me emocionaba cuando sacaba los trompos de la carcelita para quedarme con ellos, las alegatas cuando nadie quería perder, por eso los trompos fueron mis juguetes preferidos”.
En su recuerdo de niño, el Grande, Guillermo Renato Ortega, vuelve a ese momento donde la canica fallaba su impacto contra la otra y todos coreaban: “uuuyyyy”.
Paulo Tapia escribe: “Nosotros éramos muy pobres, y jugaba con litros de leche a los carritos, a los camiones”.
A Daniel Flores, nacido en el Distrito Federal, la infancia le vino entre franelas y cajones para limpiar calzado: “Daba grasa, vendía chicles, pero por lo regular todos los días me daba dos o tres tiros, porque el hambre estaba cabrona en el mercado de abastos”.
Francisco Arturo Valle rememora: “Me acuerdo cuando era morrito jugábamos al mundito, al veintiuno, o nos aventábamos una cáscara, jugábamos retas de basquetbol con morros de otro barrio. Algunos de mis compitas ya no viven, porque a ellos les tocó otra suerte, eso sinceramente me agüita mucho”.
El entorno: mezabancos, un pizarrón, librero breve y en él obras al azar. En la dinámica la atención es permanente y la sorpresa de un día menos al calendario, un día menos para la condena que se purga.
Hoy el tiempo escribe la consumación de una generación más de la clínica donde se reconstruye el cuerpo, el pensamiento. Los alumnos contarán como anécdota el aprendizaje por el paso de este proceso, y tienen como acervo en su vocabulario la palabra literatura.