viernes, 23 de noviembre de 2007

Breve azul

Por Sylvia Arvizu*

Se inaugura la Expogan, se celebra el grito, abren la plaza Sendero. El motivo es lo de menos, el pretexto poco nos importa a las más de cien mujeres paradas en la cancha del penal, las que esperamos ansiosas los disparos multicolores de los fuegos artificiales que se alcanzan a ver por encima de las bardas de la gente que se porta bien.
Es un momento mágico, todas, con los ojos niños, nos quedamos embelesadas por la belleza luminosa que se dibuja en el cielo.
¿Por qué afuera no valoré estos detalles tan insignificantes que aquí adentro me hacen tan feliz?, pensó en voz alta la Colombiana; por pendeja, contestó la Peli, quien a rastras nos despierta de esa atmósfera flotante en la que nos encontramos.
Volvemos a la realidad, tenemos todas que volver, porque mientras la mayoría pisando la cancha éramos hipnotizadas por la pirotecnia, la minoría adentro del pabellón eran hipnotizadas por nuestras pertenencias. Teníamos que volver.
Cuando entrenamos volibol, los pájaros se ponen de acuerdo para pasar por encima de nosotras. Cómo olvidar las carcajadas de todo el equipo cuando una paloma blanca le arrojó una firmita a la Amalia Ponce, justo en la nuca; varios días nos reímos de la hazaña aviar, y varios meses de la Amalia, de por sí nunca se peina, con aquel recuerdito aéreo se volvió casi imposible pasarle un peine por la cabeza.
Los grupos de aves hacen figuras, piruetas, algunas de las morras en
sus viajezotes descubren letras y palabras completas, ante el asombro de todas, cuidamos que no caiga el balón mientras jugamos, o algún regalito de pajarillo a medio partido.
Una mañana, un grito despavorido nos despertó a todas mucho antes de la lista de las seis, era la Lerma, la gordita de abajo, la que es la primera que entra a la pista los domingos que tenemos baile. Con una mano en el pecho nos anunciaba que el avión “plateado” que acababa de pasar iba volando retebajito, no puedo describir la sensación general de la escena: por un lado acudíamos a sus gritos preocupadas por si había sucedido algo malo, por otro era un alivio ver que no era nada de cuidado, pero además, hubiéramos querido arrancarle la cabeza con todo y alambrado, como bien sugirió la sabia de la Negra por habernos despertado tan temprano.
Nos devolvemos a nuestros búnquers, somnolientas y enfadadas, y puedo ver que una que otra interna voltea al cielo, como queriendo ver con lo blanco de los ojos, no fuera a ser que el avión plateado volviera a pasar.
Mi ventana tiene vista al poniente, mitad vista, mitad barda, pero la barda no llega al cielo, así que me toca la mejor mitad, por las noches mientras me fumo un cigarro antes de dormir puedo ver cómo se enciende y se apaga el faro del Cerro de la Campana, como deseándome dulces sueños. Esta ventana de treinta centímetros por uno diez, no me deja ver la luna, es cierto, pero me burlo de ella porque las estrellas más bonitas de todo el firmamento están ahí, todas juntas, tras los nueve barrotes de acero en mi ventana, las más brillantes están en ese pedacito de cielo que se alcanza a ver, ese pedacito que es suficiente para disfrutar de los fuegos artificiales y las luces de bengala, ese breve azul que atraviesan las palomas y los aviones plateados mientras es de día, ese breve azul que por las noches en vez de ventana, parece un cuadro en la pared, una pintura de Picasso, de Matisse, de Siqueiros, de mi imaginación.
Ese pedacito de cielo que es como un suspiro, que es breve y que es pasajero. Un breve azul que te viaja, que mueve o lleva al sueño, ese breve azul nadie no los quita, ese mero, es nuestro pedacito de cielo.

*Sylvia Arvizu escribe desde adentro. Prolífica y versátil, pronto publicará su primer libro de crónicas sobre la cotidianeidad que se vive detrás del cerro. Mucho les agradeceré sus comentarios en caso de que este texto les diga algo. Yo llevaré sus palabras a Sylvia, el próximo jueves, cuando es visita de camaradas. Mambo rock.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Parir a los quince

El cuerpo en plenitud. La energía necesaria para devorar a un dragón. Engulléndolo todo. Hasta formar la vida.
La conocí en ese tiempo, cuando el cabello era un rebozo cubriendo sus pezones. Se los tallaba porque eran un volcán en erupción. Se los frotaba con la punta de los dedos. Era el placer, el dolor, el espanto de ver cómo su cuerpo se hinchaba.
Pude verla desde adentro. Tenía ojos sin ojos y es la luz más clara. Certera. Luego vinieron los días de golpearse contra las piedras del cerro. Porque se trepaba a encontrar la vida en diversión. Y eran mis manos el parloteo dentro de un charco aturdido por una piedra impactándose.
Lo hicieron una mañana dentro de la casa, en el suelo, sobre una cobija. Apenas quince años en ella, diecinueve en él.
Quise sin saberlo abrazarme a sus piernas, detenerla. No me lo inventó la sociedad ni lo vi en un libro de texto. Es el amor lo que la inercia de la emoción reclama desde el cuerpo que nos inventó.
Echarme un clavado a esto es la imprudencia que soy, decirlo tal vez porque era necesario y someterme a esta radiografía del alma como cumplimiento de la palabra que se dibujó un día de visitar a las amigas en el encierro. Escribo para enseñarme un tanto lo que tengo de yagas en el intestino que es un corazón putrefacto.
Digo lo que me forma por ese grito de parto a los quince. ¿Y qué hacer con la ignorancia emocional, con la incapacidad de valorar la boca de ese pez que nació entre el río de tus piernas?
Vi cómo sus uñas enterrándose en la espalda fue la consecuencia de mi nombre. Y ya mis ojos encontrando la soledad entera.
Desde entonces en medio de la fiesta estoy solo de nuevo. Se apaga la alegría siempre.
A veces cuando voy allá, con ella, ellas, y su voz es alegre, sus palabras construyendo la ironía, me aviso de lo poquito que soy, que he sido. Y me lleno de fuerza los pasos de regreso a la libertad que es una falacia. Sólo el cuerpo queda fuera, la memoria continúa siendo un eco de voces niñas que usan converse verdes y regalan en un marlboro todo lo que tienen.
Este es un parir a los quince. Gracias debo decir por este parto que a veces es cada siete, o catorce, y encontrarnos en el silencio más que en las palabras. (c.s.)

solidaridad vs cáncer

Apoyo para complementar su tratamiento de cáncer y evitar complicaciones en la diabetes que padece, solicitaron para la señora Patricia Álvarez Ojeda sus familiares.
A Patricia, de 46 años, le diagnosticaron cáncer de colon hace menos de un año, pero el padecimiento se ha complicado a raíz de sus niveles de azúcar.
Sus hermanos y amigos han realizado actividades para reunir fondos con los cuales solventar los gastos que el Seguro Social no cubre, pero no ha sido suficiente.
Ella necesita pañales para adulto, toallas húmedas y alimentos especiales para controlar la diabetes, así como medicamentos para el dolor.
Cualquier apoyo para Patricia Álvarez Ojeda, puede ser entregado en casa de su hermana Susana, en la calle Hidalgo número 58 entre Balderrama y 5 de Mayo, en la colonia Villa de Seris, o marcar al teléfono 254-3793. (tomado de el imparcial)

domingo, 11 de noviembre de 2007

Matar, testimonios de homicidas

La autora de estos textos cumple una condena de veinte años en el Cereso Femenil de Hermosillo, Sonora, acusada de lesiones graves. Tiene 28 años y era locutora en una estación de radio grupera antes de ingresar a la cárcel, donde ha comenzado su carrera como escritora entrevistando a homicidas. Estos relatos (reproducidos tal como fueron escritos) quedarán reunidos, junto con los de Carlos Sánchez, en el libro Matar. La autora es Sylvia arvizu, y de ella publican dos textos en la más reciente revista Milenio semanal. Ojalá podán adquirirla y constatar la claidad de los textos de Sylvia.
http://www.milenio.com/semanal/default.html

viernes, 2 de noviembre de 2007

Lo que otros no han querido mirar

Jueves no es un día apropiado para lanzar señales de humo
País:México
Fuente:Periódico El Financiero
Sección:Cultural Tipo Nota:Columna
Fecha: 10/25/2007

Autor: Víctor Roura


Carlos Sánchez abandonó su Hermosillo dos semanas para internarse en las entrañas de la capital de la República, pero no vino de vacaciones sino por asuntos periodísticos, lo que es decir con los ojos y los oídos bien abiertos. Sin embargo no era un forastero, ni un alarmado y sorprendido turista que visita la tierra ansiada, sino un mexicano más que decidía corroborar por sí mismo cómo las tuercas de la política a veces no coinciden con los goznes informativos, casi siempre parcializados, envueltos en particularizados intereses, marcados por simbologías partidistas.

En su libro de efe, de manufactura propia, elabora 14 crónicas donde el padecimiento personal parecería ser el eje centralizador, pero esta pena no proviene, como podría malsanamente suponerse, de la desubicación geográfica, sino de los portentosos sucesos de los que fue un afortunado testigo. "En los ojos del reportero vive un niño más que asustado, sorprendido -dice el autor-. Perseguir la objetividad es un afán que en ese instante se convierte en falacia: ¿cómo encontrar equilibrio para el contenido de la crónica si a los disidentes de Andrés Manuel [por aquel entonces, y cómo pasa el tiempo, considerado el Dios de los pobres] parecería que se los tragó la ciudad?" Porque a eso vino Carlos Sánchez: a cubrir la contienda electoral, que en realidad no lo fue porque, a diferencia de los países que de veras quieren ser democráticos, la poca, escasa, casi nula, diferencia de votos no condujo a una segunda vuelta de los sufragios sino, sencillamente, se eligió vencedor a quien de antema no ya lo era. Y hubiera sido ganador el panista aunque sólo un voto lo hubiese diferenciado de su contrincante. Aquí los plebiscitos no tienen el significado que les otorgan los diccionarios. Tal vez en México quiera decir algo así como la plebe diminuta, nada más.

El reportero se introdujo hacia adentro de los campamentos perredistas. Habló con Gabino Palomares, lo escuchó, aplaudió sus canciones. "Los medios de comunicación -declara Palomares- están totalmente orquestados para denostar este movimiento. Dicen que nosotros estamos impidiendo el libre paso de las personas. Yo les digo: no, pásenle, lo que no están pasando son los carros." Y también tenía razón el cantor, que asimismo no ha dejado, nunca ha dejado, en paz a los santos conservadores de las costumbres milenarias. "Hace tiempo compuse una canción a los mochos -dice Carlos Sánchez que decía Gabino Palomares a su tumultuosa audiencia, en aquella Avenida Reforma paralizada por los manifestantes-. Se acuerdan que cuando entró Fox empezaron a querer hacer las gracias por todos lados: quemar obras de arte, a poner leyes que realmente dan risa, hicieron una cosa que se llamaba del buen vestir y del buen decir, o sea que los que decían una mala palabra en la calle se los llevaban y tenían q ue pagar una multa. Uta, con los chilangos se hubieran enriquecido [aquí hubo risas de a madres, aclara Carlos Sánchez, pertinentemente]. Y en lo del buen vestir era que si veían a una muchacha de minifalda también la llevaban a que pagara una multa. Qué pendejos, yo me la llevaría a otro lado", y aquí la raza soltó más risotadas.

"El miedo a la parcialidad es constante", dice Carlos Sánchez, pero sus ojos continúan siendo de niño sorprendido. "¿Pueden caer las almas como chubasco? Buscar cómo describir lo que se ha visto es inevitable", sentencia el reportero. "Algunos medios hablarán de cifras, de caos, de manipulación. Los ojos de niño sorprendido no pueden más que seguir viendo la fiesta, la emoción, la oportunidad del joven que ayuda a su padre a vender refrescos aprovechando la manifestación." Quizás asistieron más de dos millones de personas en uno de aquellos ritos postelectorales, mas el periódico Reforma (con fotografías aéreas) "puso alfileres en la cabeza de los manifestantes -nos recuerda Carlos Sánchez- para hacer su conteo exacto, y la cifra se redujo a 350 mil. Aparte de apoyar a la derecha, Reforma ahora hace brujería: encaja alfileres y desaparece a la raza", y él, por supuesto, después de esta apreciación, también ya se ganó la eterna exclusión en dicho rotativo.

El de efe despierta siempre, ocurra lo que ocurra, aunque se hayan manifestado millones de individuos el día anterior. "Porque no sólo de Paseo de la Reforma vive México -comenta Carlos Sánchez-; porque no sólo de política, de información, de análisis, de conflictos que generan los intereses del poder. Hay un rebozo que sirve para trasladar las bolsas de pan, y poner el puesto y elaborar las tortas, y ofertarlas al marchante. Es la vida y no se detiene." El cronista mantiene perfectamente abiertos sus ojos: "La ciudad está -dice-: vive y en silencio tolera la diversidad de corrientes ideológicas. El corazón del de efe late. Mientras, allá en Tele Aztecavisa, que juntos son lo mismo, periodistas más que de prestigio, famosos, seguirán aumentando sus ingresos. Porque ellos, como los políticos, nunca pierden: el rating les asegura una vida más cómoda."

Pero, bueno, aprovechando la visita, el reportero no podía dejar de visitar ciertos recintos míticos de la capital, como, digamos, Tepito o La Lagunilla, cosa que hizo sin pérdida de tiempo. "Son topos que caminan en rumbo inverso -dice Carlos Sánchez-. Es la raza que asoma sus ojos para encontrarlo todo. ¿Cómo enumerar las ofertas? La Lagunilla es un mercado perenne [y es cierto, parecería incluso que estaba allí mucho antes de que llegaran los aztecas, digo yo]. La prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la transa: vender, comprar y avanzar. A unos pasos la capacidad de la transa aumenta: Tepito es un monstruo que yergue su pecho y mira vigilante a los consumidores acelerados. Controlarlo todo es su posición, fiscalizar el bolsillo del visitante, acariciarlo, dejar que haga su voluntad, mas no dejarlo ir ileso. Compra porque compra. Vende porque vende. Es la ley del comercio: la habilidad para seguir respirando, comiendo, existiendo."

También visitó, cómo no, el Estadio Azul, sin aun decirnos si le va o no al Cruz Azul, o, más aún, si le gusta el futbol o no, si bien deja traslucir una admiración inquebrantable por el dribaldor nato que es el Chelito Delgado. El Cruz Azul ya se ha cansado, dice el cronista, de estrellar en las esquinas, de fallar, de ponerle balones a Richard Núñez y que éste los desaproveche, y pareciera que nos está hablando apenas del último partido de este equipo, acostumbrado a fallar y a andar en un sorprendente subibaja, como el futbol mexicano mismo. "Busco desesperado la última esquina de polvo guarecida en la bolsa diminuta de mi pantalón. Cavilo de impaciencia. Si tan sólo pusiera una línea de cocaína en la nariz de Salvador Carmona, tal vez la exactitud del trazo llegaría", y en acabando de pensarlo viene una jugada precisamente de Carmona para el Chelito Delgado quien la controla de pecho (la pelota, no la cocaína), ve al arquero, la bombea y el balón deja de moverse cuando toca la re d.

Cómo no visitaste el Tianguis del Chopo, Carlos Sánchez, cómo no estuviste en el concierto de John Fogerty o de los Les Luthiers, cómo no estuviste en la inauguración de la megabiblioteca. Qué nos hubieras dicho que otros no han podido mirar o que no quieren mirarlo. Cómo se distinguen los buenos cronistas. De inmediato, y sin necesidad de tener padrinazgos en la literatura.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Poesida para recordar a los muertos

por Carlos Sánchez

La poesía se propaga. Busca diferentes maneras de penetrar en la humanidad. Es el arte escénico también consecuencia de la poesía, o la poesía naciendo con el cuerpo y la voz.
Poesida es un libro de poemas, de la autoría de Abigael Bohórquez. Y tal vez uno de los textos más valientes y conmovedores del extinto poeta, tanto por su contenido como por la osadía de tratar el tema, que no es cualquier cosa: el SIDA. Palabra honda.
Para celebrar el día de muertos, el Colegio de Sonora montó un altar en honor a Bohórquez, con ilustraciones de Nadia Contreras y Violeta Silva. Trazos exactos y poemas en mamparas cobijando el altar.
Cereza en el pastel fue el trabajo escénico presentado por alumnos de Diplomado en Teatro de la Universidad de Sonora: ellos dirigidos por Jorge Rojas Fernández.
Siempre será grato encontrar la búsqueda en los ojos de los que pretenden decir. Los actores dramatizando textos de Poesida, logran con sus cuerpos y su voz la narración de esos textos épicos que no dejan de tocar la crueldad, de manera que cimbran al espectador.
Son los textos construidos con esa fortaleza que tocan la puerta del corazón. Y nos lo exprime. Son los cuerpos de los actores sugiriendo la muerte perenne.
Existen en esta puesta de Poesida, la virtud del atrevimiento, la ruptura con los escenarios convencionales, la inteligencia de la escenografía e iluminación. Pocos elementos, sólo los necesarios para marcar el cuerpo en movimiento y transmitir las emociones.
Esa noche de empezar noviembre y celebrar la existencia de la muerte, el COLSON se llenó de poesía. Y los aplausos fueron para los teatreros. Y El director de la dramatización de Poesida , Rojas Fernández, se pregunta: ¿Abigael estaría feliz de ver este trabajo?