lunes, 28 de septiembre de 2009

Presentarán en Guaymas el libro Linderos alucinados


En Instituto tecnologico de guaymas, el libro del escritor hermosillense Carlos Sánchez



Guaymas, Sonora. Septiembre 27.- El Instituto Tecnológico de Guaymas presentará este miércoles 30, el libro: Linderos alucinados, del escritor hermosillense Carlos Sánchez.



La presentación se llevará a cabo este miércoles 30 de septiembre, a las 12:00 horas del mediodía, en el auditorio del ITG, y será presentado por Josefina Isabel Saucedo, Jefa del Departamento de Actividades Extraescolares del plantel.



Según publica el periódico Milenio, Linderos alucinados es un texto de retratos costumbristas e historias de locura y frenesí que condensan la fuerza narrativa, del escritor sonorense Carlos Sánchez.



Linderos alucinados reúne una serie de crónicas cuyos temas abordan el latido del barrio: sus personajes, sus circunstancias. Amor y desamor. Marginación y un lenguaje nacido entre los callejones y como consecuencia de la reinvención a partir de los días de prisión de algunos de los protagonistas de estas historias.



“Es un auténtico galerón de malos y malditos, de monstruos y canallas, donde la prosa del autor se expande en un argot ferozmente vivo, una jerigonza que reconstruye los escenarios más salvajes de Hermosillo, Sonora.”, cita.



"En Linderos alucinados se alberga a las criaturas de Sánchez: drogadictos, pendencieros, traficantes, vagos de diversas estirpes y plumajes cuyas voces poseen una extraña y potente energía que los redime de la harapienta condición de marginales para transformarlos, por raro que parezca, en una especie de antihéroes del caos, la violencia y la soledad, elementos que Sánchez dosifica en cada relato, donde tampoco faltan la ironía y el sentido del humor".



Linderos Alucinados ha sido presentado ya en la Ciudad de México, donde ha recibido bastante aceptación y ha recibido una buena cantidad de crítica en medios nacionales, como son los periódicos: La Jornada, Milenio, El Financiero, entre otros.



Carlos Sánchez (Hermosillo, Sonora, 1970) Ha colaborado en suplementos y páginas culturales de varios periódicos estatales y nacionales, programas de radio y televisión. Actualmente escribe en El Financiero. Es autor de: Linderos alucinados (Primera edición, 2000; segunda edición, 2001; tercera edición, 2008); Señales versos (2006); Desierto danza (2007) y de efe (2006). Dirige Ediciones La Cábula.


La invitación a esta presentación está abierta al público en general y durante la misma estará a la venta el libro, que tendrá un costo de cincuenta pesos.

lunes, 7 de septiembre de 2009

En el Reclusorio Oriente: ¿Qué es un bombón?




Carlos Sánchez
La rudeza es necesaria. Rueda el balón y no hay oportunidad para la gambeta, el drible. Ante el silbatazo del árbitro el tiempo es más que fugaz.

En el interior del Reclusorio Oriente, los presos no distinguen el día de la semana. Bien puede ser lunes o viernes. El deseo de patear un balón los arropa. Es su camisa de fuerza. La contención que les rige las mandíbulas. Apenas la señal de salida y ya el polvo se levanta en el corazón de la cancha.

No hay crédito para los lamentos. Si el rodillazo del rival alcanza las costillas, o el escupitajo descarado llena el rostro del contrincante, la vida sigue como si nadie supo, nadie vio.

La enseñanza de la rudeza que inició tal vez en la familia, se postergó en la calle y profesionalizó dentro de las celdas. Por eso ante el agravio nomás levantarse y sacudirse los brazos, limpiarse el rostro. Reclamar sería poncharse y entre cabrones eso significa traición.

El tiempo, ya lo dije, es más que fugaz. Los instantes son un pez que se resbala entre las manos. Por eso la mira siempre en el marco, buscar la red donde el balón se hospede es impostergable, por eso no hay margen para el reproche, el deseo del triunfo margina cualesquier pensamiento que no incluya la palabra gol.

El juego genera ganancias económicas. Se corre la voz en la oferta de gelatinas, pan recién horneado, chilaquiles de a diez con huevo incluido. Y es la cancha más que un ring para veintidós jugadores, un campo minado a punto de estallar. Una jauría que pretende hacerle el amor a una pelota dentro de un marco.

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Son las once de la mañana de ese viernes, preámbulo del sábado día de fiesta, del amor entre las casas de campañas elaboradas con cobijas, improvisadas como hoteles de paso. Y los internos que participan en un taller de literatura, entregan sus textos al maestro. El tema, con la intención de darle un descanso a la rutina del reclusorio, es la mujer.

Los ojos de una chica hablan. Describen el trayecto de las agresiones del novio, esposo, amante. No obstante su presencia es puntual en el reclusorio, para visitarlo a él. La voz de Alejandro comparte su creación con los integrantes del taller. La crítica es soterrada, y apunta en ella que durante el tiempo de visita, los internos (algunos) visten de carácter de urgencia la caricia, el coito. La palabra es la ausencia de cada semana. La carne siempre el trofeo anhelado. Similitud al deseo del gol.

Si es viernes debe ser especial. Lo del apellido social es un lugar común. Empero la orquesta marca su compás en el interior del auditorio, adónde los pasos ya de los alumnos del taller, se dirigen. Porque han concluido su actividad de dos horas en tres días, porque han terminado con producto de calidad el curso casi efímero, intensivo. Porque ya lo dijo uno de los involucrados por vez primera en las letras: desde ahora la vida es otra, desde ahora nunca más la apatía para la lectura.

Y celebrar ante la presentación de algunos grupos musicales, actores, declamadores, raperos, y pintores, internos del reclusorio, que muestran su oficio: recompensa espontánea. Y se disfruta.

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Una ventana entre los labios evidencia la ausencia del diente frontal superior. Por ahí se escapa la emoción hasta instalarse en los oídos de los presentes. Canta el moreno de estatura bajita. Baila en su mejor esfuerzo. Levanta el micrófono y el cable se enreda entre sus pasos.

Delirio. Versos de este bolero clásico convertido ahora en una salsa con toques de blues. Bailan los internos, el respetable que agradece y aplaude. En el umbral del proscenio quienes componen el jurado calificador es un estímulo para los concursantes. Y un deleite a la pupila de los internos todos.

Silban ante la presencia de las caderas de una dama convertida en juez. Cuchichean y de pronto se exaltan las frases. Puntuales oraciones que describen a la dama como la similitud de una vedette de los años sesenta, de esas de los cabarets del México nocturno que ya no es.

Tal vez el mejor premio para el mejor de la tarde sería un acostón con la mujer del jurado. Alucina, sueña, el interno aficionado cuyos ojos penden del listón de la tanga morada que abraza esa piel de espesa leche.

Más tarde se sabrá quién es el victorioso. Más tarde, luego de que haya participado el declamador que casi arrancará un pedazo del corazón a quienes lo escuchen, porque su poema hablará de un matricida, que purga una condena por cegar la vida de quien le dio el ser. Decir contrastes dentro de un reclusorio, es un pleonasmo.

Asfixia la multitud. La emoción en desenfreno es un rostro contenido. A punto de estallar.

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¿Ya se va? En el flanco izquierdo de un individuo ajeno a la cotidianidad del reclusorio, la voz es afable. ¿Ya se va? Insiste. De pronto desde un preso emerge un monólogo. Aquí, pues, aguantando. Taloneando, más bien. Dos pesitos para el pase de lista de la tarde. Porque luego si no lo paga uno le dan un bombón.

Bombón. El individuo ajeno a la cotidianeidad del reclusorio viaja a su infancia y rememora esos bombones en un tenedor, jugando con la lumbre para que el malvavisco se tatemara. Un bombón en el pase de lista, debe ser una balsa para remar contra el infierno, y antes de dormir, concluye.

Los pasos del recluso no cesan en la compañía de quien tal vez ya se va. La curiosidad es una bomba, y estalla: ¿Un bombón si no pasas lista?, inquiere. La respuesta viene: Un bombón es un madrazo en el rostro. Si no tienes esos dos pesos para pagar por la tarde el pase de lista, viene un guardia y te pide que infles los cachetes, luego te da un madrazo para desinflártelos. Ese es un bombón.

Elocuente. No hay más preguntas sobre la cicatriz en el labio, ni sobre el motivo de la herida dentro de la boca que a leguas se puede ver. Tampoco es necesario cuestionar el motivo de la derrota en la mirada. No obstante, antes de despedirse el ajeno a la cotidianeidad de la cárcel, escucha un poco más al preso, quien a manera de despedida, apunta: Si usted tiene a alguien, ámela mucho, regálele una flor y un chocolate.

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El balón no perforó la red. Vendrá otra mañana dispuesta para el encuentro definitivo. No obstante, los chilaquiles con huevo, las gelatinas, encontraron su mercado. El árbitro esta vez no sufrió agresión. Los guardias quedaron tablas en sus apuestas.

Hubo varios ganadores en el concurso de arte, dentro del auditorio. Pero el premio no fue la alucinación de ese interno: una noche con la dama del jurado. Los ganadores obtuvieron de manos de las autoridades del penal, una placa a manera de reconocimiento. Y el placer del reflector. Lo bailado y lo cantado jamás tendrá un descanso en la memoria.

En la biblioteca se escribieron y describieron pasiones. La mujer fue el pretexto para varias horas de conversación. Y saber que la literatura existe.

Allá, en el dormitorio cuatro bis, esta noche, un interno dormirá sin el dolor que le pudo haber causado un bombón.

martes, 1 de septiembre de 2009

LADO A LADO, nuevas coreografías de Antares


Carlos Sánchez

La poética con el cuerpo. En un salón de la Casa de la Cultura de Hermosillo, los bailarines de la compañía de danza Antares, ofrecen un fragmento de la coreografía LADO A LADO, de Miguel Mancillas, que estrenarán el 11 y 12 de septiembre en el Teatro de la Ciudad.

En el preámbulo del inicio del movimiento, el maestro y director de la compañía, reseña el contenido de la obra, sus argumentos, la persecución de la congruencia. Y en el ejercicio de la danza implícito el esfuerzo, la lucha a contracorriente: la ausencia de reporteros de la fuente, los requisitos que exigen los festivales para comprar funciones coreográficas, más las vicisitudes que se acumulen.

No obstante el campo minado que es el mutismo, la ausencia, de la prensa, (y lo señala Mancillas: el parto de una obra sólo se da ante los ojos del espectador), las palabras del coreógrafo proponen a la imaginación el escenario a los asistentes que son alumnos del Cedart, y unos otros.

Entre los espejos en ese salón de entrenamiento, los ventanales como cortina hacia el cerro de la cementera, la historia desarrolla su contenido al compás de la música. Entonces los cuerpos acuerdan los movimientos. El sudor en el rostro es síntoma de la pasión y un reflejo de lo que a través de la danza se cuenta.

Ternura violenta. Contrastes en este vaivén que es la vida. Dice Mancillas en letra impresa sobre una postal que reparte a esos invitado (que también deberían de ser los chicos de la prensa, y de entre los cuales sólo asistió de Dossier, la reportera Daniela Sáenz), que “Ante una alternativa, la acción aparentemente simplifica porque seleccionamos, optamos, pero si hay la conciencia del riesgo y de la incertidumbre que conlleva una decisión, es también una apuesta”.

Dentro de ese salón de clases, donde se construye cotidianamente la propuesta de Antares, hay cabida incluso para un perro salchicha que también es espectador. Las reflexiones de Miguel Mancillas abundan a partir de sus lecturas, de sus exploraciones como obsesiones y lo que desea decir.

Se reconoce arbitrario, en esa libertad de decir lo que se piensa. Y en su argumento sobre la coreografía, (impreso en esa postal) subraya: “Los eventos del día, de lo vivido, son inconexos. Sin embargo intentamos unirlos y creemos que hay un orden o lo suponemos y así coexiste el beso y el golpe, lo deseado y lo obtenido, los sueños con lo real”.

Al final de la presentación los aplausos son agradecimiento de esos preparatorianos, los más, como espectadores. La ausencia de la prensa debe ser esa apatía por difundir el arte como poesía, porque a estas alturas de la vida aún no comprenden, los medios, el significado de la palabra educación.

Aviso de nueva cuenta: Antares estrena coreografías el 11 y 12 de septiembre, en el Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura. Admisión 70 pesos general, 50 por estudiante. El telón se abre a las 8 de la noche.