domingo, 30 de noviembre de 2008

domingo de noche

la vida es esto: un anuncio luminoso, dos bolsas de mandado en las manos del padre mientras su hija lleva un gorro puesto y su madre la vigila al atravesar por el asfalto. la vida es esto: el estacionamiendo de aurrera en domingo por la noche y una pareja arriba del auto dándose en los labios la palabra para siempre.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

caminar

Me punzan los dedos de los pies. Tienen su prisión que es mi cuerpo. Hay en los párpados una balsa violenta. Cada pestañeo es un sonar de campanas de la infancia. Me retuercen los días inciertos, como los de ahora.
En el rostro viven las arrugas, son el vestigio de la saliva que apretuja mi garganta. Se dificulta atravesar los segundos sin volver al pasado, sin sentir que las nubes me acosaron desde entonces.
Camino por inercia, y suelto los cordones de los zapatos a la menor oportunidad. Que necesidad esta de liberar la tensión. Cuán urgente se aparece el filo de la oscuridad para desatar la soga de mi apellido.
Miro a los niños correr entre el lote baldío que es una cancha. Tengo dentro los ojos de la madre dando la espalda al grito infantil. Detengo el paso para abrazarme siempre del polvo que levanta la risa, el llanto, la resistencia de ellos que sigo siendo.
Tengo también la palabra, y voy a ella como misión inevitable, me rescata de la indolencia, del ruido, de la nostalgia tendiéndome siempre sus minas para que en ellas mis zapatos estallen contra el cielo.

jueves, 6 de noviembre de 2008

De chiapas al encierro

Atrás quedaban los días de prisión. Tres años seis meses fueron suficientes para que Alejandro cumpliera la condena que se debe purgar por venta de cocaína.
Alejandro se encuentra sobre los rieles de lo que antes fuera la estación del ferrocarril de Benjamín Hill. Allí lo encontré, allí lo abordé.
–No soy desempleado, espero el tren, voy buscando chamba, acabo de desafanar un torzón.
Su conversación es un responder de preguntas.
–¿De dónde eres?
–De Chiapas. Me vine de allá hace cuatro años, nomás que me gustó la vida recia y pues ya ves, eso tiene sus consecuencias.
La mera neta con todo lo que pasé en el Cereso, ya se me asentó la greña; ya andaba yo muy recio, pero yo sé que ya tengo otra forma de pensar, ya no me la voy a aventar tan fácil porque ya sufrí lo que es estar laqueado, lejos de mi tierra, viendo bolsas llenas de mandado que le entraban a otros compas en la cárcel y yo nomás mirando; pero puro para adelante, no hay pedo, al rato se da la vuelta la moneda, al rato yo también le salgo a bailar sin pedirle la bacha a nadie, buscando una chamba para tener lo que se ocupe, eso es lo que tengo que pensar para darme para arriba.
Alejandro se apareció en las vías del tren poco después de abandonar la prisión, había tirado tiempo por delito contra la salud. Fue aprehendido en Puerto Peñasco y trasladado a la cárcel de Nogales.
Cuando me acerqué a saludarlo, a preguntarle sobre sus impresiones de Benjamín Hill, pueblo ferrocarrilero en riesgo de desaparecer por el cierre de Ferrocarriles Nacionales, Alejandro poco o nada supo responder.
Un par de cobijas era su compañía, y el ruido en las tripas insistente. Le invité unos tacos, luego de confesar que venía desde Chiapas, le solicité me contara su situación. La respuesta fue contundente: No.
No hubo fijón, comimos y quedé de darle un aventó a la carretera para que pidiera rayte. Su proyecto era regresar al puerto donde la autoridad lo detuvo años atrás. Antes de llevarlo a la carretera, me acompañó a elaborar un reportaje sobre el pueblo y su pobreza. Al concluir el trabajo, Alejandro me propuso un trato, el cual consistía en narrarme fragmentos de su vida a cambio de un rayte a Hermosillo. Ya estás, le dije.
Lo primero que contó fue lo de su antecedente penal, y comentó la existencia de su apodo: el Chiapas.
Tomamos carretera, no sin antes tomarnos unos refrescos y comer galletas. Le dije que pusiera la grabadora cerca de su boca, para que hablara mientras yo manejaba.
Contó el Chiapas los motivos que tuvo para emigrar hacia el Norte. El recuerdo prendido dibujó en sus palabras la añoranza por la madre, el padre y los hermanos. Que su padre tiene una tienda por allá, y que la tres comidas diarias no le faltaban. Argumento sólido dijo, era la necesidad de viajar, de conocer el mundo, por el cual se dio ese desprendimiento de la tierra y la familia.
Vino después la aventura de vivir en desventura, sorteando los días de naufragar lejos de la sangre carnala, los consejos de la jefa, el jefe, y la necesidad de vender droga para sobrevivir. Vino también la aplicación de la justicia sobre su persona. Llegaron después muchos ratos de ver pasar la muerte por sus ojos; dentro del penal matar también fue necesario para vivir.
La neta pues también me la tuve que aventar, pero porque me topé con el bato, y venía sobres, y pos era él o yo. Y todo empezó porque cuando estaba en el Alfa Sierra (área de máxima seguridad dentro del penal) tuve una bronca; allí es puro laqueo porque están puros batos que vienen tirando veinte, treinta o cuarenta años.
Tuve broncas con ese bato, y el día del motín, el cuatro de octubre, calaquearon como unos treinta locos, y aprovechando el desmadre, el bato iba sobre mis huesos, me quería dar piso el culero. Me lo topé frente al Pabellón 2 común, y me cantó un tiro a fierrazos, yo como andaba bien loco, pues simón, le capié, y en el primero lo enganché. Lo malo de él es que falló, y perdió. En un tiro a fierrazos tú no te le debes dejar ir al bato, porque él nomás te va a esperar, y tú te vas a ir a encajar, tú tienes que esperar a que se desespere y que te mande él primero, tú para atrás, y si eres trucha y rápido, te devuelves y zas, lo prendes porque lo prendes. Yo lo prendí en el cuello. La neta, lo que es, sí se murió el bato.
En el momento de la loquera, cuando lo reventé, no sentí nada, pero ya después simón, se me venían a la mente un chingo de cosas, decía yo: a la verga, me aventé a aquel bato, pero si no me fuera yo defendido, él me fuera llevado, de eso estoy seguro. Y sí me arrepiento, pero si no me fuera defendido ya hubiera yo mentido.
Mentir es término cotidiano en el sureste del país, y significa morir. El Chiapas no murió en esa trifulca, lo que sí murió fue la bronca por la cual se había enfrentado con su contrincante. El contrincante tenía veintisiete años cuando dejó de existir.
El morro era chilo, pero se picó el culo por una revista de vaqueros. Al bato le dije, qué onda Caley, presta la revista. Simón, me dijo, nomás que no se la vayas a prestar a nadie. No hay pedo, le dije. Luego llegó el Memo y me dice, qué onda Chiapas, dice el Caley que me des la revista. No, pero me dijo que no la soltara. Ya arreglé con el bato, me respondió. Se la solté y al rato aquel güey me dijo, qué onda Chiapas, pareces vieja, te están agandallando las cosas. No, yo se la solté al Memo porque me dijo que ya te la había pedido. Que se me hace que te meten terrores sicológicos y se las sueltas. No, túmbate el rollo, Caley, la tranza no es así. Cálmala tú, ¿a poco muy verga?. No, pos lo que es. Pues como quieras. Pos como quieras, por mí no hay pedo, nos pegamos el tiro, le dije.
Y simón, se metió a la celda y se puso los tenis, yo me quedé así, y me dijo, sobres, de una vez nos vamos a curar. Y mambo, nos fuimos sobres y sí nos pegamos buenos trompones, ni uno ni otro, nos bofeamos y nos desapartaron, brincaron a paro, ya cálmense, túmbense el rollo, dijeron los compas.
Al Caley no se le pasó el coraje, y ese día de la trifulca iba por mí. Él era de la mafia, del Alfa Sierra, yo estaba con los piratas, los que no teníamos visita ni poder, ni nada. Los del Alfa son puro bato maicero, y como vienen tirando tiempo son puro bato mafioso, de los que la crían, la venden.
Al Caley me lo aventé porque era él o yo. Y me salió bien todo, gracias a Dios, nadie supo nada, la mera neta tú eres el único que lo está sabiendo, así como cabrones, nunca lo había dicho. El bato era de Nogales, y tenía buti de raza, estaba yo en terreno apache, cómo iba yo a salir a flote.
Cuando me lo aventé, después sus compas comentaban: quisiera sacar a flote a ese hijo de su pinchi madre nomás para que guachara el color ese culero que reventó al Caley. Cuando escuchaba esas ondas me ponía bien nervioso, y decía, pos ni pedo, que sea lo que será.
Pero él venía sobre mí, iba yo sobre un jale, sobre el pabellón uno federal, había motín y reventaron la tienda y se me antojaron unas sabritas y una soda, andaba con un chingo de jaria; bajé por el común, ya cuando venía por el 2 me lo topé, venía bien loco, me sacó a flote por mi modo de caminar porque yo traía puesta una capucha, luego me dijo:
–¿Qué onda Chiapas?
–¿Qué tranza, Caley?
–No, pos parece que tenemos un asunto pendiente, ¿lo arreglamos de una vez?
–Túmbate el rollo, Caley, andas bien loco y ando bien loco, mejor tranquilo porque no te voy a dar pa’ tras.
–No, pos de una vez.
–Mambo rock, de una vez lo que se vaya a hacer que se haga.
La neta traía yo una punta que había hecho. El Caley se me vino sobres, me aventó el primero pero me lo quité, me le fui sobres y yo sí lo conecté. Me tiró un fierrazo, me hice para un lado, cuando el bato menos lo esperó lo prendí en el cuello y miré que se le aguadió el cuerpo, cayó, me le quedé viendo y me dije, ni pedo, este bato ya valió verga.

El laqueo
Alejandro se vino de Chiapas hacia el Norte con la intención de regresarse a su tierra con los bolsillos llenos de billetes. Vino a trabajar al campo, desde allá lo traían contratado, con la seguridad de regresar en siete meses: Mi jefita me dijo que cuando regresara yo, la tenía que llevar a comer a un restaurante.
A los bolsillos de Alejandro cayeron los dineros, más de mil pesos semanales, a cambio de que sus manos llenaran cubetas con uvas. Pero más tardaba en ganarlos que en cambiarlos por el fruto que da la uva: el vino. Mujeres y música era para él obsesivo placer.
Uta, me la llevaba en Hermosillo, en La Taberna, bien perico, y lo que es, hasta acá vine yo a conocer la droga.
Durante los siete meses que Alejandro trabajó en el campo, al cochinito no cayó un solo centavo. Las alcancías no existen cuando se tiene el ansia de engullir el mundo de un solo bocado.
Después de siete meses de trabajar en el campo, y al encenderse el motor del autobús que lo llevaría de vuelta a su tierra, a cumplir la promesa de invitar a comer a su jefita, Alejandro miró su capital que era nada y decidió en un volado jugársela hacia el Norte.
Me fui a Puerto Peñasco, allí empecé trabajando bien, luego me la aventé de vida fácil, con un perico a la venta y fue donde me tronó.
Después el laqueo, la cárcel, el atorón.
Cuando llegué al Cereso me dije: dónde vine a caer, en el infierno, pero elo verga, me la voy a rifar, no hay pedo; traía una mentalidad gacha, la neta, decía yo que al primero que me dijera algo lo iba a atravesar. Pos es que el laqueo te saca de onda, no miras la libre, nomás te la vives ahí entre puros cabrones. Después, cuando te sentencian, ya sabes cuánto tiempo vas a tirar y te haces a la idea del encierro, cambia todo.
Alejandro dice que con el correr del tiempo se adaptó; empezó a trabajar en la elaboración de cintos pitiados, luego se metió al deporte: Jugaba futbol, de medio centro, repartía el queso, eso me hacía un parote, sacaba yo dos palomas de mota por juego, y una madre de botana. El entrenador me tenía ley, me decía, Chiapas, mete el gol y aquí están las palomas.
Los que nunca le tuvieron ley, y lo dejaron morir, fueron los compas con los que se vino desde su tierra: Con decirte que venía yo con uno de Tuxtla Gutiérrez, de allá por mi rancho, y ese bato cuando andaba ondeado hasta lloraba, no, nunca me voy a desapartar de ti, si algo te pasa ahí voy a estar a tu lado porque tú eres como un carnal para mí. Y la neta nunca me fue a ver, pero uno se la rifa solo. Si no le quise pedir la bacha a mi familia, contimás a otro cabrón que ni en cuenta.
Y si no le pedí una esquina a la familia, es porque sé que mi jefa es de esas que si sabe que uno estuvo en la cárcel, ya uno no vale nada, para ella eso es lo más peor que puede vivir un bato. Ese pensamiento tiene mi madre, y yo vine saliéndole malandrín, yo soy la oveja negra, porque mis siete carnales son puros buenos morros, de hecho uno de ellos en este tiempo ya debe haberse recibido de maestro, cuando me vine para acá ya le faltaba un semestre para terminar, y no creo que se haiga aplomado y haiga dejado la escuela.
Al Chiapas ganas le sobran de reencontrase con la familia, y tiene planes de hacerlo.
Como te digo, me voy a quedar en este rancho, voy a trabajar unos siete meses, de aquí mero sale el autobús pa’mi tierra como en julio, y la neta me voy a ir a topar con mi jefita, porque ella me está jalando, porque sé que todos los días reza por mí, por eso la sueño tanto.
La puerta del carro que se abre, marca el cierre de la conversación, y del viaje:
Sobres mi periodista, va la vaisa, yo soy Alejandro Cota, el Chiapas, al rato te wacho, chilo el paro.

En el mercado


Texto y foto: carlos sánchez

En el mercado se construye la vida. A las cinco de la mañana amanece el día. El ruido del candado abriendo las puertas es la existencia de quienes con su esfuerzo ganan el salario, la manutención.En el mercado municipal confluyen diversas tradiciones, distintas culturas. Pero los objetivos siempre son similares: trabajar por el amor  a la familia y su ciudad.Hay dentro de su arquitectura la atmósfera que construye el pueblo. Se debate en torno de una taza de café, en el olor de las verduras y las frutas, los temas del día, las noticias que interesan a la sociedad.Se cambia de semblante ante un plato de menudo, pozole, gallina pinta, tacos de cabeza, barbacoa. Con un refresco de cola, agua de horchata o una malteada, especialidad de la casa.Los pasos de los ciudadanos son el ritmo del esfuerzo, es el latido del corazón de esta ciudad, nuestra ciudad. Visitar el mercado municipal es encontrar las postales del trabajo permanente, la conversación siempre dispuesta. El mercado es la chistera del mago, de donde los ciudadanos podemos extraer un kilo de frijoles, un pedazo de carne, un filete de pescado. También podemos encontrar los ingredientes para una buena guarnición en el plato: papas, zanahorias, calabacitas, arroz. Y el postre: plátanos, manzanas, peras, melones, sandías, papayas.Se busca en el mercado los motivos para seguir en la vida. Se encuentra la suerte en un cachito de lotería, en la mirada tierna de un comerciante, en las palabras llenas de experiencia de esas personas que tienen los años como argumento.En el mercado se resuelven los problemas cotidianos de la dama de casa, una aguja y el hilo del color necesario está en la mercería. O el sombrero de palma a la medida para el jornalero. En Hermosillo existe la tradición de la lectura, prueba fehaciente son los años de ese puesto que oferta publicaciones, revistas y periódicos, es allí donde a diario asisten los ciudadanos por sus ejemplares predilectos.Dicen que en nuestra ciudad se cocina de manera ejemplar el tradicional menudo. Es tanta la aceptación de los comensales, que el escritor Facundo Bernal, algún día residente en el barrio del Cerro de la Campana, escribió este soneto en honor al delicioso platillo:Oh sabroso menudo, te saludoEn esta fresca mañanita aurora,En que reclamo alimento algunoPues creo que ya es horaEn que tú estás cocido, y yo estoy crudoManjar tan delicioso jamás pudoPoner en su mesa una señora,Solamente si es ama de SonoraLa tierra favorita del menudo.Por eso te respeto y te saludoPor eso te regalo este soneto,De tu grato sabor de alabanza,Por llevar los cinco componentes:Caldo, maíz, patas, tripas y panzaEn el mercado municipal se construye también nuestra historia. Pásele, por favor.

martes, 4 de noviembre de 2008

Lo que soy




En el mercado está la vida. Pásenle.
y en la espesura de tu vientre mis manos firman como aval: tu piel ahora encima del mundo