jueves, 29 de septiembre de 2011

Reencuentro

Carlos Sánchez

Lo miré en el bulevar, con atuendo de overol azul y zapatos rojos. Ofrecía helados con una bolsa sobre su pecho. Parecía un canguro. Le compré uno con la intención de verlo a los ojos. Pensé que el Resortes podría reconocerme y recordar los días aquéllos, la historia aquélla.
Me miró sin parpadear y en lo que dura la luz roja entré en un túnel de la memoria. Vinieron entonces las imágenes intactas, de esos días cuando él llegaba al callejón, donde jóvenes discutíamos el fuera de lugar, el ponche sin estraic, la memoria tan ágil como los lanzamientos que hiciera el toro Valenzuela con los Dodgers de Los Ángeles.
Fue en esos tiempos, de la serie mundial, la fernandomanía, cuando una mañana llegó el Resortes a pedirme unos zapatos prestados, porque según le dijo su madre lo fueron a buscar los de la Judicial del Estado, y debía presentarse.
Sabía que no tenía bronca, según nos dijo, que por eso iría al Ministerio Público, para no andarse escondiendo. Así fue, se llevó los zapatos bien boliados, incluso una camisa que mi hermano el mayor me envió de los Estados Unidos. La camisa tenía un Cadillac rojo tatuado en la parte posterior.
Dicen los de la raza, quienes vieron al Resortes, otro día por la mañana, para ir a presentarse a la Judicial, que el loco iba bien línea, que poco antes su jefa le dio la bendición, que incluso le prometió que al volver estarían listas las almejas con chile colorado y jugo de limón. Que no se tardara mucho, le advirtió.
La luz del semáforo se puso en verde y al salir del túnel de la memoria entendí que el Resortes no me reconoció. Aplasté el acelerador y mientras manejaba, regresé a la memoria.
Entonces vinieron los días de ausencia, el Resortes ya no estaba en el barrio. Ya no volvió. Pero cómo, se preguntaba la Gina, su madre. Y todos apostamos por hacer una vaca y conseguir un buen licenciado. Su madre, y nosotros, no creíamos lo del Reé.
Era calmado, ya para ese entonces trabajaba en la albañileada, le gustaba el tequila y escuchaba al Scorpion’s. Se ponía línea los sábados, con overol de mezclilla y tenis converse, nunca compró zapatos. Había ocasiones en que llegaba al barrio en un taxi, y se apeaba sin pagarlo, se sumergía en los callejones y el chofer en turno no duraba mucho esperando aquella promesa de ahorita vuelvo, voy a con la jefa para que me preste para pagarte.
Luego venían las risas, el seguir conversando con alcohol, y uno que otro churro para tronarnos en el cerebro. Nos gustaba sacar la tivi de la casa, ponerla sobre la horqueta del mezquite a la cual le hicimos una ranura para que la tivi quedara más alta, y sentarnos sobre los ladrillos que al puro chingazo nos quedaban al momento de mirar el fut o el beis. Nos encantaban los deportes.
Un día el Resortes, o el Reé, que al fin de cuentas era el mismo, llegó al barrio con una maquinita tatuadora, venía de la fontera, porque ya para esa edad la ciudad le quedaba chica, entonces que empezó a viajarse, trepado en el carguero se iba para el norte, a veces para el sur. Cuando venía del sur traía huaraches de vaqueta, de Culiacán, nos los regalaba, y algunas estampas de ese santo al que tanto adoraba, por ese tiempo casi no lo conocíamos, pero gracias a él nos hicimos fieles de los milagros de Malverde. En la pared que da a la cancha le hizo el Reé un dibujo bien grande, y en el frente le estachó una cruz de fierro, negra, porque este bato fue un malandro, y los malandros tienen negro el corazón, eso decía el Reé.
Con la tatuadora nos amanecimos pintándonos lo que se nos ocurriera, la aguja corría bien chilo sobre la piel, con un hilo en la punta empapado de tinta china, los nombres de las morras se nos fueron acomodando en el pecho, en los brazos. El tatuaje más loco fue el mismo que se puso el Reé.
Así la pasaba, era digamos, su adicción el divertimento, los viajes, la espontaneidad era su mejor invención. Le caía bien al barrio, las doñitas le abrían las puertas de sus casas sin empacho, un día para comer con una, otra tarde para cafecear en otra. Y así. Sin broncas.
Por eso cuando en el barrio se supo lo del Reé, no dábamos crédito, cómo puede ser, decíamos todos, y las doñitas nomás haciendo énfasis en las lamentaciones, porque creo que ellas fueron las más perjudicadas, el Reé no les quedaba mal nunca, para todas era la solución a sus nervios, dicen que el Reé tenía en su mirada el remedio para las tristezas, y en las palabras, por eso a las doñas les gustaba su compañía.
Cuando eso pasó todos nos apostamos afuera de la Judicial, a pedir explicaciones, a gritar consignas para que lo liberaran, a pedir información porque los policías no dijeron nada a nadie, ni a la Gina la mamá del Reé.
Pasaron los días y nomás nos trajeron con cuentos. Que saldrá libre, que parece una confusión, eso decía un chavo que trabajaba de mandadero en el Ministerio Público, era digamos la única persona con la que podíamos hablar, y esto creo yo porque los de la Judicial ya estaban cansado de tanto vernos afuera de la Procuraduría.
Pasaron los días y nos fuimos desanimando, ya ni el mandadero nos informaba, y pronto supimos que el Reé ya estaba en la grande y no en el arraigo dentro de un hotel. Poco a poco se nos hizo costumbre ver el fut sin él, el beis sin él, la madrugada ya sin las rolas del Scorpion’s desde su grabadora. No más huaraches de baqueta desde el sur para la raza. Y las doñitas en desconsuelo ya como una costumbre.
Un día dijeron que la bronca del Resortes era gruesa, que estaba ligado con un asalto a mano armada en una tienda de auto servicio, y que allí hubo un empleado muerto, otro día dijeron que lo embroncaron por el caso de un morrito al que violaron cerca del barrio, y como el Reé tenía tatuado un canguro en su hombro derecho, con los huevos de fuera, no hubo defensa que valiera. La Gina su madre contó que le dijeron los de la judicial que su hijo era un maniaco, y que sólo a una persona con esa mente se le podría ocurrir llevar en su cuerpo un animal tatuado con los huevos de fuera.
Unas cuantas cuadras más después de ese semáforo donde lo encontré vendiendo helados, tomé el retorno para buscarlo. El túnel que me abrió los años en la memoria, me provocó la necesidad de verlo, escucharlo, preguntarle qué fue de su vida, cuánto tiempo estuvo preso, qué fue de su madre, la Gina, qué fue de las canciones del Scorpion’s, si aún seguía escuchándolas.
Mientras aceleraba hacia el semáforo dónde lo miré, iba yo muy contento, porque su existencia me hacía regresar al barrio, el recuerdo de mi carnal el Camelio, mi jefe a quien le apodaban el Truchas. Y así.
Aceleré con mayor contento. Miré a lo lejos el overol azul, allá sigue, me dije. Entonces se me vinieron muchas preguntas a la mente, muchas sonrisas dibujadas en la cara del Reé. Aceleré tanto que no medí la velocidad. Cuando recobré el conocimiento estaba en una cama de hospital y a mi lado un policía leía la sección policiaca de un diario. Al verme señaló el titular de una nota, en la fotografía que ilustraba se veía un semáforo, y una sábana blanca sobre el asfalto.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Mi mundo adentro: una mirada hacia el interior


(foto de Briseidy Y. Ch. V.)


Carlos Sánchez

Después de poco más de un mes de taller, donde la actividad fue observar fotografías proyectadas en una pared, la programación de la película La vida es bella, del ejercicio escritural y de lecturas, las morritas internas en la Granja san Antonio de Instituto de Tratamiento de Aplicación y Medidas para Adolescentes (ITAMA), inauguraron el martes pasado su exposición fotográfica: Mi mundo adentro.
Auspiciadas por Instituto Sonorense de Cultura, dentro del marco de Fotoseptiembre, las chavas tuvieron en sus manos cámaras desechables, y en ellas la posibilidad de creación a partir de la mirada.
Antes de la exposición, como tallerista, me surgían las dudas de rigor: qué lograrán estas morras con sus cámaras, hacia adónde llegaremos cuando tengamos las fotos impresas, qué surgirá de todo esto.
Me llenaba de incertidumbre, porque el compromiso final de la propuesta de taller de fotografía, fue la exposición fotográfica.
Para mi fortuna, las morras que son más truchas que la gravedad de sus delitos, el resultado fue lindo, interesante, cada una en su propuesta discursiva concentrada en el tema que previamente escribió. Y lograron lo que se propusieron.
Aquí comparto los testimonios que acompañan cada una de las series expuestas en un salón de clases acondicionado como galería, gracias también a la labor del Natchío, coordinador de artes visuales de la institución que auspicia, de los museógrafos Nacho y Fidel, quienes montaron mamparas y el trabajo mismo.
Van los testimonios resultados de este taller de fotografía creativa:

La cocina
Cuando Carlos nos dio la cámara, no tenía ni la menor idea que fotografías iba a tomar¸ ni sabía cómo empezar a hacerlo, después me dio una idea y empecé a tomar fotos, me agradó mucho retratar los objetos de la cocina, me dio mucha alegría haber participado para esta exposición, gracias a que Carlos Sánchez nos enseñó a tomar fotografías, cuando tengamos nuestra libertad sabremos tomar fotos bien, y en un futuro podremos tomar en eventos grandes, también le agradezco a la señora directora Marielena porque siempre busca nuestro porvenir y aprovechamiento de cada taller en lo particular le agradezco porque gracias a los talleres que tomamos estamos aprendiendo algo mejor para nuestras vidas.
Beatriz M. S.

El tendedero

La verdad yo me sentí, muy feliz porque no me imaginé que pudiéramos tener una cámara, me sentí con libertad porque me encanta tomar fotos, también me sentí con mucha felicidad, porque yo sé que cuando salga voy a poder seguir tomando fotos y ser una fotógrafa muy feliz, con el apoyo de mi familia lo voy a poder lograr, me sentí muy feliz porque nos pudimos tomar fotos entre compañeras.
Diana. L. S.

Autorretrato
Yo me sentí contenta, porque las fotos que tomé son de mí misma, no me podía imaginar que algún día pudiéramos tener cámaras dentro de nuestra celda y hacernos cargo de nuestras propias cámaras, nunca me imaginé que íbamos a tener una cámara y poder exponer fotografía aquí adentro, me sentía toda una fotógrafa, lo que más me encantó de este taller de fotografía es que en diferentes partes del instituto fueron donde tomé fotos y que pudimos sacar curas entre compañeras, y sobre todo que los custodios nos estaban dando consejos de dónde podíamos tomar las fotos.
Yobanka. R. LL.

Anoche tuve un sueño

Me sentí emocionada porque me dieron la oportunidad de expresar mis sentimientos, pensamientos, metas, etc. Por medio de la fotografía, me sentí un poco libre de manera insignificante, pero al fin de cuentas libre, porque en pocas palabras le tomé fotos a lo que yo quise, me sentía como una niña con juguete nuevo, aparte de que me la pasé muy a gusto, la tarde estuvo muy bonita y divertida porque sacamos curas entre compañeras, estuvimos riéndonos de todo, y sobre todo me dio mucha risa que mi compañera Diana para poder tomar sus fotos tuvo que corretear a las chivas, esa tarde fue única e inolvidable porque todas estuvimos contentas.
Claudia A. L. L.

Las morras

En lo personal, yo me sentí muy a gusto con las fotografías, el tema que me toco fue muy bueno, yo no pensé que estando aquí adentro fuera a tocar una cámara, pues estamos en un lugar donde están prohibidas muchas cosas; al tomar las fotos no me sentí feliz por ello, siendo sincera, me sentí a gusto en el momento cuando nos dejaron salir a tomarlas, lo que me agradó mucho es que pudimos convivir más entre compañeras.
Grecia N. E. C.

Reflejos
Yo con mi cámara tomé muchas fotos y la cuidé mucho, me sentí feliz porque nunca me imaginé que aquí pudiéramos tener nuestra propia cámara y además que me sentí con libertad, entusiasmo y confianza a mí misma, además siempre me ha gustado la fotografía.
Angélica I. H. C.

El juego

Cuando empecé a tomar las fotografías me sentí libre, y muy feliz porque nunca pensé que algún día nos dejaran tener una cámara en nuestra celda, me sentí con mucha responsabilidad porque cuidé mucho mi cámara y al momento de tomar las fotos me sentí muy emocionada, contenta y libre de tomar fotos.
Isabel S. M.

Los pies

Cuando estaba tomando las fotos me sentí libre, relajada, con mucha emoción porque cuando me estaba tomando fotos con mis compañeras me acordé cuando me tomaba fotos con mi hermana, con este taller de fotografía nos ha ayudado a sacar emociones y tristezas, gracias esto podemos a prender más sobre la fotografía.
Deyanira A. L. Q.


La libertad

Mi tema se trató acerca de la libertad, porque es algo que ahora valoro, nunca me esperé tener la libertad de tener una cámara aquí adentro, me dio emoción al tomar las fotos que a mí me gustan, es algo nuevo, además salimos de rutina, me gustó la idea de exponer, y cuando estaba tomando las fotos, me di cuenta que hay lugares bonitos aquí adentro que ni siquiera me imaginaba, pude sentir la libertad a través de las fotos, fueron momentos que me hicieron olvidar donde me encuentro, pude viajar a otros lugares, me dio mucha satisfacción haber podido sentir esto.
Baudelia A. C. A.


Puertas

Estoy alegre por el proyecto de Fotoseptiembre, sobre mi sentir con este proyecto fue emocionante, porque nunca me imaginé estar dentro, me sentí libre al poder manejar mi cámara a mi antojo, sentí emoción, nervios y felicidad. Me gustó mucho el taller que llevamos porque gracias a esto pudimos aprender más sobre la fotografía, le damos gracias a Carlos Sánchez por su apoyo al realizar este taller, a la señora directora Marielena por habernos aprobado este taller y al personal del centro.
Francisca G. M. R.

La virgen
Sentí mucha energía, libertad, al hacer este trabajo, me reí, y sobre todo me motivó el tener una cámara en mis manos, nunca pensé tener ese objeto tan valioso y poder cuidar de ella y tomar fotos a algo que a mí me gustara, también sentí miedo y nervios cuando estaba tomando las fotos porque pensaba que iban a salir pésima, también me gustó tomar fotos porque mis compañeras estaban felices y libres tomando sus propias fotografías, cada foto que tomábamos la valorábamos y se reía de mi Nohemí porque parecía niña con juguete nuevo. Ese flash fue como una chispita de felicidad en cada instante de cada foto de mi compañera.
Fernanda G. E. R.

El taller de costura

Me sentí emocionada de haber tomado fotos al taller y que podíamos traer con nosotros las cámaras para tomar fotos, me sentí contenta por este taller.
Zulema Y. O. P.


El guardia
Cuando tomé las fotos me sentí bien, porque aparte de que ya tenía mucho tiempo que no tomaba fotos me sentí muy bien, la verdad me gustó tomar fotos a Martín porque pude platicar con él acerca del campo, también me sentí libre porque salimos a tomar fotos, me gustó mucho como tomé las fotos y también de haber agarrado una cámara aquí adentro.
Dalia M. S. G.


Ventanas

Sentí mucha libertad, me sentí feliz como cuando estaba afuera y me gustó mucho tomar fotos, sentí muy padre cuando me dijeron que iba a tomar foto aquí adentro porque nunca me imaginé tomar fotos aquí, hace mucho que no tomaba fotos y me gustó mucho haberle tomado fotos a las ventanas.
Briseidy Y. Ch. V.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Pedro Galindo y Rodríguez

Carlos Sánchez

El balón no deja de rodar. Antes de ponerse el sol, como es costumbre, los niños de la Hacienda de la flor construyen sus mejores jugadas. Y solo ponen el cerrojo a la diversión cuando la oscuridad obliga.
Hoy es una tarde distinta. El campo se reduce porque una parte, exactamente frente al rótulo del nombre de la cancha, ahora las sillas aguardan a quienes conocieron al pionero del futbol en Hermosillo: Pedro Galindo y Rodríguez. Y vienen éstos, futbolistas de diversas generaciones, a otorgarle el último adiós al maestro Galindo y Rodríguez.
Comentan los niños, mientras el balón abandona la cancha y el más liviano de todos se tiende sobre su recuperación, hacia la calle, que don Pedrín falleció el lunes por la noche, que una ambulancia vino una vez, y luego otra vez, hasta que dijeron que ya había fallecido. Eso dicen los niños mientras ya de nuevo se tienden como hormigas sobre el balón.
En la cancha la tierra es roja, su firmeza obedece a la petición que hiciera el maestro Pedro Galindo ante las autoridades para que el campo mejorara sus condiciones.
Por esta misma tierra desfilan ahora los futbolistas, veteranos, jóvenes, ex futbolistas, incluso, comentaristas deportivos. Desfilan en una peregrinación para la cita con lo que será el último adiós, aunque poco después Martín Acuña, el Jícamas, tomará el micrófono para decir que dentro de poco allá hacia adonde Pedrín se dirige, armarán un nuevo equipo. Ante esta consigna se escucha en campo abierto un aplauso que parece interminable.
Y se eriza la piel porque con el tronido de palmas la memoria recorre el camino hacia esas mañanas de domingo donde Pedrín echaba de gritos a sus pupilos, y con euforia para dirigirlos hacia la victoria casi siempre.
Hoy, mientras los niños golpean el balón y levantan polvo, Pedro Galindo y Rodríguez está allí, dentro de una caja gris, y el padre Tomás Herrera levanta la voz para citar al poeta Antonio Machado (a quien tan bien interpreta Serrat), y recita de memoria el verso de Cuando un amigo se va, se queda algo en el alma.
Los habitantes del barrio se congregan, encima del campo, con la mirada hacia la caja gris, con los oídos entorno a la voz del presbítero. Callados todos ceden esos minutos de sus tiempos a la memoria del Pedrín.
Porque saben lo que hizo, y lo que su nombre significa, porque si esos niños que ahora patean el balón no claudican en el juego, es también la inercia, la pasión, la entereza con la que el maestro Pedro defendiera la existencia de ese juego de veintidós locos persiguiendo un balón.
Hubo un día, o muchos, que los nacidos en Sonora tildaron al maestro Pedro de Guachito loco. Porque con voz de profeta sentenció que el norte podría también ser protagonista, semillero, incluso, de jugadores de futbol. Y así lo hizo. No de barbas esos nombres sonorenses que ahora son historia desde la primera división: Francisco Ramírez; Aarón Gamal; Fernando Bernal, y muchos más que ahora militan en equipos de prestigio. Y los otros que también desde acá han tocado el balón en un partido de selección nacional.
El balón no deja de rodar. Y cae la tarde mientras una carroza dirige de nuevo el cuerpo de Pedrín hacia su última morada, hacia esa casa donde tuvo su último aliento, la casa marcada con el número cincuentaicinco en la calle Hermenegildo Peña Valencia, en pleno corazón de la Hacienda de la flor.
Hoy que la semana se parte, parte también el precursor del futbol en Hermosillo. Mañana vendrán las cenizas, sus hijos esparcirán sobre la tierra de la cancha los restos de Pedrín, que al fin de cuentas sólo son sumas, y a favor.
El balón no deja de rodar.