jueves, 21 de julio de 2011

son garnachas

Juega con su cuerpo. Los pies dentro de sus tenis se deslizan sobre el concreto. Es una duela imaginaria. Va y viene al son del ruido de autos que a final de cuentas se convierte en música para sus desplantes.
Tiene una escultura tatuada en el cuerpo, es delgado, estatura regular, y en su cabeza un micrófono crece cada día más, los rizos son más rizos y al moverlos la similitud de un árbol cae sobre la mirada de los transeúntes.
Todas las noches, o no sé si todas, pero ayer, antier, lo descubrí bailando en solitarios, sobre el bulevar de la opulencia, donde la estatua de un general se yergue y cuenta una región de nuestra historia. Lo miré esculpiendo con su cuerpo la cadencia de un baile sugerido, moviéndose apenas, optimizando, ya lo dije, el ruido de los carros, utilizándolo a su favor. Y al bailar lo hace dentro de sí mismo. Como si al moverse desconectara de su organismo la vida misma para encender la concentración y sentir el golpe de sus latidos, el torrente sanguíneo.
Y obedecer solamente al deseo del baile que al final de cuentas se convierte en pasión. Y de pasión está hecho su trabajo, porque allá detrás de su cuerpo sugiriendo alegría, (¿a poco no el baile es sólo felicidad?), está la nomenclatura, o un poste metálico que sostiene la palabra Alto y es para ilustrar a los conductores, y allí, recargadito sobre el metal un anuncio sobre un vinil negro con letras blancas que forman la palabra GARNACHAS, y la escribo ahora con mayúsculas, GARNACHAS, y la repito porque ya de por sí la palabra me sugiere el divertimento, me hace evocar el apodo de una mujer que se llama Ignacia o bien la parte trasera de alguna dama que tal vez miré en la adolescencia también.
GARNACHAS otra vez y lo digo ahora en la memoria, mientras sigue intacto el momento de verlo con su cuerpo espigado, emulando a Michael Jackson, sobre el concreto, la acera del bulevar de la opulencia, donde se oferta la cena supongo de preparación ágil. Bailar es su empleo, y mientras se mueve de a poco sus párpados ocultan sus ojos, se concentra para sentir el ruido sobre el asfalto y así convocar a los conductores al reparo sobre el anuncio que oferta con letras blancas la palabra GARNACHAS.
Si uno como tripulante de una nave voltea a ver al chavo del micrófono crecido sobre su cabeza, y lo disfruta y vuelve con la mirada a su cadencia, encontrará entonces que el móvil del baile es informar que allí, en su costado, el puesto de GARNACHAS es opción para la cena de esa noche. Y entonces el sueldo del bailarín estará justificado.
Lo que no se pretende justificar, ni s necesario, porque está fuera del guión del dueño del puesto de comida, o cena, es el placer que genera este muchacho ante mis ojos, y digo el plus que me enseña su actitud, porque cuántas ocasiones desee despojarme de mis límites y bailar con libertad sobre una fiesta, un cumpleaños, una boda, una posada. Muchas veces. Y sigo contenido.
Él, con su necesidad de empleo, ahora baila despacio, y es su cuerpo una caricia al viento, a la mirada. Yo en continencia, con el deseo de cualesquiera de todos los días, más bien las noches, saber a qué sabe una GARNACHA. De esas que venden en el bulevar de la opulencia, mientras un bailarín acapara la mirada de los transeúntes.