martes, 19 de octubre de 2010

Tenía los pies bonitos



Tenía los pies bonitos. Pude verlo sobre el asfalto. Tenía una lona gris sobre su cuerpo. No les alcanzó el manto para cubrirlo completo. Por eso sé que tenía los pies bonitos. Aunque admito que ya lo sabía.
Poco antes había ido a caminar bajo los árboles del antiguo vivero. Se paró a las seis de la mañana, porque amaba el alba, penetrar en ella con la mirada, con el olfato.
Todos los días lo veía en su rutina, a un lado del canal remangándose el pantalón para entrar en las aguas, después de bajar del cerro donde tenía su casa: dos cuartos de fibracel con techo de lámina galvanizada. Todos los días en su ritual mojándose las manos y frotando su cabellera.
Esta mañana lo he visto sobre el asfalto y debajo de una lona. Qué carajo y qué curioso, lo supe por la forma de sus pies, descubrir que era él me impresionó, porque siempre le puse atención al perfil de sus uñas, dunas diminutas enterradas en la piel de sus dedos. Venía yo en mi bicicleta, o más bien iba yo en mi bicicleta, hacia el centro, para llegar al club de nutrición donde también como rutina todas las mañanas tomo té de aloe, té verde y una malteada de piña colada. A veces leo o escribo debajo de dos árboles neem que con su existencia me muestran lo pequeño que soy.
Pedaleaba como siempre entonando una canción con nombre de María, o para María en mi memoria. Cantaba, o más bien tarareaba, intentando invocar su presencia celestial. Y digo celestial porque vive cerca del cielo, tocando las nubes con su pelo. En eso estaba de pedalear cuando miré a lo lejos una fila casi interminable de carros y las torretas de una patrulla indicando la urgencia, la emergencia, el escándalo al que están condenadas esas unidades. Es su oficio, no hay más.
Entonces que sigo pedaleando y en tarareo. No me sale bien esa canción que dice Te juro que nadie más… porque según he oído por ahí que sus notas son muy altas, y aunque no entienda nada de tonos, imagino que nomás por eso no puedo cantarla de manera idéntica como la canta el Buky. Pero hago el intento y al fin de cuentas lo que importa es invocar a María. En eso voy, pedaleando, con el aire en los ojos, en las manos, en los pies, y los pies entonces en mi mirada. Los encuentro y hago una pausa, en esa pausa las palabras se me hunden en la garganta, me aprietan el cuello, me impiden respirar con libertad. Ya no canto.
Veo sus pies y los versos para llamar a María se vuelven ahora angustia contundente. Me acerco al cuerpo cubierto con una lona gris, me acuclillo y para ese momento la bicicleta no sé ni dónde la dejé. Acerco mi mano y estoy preocupado, saber que tengo en ese momento la última oportunidad de tocar sus pies me genera urgencia, entonces intento desbocarme, tocarlos, ahora es cuándo, siempre me llamó la atención su textura, la forma de las uñas, el color de su piel, el azul verde de sus venas que se reflejaba en el agua del canal. Mis manos intentan descender digamos que desde la altura de mis rodillas y hacia el asfalto donde están puestos sus pies. Las manos me pesan. Estoy estático, contemplando, no me animo a ir, quiero ir pero no, la piel es angelical, me parece perfectamente sagrada, mi tacto puede contaminar, se me vienen a la mente múltiples motivos para los límites, no puedo avanzar. No obstante gozo con la mirada, siento que toco sin tocar.
En eso estoy y voy al recuerdo de una noche de hotel al lado de María, la que vive en las puertas del cielo. Recuerdo que fue en sábado por la tarde. Estábamos en una habitación también cerca del cielo, con una ventana que veía hacia los techos de dos caídas, también de lámina galvanizada y con textura de óxido. Recuerdo que sonó una canción de un cantante cubano y juntos pudimos analizar el contenido de la letra, la música se volvió melancolía y en coincidencia repetimos sin canto el mismo verso. Ese verso se me escapa ahora pero una palabra me brota desde el vientre: Ciudad
Al recordar ciudad regreso al asfalto. María se me pierde hacia dentro de la emoción, allí se instala, y no puedo evitar mientras mis manos enfrentan la pugna por avanzar hacia los pies, el recordar que tampoco pude tocarle a ella los labios con mis labios. También allí inamovible, pesados los pasos, como dentro de un sueño donde la belleza me paralizó.
Pero ahora sé que bailamos sin avanzar. Había una canción rítmica y nos animamos porque nadie nos veía, porque a veces el baile es también prohibición. Tan igual de prohibido como decirle a una persona del mismo sexo que tiene pies bonitos. Por eso nos escondimos. Por eso nos callamos.
Tenía los pies bonitos, me digo mientras los veo y en un charco púrpura las gafas de un policía son el reflejo de advertencia. Que me quite, me dice, que no entorpezca las actividades del médico forense y que el tráfico no entiende de pausas en la vida, que no provoque más problemas que los que ya hay en esta mañana, que lo haga por mi bien, que si que no escucho, que por qué no traigo casco si utilizo una bicicleta y que me puede pasar lo que le acaba de pasar a la persona que ahora yace encima del pavimento, y que los conductores en la ciudad no están educados para respetar el tránsito de ciclistas. Que te quites o te quito. Me grita.
Trepo a la bicicleta, y el tacto es una negación, mientras pedaleo me repito que las mejores texturas están en la imaginación y no en el contacto, que si bien es cierto vivo para sentir con la piel la vida, esta mañana me voy con la felicidad de haberle visto de cerca y saber que tengo la posibilidad del recuerdo, de una mañana, muchas mañanas de disfrutarlo con la mirada mientras él aspiraba el alba, mientras sus pies, sus manos, dentro del canal, después de salir de su casa de fibracel con techo de láminas galvanizadas.
Pedaleo hacia el club de nutrición donde (en calidad de mientras el asfalto me recibe con su violencia sutil para llevarme también al reducto de una lona encima de mi cuerpo y que ojalá sea gris) alimento de conversaciones mis mañanas. Y de silencios a veces. Pedaleo e invoco a María. Trato de verle la textura de su piel, el color de su piel, el timbre de su voz. Una sola imagen tengo en la memoria. Tenía los pies bonitos. Pedaleo con mis pies que son ahora sus pies. Los pienso y existen en los míos. Tenía los pies bonitos. (Carlos Sánchez)

domingo, 17 de octubre de 2010

toty-concluir


entré a su cuarto, después de su funeral en el DF, tenía ordenadas todas las camisas que usaría esa semana, en orden los papeles de las juntas por venir, también imagino que tenía planeada una llamada para mí, besar a sus dos hijas mas pequeñas de noche, llamarles de día a los grandes... pero creo que no tenía planeado morir. murió bien, murió rápido, como merecía.

viernes, 8 de octubre de 2010

Corte de caja


“Corte de caja”: exposición fotográfica colectiva en Cananea, Sonora
Primero fue el análisis de lo que uno es como persona. Vinieron después las palabras de convocatoria para indagar las emociones, luego ejercicios con una cámara retratando la intimidad del cuarto donde se duerme, las cosas con las cuales se convive.
En la Biblioteca Pública Mexicana de Cananea, los intereses sobre el arte fotográfico tuvieron atención desde un grupo heterogéneo y convivieron en torno a la imagen y palabras en un taller (auspiciado por Instituto Sonorense de la Juventud) denominado Corte de caja, que significa un recuento de lo vivido, desde la infancia y hasta la actualidad.
El curso, impartido por Carlos Sánchez, durante agosto de 2010, dio como resultado la exposición colectiva (que lleva el mismo nombre del taller) y que este domingo 10 de octubre será exhibirá en la plaza Juárez, en Cananea, Sonora.
En este trabajo participan alrededor de veinte fotógrafos, y la muestra fotográfica (poco más de cien fotografías), se exhibirá en el marco de celebración de doscientos años del Bicentenario de la Independencia de México.