domingo, 19 de diciembre de 2010

El agua sobre la acera


Carlos Sánchez

Nostalgia. Los colores me tocan la emoción como un pincel toca el lienzo. De a poco se construye en la mirada el recuerdo de una tarde de lluvia, de un amanecer mojado. Vista que encuentra un paisaje inscrito en la memoria.
Observo la fotografía una y otra vez. Despacio. Aprecio la sutileza en la edición. La urbanidad echa paz: textura para encontrar los latidos del corazón.
En la fotografía está la atmósfera, la vida en un trazo de cables para comunicar la luz, el audio en una llamada telefónica. Para eso deben servir las líneas encima del aire. La fotografía fue un disparo desde el impulso de Josefa Isabel Rojas Molina, escritora consecuente y diletante del amor.
Por qué no subrayar la palabra amor, por qué de un tiempo a la fecha se nos hace añicos la inocencia y nos sonroja cualesquier indicio de ternura. En qué momento el temor a la nobleza nos hizo su presa.
Debe ser la época en la que estamos para vivir en un marasmo, la constante información que nos devasta y reacción para prevenirnos de lo que sucede allá afuera, en la capacidad para la crueldad.
Pero he vuelto, gracias a Dios y ya era tiempo, como bien dice Sabines, el Jaime, a esta tierra que en el mundo se cuece aparte, esta región que me satisface al encontrarla de nuevo en su puntual atmósfera, con el tono ocre para encender de emoción mis pupilas, a través de esta foto que describo, y vivo.
He vuelto a ella a través de una imagen, poética, como los versos que escribe su autora, la Josefa. Y debe ser que ya el otoño cubre el cielo los días el aire la vida de Cananea, adonde he vuelto, y debe ser que la nostalgia es verbigracia al escuchar el ritmo recio y evocador de las sílabas que componen el nombre de este territorio.
Hay nubes, cierto, lugar aparente común en el paisaje cananense, pero no, debo decirlo, acá los nublados tienen otro matiz, alas que conversan con los pobladores de este pueblo, dicha de encontrarlo con este mote, porque acá la cercanía entre los habitantes es puntual, el saludo reiteración de la generosidad social.
Veo esta fotografía y soy un niño andando las calles, con la infancia puesta en la memoria, un costal de bellotas en el lomo de un burro, el paso del obrero una mañana sin sol llena de calor cuando el destino es hacia el trabajo. Una tarde después de la jornada y regresar al fuego del hogar para reencontrarse con la familia. Encuentro esto al contemplar una y otra vez la imagen. Me trepo en ella y paseo feliz en la imaginación, el recuerdo de lo que sé me ha satisfecho este lugar.
La fotografía, como la poesía, sugiere y al observarla en ella encuentro (y seguro estoy de que cada quien encontrará lo suyo) el mundo dispuesto a mis ojos en nostalgia. Porque la poesía es eso, una estocada sutil en medio del pecho. En este disparo la Josefa que es poeta y hace fotos, construye con tino un dardo embadurnado de historia y acierta en el blanco sobre la imagen que es una postal precisa para contar, contarnos, la crónica de un idilio otoñal en pleno vientre de la ciudad. Cananea. Nostalgia por sus colores, el volumen en las nubes, los cables reiteración de esfuerzo, vestigio de que alguien una vez enclavó un poste para ir facilitando la vida, la luz, la comunicación.
Nostalgia en el agua sobre la acera, porque hace apenas unos minutos antes el cielo quiso con su fruto tocar la ciudad.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Me gusta contar historias


Carlos Sánchez

Obregón, Sonora.- Agobiado por su situación, Emiliano experimenta una serie de eventos que lo hunden hasta la desesperación. Buscando ser libre, sólo encuentra una manera de lograrlo.
El párrafo anterior es la sinopsis del cortometraje Es cuestión, escrito y dirigido por Paco Espinoza, diletante de la elaboración de cine, desde la resistencia que es la búsqueda, desde los recursos más inmediatos con los que cuenta, desde las posibilidades que siempre estarán cuando la pasión rige el oficio.
Paco Espinoza no rebasa los treinta años de edad, radica en ciudad Obregón, y cuenta historias, porque le gusta contar historias. Escribe poemas, algunos cuentos, dibuja, escribe guiones para cortometrajes. Los realiza.
Paco Espinoza anda la vida con el cine en los ojos, en la mente, en la obsesión. Paco nos conversa algunos de los porqués de su vocación.
--¿Cuánto tiempo apostándole a hacer cine?
--Me interesé desde que estaba en la preparatoria, pero ya dedicado a hacer cine, con una estructura, guión, actores, con una finalidad, desde el dos mil seis.
--¿Cuál es tu ópera prima?
--Fue un pequeño cortito, de siete minutos, se llama La última vez, prácticamente es un monólogo, hay dos personajes, uno no habla y todo se centra en la protagonista.
--Este trabajo del cortometraje lo haces más a partir de la intuición más que del aprendizaje en la academia.
--Así es, es totalmente autodidacta, un día agarré la cámara y ahora ya con los años, desde el año pasado, sobre todo, he estado asistiendo a talleres, eventos relacionados con el cine donde se dan conferencias y cursos, pero de inicio me aventé con lo que tenía: la cámara, los camaradas que actúan y la historia.
--Cuando decides hacer esto, ¿a qué le apuestas?
--Desde que comencé, no nada más con el cine, a mí me gusta contar historias, y encontré en el cine un lenguaje para poder contar más, poder expresar, creo por ahí va: utilizarlo para poder contar historias.
--Es cuestión, es tu más reciente cortometraje, el cual contiene como epígrafe la frase Cualquiera puede ser libre, cuéntame sobre este trabajo.
--Este corto nace con motivo de una convocatoria que se abre en la Benemérita Universidad de Puebla, ellos tienen este festival de cine Revolución en corto, segunda edición, y generan una convocatoria dentro de tres vertientes, la primera: cortometraje tema libre; segunda: documental en tema libre; y la otra es cortometraje teniendo como temática la libertad. Lo que sucede es que armo una historia donde se toca lo que es la libertad para el ser humano.
La idea en este corto fue seguir de la mano la convocatoria que pedía demostrar a través del cine las posibilidades que tiene el ser humano ante la libertad, que muchas veces puede encumbrarlo con buenas acciones o puede llevar a socavar la naturaleza humana. Mi idea fue tomar un poco de ambos elementos, del engrandecer, y del sufrir por la carencia de libertad y de ahí es donde se desprende esta historia que trata de un señor que va perdiendo libertades, algunas razones son por cuestiones externas, de la sociedad, otras por cuestiones internas: familiares, personales. Esta historia está grabada en la comunidad de Fundición, un pueblo al sur de ciudad Obregón, y allí se graba en locaciones naturales.
--Tengo entendido que familiares tuyos son los actores en Es cuestión.
--Se dio algo muy interesante con los protagonistas, dos de ellos son mis amigos, dos de ellos son mis abuelos, dadas las características de la historia yo pensé la historia pudiendo utilizarlos a ellos, el tema funciona en base a ellos, se lo comenté a mis abuelos, que nunca habían experimentado la actuación, y fue una experiencia enriquecedora, trabajar con ellos no como familia, sino en un proyecto que va encaminado al desarrollo fílmico, ellos saben que me gusta el cine, que siempre he andado con mi cámara de video y ahora busqué integrarlos. Van muchas cuestiones personales en ese aspecto.
--Cuando tienes el proyecto de Es cuestión, hay una visión, un rumbo, un trabajo previo para tener el elemento y desarrollarlo, ¿pero qué ocurre una vez que observas en la pantalla el trabajo terminado, qué sensaciones experimentas?
--En el trabajo previo uno piensa en imágenes, uno dice: quiero que se vea así, que suceda esto y que digan esto. A partir de ahí desarrollas el plan de trabajo, formas un guión, divides las escenas, como lo vas a grabar, después de hacer la grabación ves que estás armando la película, ves que estás buscando estas imágenes, buscando contar las historias, encontrar las voces, y finalmente se edita para tener el producto terminado, y aquí se dio, como en todas las producciones, yo supongo, que es una película la que se piensa, otra película la que se escribe, otra película la que haces y otra la que ya tienes como resultado final, y ha sido una experiencia muy enriquecedora y me siento muy a gusto con el resultado porque es algo que yo buscaba. Hay escenas, como es cine independiente, a lo mejor no lo grabamos con esa rigidez que exige el cine como profesión, sin embargo se lograron imágenes que me llegan, porque estoy viendo a mis abuelos, sé que esas situaciones son posibles, a lo mejor no las he visto, a lo mejor sí las he escuchado, pero sé que están ahí, a lo mejor nos enteramos por otras personas, pero se da.
--En el contenido del arte, en la propuesta artística, ¿crees que es necesario el compromiso social?
--Creo que no es necesario darle un discurso, un trasfondo a la obra, el arista lo decide, si alguien siente la necesidad es totalmente válido, si alguien opta por no hacerlo se puede prescindir de ello, creo que es lo bueno del arte, que podemos darnos esa libertad de elegir, si yo quiero enviar un mensaje o si sólo me quiero desahogar, creo que eso es lo bueno.
--¿El arte debe estar comprometido o no, es decir, el arte tiene qué incluir una propuesta de compromiso?
-El artista debe estar comprometido con su arte. Que sea él quien busque algo, a lo mejor no es representar a la sociedad, no dar un grito de exigencia, un grito de protesta, a lo mejor es nada más buscar el desahogo.
--¿Cómo te visualizas en el futuro, hasta adónde vas a llegar?
--Voy a hacer cine, me gusta el cine, me gusta contar historias, me gusta escribir, dibujar, y eso voy a hacer porque son experiencias que me llenan, las disfruto, y me veo haciéndolo.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Biutiful: espléndida ingratitud del vivir


Carlos Sánchez

Esto es el arte: textura, argumento, dolor, placer, vida cotidiana y ficción. Esto es el arte: música, fotografía, literatura, actuación, densidad, liviandad.
Asomarse a la pantalla es la disposición de contemplar las propuestas de quienes hacen cine. Después de instalarse en la butaca, soltarse los cordones de los zapatos, desenvolver el chocolate que se ha metido de contrabando, después de completar el precio de la localidad, veintinueve pesos, para una tarde en la que también se vive para fugarse de uno mismo, procede contemplar con los sentidos dispuestos. Concentración. Éstos son algunos de los móviles por los que se ingresa a una sala de cine. Supongo.
Entender que el retraso es casi obligado, para que la luz se haga sobre la pantalla, no es fácil. Porque las proyecciones se programan con antelación, se publicitan en los periódicos, en la televisión, la radio, en el cine mismo. Se alardea el próximo estreno, la cinta más taquillera, los actores de moda.
Sandeces éstas las mías para decir lo que incomoda. Los muchachos que laboran en cinepolis andan extraviados de sus mismos horarios, tal vez los incentivos nunca llegan para optimizar la tarea cotidiana, tal vez el desencanto de cumplir con un horario en una rutina que no les satisface, es consecuencia para la apatía.
Pero ya está, la imagen aparece con los minutos de retraso que sean, no importa nada ya, Javier Bardem está en un paisaje paradisiaco, observando a un búho mientras escucha la voz de quien le recibe en el mismo paraíso.
Bardem es Uxbal y éste personaje sí sabe de compromisos, porque su existencia es un cúmulo de pasiones, lo refleja en la mirada, y va hacia el encuentro de sus últimos días con el filo de un líquido que debieran ser orines, pero que de a poco el color ambarino se transforma en un púrpura que desgarra el interior, fluye por las vías hacia el inodoro. La próstata se desgarra y a cuenta gotas inicia el conteo regresivo de su existencia.
Sabe Uxbal, clarividente, conversador con los muertos, que la vida no termina con la muerte, no obstante, sabe que desea continuar en los días, por la simple y llana razón de que cada tarde sus dos hijos esperan de sus brazos como un alud de protección a partir de la capacidad de amar.
Para qué carajos, me digo en este momento de escribir, me empecino en decir lo que acontece en Biutiful, cómo es que vine a dar en esta redacción donde intento exponer la anécdota del trabajo que dirige Alejandro González Iñarritu, si ahora mismo recuerdo que mientras veía la película, ayer por la tarde, no podía parpadear, la garganta se me resecaba, y era esto una reacción al contemplar la estética fotográfica. Porque el cine también es textura, me lo repetía mientras los actores caminaban por la escena en la pantalla. El cine también es textura.
Agradecía a cada minuto de la trama recorriéndome las pupilas, el desenfoque en las fotografías, la iluminación, el volumen, la densidad en los tonos. Siempre el desenfoque, atino como metáfora: ¿realmente vemos con claridad lo que somos?
De lo que el contenido de Biutiful me dijera, sería sólo un extra. Aunque ahora sé también que miento. Porque lo más trascendental, lo que vino como arte a tomarte del vientre y exigirme la atención, no fue sólo la textura, la vanguardia, el atrevimiento técnico del productor, innegable es que la literatura de este guión es perfecta, y que me he maravillado de tanta exactitud.
Barcelona en la corrupción, la presencia del futbol como triunfo de los africanos en el nombre de Samuel Eto. Barcelona textura para el contenido cruento de historias de mercaderes improvisados en la elegancia prohibida de sus pasillos ostentosos, la piratería como vehículo para comer algunos, otros para acumular billetes. Barcelona la pobre, la soterrada a todas luces en la cotidianidad de los que menos tienen. Barcelona es un bar donde las bailarinas se desnudan. Barcelona un santuario con la sonrisa que finge para esconder en la fotografía de un paisaje la realidad de los que llegan en busca de la ilusión que significa lograr la manutención.
Se condensan aquí los dolores que a todos nos han tocado. La crítica a la discriminación es puntual (y decirlo me sonroja, porque intuyo el término panfleto y en esta película esa palabra no tiene vigencia), y es ésta acción la que desencadena en tragedia. Siempre lo ha sido. No necesito ejemplificar. Lo sabemos a manos llenas. La falta de oportunidades, la indolencia, el culto al ego, el pensar sólo en los beneficios de uno mismo.
González Iñárritu es un cabrón que significa chingón, se instala en las virtudes y padecimientos de las personas, su investigación rebasa las trivialidades, les indaga el corazón, la mente, penetra en las capacidades de una mujer bipolar, Marambra (Maricel Álvarez), presa del deseo de la fidelidad, presa del deseo de disfrutarlo todo. Las consecuencias son el desequilibrio en una familia a la que dio vida, dos hijos a los que no podrá formar, porque la capacidad de su existencia rompe con los patrones que se requieren para permanecer en el seno de un hogar. Ni siquiera es el vino, la cocaína, es el mismo monstruo que ella, nosotros, todos, cargamos en nuestros nombres. El desasosiego permanente al lidiar con los pecados que nos dijeron que existen.

Desde que la espalda hace rechinar los engranes de la butaca, desde que la luz se dirige a la pantalla para llenarla de historia, desde ese instante supe que el arte es también para convocarme a la reflexión sobre lo que soy y deseo.
¿Cómo explicar en estos párrafos mi actitud estática al ir encontrando Biutiful con su virtud perfecta de comunicarme lo pequeño o inmenso que soy? ¿Cómo hacer para generar ganas de que quienes lean esto se desboquen y corran hacia el cine en busca de esta historia? Me pasa que cuando leo algún libro que me enamora, escucho una canción que me llena de felicidad, encuentro una película que me desgarra también de placer, me digo: ¿Por qué muy pocos van al cine, muy pocos leen, muy pocos encuentran la otra música?
Vaya estulticia la mía y pose de erudición. Vaya forma fallida esta de intentar salpicar la emoción de lo que me ha hecho comprender Biutiful. Y otra vez me quedo corto y con la frustración de no poder decir lo inmenso que es esta película, donde seguro estoy, su director, el Negro González, no le apuesta a la taquilla: primero la pasión, el compromiso, después las consecuencias que ni él mismo sabe cuáles serán: una cine abarrotado o desierto. Pero seguro estoy que el compromiso consigo mismo, lo tendrá satisfecho, y lo pone a las puertas de ese paraíso con el que abre y cierra Biutiful.
El arte también es esto: textura, y compromiso con la dignidad de lo que se escribe, retrata, proyecta. En Biutiful no hay desperdicio. Después de dos horas y veintiséis minutos de contenido ganas he tenido de agradecer. Sólo tengo la movilidad en los dedos para transmitir lo que por la mirada penetra en mi interior. Intento decirlo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Sones, blues, jazz: un toque de acordeón y bajo sexto


por Carlos Sánchez

A capela las estrofas. Las voces son la analogía de un futbolista que con respeto se dirige al público para festejar un gol en el ángulo, en pase a la final. Es viernes por la noche y hay ritmo, cervezas para aumentar los grados centígrados en la piel, afinar la garganta para corear los cánticos.
Las notas de un violín tocan la alegría. Arriba, hacia el cielo, un cúmulo de petates es el techo que contiene el sereno de una noche de música. Aquí son Los Jarritos, una cantina, aquí es la oportunidad preciosa para auscultar la propuesta de Zazhil: son rock / blues jazz.
En la cinco de mayo, que es el barrio, en una esquina, debajo de la enramada, encima de las piedras (que son el suelo en el foro) convergen la pasión y la bebida, el humo y las notas, el estallido en la garganta, acordes en los dedos.
Después de los versos a capela, y a manera de presentación, Ramón Sánchez, domador de la flauta transversa, expone los motivos de las palabras en coro:
“Somos el grupo Zazhil, venimos de la ciudad de México con un repertorio revuelto de música mexicana de diferentes estados, y lo que escucharon (a manera de presentación y a capela) es diciéndoles salud para que consuman, si no la casa pierde, y no nos vamos de aquí si no nos ponemos hasta las chanclas. Empezamos con una canción que es del estado de Morelos, es algo para pedir permiso, así como estamos reunidos, el cantor viene a pedir permiso para que lo dejen echarse una canción, después de ahí cantamos un son de Jalisco que compuso Panchito Madrigal, que compuso la canción Jacinto Cenobio, pues él también hizo este son que se llamó La paloma habanera, esta paloma habanera se la compuso a los cubanos con tantos años de bronca que han cargado con el bloqueo, a él se le ocurrió hacer esta metáfora entre el gavilán y la paloma. Y como no hay programa hoy hay les va esta Petenera.
Cantan después de una breve introducción sobre la rola de marras. Cantan y se divierten. Tienen los músicos prendida en sus pupilas la palabra euforia, les cae por sus mejillas el deseo de sus pies sobre el escenario, se trepan y a capela advierten que la música se hizo, la hacen.
Y son una vela para encender el testimonio de lo que con los años se construye: calidad lúdica a cada zarpazo en el rasgueo del bajo, las yemas en los teclados, el aire en la flauta, el violín hecho un corazón que irriga de armonía el foro como choza. Atmósfera febril.
Porque dicen y es sabido que en la cantina se canta el amor y la vida, porque destapar una caguama tiene implícito el encontronazo con la sensibilidad: se destapa también la libertad de sentir, decir.
***
Zazhil es la cordura encima del barrio, los locos que afortunadamente en la música tienen todo y en ella misma nada qué perder. Y también antier estuvieron en otro estado, en otro país, y también mañana se treparán del viento para recorrer las islas que les esperan y habrán de, como ahora, entregarlo todo que es la música: otros estados, otros países, otros barrios.
Dicen que estos muchachos, los zazhiles, un día acompañaron en sus cantos a la siempre dignidad incólume de Amparo Ochoa, y uno de sus integrantes anduvo al compás del grupo Los Folkloristas. Dicen en los medios, en las páginas de internet, que de un lado a otro se la viven. Dicen ellos, con la actitud, que cualesquier espacio es digno para ejercer el oficio. Y lo hacen ahora ante el Paco Luna (maestro universitario, escritor, músico), quien permanece con un rictus de felicidad en las cejas que le pueblan el rostro que sólo es sonrisa. Paco canta y conversa con señas, pide una y otra, la complacencia es otra vez la reiteración de la actitud afable de quienes hacen la noche dentro del foro.
***
Y si hubo sones bluseados, jazzecito de aquellas, detrás de las cortinas de palma, a un ladito, los muchachos de botas y sombreros, allá, calladitos, esperando su turno. Y vino el momento de trepar al escenario, no sin antes la gratitud del grupo Zazhil para con los integrantes de Tributo, los que todos los viernes llenan con su bajo sexto y acordeón las emociones de los parroquianos.
No falta la espontaneidad, que de esto también está hecha la vida. Arriba y con micrófono en mano Susana Salcido hace estallar su garganta para evocar a doña Chayito Valdez al interpretar Celosa, y bueno, que las palmas tronando también fueron de gratitud.
Noche de fraternidad. Celebración del oficio, y la vocación de los que persiguen a estos locos que se aposentaron para siempre en la construcción de notas. Dicen los que saben que Zazhil un día antes tuvo multitud en la explanada del museo y biblioteca de la Universidad de Sonora. Y que vinieron estos muchachos a la celebración de trova y poesía que se ofrece desde el área de Publicaciones del alma máter.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Hazlo por mi corazón

escito por Carlos Sánchez

Para que haya amor se necesita que haya besos. Chuy Vega canta ahora, mientras el acordeón se multiplica como un redoble en mi pecho, las parejas bailan. En el bajo sexto hay pasión, siento las cuerdas al imprimirse en los dedos del músico, y su voz un estruendo que incita a la danza. Tengo en la mente, no, en la mente no, en los ojos, tampoco en los ojos, en las manos, en los pies, en el tacto, el nombre de una muchacha que conocí el sábado pasado, aquí, en este mismo lugar: Gitanos Disco Bar, donde ahora tocan Los nuevos cadetes. Nogales es la frontera que nos junta, a ella y a mí, y ella que vino a buscar, yo que vine encontrar. Ella me dijo ese día, no, esa noche, cuando se acercó para que yo pudiera escucharla, que vino desde un pueblo en la sierra, buscando a su madre, que ya hace muchos años la extravió, que un día se enamoró, ella, o sea su madre, y dejó todo por el amor, incluida a ella y su hermano, yo le dije, gritándole, porque no me oía pues porque el volumen del conjunto estaba muy elevado, que qué bonita la historia de su madre y de ella, que así quisiera ser yo un día, dejarlo todo, y todo significa todo, nada que me llevo esto o lo otro, no, dejarlo todo significa que la muerte misma me acompañe pero a sabiendas de que uno puede sentir una bomba siempre a punto de estallar en medio del corazón, y a punto de estallar nomás porque se sabe querido, y de tan solo pensar en que a uno lo quieren y quiere, es la razón más contundente para soltarse de las ataduras. Me vio y sonrió, con dudas, en los ojos tenía dudas, ella que tiene en los labios la textura de una hoja de maple en primavera, el color del otoño en su piel, ella con los ojos tan grandes como el ruido del conjunto, nomás me miró y se puso a bailar, pienso yo que lo hizo para evadirme, o tal vez porque andaba cerca, porque según también me dijo que se sentía bien en ese bar, con música en vivo que porque en su pueblo de allá de la sierra hacía mucho que no iba a una fiesta con música así, y que bueno, pues ya en cualesquier momento sabía ella, estaba segura, podría encontrar a su madre. Bailamos ese día la misma canción que suena ahora, ese día, no, esa noche, la cantaron los Vagos del Norte, hoy la canta Chuy Vega, y parece como si yo le hubiera solicitado esa pieza: Quiero pensar en ti durmiéndome otra vez / y al despertar mañana. Escucho y la miro pegadita en mis brazos, con su chiquito cuerpo, delgadito, las piernas volándole del suelo, apenas pegando la punta de sus pies, trepándome. Nos deslizamos por toda la pista, al tenerla en mis brazos me impresionaba pensar que como era que si nunca antes la había mirado ahora me sentía bien enamorado, yo no sé si a los demás les haya pasado algo similar, nomás verla bastó como para que mi cuerpo temblara y más cuando al bailar nos hicimos un solo tronido en el pecho, al ritmo de las canciones. Ahora suena esa misma canción que bailamos: Quiero cantarte a ti / como el senzonte aquél que canta en tu ventana. Chuy Vega es la neta, su voz sí es un senzonte, y canta para todos los que ahora celebramos, ¿qué celebramos?, lo que sea, yo por ejemplo celebro conocer a esta muchacha venida de un pueblo de la sierra, y celebro nomás porque mis manos estuvieron en su cintura, bien bonita la chamaca, sus labios son como una escultura de porcelana, no sé si Dios bendito se los dibujó, no sé, ella, mientras bailábamos y yo la apretaba más fuerte, me dijo que no, que los labios de ella son de su madre, que eso le han dicho y que lo comprobó en una foto que miró en un periódico y que fue justo ahí donde se enteró que su madre vive en Nogales, que por eso se vino y que no le importó el trabajo, ni los compromisos y que por ver a su madre todo, que aunque a ella le han dicho miles de cosas ella sabe que la madre es la madre y sólo una vez en la vida y que bueno ya aprovechando que la anda buscando pues que hay que divertirse y que por lo pronto en calidad de mientras la encuentra bailar es sano porque el cuerpo también lo necesita y a poco no, a poco no te sientes suave de bailar y ver a todas esas parejas que también idolatran a Chuy Vega y que a poco no está chila la luz de la disco, que a poco no hay que darle oportunidad al descanso a poco pura chinga de lunes a viernes y también los sábados. Los nuevos Cadetes ahora me interrumpen del recuerdo de esos labios, los que también al pensarlos se siguen aproximando a mí, despacio, entre queriendo y no, y vinieron pero no llegaron, pero ahora me interrumpe Chuy Vega, porque allá por debajo de la pista de baile se andan peleando unos muchachos y pues el vocalista les grita que se estén quietos, que si que no saben convivir en paz, que si todos somos mexicanos, eso dice, y que arriba la gente de Michoacán, no sé por qué lo dice, pero lo grita, y el mismo Chuy le hace una seña a sus músicos para que la fiesta continúe, como queriendo que con las canciones la raza vuelva al romance, al dancing, a que se les quite de la cabeza la idea de los problemas, que se diviertan mejor. Eso me dijo también la muchacha, pero eso fue mientras yo me tomaba una cerveza, allá en una mesa debajo de la salida de emergencia, yo cheve, ella refresco, porque el alcohol la marea y si algo le gusta en la vida, me dijo, es la lucidez, estar sobria, sólo así disfruta de su cuerpo, de sentirse, de mirarse, sólo así respira profundo, y que por eso nada de bebidas que le distorsionen, bueno, pues eso también me dijo, que ella nada de violencia, que aunque en su casa, con la familia que vive, que es su familia, claro, pero que ahí hace falta la madre verdadera, pues bueno, que a ella tampoco le cae bien la violencia, pero ese día, no, esa noche, afortunadamente no hubo chingazos, todo formalito, ordenadamente todas las parejas bailando apretadito, como ella y yo. Allí fue en esa mesa, donde me acerqué a su cara, tenía yo el pretexto de no escucharla, pues así no falla, de cerquita ya las muchachas no pueden decir que no, entonces que me le acerco y le rozo la mejilla con mis labios, creo que le picó el bigote, lo sentí, no me dijo nada, pero como que la piel respingó, se hizo un poquito hacia atrás, pero sin rechazarme, sé que no, porque uno luego siente cuando no se hace, yo en la mirada luego sé cuando hay correspondencia, pues ahí que estamos yo diciéndole cosas al oído y ella entendiendo todo, o haciendo como que entendía, y ya en la desesperación que me le voy como cochito al maíz, sobre la trompa, a hundirme en el fango, pero nada, peor que un swin en la última entrada con dos ponches y caja llena, que me voy de bruces y solo, lo bueno es que nadie me vio, estábamos solos, o acariciándole la muñeca de su mano izquierda, bien despacio, como se toca digamos el último cigarro y al amanecer, así, y ella me buscaba con sus pies, me tocaba por encima de las botas, con delicadeza, y también fue que mientras bailábamos, ella me rozaba el pecho con sus pezones erguidos, eran, no, son, del tamaño de un penny, así, con esa exactitud, y como apretando un penny tenía sus rodillas juntas, lo supe al intentar meter mi mano entre ellas en un par de ocasiones, no, bien firmes, sólo en la piel, allí si pude deslizarme, tocarla, incluso, también cuando bailábamos, me dejó morderle con los labios su oreja derecha, o no es que me haya dado permiso, yo nomás me dejé ir, bien tierno, ella no opuso resistencia. Chuy Vega es chilo, y en su voz tiene un timbre que le gusta a la raza, y entre rola y rola conversa, vacila, es como cualquiera de nosotros acá abajo, escuchándolo, no parece tan famoso, es decir, no se porta presumido, es a toda madre, ya calmó a los peleoneros, ya la fiesta en paz, ahora canta esa de Hazlo por mi corazón, con esa me hace más pesada la espera, su ausencia, es como si yo le estuviera cantando a esa muchacha venida de un pueblo de la sierra, que No lo haga tanto por mí, y es que parece como si se hubiera llevado un pedazo de él, de mi corazón, aunque me puedo sentir sacado de onda, cómo de que en un día, no, en una noche, ya me estoy vaciando por no verla, por no encontrarla, bueno, sí la encontré, y pero qué cabrón esto, uno nunca tiene fin, porque no estuvo nada mal ese día, no, esa noche, amanecimos caminando por la avenida Obregón y hacia la colonia Cajeme donde dicen que le dijeron que su mamá vive en una traila, muy cerquita del estadio de beisbol, y cómo olvidar sus ojos cuando por fin dimos con la traila y le dijeron unos señores, que salían de debajo de un puente encima de un arroyo, que la señora hacía algunos días que no regresaba, pero que eso era normal que porque algunas veces duraba hasta semanas sin venir a dormir, y yo pues lo único que pude ofrecerle fue ir a desayunar, no le quise decir que en mi casa podría descansar, porque luego se le nota a la muchacha que es gente decente, y tal vez hubiera mal interpretado y pues para qué arriesgarme si yo nomás de verla estaba feliz y no me podía arriesgar a hacerle pasar un disgusto, mejor fue que la llevé a donde me pidió que la llevara, la acompañé a la central de Tufesa, allí miré cuando se trepó en un transporte, y antes de irse me dijo que volvería, que ella estaba segura de encontrar a su madre, que ella sabe que en el Gitanos se la lleva, pero pues que esa noche tuvo mala suerte, aunque no tan mala fue la suerte que porque me encontró a mí. Calmado, no peleen, muchachos, eehhh. Otra vez Chuy vega intenta calmarlos, ya mientras canta les dice que no, que otra vez no, por lo menos eso me hace sentir bien, saber que no vino está bien por ese lado, porque ella no merece este tipo de fiestas, ella es una muchacha buena, se le nota de a luego en su manera de mirar, y también lo sé porque algo me confió, me habló de su novio, que ella está en compromiso de amor con él, que sí le parezco agradable, no, agradable, no, interesante, eso fue lo que dijo, que le gustan mis ojos, no, mis ojos, no, mi manera de mirarla, que disque le recuerda un pez en la pecera que tiene en la mesa de la cocina de su casa, que al verme era sentir paz, pero que mi sonrisa, no, mi sonrisa, no, mis dientes, así disparejos, le parecían graciosos, infantil, sí, infantiles, sí, pero que no podía, que si el deseo está bien, pero que no, que en la casa donde creció le dijeron que no puede mirar a otro que no sea su novio, que no siga los pasos de su madre, que no está bien abandonar a los hijos, que no está bien dejarse ir por el amor, que la pasión nunca fue recomendable cuando ya se tiene una pareja a quien ser fiel, que por eso estaba mejor así, que el baile es sano y ya es mucho que los cuerpos estén juntos, que gracias por las horas felices, y justo ahí es cuando sonaba esa canción, ese estribillo, y debe ser que lo dijo como que porque ya no tenía más palabras, y bueno, es normal, las palabras faltan siempre, yo tampoco muchas veces sé cómo decir lo que siento porque no me alcanzan las palabras, y así fue que sólo me besó pero desde lejos, y también dijo que lo hizo y lo seguiría haciendo con el pensamiento. Le agradezco a Chuy Vega esta noche, él sí tiene palabras para decir el sentimiento, y nos hace sentir. Ahora dicen que suena la última canción, y ya los muchachos se han aplacado, yo intento recordar el nombre de la muchacha venida de un pueblo de la sierra.

martes, 16 de noviembre de 2010

El Maiquel Yackson de Tijuana


por Carlos Sánchez

Un silbato en sus labios, un tando, coordinado blanco, camisa oro, zapatos y corbata negros. Se desliza por el pavimento en pleno corazón de la zona Río, en pleno corazón de Tijuana.
Baila sin prejuicios, desbordado de libertad. Antes de que la luz del semáforo cambie, con su tando en la mano recoge monedas que entregan automovilistas.
Se llama José Andrés Hernández Artega, y en un receso de su cuerpo en movimiento a ritmo del silbato, me inquiere que si de dónde vengo, qué hago con la cámara en mis manos, disparándole a él. Le digo que soy de Sonora, su respuesta es una sonrisa, me pide que le haga una foto junto a mí, la hago y conversamos en un acuerdo tácito, en un pacto de miradas.
--¿Cuánto tiempo tienes bailando como Michael Jackson?
--Más bien yo bailo antes de que él naciera. Tengo sesentaicuatro años y él tenía cincuentaitrés, cuando yo tenía veinte años él tenía tres (sic), yo dominaba todas las técnicas del mambo y aunado a eso él tiene mucha técnica muy depurada, nos dejó un legado muy difícil para cualquier bailarín profesional, pero para mí es una gran virtud que Dios me haiga dado esta gran experiencia porque sinceramente me debo a la gente, para mí es un espectáculo y yo gracias a la virgen ella me da condición física porque sinceramente tengo que tener velocidad, técnica, elegancia y perfección.
--Lo haces muy bien.
--Gracias, muy a amable, yo le mando un saludo a toda la gente de Sonora, yo soy de Guadalajara, Jalisco, del bario de Analco, me hice en vecindades, en las vecindades se hacen los grandes bailarines: Resortes se hizo en vecindades de México, Tin Tan se hizo en Chihuahua, en las carpas. Yo puedo dominar veinte ritmos y próximamente voy a estar en TV Azteca, bailando veinte ritmos, espero un correo de voz y me vean en internet, ahí estamos en Maiquel Yacson de Tijuana, esa es mi página y yo agradezco mucho las atenciones.
Pienso morir bailando, el programa que voy a llevar, un proyecto que se llama “Morir bailando”, para que toda la gente que ya se cree de los cincuenta en adelante y crea que ya está frita, no, es nomás ponerle ganas, entusiasmo, y creer en uno mismo, en Cristo.
--¿Desde qué hora bailas?
--Ya tardeando, porque el sol es muy pesado, desde la cinco o seis de la tarde, en este tiempo de invierno a las cuatro treinta empieza a oscurecer, me vengo a esa hora. El gobierno me maneja con tenazas, me da permiso de bailar porque aquí en Baja California es muy difícil experiencia para cualquier extraño, entonces ya lo que somos de aquí de Tijuana nos sabemos la tierra, conocemos la cultura de aquí, están unidas todas las culturas de toda la república, aquí hay que ser muy trucha, adiós drogas, aquí si le metes a la droga es cara y mala, entonces aquí las dejas o las dejas, el que cae en el nido de la droga: frito, entonces agarrándose de Cristo, no hay de otra, yo soy encontrista: gloria a Dios.
Bailar ante los ojos de Felipe Calderón
--¿Cómo se llama este crucero donde bailas?
--Aquí estamos en Cuauhtémoc Sur, el crucero más chaca, aquí y la línea es donde transita la gente de mejor dinero, de mejor posición, porque la Plaza Río es la mejor plaza de Tijuana. Está el Cuauhtémoc en frente, está el hotel Camino Real, donde estuvo hace quince días el presidente Calderón y gracias a Dios bailé para ellos, me entrevistaron, bailé para canal 13 de México y para todo el mundo. Y yo tengo ese proyecto, los mexicanos somos más buenos.
--¿Felipe Calderón te vio bailar?
--Él estaba arriba, estaba en una conferencia y entonces se voltearon las cámaras hacia mí, para mí que Felipe Calderón me vio porque pues sinceramente yo soy el personaje, modestia aparte, más visto aquí en Tijuana. Ahora que viene Bustamante, el presidente municipal, pues le voy a pedir chanza para trabajar con toda la gente y quitarla de las drogas, como el proyecto Marabunta, aquí lo puedo hacer, es nomás de que la gente crea en mí.
--¿En qué barrio vives?
--Vivo en Mutualismo, en la zona centro, la zona más dura, más pervertida, allí es donde venden la heroína, el cristal, la mariguana, las pingas, la cocaína, la piedra, vivo alrededor de eso y tengo que brincar todo eso, no me molestan a mí nadie porque sinceramente yo usé drogas, para qué soy hipócrita, en mi juventud me daba mis toquecitos de mota para bailar y tener condición física, sinceramente, hay que estar puro.
--¿Vives en pareja, tienes hijos?
--Sí, tengo mis nietecitas, gracias a Dios, tengo mi hija, mis hijos, me los traje de allá para acá, aquí viven, una de ellas trabaja en mostrador en Soriana, mi esposa a veces me acompaña a la línea a bailar, para mí es muy espectacular que la gente me aplauda, el dinero va y viene, corre, pero me encanta que la gente se entusiasme al verme y para mí día a día es una experiencia tremenda bailar en la calle, porque aquí en la calle se agarran las tablas que se ocupan.
Yo bailo profesional desde los trece años, en Guadalajara bailaba en los club nocturnos, fue una experiencia el haber bailado entre candilejas, estudié actuación, en artes escénicas soy generación 82-84 en la Universidad Autónoma de Nuevo León, me recibí de actor y director de teatro, estudié todas las materias: caracterología, lenguaje de producción, actuación, dirección, cromática, todos esos estudios los llevé a cabo y me han ayudado para mi comportamiento y sinceramente ahora que viene el proyecto del Pueblo de las ideas en Puebla, hay que verlo, porque sinceramente dicen que la memoria se queda atrás.
--¿Qué tan rentable es una noche en cuestiones económicas?
--A la gente no se la come uno tan fácil, hay que tener talento, hay que bailar igual o mejor que Maiquel Yacson. Hay veces que gano cincuenta u ochenta, cien dólares en un rato, y cien dólares son mil y tantos, es muy difícil ganar mil pesos en un rato.
--¿Todas las noches bailas?
--Seguido, depende de mi condición física, pero yo tengo que tener condición física diario. Mínimo gano tres cuatrocientos pesos en un ratito, porque con dos horas de baile cualquier ser humano se va a la lona.
--¿Entonces bailar hasta la muerte?
--Hasta que muera, si Dios quiere. Y ese proyecto que les digo, a todo Sonora, es mi segundo estado, mi segunda patria, Sonora, porque yo trabajé en ferrocarriles y conozco Sonora como la palma de mi mano, viví en Nogales veinte años, estudié High scool en el otro lado, y Sonora qué bárbaro, maravilloso, qué hermosas mujeres, después de Jalisco está Sonora, sinceramente, hermosas mujeres, les mando una felicitación a esas mujeres tan curvilíneas de Sonora, a la gente, cuando oigo el léxico de: “el buqui está bichi, ándale la zapeta”. Conozco toda la cultura de Sonora, esos caldos de queso, esas tortillas de harina grandotas, quién las va a olvidar, Sonora querido, Dios me los bendiga a toda la gente de Sonora, Sinaloa y toda la república mexicana, de parte del Maiquel Yacson de Tijuana.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vidrios rotos: mirada en reconstrucción


Carlos Sánchez

Los vidrios rotos en las ventanas del Café Nelly. La infancia completa en la memoria. O por lo menos un repaso. La nostalgia inevitable por los días en la calle, vagando al futbol en el llano. Pateábamos balones remendados, nos tirábamos hacia el ángulo de una portería ficticia.
El rótulo aún intacto, sugerencia al sabor casero de un menudo previo amanecer, los tacos dorados, el café caliente, la cerveza helada. Café Nelly es digamos la institución samaritana del barrio El Jito. Hoy en la memoria, porque fenece la vida, feneció el tiempo de las puertas abiertas de este restaurante con horario sempiterno.
Infamia sería omitir el mejor de los platillos en el café del barrio: una orden de frijoles. En madrugada, por la tarde, a media mañana. Completaba los doce pesos que en ese tiempo era el costo de un plato con lechuga, tomate, un poco de frijoles y una tortilla de harina sobaquera. Me alcanzaba para aminorar el ruido en el estómago.
Limpiaba vidrios en la gasolinera de la esquina, enseguida del Bar La barca de Guaymas, que a su vez está enseguida del Nelly. Levantaba monedas como propina. A veces, en la madrugada, los taxistas ponían combustible allí y aprovechaba para ayudarles a limpiar la unidad, la propina subía de tono.
Andar el barrio era esa posibilidad de recorrer los callejones para encontrar un bachón de grifa, el paisaje soterrado de la resistencia en las familias, los hijos. Recorrer la vida entre las calles del Jito era también la convocatoria hacia el Patio Orquidea, sitio para la fiesta en un costado del canal con su tránsito de agua crecido, mientras la música de algún conjunto grupero nos hacía cantar, a veces en medio de la pista, a veces desde afuera porque en la recepción los festejados no apuntaban nuestros nombres.
Al finalizar la fiesta, o en el curso de ella, había tiros a trompones, había agarraditos de la mano que abordaban la vera del canal contiguo y amarse debajo de la noche. Así la fiesta, así las alegrías. Bailábamos después hasta el amanecer, y eran otra vez los callejones las mejores locaciones para recibir el alba.
Los vidrios rotos en las ventanas del Café Nelly. Cuánta añoranza, cuántos cuentos con desenlaces sobre el menudo, la pata incluida, la pata en el café o en otro sitio más prestado.
Ahora que regreso al barrio, el origen, me lleno los pulmones de Jito, y los nombres de mis carnales me apresan la emoción. Los veo con sus pasitos a modo de libertad, contoneándose en los caminos empedrados, destapando la caguama al lado del Abarrotes Griego, donde el buen Julián nos regalaba en ocasiones un cigarro Montecarlo.
Miro en la memoria al Juany, recién desafanado de la cárcel, y en su conciencia la promesa de no regresar nunca más al cuadro, porque le tocó recibir un año nuevo torcido y eso sí calienta que es doler.
Un día al pinchi Chuy se le ocurrió ir a robar gallos de pelea, no supimos cómo estuvieron las apuestas, pero lo encontraron con los pulmones deshechos de tanta agua. Se cayó al canal, dicen, o lo cayeron. Nunca supimos, a mí me tocó mirar a la Chela su hermana desbaratarse de lágrimas. Después vinieron los balazos en la espalda del Avelino, también hermano de la Chela, luego un soplo en el corazón del Ricardo, el hermano más chico que ellos.
Vinieron más dolores callejones, una vez en la bolsa de chemo sobre la cara del Pelón tinaco, posteriormente una silla de ruedas para su cuerpo y así hasta encontrar la muerte. Un día lo escuché pedirme unos pantalones, unos zapatos, otro día me tocó escuchar que antes de irse gritaba como poseído el nombre de su madre. Y así se fue, que disque a descansar dicen los compas.
Los vidrios rotos del Café Nelly me reconstruyen la memoria, y me hacen bailar de nuevo en el Rafles, centro nocturno donde las trompetas de Los comandos del oeste nos llenaban de movimientos en el cuerpo. Había humo y brandy, tiros cantados y amarres para el romance. Nos desvelábamos dentro del humo formando una cámara gris. En el Rafles, pelos engominados y en la cintura femenina un cinturón estilo chicas Flans. Nosotros botas del torito o tenis Converse.
Hoy los vidrios de las ventanas me dibujan la distancia de los días que fueron. Rotos están y también un pedazo de mí que se fue para quedarse con el impacto de esas piedras que rompieron el cristal. Veo las ventanas sin ventanas: reconstrucción de lo que soy.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Escribir te hace sentir que dejaste la sangre allí


Luis Álvarez "El Gringo"

por Carlos Sanchez
10/Noviembre/2010


Caborca, Sonora.- Le dicen El Gringo. Tiene impreso en el color verde uva de sus ojos un niño dubitativo. Observa con ingenuidad. Engulle el horizonte, supera barreras, ejercicio de análisis tácito son sus pupilas encontrándolo todo. Y lo encuentra a través de la literatura, la que desarrolla al leer y escribir.


Ya escribió un cuentario, (Tijuaneados), una novela (El tiempo de la uva), ya escribió un poemario (Rostros de voz). Y así los días insertos en el desierto, localidad de la ciudad donde habita: Caborca. Allí, El gringo, quien por alias es conocido como Luis Álvarez Beltrán, trabaja en la renta de películas, le entra a esto y lo otro: vende libros, coordina un club de lectura, y mientras la vida le ocurre, observa al ojo del amo el crecimiento de sus dos hijas que son gemelas, el mayor móvil para el amor.


En el cuarto trasero del local donde renta películas y ofrece libros, huele a resistencia, allí, un día a la semana sesiona el club de lectura que por nombre lleva Duermevela, en honor a un poemario del escritor sonorense Jorge Ochoa.


Entre la textura añeja de paredes, y con el ruido a intervalos de clientes que buscan algún filme, se realizan los comentarios sobre los libros que los integrantes del club leen.


Ahora es de noche, minutos posteriores a la presentación de un libro de crónicas de un autor hermosillense, y es en el Gringos video, donde el escritor caborquense atiende y conversa sobre diversos temas, el primer aniversario de existencia del club de lectura, por ejemplo.


“En Octubre cumplimos un año de estarnos reuniendo los jueves por la noche, desde las ocho de la noche y prácticamente hasta que el cuerpo aguante, porque a veces es hasta las once o doce de la noche que nos hemos quedado en este humilde comercio, en el cuarto de bodega. Así funciona”, expone El Gringo.


--¿Cuántos integran el club?


--Lo integramos aproximadamente unas quince personas, pero algunos son miembros visitantes, nomás vienen por libros, los leen en sus casas, ellos son adolescentes, preparatorianos, o personas que laboran y pasan por aquí y les ofrezco libros y se los llevan, pero los constantes, quienes leemos y platicamos sobre libros, intercambiamos, somos entre ocho y doce elementos, unos tenemos más asistencia que otros.


--¿Qué cosas ocurren en una sesión del club?


--Ahora que estábamos celebrando un año nos confesamos un poco, nos sinceramos de una manera que no la hacemos habitualmente, en el sentido de qué significa para cada uno y a lo largo del año este club de lecturas, y por ejemplo, Jesús Rascón, nos dijo que él no tenía con quién compartir su amor y afición a la literatura y que él encontró en este club la posibilidad de platicar, compartir la pasión de un libro. Otros externaron que no accedían a cierto tipo de literatura porque tenían un gusto caprichoso o exclusivo hacia cierta temática o género, y que aquí ampliaron sus horizontes. Lo más entrañable de un club de lectura es compartir, platicar, sonreírnos juntos, bromear, externar comentarios sobre autores, sobre libros, y verdaderamente disfrutar de lo que dice el compañero, aprender de lo que dice, realmente creo que en el común denominador, lo que comulga es que desde aquí aumenta el amor por los libros, crece el amor a través de la convivencia de ideas y lecturas.


--Eres escritor: ¿de qué te ha proveído escribir, y que te aporta la literatura en general?


--Te voy a decir lo que dice Sergio Rascón (pintor caborquense) a cerca del arte, una vez que lo entrevistamos mi amigo Ricardo Félix y yo: el arte deslumbra, dice Sergio, la oportunidad de deslumbrarse con una obra es un móvil, un motor. Y te lo digo porque al momento de terminar un cuento, a veces uno puede llegar a llorar, o terminar temblando, escribir te hace sentir que dejaste la sangre allí, después de escribir doce o catorce horas consecutivas, sientes que andas nomás con la piel y los huesos porque dejaste la sangre en el texto que escribiste. Para mí es una pasión: combinación de amor por la soledad, de amor por la auto confesión, amor por el juego del lenguaje, la infinidad del lenguaje es el secreto placer al estarlo machacando, explorando y explotando hacia el cómo desarrollar e inventar una historia. Y es un oficio irrenunciable, es hermoso.


--¿Qué es más placentero, leer o escribir?


--Leer. Todos los que han publicado antes que uno, o lo que ha llegado a trascender es mucho mejor que lo que uno pudiera llegar a escribir, leer es viajar, maravillarse, y recibir historias geniales armadas a lo largo de tantos años, y yo siempre lo digo, la primera novela que leí, Capitanes y Reyes, de Taylor Caldwell, tardaron quince años en escribirla y es un regalo a la humanidad, o igual Norte y sur de John Jakes, y uno tiene la oportunidad de meterse a ese mundo increíble, escribir es difícil, y leer se agradece, uno siempre acaba dándole las gracias al libro y a quien lo escribió.


--¿Qué significa vivir en Caborca y de qué manera influye a tu escritura?


--Caborca es especial, uno va reuniendo datos y conocimiento, a la vez que amor, por su tierra, la historia de Caborca es especial, la infancia que tuve en Caborca en los setenta y ochenta es especial, la música que nos gusta en Caborca es especial, son detalles que pudieran ser banales pero nosotros estamos hechos de esto: de nuestra forma de hablar, de lo que comemos, de la historia de nuestro barrio, estamos inspirados en el escritor Abigael Bohórquez, en el pintor Sergio Rascón, en Adalberto Sotelo, hombres que son pilares de nuestra cultura y creo que por una serie de circunstancias históricas, sociales, personales, yo considero a Caborca especial, desde el seno de mi hogar, mi primaria, mi barrio, y lo he plasmado en mis libros. Y en esto tiene que ver el contexto histórico, socio histórico, soy economista, soy un escritor aficionado, y como lo dije en Hermosillo alguna vez: he llevado muy lejos la broma de escribir y he publicado libros pero no me he graduado como escritor, y yo creo que Tijuaneados (libro de cuentos), no se trata de Caborca, de mi pueblo, y sin embargo es mi bautismo de fuego en la literatura, y ya nomás me queda un solo ejemplar, pero quisiera tener diez, o quince, o cincuenta o cien y darte uno.

domingo, 7 de noviembre de 2010

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Lo miré debajo de un árbol, caminaba con las manos en la cara sobre el camellón del bulevar Luis Encinas. Alisté la cámara, intuición de la cercanía. Me dispuse a esperarlo en el rojo del semáforo. Se acercó y antes de que me pidiera un peso dos para compeltar un taco, el disparo. Y aquí su mirada. (cs)

sábado, 6 de noviembre de 2010

Camino al desierto… porque ya viene Santaclós


texto y foto: Carlos Sánchez

Albatros es un ave que se desplaza sobre el cielo encima de la mar. Albatros es también la línea de transportes en la que ahora viajo hacia Caborca. Leer y ver, conocer, es la consigna. En el Club Rotario, el tema: la literatura. A las cuatro de la tarde.
Veo el paisaje y es tan árido como las oportunidades de permanecer con la seguridad de un empleo, encima de la tierra que nos vio nacer. Cavilo después de ver una fila de autos en la caseta de peaje. Avanzamos en este alado nombre de transporte.
Carbó es un pueblo hacia el norte de Hermosillo, tiene sobre la carretera un entronque, de allí salen o entran carros constantemente hacia el pueblo. En el entronque el Albatros se detiene, y trepan siete nuevos pasajeros, jóvenes todos, con sus mezclillas y camisetas untadas al cuerpo, mochilas al hombro, gorras de beisbolistas y uno de ellos, con una colección de metales: piercing, aretes, colgantes, en el rostro. Al encontrarse el sol con su cara, el reflejo forma un tapete de luz sobre los asientos del camión.
El último en trepar busca con la mirada un lugar dónde sentarse, quito la mochila del asiento de al lado y le invito a que me acompañe, “¿Aquí hay campo?”, inquiere. Le digo que se siente con confianza, que vamos en el mismo barco, que se relaje. Sonríe y me pregunta hacia adónde voy. A Caborca, le digo. “Yo para Altar. Me encargaron a unos muchachos allá, pos ahí los llevo, porque ellos necesitan el trabajo, yo también necesito levantar unos pesos”.
La gorra negra en mi acompañante, le arropa la frente, hasta las cejas le cae la visera. Tiene un bufón tatuado en su hombro derecho, y cada que volteo a verlo, el bufón me enseña la lengua, se sonríe burlón.
Que le dicen el Chundo, dice el de la gorra, y mientras controla a los otros tripulantes, chamacos que le acompañan, me cuenta de los asuntos que le acontecen y desarrolla. Que se dedica a la pizca de bufel, zacate, que allá en Altar lo pagan bien, y que a veces llena una troca de costales y luego va y los vende.
Así pasa los días de otoño, el Chundo, que es época de recolección, “y al tiro con la víboras, hay muchas, de a madre, pero vale la pena el riesgo, sí se aliviana uno, y pos hay que buscarle, sobre todo ahora que está cerca Sanataclós, ¿qué no?
A la par de las palabras del de la gorra, el paisaje es monótono: mezquites, más bufel, uno que otro cerro, adentro del camión: alguna ocurrencia de los muchachos del grupo, la risa como respuesta, alguno que otro estribillo cantado desde otro chamaco, el sentimiento tal vez por el viaje, la lejanía de la tierra, a saber.
El Chundo no aguanta las ganas de las palabras, y las dice más: Como te digo, vamos para Altar, allá hay unos pesos, y algo para el cerebro, lo que uno quiera. Lo escucho y tampoco me aguanto las ganas de las preguntas:
--¿Pero el terreno está caliente, no?
--Siempre ha estado igual, pero nosotros ya conocemos a la gente. Y vamos a lo que vamos. Más bien ellos, los que yo llevo.
--¿Para eso son las mochilas?
--Ajá.
--¿Cuánto es por cabeza?
--Quinientos dólares. Son cuatro noches, más o menos cien kilómetros. Pero como te digo, ya conocemos el camino. Y lo que se lleva pues no es tan pesado. Esta vez nomás se irán ellos, yo ando jodido de un tobillo, me acaban de quitar el yeso. No puedo caminar mucho.
Un cerro en las miradas, uno más. El Chundo dice que detrás de esos cerros iba a jugar de morrito, que hay unos ejidos donde su papá cuidaba vacas y su madre hacía tortillas. ¿Por qué de niño uno piensa menos en los problemas? Pregunta el Chundo.
Albatros sigue en su furia veloz, consumiendo kilómetros, los otros chavales siguen en sus diálogos, dos en cada asiento, tres parejas, similares proyectos. Sacan cuentas y hablan de ropa de marca, de cerveza, de regalos para navidad.
En el retén de inspección militar, en Querobabi, los de mochila aprovechan el puesto de chuchulucos que administran los soldados, algunos visitan los sanitarios, donde la cuota es lo que usted guste cooperar, y la frase emerge desde la voz de un muchacho lampiño que seguramente no ha mucho tiempo se enlistó en las filas castrenses.
Después de la tecnología pasando báscula con rayos equis, subimos de nuevo al autobús que ya se llena de mandíbulas mascando papas fritas, doritos nachos, tragos de soda. Los jóvenes le preguntan al Chundo que si cuánto cuesta un pollo asado en Altar, que si les hará valer con algunos, que si dentro del contrato está incluido ese menú. El Chundo les aclara que no, que con las sabritas les alcanza y que si a lo mucho, nomás llegando a Santa Ana, les comprará dos tres paquetes de burritos, que “están bien buenos, muy reportados, son de carne machaca”.
Sobre la marcha el Chundo pide la bacha, que significa un chance para pestañear, “porque no he dormido ni madre, me la pasé toda la noche corretando al conecte, si no pura verga se hubiera hecho lo del jale, y la neta ustedes saben que está muy cerca el Santaclós”.
Un ronquido parece ser una orden para el silencio, los otros muchachos emulan al Chundo y de pronto guardan silencio, intentando dormir. Intento infructuoso, el más chaparro y regordete, el que viaja en el último asiento, le tira con la envoltura de sabritas al que va adelante, la envoltura, por accidente, pega en uno de los viajeros que no viene en el grupo de muchachos, el regordete se escama, pero el señor de poco pelo, y mirada serena, dice con la misma mirada, que todo está bien, que entiende que así son los jóvenes. Continúa el viaje.
Santa Ana en su paso es un par de paquetes de burritos, dos tres sodas, algunas pepitorias que una señora oferta a dos por una. Uno de los chamacos baja en chinga, dice que va a un Oxxo, cuando el camión enciende de nuevo sus alas, el Chundo le dice al chofer que uno de sus camaradas aún no sube, que por favor lo espere, el chofer se solidariza, y aprovechando la espera va y viene al Oxxo también por unas sodas.
El camino de nuevo en la mirada. Altar el próximo puerto. Los muchachos ahora duermen, o hacen como que. El Chundo me estrecha la mano antes de bajar. Dice su nombre, que lo busque, que podemos camarear, que si un día ando necesitado de monedas puede conseguirme un jale de una semana, que con eso me puedo alivianar. “Eso sí, nomás prepárate para cuatro noches de camino, puro de noche, de día se descansa, de noche es la única manera”.
Al descender, un olor de esperanza, de ilusiones, desciende junto a los muchachos. Las mochilas coloridas son un arcoíris sobre la plaza de Altar. En un costado del jardín se organizan, se persignan, en unas cuantas horas el desierto les espera para sus pasos. Y esos quinientos dólares de ganancia. “Porque ya no tarda en llegar Santaclós”.

martes, 19 de octubre de 2010

Tenía los pies bonitos



Tenía los pies bonitos. Pude verlo sobre el asfalto. Tenía una lona gris sobre su cuerpo. No les alcanzó el manto para cubrirlo completo. Por eso sé que tenía los pies bonitos. Aunque admito que ya lo sabía.
Poco antes había ido a caminar bajo los árboles del antiguo vivero. Se paró a las seis de la mañana, porque amaba el alba, penetrar en ella con la mirada, con el olfato.
Todos los días lo veía en su rutina, a un lado del canal remangándose el pantalón para entrar en las aguas, después de bajar del cerro donde tenía su casa: dos cuartos de fibracel con techo de lámina galvanizada. Todos los días en su ritual mojándose las manos y frotando su cabellera.
Esta mañana lo he visto sobre el asfalto y debajo de una lona. Qué carajo y qué curioso, lo supe por la forma de sus pies, descubrir que era él me impresionó, porque siempre le puse atención al perfil de sus uñas, dunas diminutas enterradas en la piel de sus dedos. Venía yo en mi bicicleta, o más bien iba yo en mi bicicleta, hacia el centro, para llegar al club de nutrición donde también como rutina todas las mañanas tomo té de aloe, té verde y una malteada de piña colada. A veces leo o escribo debajo de dos árboles neem que con su existencia me muestran lo pequeño que soy.
Pedaleaba como siempre entonando una canción con nombre de María, o para María en mi memoria. Cantaba, o más bien tarareaba, intentando invocar su presencia celestial. Y digo celestial porque vive cerca del cielo, tocando las nubes con su pelo. En eso estaba de pedalear cuando miré a lo lejos una fila casi interminable de carros y las torretas de una patrulla indicando la urgencia, la emergencia, el escándalo al que están condenadas esas unidades. Es su oficio, no hay más.
Entonces que sigo pedaleando y en tarareo. No me sale bien esa canción que dice Te juro que nadie más… porque según he oído por ahí que sus notas son muy altas, y aunque no entienda nada de tonos, imagino que nomás por eso no puedo cantarla de manera idéntica como la canta el Buky. Pero hago el intento y al fin de cuentas lo que importa es invocar a María. En eso voy, pedaleando, con el aire en los ojos, en las manos, en los pies, y los pies entonces en mi mirada. Los encuentro y hago una pausa, en esa pausa las palabras se me hunden en la garganta, me aprietan el cuello, me impiden respirar con libertad. Ya no canto.
Veo sus pies y los versos para llamar a María se vuelven ahora angustia contundente. Me acerco al cuerpo cubierto con una lona gris, me acuclillo y para ese momento la bicicleta no sé ni dónde la dejé. Acerco mi mano y estoy preocupado, saber que tengo en ese momento la última oportunidad de tocar sus pies me genera urgencia, entonces intento desbocarme, tocarlos, ahora es cuándo, siempre me llamó la atención su textura, la forma de las uñas, el color de su piel, el azul verde de sus venas que se reflejaba en el agua del canal. Mis manos intentan descender digamos que desde la altura de mis rodillas y hacia el asfalto donde están puestos sus pies. Las manos me pesan. Estoy estático, contemplando, no me animo a ir, quiero ir pero no, la piel es angelical, me parece perfectamente sagrada, mi tacto puede contaminar, se me vienen a la mente múltiples motivos para los límites, no puedo avanzar. No obstante gozo con la mirada, siento que toco sin tocar.
En eso estoy y voy al recuerdo de una noche de hotel al lado de María, la que vive en las puertas del cielo. Recuerdo que fue en sábado por la tarde. Estábamos en una habitación también cerca del cielo, con una ventana que veía hacia los techos de dos caídas, también de lámina galvanizada y con textura de óxido. Recuerdo que sonó una canción de un cantante cubano y juntos pudimos analizar el contenido de la letra, la música se volvió melancolía y en coincidencia repetimos sin canto el mismo verso. Ese verso se me escapa ahora pero una palabra me brota desde el vientre: Ciudad
Al recordar ciudad regreso al asfalto. María se me pierde hacia dentro de la emoción, allí se instala, y no puedo evitar mientras mis manos enfrentan la pugna por avanzar hacia los pies, el recordar que tampoco pude tocarle a ella los labios con mis labios. También allí inamovible, pesados los pasos, como dentro de un sueño donde la belleza me paralizó.
Pero ahora sé que bailamos sin avanzar. Había una canción rítmica y nos animamos porque nadie nos veía, porque a veces el baile es también prohibición. Tan igual de prohibido como decirle a una persona del mismo sexo que tiene pies bonitos. Por eso nos escondimos. Por eso nos callamos.
Tenía los pies bonitos, me digo mientras los veo y en un charco púrpura las gafas de un policía son el reflejo de advertencia. Que me quite, me dice, que no entorpezca las actividades del médico forense y que el tráfico no entiende de pausas en la vida, que no provoque más problemas que los que ya hay en esta mañana, que lo haga por mi bien, que si que no escucho, que por qué no traigo casco si utilizo una bicicleta y que me puede pasar lo que le acaba de pasar a la persona que ahora yace encima del pavimento, y que los conductores en la ciudad no están educados para respetar el tránsito de ciclistas. Que te quites o te quito. Me grita.
Trepo a la bicicleta, y el tacto es una negación, mientras pedaleo me repito que las mejores texturas están en la imaginación y no en el contacto, que si bien es cierto vivo para sentir con la piel la vida, esta mañana me voy con la felicidad de haberle visto de cerca y saber que tengo la posibilidad del recuerdo, de una mañana, muchas mañanas de disfrutarlo con la mirada mientras él aspiraba el alba, mientras sus pies, sus manos, dentro del canal, después de salir de su casa de fibracel con techo de láminas galvanizadas.
Pedaleo hacia el club de nutrición donde (en calidad de mientras el asfalto me recibe con su violencia sutil para llevarme también al reducto de una lona encima de mi cuerpo y que ojalá sea gris) alimento de conversaciones mis mañanas. Y de silencios a veces. Pedaleo e invoco a María. Trato de verle la textura de su piel, el color de su piel, el timbre de su voz. Una sola imagen tengo en la memoria. Tenía los pies bonitos. Pedaleo con mis pies que son ahora sus pies. Los pienso y existen en los míos. Tenía los pies bonitos. (Carlos Sánchez)

domingo, 17 de octubre de 2010

toty-concluir


entré a su cuarto, después de su funeral en el DF, tenía ordenadas todas las camisas que usaría esa semana, en orden los papeles de las juntas por venir, también imagino que tenía planeada una llamada para mí, besar a sus dos hijas mas pequeñas de noche, llamarles de día a los grandes... pero creo que no tenía planeado morir. murió bien, murió rápido, como merecía.

viernes, 8 de octubre de 2010

Corte de caja


“Corte de caja”: exposición fotográfica colectiva en Cananea, Sonora
Primero fue el análisis de lo que uno es como persona. Vinieron después las palabras de convocatoria para indagar las emociones, luego ejercicios con una cámara retratando la intimidad del cuarto donde se duerme, las cosas con las cuales se convive.
En la Biblioteca Pública Mexicana de Cananea, los intereses sobre el arte fotográfico tuvieron atención desde un grupo heterogéneo y convivieron en torno a la imagen y palabras en un taller (auspiciado por Instituto Sonorense de la Juventud) denominado Corte de caja, que significa un recuento de lo vivido, desde la infancia y hasta la actualidad.
El curso, impartido por Carlos Sánchez, durante agosto de 2010, dio como resultado la exposición colectiva (que lleva el mismo nombre del taller) y que este domingo 10 de octubre será exhibirá en la plaza Juárez, en Cananea, Sonora.
En este trabajo participan alrededor de veinte fotógrafos, y la muestra fotográfica (poco más de cien fotografías), se exhibirá en el marco de celebración de doscientos años del Bicentenario de la Independencia de México.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Antes de los filósofos existen los poetas


Juan José Macías

por Carlos Sánchez
Zacatecas.- En la cuarta de forros David Huerta, advierte: Al principio, una deriva doble: Antonio Porchia, Roberto Juarroz –el pensamiento y la poesía de ambos, en una vinculación inextricable. Frente a ellos, la reflexión, tenaz y luminosa, de otro poeta: Juan José Macías.
Juan José Macías es oriundo y radica en Zacatecas, poeta, editor, docente. Sobre La experiencia del pensar, libro ganador del Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez, el mismo autor nos revela los móviles de su existencia.
--¿Cómo se elige un título, como este, tan preciso para un libro?
--Creo que es como la poesía. Creo que incluso hasta los títulos te eligen a ti, no creo que exista en absoluto la inspiración, somos una especie de medio para que el lenguaje nos atraviese y se pueda manifestar. ¿Cómo llegan los títulos? Llegan igual, nunca sabes de qué manera, es una experiencia irrepetible e intransferible porque se agota y no se vuelve a repetir. Es, no sé si afortunado el título, y espero que no sea pedante el de La experiencia del pensar, porque estamos con este libro tratando de hablar un poco de la filosofía y la poesía, dos entidades irreconciliables hace mucho tiempo y que a partir tal vez de una lectura de Heidegger hacia los poetas, es que la filosofía y poesía se vuelven a reconciliar. Para Platón los poetas atentaban contra la razón, entonces los corre de la República porque siente que son un peligro y desde entonces se ha visto a los poetas como un peligro social, pero una visión totalmente diferente que tenía el filósofo, es que para Platón la poesía no se relacionaba en absoluto con la razón, vamos a decirlo de esa manera, creo que sí tiene razón en ese sentido, pero una visión que nos hizo ver el mundo muy diferente a como los poetas lo ven ahora, pero es la primera visión del mundo que tenemos en la historia de las ideas, es decir: antes de los filósofos existen los poetas, existe una explicación del mundo a través del mito, más tarde filosofía y poesía se van a unir en lo que conocemos como los presocráticos, que no son ni filósofos ni poetas, creo que con ambas cosas: filosofía y poesía, y se dan de manera natural y se conjuntan perfectamente. La filosofía empieza con Platón y ahí es donde se separa de la poesía, y tuvieron que pasar dos mil años para que la filosofía y poesía vuelvan a verse como hermanas, y que para mí nunca fueron enemigas, que sí quisieron verlas en un puente entre ellas. Se les puede apreciar en algunos poetas, como es el caso de Roberto Juarroz y Antonio Porchia.
--Y estos dos poetas son a quienes analizas en tu ensayo La experiencia del pensar. ¿Cómo y por qué elegir a estos escritores para ensayar su poesía?
-- Leí a Antonio Porchia hace alrededor de treinta años, y lo leí curiosamente en una antología de poetas surrealistas latinoamericanos, y lo que yo creí que era un poema era un discurso construido a catorce voces, así le llama Porchia a sus poemas, no le lama aforismos ni poemas, le llama voces, yo no sabía que ese poema estaba constituido por catorce voces, y me pareció que era un poema tan genial donde cada versos se cuidaba, realmente fue un poeta que me maravilló y no me pude acercar en ese momento a su obra porque me sentía que no estaba preparado para comprender su discurso, pero sí me llamó la atención en cierto momento, que fuera un poeta surrealista cuando no podía empatarlo con el discurso automático, y tampoco creacionista porque hasta Vicente Huidobro venía en ese libro.
A l ir después analizando ese contexto en que encajaba Antonio Porchia, me di cuenta que más que surrealista era un poeta que tenía más bien relación con los presocráticos, por sus brevedades poéticas, por sus destellos poéticos, y me parecía que en ese sentido era un poeta reflexivo, y el surrealismo es en absoluto reflexivo, sino al contrario, se trata más bien de liberar los sueños, de liberar el pensamiento y no reflexionar sino simplemente romper a hablar. Yo leí ese libro de poemas de Porchia, leo ahora alguno para que el lector sepa de lo que estoy hablando: Llevo mis manos vacías / por lo que hubo en mis manos… esa frase lleva ya una gran sabiduría. Y esta otra: Me hicieron de cien años / algunos minutos / que se quedaron conmigo / no cien años… esto es lo que estoy diciendo de Porchia, que basta solamente un momento. Este otro texto es hermoso, muy visual: Éramos yo y el mar / el mar estaba solo / y solo yo / uno de los dos faltaba.
Si te das cuenta aquí priva una poesía no de un juego de palabras, es una poesía de juego de pensamientos, y si uno los traslada a esa época que estamos hablando, que es de los presocráticos, podemos encontrar en Parménides, en Heráclito, imágenes muy fuertes.
--El ensayo es creatividad, el análisis requiere de esto, y al sumergirse en éstos autores, Porchia y Juarroz, te vas hacia otros poetas, otras historias.
--El ensayo como género literario es el más generoso de todos, el ensayo acepta discursos narrativos, poéticos, aparte de su propio discurso que es el ensayístico. Hay ensayos que son verdaderas novelas, vamos a decirlo de esa manera, y hay novelas incluso que toman el ensayo. El ensayo puede contener todos los discursos de todos los géneros: puede ser poético, anecdótico, narrativo. En el caso de mi libro sí hay mucho anecdótico, traté de hacer el ensayo en el sentido como si fuera una especie de novela, que no lo es en el sentido estricto, pero sí en sus modulaciones, en su manera, en su estructura traté de hacerlo como si estuviera escribiendo una novela: una historia de principio a fin y en sí contar la historia del encuentro de Antonio Porchia con Juarroz, un poco de las anécdotas de esos dos poetas.

viernes, 27 de agosto de 2010

sábado, 21 de agosto de 2010

reseña aves


El sábado 21 de agosto, en el suplemento cultural Laberinto, del diario Milenio, se publicó este texto:

Carlos Sánchez
Aves de paso
La cábula ediciones
México, 2010
62 pp.

La memoria está presente en cada una de las historias de este libro. También la tristeza, la melancolía de un narrador empeñado en hilvanar los recuerdos de antiguos amores con la música de Andrés Calamaro, de Silvio Rodríguez, con las notas del jazz. Reportero, fotógrafo, editor, Carlos Sánchez enseña cada vez más su oficio de escritor, la originalidad de quien avanza por el territorio minado de la tragedia sin caer en las trampas letales del melodrama. Linderos alucinados, señales versos, desierto danza y purobarrio son algunos de sus títulos, en ellos, como en los relatos de aves de paso, deja ver la fuerza, la intensidad de su escritura. El sexo, las drogas, las ausencias que horadan el alma, las imágenes que alientan los deseos, como la de esa adolescente montada en su bicicleta negra, con el pelo suelo y los zapatos blancos, son el eje de este libro del escritor sonorense

martes, 10 de agosto de 2010


ayer fui al barrio, encontré otra vez a la raza, y a mi tío debajo de un mezquite, con una cheve para refrescarle la alegría. ayer pude ver de nuevo la textura del cielo en mi barrio, ayer volveré otra vez.

lunes, 9 de agosto de 2010

Aves de paso de Carlos Sánchez*


He leído completo este libro dos veces. Considerando el poco tiempo que tiene de publicación esto casi pudiera llamarse una hazaña (no lo es, ha sido un placer, de verdad). Soy afortunada, ya que Carlos me hace llegar sus textos prontamente, calientitos aún. Pude así, escribir, hace tiempo unas palabras para presentar el libro y que están en la contraportada del mismo.
Lo he leído de nuevo y quiero agregar algunas impresiones que tal vez sean nuevas, aunque no necesariamente distintas, no demasiado, de las que ya dije antes.
Este es un libro de amor y erotismo y antes no lo mencioné. Plagadas están sus páginas de descripciones de la manifestación amorosa, no siempre placentera y dulce, en ocasiones experiencia dolorosa y triste. El erotismo como pintura para colorear, proteger e impermeabilizar la vida
Encontré, también un factor repetido como temática: A todos, aunque nos cueste reconocerlo, saber de los males en la piel ajena nos resulta alivio, es muy humano, una defensa que nuestro cerebro creó, tal vez, desde los días en que abundaban las enfermedades.
Por eso a veces pensamos cuando la desgracia o el mal día nos llegan a tocar: “¿Por qué a mí?” Porque no creemos ni queremos que nos duela, que nos pegue, que nadie nos lastime….
Así un personaje dice: “Te gusta la música que cuenta historias con desenlace trágico”
Otro: “¿Por qué la cercanía de la muerte nos excita?
Alguien más dice: “Siempre me llamó la atención el dolor de los demás, que debo reconocer nunca me es ajeno. A veces placentero.”
Eso es el morbo que todos podemos reconocer algunos días y que nos hace buscar la nota roja en el periódico, las truculencias de las películas donde el mundo se acaba, las telenovelas…
Deseo ahora, muy breve, hablar de esta portada que en mi lectura primera no conocía aún:
Aquí se ve un avión, una pintura que se llama “Móvil de lejanía” y es de Guillermo Arreola…y en una de estas crónicas, alguien menciona que ”un avión de veloz angustia, implacable me pone debajo de aquel techo galvanizado donde el ruido de la lluvia me asustaba tanto.” Cuánto coincidir.
De este libro se puede afirmar que como pasa constantemente en la prosa de Carlos, es de Mujeres y es de Amor
Y ahora, lo que antes había escrito:

Aves de paso, o lo permanente de la errancia en la memoria

Y si bien “el vuelo de los desamparados no tiene la garantía del retorno”, como alguien en esta crónica dividida en apartados, nos dice, creemos entender que todas estas aves, habitantes que compulsivamente ponen ante nuestros ojos la fugacidad y el absurdo del sueño de trascendencia por todos soñado en esto que llamamos vida, al sortear la suerte, bailar la felicidad, aferrar con las uñas el adiós a las penas, no es que no sientan la pulsación de quedarse, no es que siempre necesiten irse, no es que no sean capaces de permanecer: Su destino es efímero y borroso, así como su vuelo, sostenido por alas que como las de Ícaro resisten poca altura, poco sol, poca luz, poca distancia, poca vida…
“Porque la vida no es cierto que sea para siempre.” En efecto, la vida en la tierra es breve, es fugaz, de temporal. El mismo narrador intenta deshacerse de las alas inútiles, anclarse al recuerdo y poder llegar al instante que ya no volverá, a la mujer que en ninguna otra mujer está, a la risa extinguida, al deseo que no es sino un magnífico invento. El narrador nos da constantemente la lluvia de la música que lo moja todo, que está en todas partes, yéndose; la música es también un personaje que no puede permanecer, sólo sin ir, va goteando.
Saber que algún día estuvimos no sirve de nada. No saberlo es peor pero tampoco sirve.
Cierro con un verso, muy bello, encontrado entre la narrativa:
“Cabe todo, excepto el dulce dolor de saberme muerto en tu memoria.”

Josefa Isabel Rojas Molina,
06 de agosto de 2010,
Cananea, Sonora

*Texto leído en la presentación, viernes 6 de agosto en Cananea, Sonora.

martes, 3 de agosto de 2010

Pero del otro lado ver: amanecer


por Carlos Sánchez

Doce años preso. Algunos meses más. Toca la guitarra y lee a Luis Spota. Conducía un tráiler cuando lo aprehendieron los federales, en el retén de Benjamín Hill. Transportaba mariguana hacia la frontera.
Desde ese día vive adentro, y ya con un pie afuera. Está por cumplir la condena y en breve reincorporarse a su familia. En Mazatlán lo esperan, con novedades, muchos nietos, el pueblo más ancho, el mar incólume.
Nació un treinta de julio. Se llama Rodolfo. No obstante la prisión, también en cautiverio la celebración existe. Y hubo pastel, un asador y el chirriar de la carne. Guitarras, cantos y percusiones. Porque ayer llegó a los cuarentainueve de existencia.
A la prisión también llegan las nubes, crecen los árboles, caen las noticias. En ese tiempo de celebración, por ejemplo, debajo de un mezquite y con la diversidad de los temas (porque allí hay un licenciado que fue catedrático en la universidad, un trailero, dos, un radiotécnico que de pronto es todólogo, un músico o dos o tres, un pueblerino que ama la naturaleza y se la vive de recordar cuando apeaba panales), se habla de literatura y narcotráfico. Se recrea la región de Sinaloa que colinda con Chihuaha y Durango, se da santo y seña de uno de los mayores capos del país y abatido apenas hace un par de días por las fuerzas federales.
Antes de las velas encendidas sobre el pastel, Rodolfo rasga la guitarra y se sumerge en un repertorio sabinero, y no le caben en los gestos de su rostro tanta emoción al ir cantando. Cierra los ojos, los abre, es seguramente el recuerdo de cambio de luces que tantas veces le sorprendió en la carretera.
Por el bulevar de los sueños rotos es una insistencia permanente. Sube la voz y se estaciona en el mismo tono, lo sostiene, van los versos hacia los muros del pabellón, tocan las rejas, se instalan en las mazmorras, los presos arriba, en su trajín cautivo asoman su curiosidad mientras las piernas inconscientes se mueven al ritmo de los sueños rotos.
(Mientras esto ocurre el Chino Valencia observa por encima de sus anteojos. Hojea una revista que anuncia ofertas. Él es escritor, y atiende la biblioteca den centro.)
***
Le dicen el Pato. Lo veíamos subir y bajar con mamparas en la Casa de la Cultura. Iba y venía con el pelo golpeándole la espalda. Jugaba futbol, de pronto tocaba los bongós encima de la ciudad.
Anduvo varios años armando escenarios en diversos festivales artísticos. Después tuvo un trabajo en una escuela preparatoria, dentro del auditorio. Sonreía siempre. Una vez en la carretera el volante le ganó el tirón y dio tumbos. El auto deshecho, él y sus colegas de trabajo sanos y salvos. Iban a montar un escenario para una obra de teatro de Sergio Galindo, el mayor de los dramaturgos de acá de este lado. Después siguieron los días de aprendizaje entorno al arte, los contactos con la raza que hace música, la alegría de golpear el cuero y escuchar las voces, las notas de guitarras. Él a veces cantando.
También sobre el pastel y la carne en el asador, las palabras bajo el mezquite, el Pato llega con su espalda hacia las nubes, apenas un pantalón corto y unas sandalias. Llega sin camisa y golpea con ganas el cuero, acompaña al Rodolfo, acompaña a otro de sus camaradas de presidio. Cantar es convocar al cielo para que continúe en esa tesitura: nubes para amainar los grados centígrados que son muchos, y dentro de las celdas, calientan. Más.
En un receso el Pato dice que le anduvo buscando por lo derecho, para alivianar a la familia, pero en la escuela donde trabajaba “me quisieron bajar el sueldo a la mitad, y si ya de por sí con lo que me daban no la hacía, pues se me hizo fácil entrarle a lo otro”.
Tres años y fracción debe permanecer dentro, le dijeron los del gobierno. Ya casi va para dos, y espera pronto un beneficio, para seguir cantando, tocando las percusiones, “pero en la libre. Y la greña, me la corté antes que los guardias se chacalearan, porque ya me habían advertido. En la greña se fueron catorce años de mi vida. Ya crecerá después”.
(Continúa en su ojear de la revista. De pronto entona unas estrofas. El Chino Valencia también es trailero y ya le anda por salir, dice que nomás al poner un pie afuera, las manos se aferrarán de nuevo a un volante. “Quiero irme a trabajar al sur del país”.)
***
Van al mar, van al mar… El Meni construye un bajeo con su lira. Canta con su voz grave y feliz. Debajo del mezquite. A un lado de la cerca que divide los pabellones, la raza se acopla para verle la voz mientras los golpes de tambor le acompañan en esa rola de los Fabulosos Cadillacs. Van al mar…
Hace poco más de trece años que el Meni llegó a la cárcel, lo trajeron de un pueblo del sur, de donde es oriundo. Al juzgarlo ‘le tiraron con el libro’ y eso en el código penitenciario significa un chingo de tiempo. Adentro de la cárcel supo que los hijos crecieron y un día su hija mayor le llegó ya con su primer nieto. El Meni conserva una foto donde está él con sus hermanas, y sus hijos. Su nieto… su nieto.
Van al mar… las venas del cuello se le hinchan… van al mar… los presos recargados en la cerca bailan y en sus rostros está la sonrisa que ya recibe unas cuantas gotas de lluvia. El canto del Meni, los tronidos de tambor desde las manos del Pato, golpean los muros del pabellón. Llanto dolor sufrimiento…
Quiero ver / amanecer… los presos desinhibidos ya bailan en bola, entre más golpes al cuero y más alta la voz, más intensos los movimientos… pero del otro lado ver / amanecer… el tatuaje de un Jesucristo, impreso en el hombro de un gordito amanerado, resucita y también baila… pero que alguien se quede aquí…es viernes y mañana habrá visita, por eso es preciso afinar la actitud, verse en el espejo del aire mientras se baila, reiteración de que la alegría no tiene sentencia…por eso quiero ver / amanecer / pero del otro lado ver / amanecer…
(En Chino Valencia deja cierra la revista. Una mosca le ronda la cara. Manotea y al desafanar el vuelo de la mosca hunde su dentadura en una manzana verde).
Pero que alguien se quede aquí / para saber / si yo sigo vivo…

martes, 20 de julio de 2010

Tango libros



Carlos Sánchez

Nomás entrar y siento un cúmulo de abrazos. La paz es un digno apellido para ese espacio donde habita la inteligencia, filosofía como nieve incesante que cubre la ciudad. La Biblioteca Pública Mexicana de Cananea es un refugio, un bálsamo donde aliviar la soledad y sus tristezas.
Un lunes por la tarde, por ejemplo, encuentro en ese recinto a un grupo de muchachos con cámaras fotográficas en sus manos. Luego acomodamos sillas, mesas, encendemos abanicos y conversar. Hablamos de lo que somos, hacia adónde vamos, qué deseamos. En acuerdo y por acato de mis sugerencias, esa tarde – noche nos iremos a dormir con la consigna de que al iniciar el siguiente día, haremos fotos de nuestra cama, nuestro hábitat, el lugar donde somos conversación con nosotros mismos: un monólogo permanente de nuestras penas y alegrías.
Así la dinámica de lo que llamamos un taller de fotografía y literatura. Y es allí donde la paz es un suspiro perenne. Donde habitan los anaqueles, el olor a tinta añeja, el suelo cuya textura acaricia la suela de los zapatos, la disposición de las computadoras, el móvil para la consulta, el aprendizaje.
Las tardes de esa semana de junio se sucedieron veloces, entre las dinámicas de fotos hechas por los asistentes al taller, la conversación sobre temas que incumben, la infancia y tocarla con la memoria y escritura. Acordamos tácitamente la propuesta de intervenciones gentiles, comentarios sobre los trabajos del prójimo con ánimo de construir. Un día una de las alumnas llega para sorprenderme con una caja de dulces, y su padre puso en mis manos un libro que habla sobre el karma: tesoros desde la generosidad.
La fraternidad ronda ese espacio. Puntuales los tallerandos llegan para tocarme el corazón con sus miradas, con sus ejercicios, con sus historias como un alud de emociones y emocionarnos.
El miércoles llego media hora antes a la cita, que es a las cinco, desciendo por el pasillo central y me instalo en el último rincón de la biblioteca. De pronto los títulos de los libros me bombardean las pupilas, luego miro a Borges blandiendo el Aleph, a Enrique Serna mostrándome las razones de El miedo a los animales. Un vértigo escalofriante me arropa de placer y no puedo más que tomar libro por libro hasta llevarlos a mi pecho, mi rostro, mi pelo, formar caricias con la textura de sus pastas.
De pronto me veo bailando al ritmo de cumbia, una novela de Fernando del Paso me acompaña, caballerosamente la convido a la alegría, entonces siento entre mis brazos su cuerpo sólido, sus músculos nobles, su cabellera rozagante con olor a miel.
¿Bailamos?, le solicito, y con delicadeza me extiende su mano. Suena ahora un tango que brota de uno de los anaqueles, es Carlos Gardel dirigiendo proyectando su voz, la novela extasiada sigue mis pasos en silencio, el ritmo de los latidos avanza en cada una de las páginas como vientre de ese título creado por del Paso.
Termina la canción y se inventa la angustia, seguro estoy que la novela y yo deseamos permanecer en el ritmo del bandoneón. Pero así son las reglas, y llegan en el momento menos deseado. La última nota del tango nos sorprende cuando ya la cercanía de los labios a punto está de escribir el colofón.
La novela y yo, no obstante el silencio de Gardel, continuamos tomados de la mano. De pronto desde otro anaquel un escritor mexicano nos hace una seña con el índice de su mano izquierda, Por aquí es, acoto mientras nos muestra El jardín de los senderos que se bifurca. Por ahí nos fuimos, corriendo a veces, saltando a intervalos del corazón aún alborotado. En esa carrera nos internamos en un bosque, una selva, en fin, un suelo bañado de sombras donde la única existencia de seres humanos se presenta en voces.
Reconoces quién es el autor de esas palabras, me pregunta la novela al escuchar la anécdota de un pueblo donde habitan los muertos convertidos ya en fantasmas. Me esfuerzo en reconocer la voz. Antes de atinar la novela me da pistas: es de Jalisco, escribió sólo dos libros. Al escuchar la frase Vine a Comala, la novela y yo suspiramos coordinados y nos disponemos a recorrer el camino. Podemos entonces bajo la sombra permanente, convivir con Pedro Páramo y sus obsesiones.
Un olor a urbanidad no hace virar la mirada, encontramos luces y ruidos de autos, la fantasía concluía, se dejaba ver ya la urbe y su estridente ritmo. No hubo más opción que de la mano de otro guía, un tal José Joaquín Blanco, saltar hacia el asfalto, acariciar con los sentidos la vida de esos personajes que viven de noche, a expensas de la suerte, en un volado para decidir donde amanecer al día siguiente.
De la sutileza a la perversión, de los tangos al paisaje en blanco y negro, de la parsimonia a la prisa. En la esquina de un anaquel las letras en color rojo nos incitan a una pausa para el análisis. De allí desciende la magra figura de Abigael Bohórquez quien nos muestra con valentía su deseo para decir lo que ama. Recita y mueve sus manos, sus labios en un ritmo incandescente nos hipnotiza. Gesticula, lee, dice, canta, llora, ríe. El poeta del desierto nos reta con su mirada, y sentencia como preámbulo para su partida: Como poeta soy un chingón.
El libro regresa a su lugar y entre la novela y yo miramos a un poeta marcharse a prisa entre dunas y un cielo rojizo.
En eso estamos cuando una de las alumnas del taller se acerca, me toca, estoy acostado en el piso y su frescura, entre cientos de libros que vigían mis ganas de seguir imaginando. Es la hora de la clase, uno a uno los alumnos se instalan, con una sonrisa permanente yo hablo de libros y fantasías, de Fernando Vallejo y su amor por la misantropía. En la biblioteca se siguen construyendo sueños. Y hay fotos como vestigio, alumnos para refrendar la inteligencia, el deseo de permanecer en el deseo.