jueves, 11 de noviembre de 2010

Vidrios rotos: mirada en reconstrucción


Carlos Sánchez

Los vidrios rotos en las ventanas del Café Nelly. La infancia completa en la memoria. O por lo menos un repaso. La nostalgia inevitable por los días en la calle, vagando al futbol en el llano. Pateábamos balones remendados, nos tirábamos hacia el ángulo de una portería ficticia.
El rótulo aún intacto, sugerencia al sabor casero de un menudo previo amanecer, los tacos dorados, el café caliente, la cerveza helada. Café Nelly es digamos la institución samaritana del barrio El Jito. Hoy en la memoria, porque fenece la vida, feneció el tiempo de las puertas abiertas de este restaurante con horario sempiterno.
Infamia sería omitir el mejor de los platillos en el café del barrio: una orden de frijoles. En madrugada, por la tarde, a media mañana. Completaba los doce pesos que en ese tiempo era el costo de un plato con lechuga, tomate, un poco de frijoles y una tortilla de harina sobaquera. Me alcanzaba para aminorar el ruido en el estómago.
Limpiaba vidrios en la gasolinera de la esquina, enseguida del Bar La barca de Guaymas, que a su vez está enseguida del Nelly. Levantaba monedas como propina. A veces, en la madrugada, los taxistas ponían combustible allí y aprovechaba para ayudarles a limpiar la unidad, la propina subía de tono.
Andar el barrio era esa posibilidad de recorrer los callejones para encontrar un bachón de grifa, el paisaje soterrado de la resistencia en las familias, los hijos. Recorrer la vida entre las calles del Jito era también la convocatoria hacia el Patio Orquidea, sitio para la fiesta en un costado del canal con su tránsito de agua crecido, mientras la música de algún conjunto grupero nos hacía cantar, a veces en medio de la pista, a veces desde afuera porque en la recepción los festejados no apuntaban nuestros nombres.
Al finalizar la fiesta, o en el curso de ella, había tiros a trompones, había agarraditos de la mano que abordaban la vera del canal contiguo y amarse debajo de la noche. Así la fiesta, así las alegrías. Bailábamos después hasta el amanecer, y eran otra vez los callejones las mejores locaciones para recibir el alba.
Los vidrios rotos en las ventanas del Café Nelly. Cuánta añoranza, cuántos cuentos con desenlaces sobre el menudo, la pata incluida, la pata en el café o en otro sitio más prestado.
Ahora que regreso al barrio, el origen, me lleno los pulmones de Jito, y los nombres de mis carnales me apresan la emoción. Los veo con sus pasitos a modo de libertad, contoneándose en los caminos empedrados, destapando la caguama al lado del Abarrotes Griego, donde el buen Julián nos regalaba en ocasiones un cigarro Montecarlo.
Miro en la memoria al Juany, recién desafanado de la cárcel, y en su conciencia la promesa de no regresar nunca más al cuadro, porque le tocó recibir un año nuevo torcido y eso sí calienta que es doler.
Un día al pinchi Chuy se le ocurrió ir a robar gallos de pelea, no supimos cómo estuvieron las apuestas, pero lo encontraron con los pulmones deshechos de tanta agua. Se cayó al canal, dicen, o lo cayeron. Nunca supimos, a mí me tocó mirar a la Chela su hermana desbaratarse de lágrimas. Después vinieron los balazos en la espalda del Avelino, también hermano de la Chela, luego un soplo en el corazón del Ricardo, el hermano más chico que ellos.
Vinieron más dolores callejones, una vez en la bolsa de chemo sobre la cara del Pelón tinaco, posteriormente una silla de ruedas para su cuerpo y así hasta encontrar la muerte. Un día lo escuché pedirme unos pantalones, unos zapatos, otro día me tocó escuchar que antes de irse gritaba como poseído el nombre de su madre. Y así se fue, que disque a descansar dicen los compas.
Los vidrios rotos del Café Nelly me reconstruyen la memoria, y me hacen bailar de nuevo en el Rafles, centro nocturno donde las trompetas de Los comandos del oeste nos llenaban de movimientos en el cuerpo. Había humo y brandy, tiros cantados y amarres para el romance. Nos desvelábamos dentro del humo formando una cámara gris. En el Rafles, pelos engominados y en la cintura femenina un cinturón estilo chicas Flans. Nosotros botas del torito o tenis Converse.
Hoy los vidrios de las ventanas me dibujan la distancia de los días que fueron. Rotos están y también un pedazo de mí que se fue para quedarse con el impacto de esas piedras que rompieron el cristal. Veo las ventanas sin ventanas: reconstrucción de lo que soy.

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