lunes, 30 de mayo de 2011

días de junio
exacerban la tristeza

sábado, 28 de mayo de 2011

viernes, 27 de mayo de 2011

árboles voces


He vuelto a casa de la tía Lola. Vine a regar las plantas. Enamorado del limón que ya tiene crías converso con él. Le cuento que partiste una tarde en tranvía, sin dejar siquiera un número de teléfono, algún código postal. Vuelvo y le digo a los árboles tu nombre, el viento los mueve a la par de las sílabas desde mi voz. Al invocarte también se estremecen.
Los veo y sus ramajes me reviven la textura de tu piel. Recuerdo. Solíamos abandonar la penúltima clase de universidad, trepar el camión después de burlar el contador con una sola tarjeta.
Apenas nos completábamos para avanzar por la ciudad. Teníamos mochila y dentro de ella un montón de sueños. Tú cantabas para que yo bailara y así solicitar monedas a los usuarios. Un día tuvimos para un paquete de salchichas, pan integral y un frasco de mostaza. Primero mercamos una lata de mariguana, de la verde limón.
He vuelto a la casa de la tía. La tierra en mis ojos me construye una alegría perdida, vuelvo acá y te encuentro en toda la casa, dentro del patio. Te encuentro sin encontrarte. Una canción de Joaquín Sabina hace énfasis en su armónica. Aún conservo la Honnher azul que un día me regalaste. O me la prestaste y me la quedé. La canción de Sabina se va extinguiendo a la par del sol en el horizonte. ¿Habrá algo más nostálgico que una tarde llena de fuego en el cielo al ponerse el sol?
No voy bien con eso de las imágenes para decirte que volver a la casa de la tía me pone un tizón en la panza. Ni qué hacer ni cómo contarte que el comedor huele a ti. Te veías linda detrás de la estufa, inventando recetas de cocina, preparando panes mexicanos con harina francesa, y en un baño de miel elaborada de azúcar con agua.
Sabía rico el postre después de fumar. Y reíamos de las pobrezas. La precariedad era un incentivo para la felicidad. Reíamos de todo. Incluso de los ojos rojos manifestando sueños de tanto humo en el cerebro.
Vengo a la casa de la tía porque necesario es saber que un día estuviste. Que también hubo un momento, o muchos, de abalanzarnos sobre la emoción. Vengo acá para refrendar los días de inventar la vida feliz nomás por la fortuna de acompañarnos.
Sé, porque me lo han dicho los años, que los sicólogos mienten, pero que a veces las teorías que utilizan, a partir de la ciencia, también es un acierto. Y entiendo sin entender que la alegría permanece unos meses, las coincidencias sólo un tiempo, y mientras éstas estén, aprovecharlas, intentar mojar más los árboles de la memoria para así tener un buen recurso cuando ya el sol de las coincidencias se apague con las noches de paranoia, de incomprensión. O simplemente se marchiten porque ya era hora.
En la casa de la tía me contabas historias, despacio, apenas articulando oraciones. Las que más me gustaban eran esas aventuras que veía a través de tus ojos, cuando los ponías lejos, sin un punto fijo, entonces yo entraba en ellos y me trepaba en tu memoria, y allí encontrar la infancia, los dolores y alegrías. Reías mientras yo me asustaba de tu expresión.
Me gustaba verte correteando entre los árboles, escucharte conversar con los pájaros, aunque no entendiera tus palabras, te veías feliz. Tus huaraches mojados, tu pelo largo tendido sobre tu espalda para hacerte ver más niña, casi un ángel. Un día interrumpiste la llamada y sólo alcancé a escuchar el ruido del tranvía.