martes, 20 de julio de 2010

Tango libros



Carlos Sánchez

Nomás entrar y siento un cúmulo de abrazos. La paz es un digno apellido para ese espacio donde habita la inteligencia, filosofía como nieve incesante que cubre la ciudad. La Biblioteca Pública Mexicana de Cananea es un refugio, un bálsamo donde aliviar la soledad y sus tristezas.
Un lunes por la tarde, por ejemplo, encuentro en ese recinto a un grupo de muchachos con cámaras fotográficas en sus manos. Luego acomodamos sillas, mesas, encendemos abanicos y conversar. Hablamos de lo que somos, hacia adónde vamos, qué deseamos. En acuerdo y por acato de mis sugerencias, esa tarde – noche nos iremos a dormir con la consigna de que al iniciar el siguiente día, haremos fotos de nuestra cama, nuestro hábitat, el lugar donde somos conversación con nosotros mismos: un monólogo permanente de nuestras penas y alegrías.
Así la dinámica de lo que llamamos un taller de fotografía y literatura. Y es allí donde la paz es un suspiro perenne. Donde habitan los anaqueles, el olor a tinta añeja, el suelo cuya textura acaricia la suela de los zapatos, la disposición de las computadoras, el móvil para la consulta, el aprendizaje.
Las tardes de esa semana de junio se sucedieron veloces, entre las dinámicas de fotos hechas por los asistentes al taller, la conversación sobre temas que incumben, la infancia y tocarla con la memoria y escritura. Acordamos tácitamente la propuesta de intervenciones gentiles, comentarios sobre los trabajos del prójimo con ánimo de construir. Un día una de las alumnas llega para sorprenderme con una caja de dulces, y su padre puso en mis manos un libro que habla sobre el karma: tesoros desde la generosidad.
La fraternidad ronda ese espacio. Puntuales los tallerandos llegan para tocarme el corazón con sus miradas, con sus ejercicios, con sus historias como un alud de emociones y emocionarnos.
El miércoles llego media hora antes a la cita, que es a las cinco, desciendo por el pasillo central y me instalo en el último rincón de la biblioteca. De pronto los títulos de los libros me bombardean las pupilas, luego miro a Borges blandiendo el Aleph, a Enrique Serna mostrándome las razones de El miedo a los animales. Un vértigo escalofriante me arropa de placer y no puedo más que tomar libro por libro hasta llevarlos a mi pecho, mi rostro, mi pelo, formar caricias con la textura de sus pastas.
De pronto me veo bailando al ritmo de cumbia, una novela de Fernando del Paso me acompaña, caballerosamente la convido a la alegría, entonces siento entre mis brazos su cuerpo sólido, sus músculos nobles, su cabellera rozagante con olor a miel.
¿Bailamos?, le solicito, y con delicadeza me extiende su mano. Suena ahora un tango que brota de uno de los anaqueles, es Carlos Gardel dirigiendo proyectando su voz, la novela extasiada sigue mis pasos en silencio, el ritmo de los latidos avanza en cada una de las páginas como vientre de ese título creado por del Paso.
Termina la canción y se inventa la angustia, seguro estoy que la novela y yo deseamos permanecer en el ritmo del bandoneón. Pero así son las reglas, y llegan en el momento menos deseado. La última nota del tango nos sorprende cuando ya la cercanía de los labios a punto está de escribir el colofón.
La novela y yo, no obstante el silencio de Gardel, continuamos tomados de la mano. De pronto desde otro anaquel un escritor mexicano nos hace una seña con el índice de su mano izquierda, Por aquí es, acoto mientras nos muestra El jardín de los senderos que se bifurca. Por ahí nos fuimos, corriendo a veces, saltando a intervalos del corazón aún alborotado. En esa carrera nos internamos en un bosque, una selva, en fin, un suelo bañado de sombras donde la única existencia de seres humanos se presenta en voces.
Reconoces quién es el autor de esas palabras, me pregunta la novela al escuchar la anécdota de un pueblo donde habitan los muertos convertidos ya en fantasmas. Me esfuerzo en reconocer la voz. Antes de atinar la novela me da pistas: es de Jalisco, escribió sólo dos libros. Al escuchar la frase Vine a Comala, la novela y yo suspiramos coordinados y nos disponemos a recorrer el camino. Podemos entonces bajo la sombra permanente, convivir con Pedro Páramo y sus obsesiones.
Un olor a urbanidad no hace virar la mirada, encontramos luces y ruidos de autos, la fantasía concluía, se dejaba ver ya la urbe y su estridente ritmo. No hubo más opción que de la mano de otro guía, un tal José Joaquín Blanco, saltar hacia el asfalto, acariciar con los sentidos la vida de esos personajes que viven de noche, a expensas de la suerte, en un volado para decidir donde amanecer al día siguiente.
De la sutileza a la perversión, de los tangos al paisaje en blanco y negro, de la parsimonia a la prisa. En la esquina de un anaquel las letras en color rojo nos incitan a una pausa para el análisis. De allí desciende la magra figura de Abigael Bohórquez quien nos muestra con valentía su deseo para decir lo que ama. Recita y mueve sus manos, sus labios en un ritmo incandescente nos hipnotiza. Gesticula, lee, dice, canta, llora, ríe. El poeta del desierto nos reta con su mirada, y sentencia como preámbulo para su partida: Como poeta soy un chingón.
El libro regresa a su lugar y entre la novela y yo miramos a un poeta marcharse a prisa entre dunas y un cielo rojizo.
En eso estamos cuando una de las alumnas del taller se acerca, me toca, estoy acostado en el piso y su frescura, entre cientos de libros que vigían mis ganas de seguir imaginando. Es la hora de la clase, uno a uno los alumnos se instalan, con una sonrisa permanente yo hablo de libros y fantasías, de Fernando Vallejo y su amor por la misantropía. En la biblioteca se siguen construyendo sueños. Y hay fotos como vestigio, alumnos para refrendar la inteligencia, el deseo de permanecer en el deseo.

viernes, 9 de julio de 2010

Disfraz de soledad


por Carlos Sánchez
Del erotismo al dolor, de la nostalgia a la alegría. La lluvia otra vez como un pretexto para hilvanar versos.
Versiones del porqué (editorial UNISON, colección Lengua de camaleón), de Josefa Isabel Rojas Molina, es un diálogo permanente con los motivos que transitan por los días. Aquí la brújula se convierte en sinónimo de vida y es entonces que toma de la mano a la mujer que escribe para andarla en compañía. Indicación de la existencia por donde se construye el placer que la misma escritora niña mujer madre hija, necesita encontrar.
Al sumergirme en los poemas un chapuzó de catarsis me trasmina el cuerpo: la palabra, la imagen, recorren la epidermis y se instala allá donde dicen me habita el corazón. Los latidos descienden porque la propuesta poética de Josefa es un alud de paz, una caricia que se impacta contra el pecho y me conmina a admirar. Y tiemblo entonces porque encuentro un más allá de estas versiones suyas que son tan mías: poesía al fin y porque la necesito me la apropio.
Leo mientras tengo en el tacto la textura del papel estraza de la portada de este libro, su fragilidad, el volumen, es una mezcla de emoción que se intensifica cuando ya los versos me horadan, inevitable observar en la imaginación esa balsa pacificadora que son los ojos de Josefa.
Agradezco este viaje a Cananea, al que he venido ahora lo sé con certeza, para encontrarme con este poemario que rubrica la cálida transparencia, la calidad humana de quien escribe para seguir viviendo. Josefa irreverente no se conforma con los cánones establecidos, toma en sus manos una margarita y en ella el juego del me quiere poquito nada, siempre desemboca en un sí. Porque jode hasta el hartazgo el constante no, por eso su deshojar es un constante sí.
En Versiones del porqué, más que la catarsis que no es despreciable, más que la filosofía, que también está vigente, más que la belleza en sus imágenes, está implícita la búsqueda de una nueva manera para decir las obsesiones. Josefa en estas páginas juega al periodismo y se entrevista a sí misma, luego toma recursos de la modernidad tecnológica y su poesía estalla en un diálogo extraído del Messenger. Un diálogo lúdico inocente intenso jovial que desemboca en una película, en una canción.
Ejerce la creatividad, hilvana apuntes para la construcción de una canción, el cuerpo es la investigación donde se reflejan las emociones: vapor que sube a las mejillas / los ojos casi adentro / del oscuro recipiente.
En este libro los versos son identidad, mirada constante al exterior, al interior, un derrumbe en el cuerpo, la edificación del alma. Un aposento donde al escribir, Josefa, se disfraza de soledad. Y mientras: Afuera ha llovido / por dos días / el agua es un lugar / y el tiempo. / Por suerte o por cuestión / climática / el cielo permanece gris.
Tiene la virtud entonces de reciclar los argumentos cotidianos, tomarlos entre los labios para no dejarlos ir. Josefa sabe que el mar y amar es inevitable, aunque se postergue, es necesario, por eso evocarlo (al mar y al amar) en ella es constante, como la lluvia y esos ojos verdes que en sus versos hablan solos de tristezas verdes. Y se va.
Existen pues, en estas páginas con letras impresas sobre papel revolución, versiones de un atardecer mojado, también una entrevista hecha a la mujer lluviosa en la feria invernal. Existen motivos para refrendar la honesta transparencia en los ojos, los pasos, la voz, el silencio y el sonido, elementos que engloban el significado del nombre Josefa a quien bendito el cielo, no le queda claro el mundo, no aprende a vivir, y muere viviendo.

miércoles, 7 de julio de 2010

Cananea: la ciudad de Dios



por Carlos Sánchez
El saludo de un agente de la Policía Federal es la aprobación para el libre tránsito. El chofer del autobús saluda y avanza hacia su próximo destino: Cananea.
En la central de camiones la mirada de un taxista se protege tras los lentes Ray Ban. En un auto sedan Ford de modelo antiguo, con palabras y gesticulación describe regiones de esa ciudad minera, cuyo guión está encadenado a un conflicto laboral que tiene en parálisis la actividad comercial.
“El nombre es lo de menos, mi amigo”, comenta a manera de respuesta el taxista, quien ya en su faena de conductor mete cambios, acelera, y conversa al ritmo del motor. “Si ves que están arreglando esas calles, es porque ya hay inversión, las cosas han cambiado de a poco, pero ya se ve algo”.
Son las dos de la tarde, un viento apacible se trepa en la atmósfera. En los pies de unos niños juega la inocencia a patear un balón, y nada importan esos días de huelga, gritan en celebración cada jugada: el mundial les permea de dicha el temporal.
El taxista sintoniza una radio local y tararea una rola. “A los cananenses nos gusta la música mi amigo”, y al tiempo que sube el volumen de la radio, la locutora rubrica la autoría del cantante en ocasión: “Nada más y nada menos que Sergio Vega, el Shaaakaaaa…”.
“Lástima que ya nos lo mataron, ¿supiste?, cada vez está más fea la cosa, ¿o no?”. Un mutis es la respuesta, la patrulla de la Federal pasa rozando al taxi y un no muy simpático agente bigotón escudriña el rostro del chofer.
“A veces uno no quisiera que se fueran los Federales, o que ya se vayan, hay sentimientos encontrados por todos lados, porque no se sabe si te van a cuidar o te van a chingar”. Una rola más es el preámbulo para la alegría, el taxista abre la cajuela canturreando, cobra cincuenta pesos por el servicio y se pone a la orden. ¿A qué dice usted que viene para acá, oiga? Eso es lo de menos, respondo mientras ya la puerta que me espera se abre de a poco. Para recibirme están los libros como una dócil compañía, un espacio para salpicar el deseo de aprender.
Receso
Salir a caminar en Cananea significa la posibilidad de un ocre hacia el poniente, la reunión de hombres de mirada afable y con ganas de palabras en derredor de un árbol en la plaza Juárez. En ese mismo sitio dos adolescentes juegan a eternizar un beso, y se toman de las manos como si en ellas existiera la última oportunidad para vivir.
Tienen esas horas de sol cayendo la energía para provocar un sorbo de café, y cae en las manos de los conversadores que al aire libre hacen un inventario de aquellos días, de éstos y los que vienen. Pantalones de mezclilla, botas de minero, gorras de beisbolista y camisas manga larga es el atuendo generalizado. La mirada afable, cierto, e incesante hacia los adolescentes que ejercen el cariño a través de la piel en contacto.
Cuentan los hombres bajo el árbol las peripecias vividas en la cima de la mina, en el corazón de sus herramientas para desarrollar su jornada de ocho horas y en ellas implícitas la recompensa en un día de raya. Los árboles que son álamos hacen lo suyo, aportan como pinceles diversos verdes para el contraste con el ocre que se intensifica cuando el sol baña el poniente de Cananea.
Aquí no todas las oraciones tocan la historia de un conflicto laboral, Cananea se llama vida y transcurre desde la resistencia, el esfuerzo, desde ese balón en los pies de los niños, desde los labios adolescentes, desde las palabras añejas y llenas de experiencia en los abuelos de la plaza. Cananea es también un lugar para nombrarlo la ciudad de Dios.
Hoy es el preámbulo para las voces que vienen desde el centro de las piedras. Mañana seguiré contando desde la mirada de hombres y mujeres que saben lo que significa la existencia de una estufa de leña para satisfacer la necesidad en el estómago de los hijos.