jueves, 23 de agosto de 2007

Los cantares de Juan Pablo

por carlos sánchez

Encendí la grabadora pretendiendo una entrevista. Se dispuso la voz que sólo es alegría, festejo de la vida.
Me contó el entrevistado, en esas respuestas que se extraviaron en esa cinta que dejé quién sabe dónde y por qué, que de niño escuchaba como canciones de cuna a John Lennon. “Mis papás no me enseñaron a Cri cri”, dice Juan Pablo Maldonado, guitarrista y vocalista del grupo Son.
En esa charla cuya pérdida de la grabación aún me jode, encontré a un cantante tocante ejecutante del placer sinónimo de música en su existencia, la sencillez, la pasión, la humildad de quien todo lo tiene porque ejerce su vocación.
Lo entrevisté al lado de Carlos Bejarano, alguien similar al primo Nano que tiene Joaquín Sabina, y compañero de aventura en esto de vocacionar con instrumentos los días, las noches, los instantes todos.
Lo escuché hablar con ironía, lo vi reírse de sí mismo, apuntando en juego las respuestas a las preguntas. Lo camarié con actitud de profesional del periodismo, algo que jamás alcanzaré aunque lo intente. Él generoso aceptó la charla.
Fue lindo el encuentro, además las respuestas, las preguntas, la actitud de él es lo que más se queda ahora en la memoria. Insisto: cuánta enseñanza de alguien que con acariciar la música todo lo tiene.
Dos noches después de ese día fui al bar de la No reelección, Peñón de las ánimas, se llama.
Desmentido quedó Juan Pablo ante esa aseveración de que él sólo canta boleros. Con los ojos llenos de emoción y los oídos agradeciendo los arreglos, la voz, la pasión, puede sentir como un loco que baila en la calle, la libertad de la propuesta musical del grupo Son.
Tomamos, Imanol camarada y yo, un par de cervezas; en un instante de no resistir el placer, nos instalamos lo más cerca posible del grupo sólo para ver la magistral capacidad del baterista que haciendo la función de pulpo tocaba la batería, percusiones, y hacía segunda voz.
A Juan Pablo se le hinchan las venas del cuello cuando canta. Y es la guitarra un chillar eterno.
Lo había visto antes en una obra de teatro, cantando corridos de la revolución mexicana. Lo había visto en otros escenarios, acompañando a una voz femenina con su guitarra, tal vez sea la memoria que inventa haberlo visto, pero esa noche de penar el ánima juro por el cerro de la campaña que allí estaba, era él.
Me conmovió la historia de Juan Pablo por esa infancia de canciones del grande, el enorme Lennon, me conmueve Juan Pablo por los padres que no se anduvieron con mamadas y supieron darle herramientas al morrito que no pudo escapar de la música como vocación, me conmueve la inteligencia por amor que en él depositaron.
Traigo un sentimiento de culpa, un remordimiento, unas ganas de chillar por el extravío de esa cinta con su voz, es la sensación de la pérdida de la mirada de una chava que te sorprende de soslayo, la nostalgia de un tren partiendo, de esas vidas que no volverán.
Es la crueldad de extraviar la honestidad contando, bromeando, ironizando. Juan Pablo entró por mis oídos esa tarde y no se ha ido, ni se irá. Lo evoco constante, más que en la mirada lejos, distante, en el ritmo de las notas de su guitarra.
Espero otras noches como la del Peñón, otros instantes de azar topándomelo en la calle, en el escenario, en los boleros bossanoveros, bluseros, salseros, que magistralmente interpreta.
Y que los arreglos son de él, me cuentan, y que los dicta haciendo sonidos con la boca, y que los carnales colegas le agarran la pichada y así la construcción desmadrada de sus versiones.
Juan Pablo se ha ido en la voz de esa cinta a la impotencia de no transcribir al pie de la letra sus respuestas, sus recuerdos de niño, de esa infancia rodeado de música e instrumentos.
Juan Pablo se ha quedado en la memoria como un ser eterno rasgando la guitarra. A Juan Pablo lo encontraré cualquiera de todos los días para escucharlo de nuevo y reiterar la pasión en las venas de su cuello que se le hinchan. Y cantar. abigaelsc@hotmail.com

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