domingo, 21 de septiembre de 2008

Balones y sueños


(Foto: Rafael Soto Gil)

por Carlos Sánchez

Un grillo cae en la cerveza. Se retuerce y muere. Muchos bichos vuelan en torno a las candilejas. En el cielo una avioneta blanca parpadea en sus faros rojos y azules.
A los grillos le gusta el alcohol: concluye el señor chapo y regordete que exasperado tira el líquido sobre el palco. Y grita a la dama de mandil amarillo: “otra cheve, pero esta sí bien helada”.
Hace uno par de minutos, en el estadio Héroe de Nacozari, el árbitro silbó el inicio del encuentro: Búhos de Hermosillo v.s. Cruz Azul Ecatepec, hace otros tantos que la afición inició su marcha hacia las gradas, con el ulular de sus gargantas, con la fe puesta en el equipo de sus amores, los universitarios.
El balón rueda ligero sobre el pasto, el clima dócil complace a los jugadores y a los mismos aficionados. Es noche de pelear por la permanencia del invicto como locales, de intentar la suma de otros tres puntos, de construir sin pausa el camino a la calificación.
Un balón se estrella en el larguero; el pie izquierdo del delantero universitario golpea la esfera hacia la tribuna, un cabezazo es desviado por el portero. Desde los primero minutos los Búhos se empeñan en abrir el marcado, están en su tierra, con su gente, tienen la confianza y el deseo de seguir sumando. El balón se resiste a tocar la red.

Botana

El Charalero, personaje citadino que vive de trabajar en los eventos deportivos, toma un billete de cincuenta, devuelve a su cliente veinticinco pesos, extrae de una bolsa un puño de cacahuates, echa una dosis de clamato, un poco de salsa, rompe con sus dedos una vara de apio y la zambulle en el vaso: los pepihuates llevan además de limón y sal, los residuos del dinero tallando la piel de vendedor.
No hay tiempo para la higiene, la demanda aumenta, la fila se pierde entre los pasos de los otros vendedores, el Charalero y su barba crecida, su ceño fruncido, su simpatía forzada, es una bomba de ira a punto de estallar.
No hay crédito para la paciencia, si alguien solicita unos duros, unos cacahuates, el vendedor en tono de regaño le aclarará que “allá va la fila, señor”. Y el señor renegará por la forma y el tono con que se expresa el comerciante.
Si la oportunidad existe, si la autoridad del estadio se presenta en torno al Charalero, éste sonreirá, o extraerá de su chistera el argumento más banal para hacerse el gracioso, después, el mal humor con el que atiende regresará por sus fueros, mientras en otros puestos, otras actitudes, continuarán con su oferta de duros, sodas, frutas, cheves, souvenirs.

Medio tiempo

Un grillo, otro grillo, muchos grillos rondan las cabezas de los aficionados; éstos ni se inmutan, los versos de cielito lindo, los cachunes una y otra vez, el saludo al arbitro en son de paz, sólo recordándole a la progenitora, la algarabía en un pañuelo ondeado al aire se suma a ese grupo de adolescentes que en el futbol les va la libertad, la posibilidad de soñar con la mirada. Buscan con sus cantos y gritos el poder para los locales, la motivación para el equipo.
Media hora de cantos y ya la recompensa se incrusta en la portería del rival. Un cabezazo de El Cholo López a pase de Julián Piri estremece al estadio. El balón finalmente se ha incrustado en el arco del rival. El marcador es 1-0.
Los grillos ronronean con mayor fuerza, la avioneta blanca permanece en su vuelo sobre el estadio, un niño escucha la historia de su padre quien le cuenta que desde allá tirarán balones como regalo para los fans Búhos.
Y en la ocarina del señor de negro fenece el primer tiempo. En el receso un grupo de bastoneras se esmeran por alegrar al respetable con el movimiento de sus cuerpos. Los batanes giran al ritmo de una canción inaudible, evidencia de lo desangelado de la organización en esta empresa deportiva.
Las damas en sus minifaldas se ofrecen profesionales, con su coreografía al viento y a los ojos de los enfutbolados fanáticos que aplauden y agradecen, que adulan y galanean con el chiflido espontáneo. Al final de los desplantes el hombre de negro ordena de nuevo que el balón ruede. Las bastoneras suben a las gradas.

Colofón

El balón es un potro que doma el medio campista de los contrarios, el 10 en la espalda de José Jordán es garante de la facilidad para el gambeteo, el nivel de la técnica, el recorte exacto en el umbral del área para sacar el disparo que ya se incrusta en el ángulo de esa portería que resguarda Miguel portillo, guardameta Búho.
Más tarde, ante el desplome de los grillos, el enojo perenne de el Charalero, las bastoneras en las gradas siendo unas más de las aficionadas, los balones disparados por los locales escribirán la historia del ya merito, por una mini madre, ufffff. Y en los penales los hermosillenses caerán con la cara al sol, un 4-2 de trámite que les otorgará un punto más y la dicha feliz de permanecer invicto en el Héroe de Nacozari.
Dos semanas después las candilejas se encenderán de nuevo. El balón acariciará el césped, el Charalero tendrá más barba y más enojo, las bastoneras seguirán en busca de un buen equipo de sonido, y el sueño de los balones bajando desde la avioneta blanca, tal vez acompañe al niño quien al final del partido permanecía con la vista al cielo, esperando por ese momento.

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